12. El misterio del tesoro perdido de Vigo
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El misterio del tesoro perdido de Vigo
Tal y como indicamos en el capítulo 2, el destino quiso que los fabulosos tesoros de las Indias nunca llegaran a convertirse en la base de una enorme riqueza para España. Otros países, en épocas posteriores, aprendieron la lección: cuando los jeques descubrieron que había petróleo bajo sus pies, dieron los pasos apropiados para asegurarse de que las potencias coloniales no les robaban su principal recurso natural. España, por el contrario, fue incapaz de protegerse, porque las llamadas «riquezas» de las Indias no servían de nada si no se intercambiaban por bienes comerciales, y esos bienes solo estaban siendo producidos por otras naciones del occidente europeo, económicamente más avanzadas. A lo largo de toda su historia imperial, por tanto, España se vio obligada a entregar sus tesoros a otras naciones a cambio de bienes manufacturados.
Una tradición popular en España se negaba a reconocer que el país perdió sus tesoros americanos debido al comercio legal, e insistía en creer que las riquezas se habían perdido por los robos de piratas extranjeros. Era fácil animar esa tradición, porque siempre resulta más fácil culpar a los demás de los errores propios. Y como vimos en el capítulo 2, aunque los piratas ciertamente existieron, habría sido imposible que arrebataran más de una mínima fracción de todas las riquezas que se enviaban a España.
¿En qué otras circunstancias desaparecía el oro y la plata de América? Los casos más espectaculares estuvieron simple y llanamente relacionados con los peligros de la mar, principalmente tormentas, pero también, de vez en cuando, con ataques militares. Los ataques contra barcos cargados de oro que tuvieron éxito fueron bastante escasos, porque las flotas se cuidaban muy mucho de navegar con la adecuada protección militar. Solo una operación naval con un amplio dispositivo podía tener alguna esperanza de éxito contra una flota española normal con cargamento de plata. No es sorprendente que los únicos dos ataques militares del siglo XVII que se saldaron con éxito fueran financiados por estados rivales: en 1638, una potente escuadra al mando del almirante holandés Piet Heyn consiguió capturar una flota que partía de Cuba, y en 1657 una escuadra inglesa al mando del almirante Blake se hizo con una buena parte de una flota española en las Azores. La rareza de esos ataques demuestra cuán difícil resultaba asaltar las flotas españolas.
Es posible que la cantidad de oro que se perdiera en los mares por culpa de las tormentas fuera cincuenta veces mayor que la que se perdió por culpa de los ataques militares extranjeros o por culpa de los piratas. Una y otra vez —este no es el lugar donde ofrecer un listado de fechas y lugares— los galeones cargados con su preciosa mercancía se toparían con las tormentas del Caribe y zozobrarían, perdiendo a todas sus tripulaciones y todos sus bienes. Lo mismo ocurrió durante la larga travesía de las flotas entre las Filipinas y México. Los galeones de Manila simplemente desaparecían. En 1603, la San Antonio, que transportaba el cargamento más notable conocido hasta ese momento, fue simplemente engullida por el mar en algún lugar indeterminado del Pacífico[1]. En 1657 un barco llegó a Acapulco, en México, después de navegar a la deriva durante más de doce meses: todos a bordo estaban muertos. Cargados hasta los topes con sus fabulosos tesoros, y codiciadas presas de todo el mundo, los navíos españoles sucumbieron a los ataques enemigos en el Pacífico solo en cuatro ocasiones, y siempre a manos británicas: en 1587, 1709, 1743 y 1762[2]. Muchos más galeones de Manila, desgraciadamente, hasta un total que supera con mucho la treintena, se hundieron en medio de las tormentas o simplemente desaparecieron en el mar. Un paisaje semejante puede decirse de la travesía del Atlántico.
Cuando los barcos llenos de oro zozobraban cerca de tierra firme, su cargamento con frecuencia se veía arrastrado hacia aguas poco profundas, y los cazadores de tesoros se las arreglaban para encontrar el oro y la plata. Se han documentado muchos casos de este tipo en las costas de Florida, pues los galeones cargados de oro bordeaban esas playas en su viaje de regreso a España. Los americanos han sido los más activos en la recuperación de este botín marino, y han conseguido recuperar oro, plata y otros objetos de las flotas españolas que se remontan al menos a 1544. Quizá las operaciones de recuperación más exitosas se han realizado sobre una flota de quince galeones que cargaban oro y plata: en 1715 los navíos fueron arrastrados por un huracán hacia las costas orientales de Florida. Los barcos encallaron y se hundieron cerca de la costa, dejando su cargamento desperdigado por el suelo oceánico. Hasta la fecha se han localizado cinco de los barcos naufragados y se ha recuperado una buena parte del tesoro de los fondos del océano[3]. Este tipo de accidentes demuestran que los mares y los elementos fueron con mucho los ladrones más importantes del tesoro americano.
En cualquier caso, la recurrente creencia de que los países extranjeros eran unos ladrones se ha visto favorecida al parecer por el famoso hundimiento de una flota española cargada de oro muy cerca de las costas de Galicia, en Vigo, en 1702. En España una leyenda persistente dice aproximadamente lo siguiente, tal y como aparecía en 2011en una página de internet llamada Revista Ibérica:
El 15 de octubre de 1702 entró en la ría de Vigo el cargamento más rico venido de América desde el descubrimiento. Diecinueve galeones españoles, escoltados por veintitrés barcos de guerra franceses, portaban ciento ocho millones de piezas de plata, oro y otras mercancías preciosas destinadas a costear la Guerra de Sucesión a favor de Felipe V. Retrasos burocráticos permitieron la llegada de una flota de piratas anglo-holandeses que, tras feroz batalla, se llevaron unos cuarenta millones de piezas. El resto permanece, hoy, en el fondo de la ría viguesa.
Todos y cada uno de los detalles de este resumen son pura ficción, pero el pasaje más delicioso sin duda es ese en el que los barcos de guerra de las armadas británica y holandesa —a las que haremos referencia enseguida— son catalogados como «piratas». A lo largo de las siguientes páginas analizaremos qué ocurrió realmente en este —aún fantaseado— suceso de Vigo. ¿Por qué, después de trescientos años, sigue aferrándose la gente a esas historias fantásticas de piratas y tesoros?
La leyenda alcanzó una amplísima difusión gracias a la novela de Julio Verne Veinte mil leguas de viaje submarino (1869). En la novela, el capitán Nemo, comandante de la nave submarina Nautilus, hace frecuentes viajes a la costa de Galicia, en España, con el fin de recaudar fondos para continuar con su empresa. En el capítulo 8 de su libro, Verne escribe lo siguiente:
El capitán se levantó y me dijo que lo siguiera. Yo había tenido tiempo para recuperarme. Obedecí. El salón estaba a oscuras, pero a través del cristal transparente las olas estaban desprendiendo destellos. Observé.
En media milla en torno al Nautilus las aguas parecían bañadas en luz eléctrica. El fondo arenoso estaba limpio y brillante. Algunos miembros de la tripulación, con sus trajes de buceo estaban retirando barriles medio podridos y cajas vacías del medio de unos restos ennegrecidos de un naufragio. De esas cajas y de esos barriles se caían lingotes de oro y plata, cascadas de monedas y joyas. Las arenas estaban llenas de montones de oro. Cargados con su precioso botín, los hombres regresaron al Nautilus, se deshicieron de su carga, y regresaron a esa inagotable mina de oro y plata.
Entonces lo comprendí. Aquel era el escenario de la batalla del 22 de octubre de 1702. Allí, en aquel mismo lugar fueron hundidos los galeones cargados de oro del reino de España. Ahí acudía el capitán Nemo, dependiendo de sus necesidades, para coger todos esos millones que llevaba en el Nautilus.
¡Una imagen verdaderamente romántica! En el mismo sentido, el público británico y americano se empeñó durante mucho tiempo en la ilusión de un enorme tesoro hundido en la ría de Vigo. Podemos coger como ejemplo un artículo de 1976 publicado en la revista americana Lost Treasure, en el que el autor escribía.
¡Ah, la bahía de Vigo! Esas palabras hacen estremecerse al verdadero cazador de tesoros, pues nombra el lugar donde permanece hundido el tesoro más grande del mundo. Durante más de 250 años se han llevado a cabo todo tipo de esfuerzos para recuperar el inmenso tesoro de oro, plata y joyas que yace a tres millas de profundidad en las aguas de la costa noroccidental de España. Al menos veinte millones de dólares del tesoro ya se han recuperado, pero aún yace bajo las aguas y en el lodo otro tanto, por un valor de ciento veinte millones de dólares.
El atractivo de la ficción, más que los hechos, continúa siendo muy poderoso. En 2002, tres siglos después de los supuestos acontecimientos, se propusieron en Galicia varios proyectos con el fin de formular un contexto histórico de los hechos, pero resultaron infructuosos y se les prestó muy poca atención tanto dentro como fuera de España. Ocho años después, en diciembre de 2010, al público de Galicia todavía se le hacía tragar un montón de historias ficticias del suceso. El periódico La Voz de Galicia, en esas fechas, publicaba un reportaje en el que se decía lo siguiente:
Con motivo del centenario de la muerte de Verne, en el 2005, las bodegas del barco del grupo de teatro Fura dels Baus albergaron una exposición itinerante sobre Vigo y el libro Veinte mil leguas de viaje submarino. Y el blog Nota cultural del día dedicó el 2 de septiembre un artículo a explicar que el tesoro hundido que buscó Nemo está valorado en 2400 millones de euros. El Museo del Mar de Vigo ha exhibido muestras sobre Verne, una agencia abrió en verano una ruta turística en barco sobre la batalla de Rande, y Redondela quiere montar un museo sobre este episodio.
El misterio es por qué la prensa y el público de esta región de España prefiere creer en la existencia de un tesoro hundido, cuando todos los datos históricos disponibles demuestran que allí no hay ningún tesoro. Quizá la culpa sea de Julio Verne. Desde su época, la leyenda del tesoro ha incitado a muchos cazadores de tesoros a buscar las riquezas ocultas en la bahía[4]. Es muy curioso que no presten ninguna atención a las investigaciones históricas que ofrecieron reputados historiadores de finales del siglo XIX, como el historiador naval castellano Fernández Duro, que parece haber dispuesto de una información fiable y original, pues su relato de los hechos todavía puede considerarse hoy, en términos generales, correcto. Respecto al destino del tesoro que venía en los barcos, el historiador dejó escrito lo siguiente:
En diez días se puso en tierra la plata de registro, amonedada ó en lingotes, cargándola en carretas que hacían dos viajes á Pontevedra; otras la conducían de allí al Padrón, y en tercer transbordo hasta Lugo, por escalas, con guardia de infantería y caballería. Empleáronse 1500 de las carretas, y no hubo falta tampoco de embarcaciones, así que en menos tiempo pudiera acabarse la faena sin la resistencia pasiva de los maestres y mercaderes, que fue acentuándose más y más cuando llegó [el oficial] Larrea y ordenó alijar frutos, porque, lejos de persuadirse de que corrieran riesgo á bordo, les dolía sacrificar el 20 por 100 que, según ellos, había de costarles el transporte terrestre, amén de la avería que en aquel clima, siempre húmedo, pudieran padecer géneros delicados, como son grana, añil, cacao y tabaco[5].
En otras palabras, el tesoro de la flota en su mayor parte había sido descargado («plata de registro» se refiere al tesoro registrado oficialmente, pero no incluye posibles cantidades no registradas o escamoteadas). La leyenda del tesoro hundido, sin embargo, persistió, y nadie se molestó en consultar los detalles que había ofrecido Fernández Duro. Este capítulo es un breve resumen de las pruebas que he encontrado y que demuestran que no existe tesoro alguno en la bahía de Vigo.
Al estallar la Guerra de Sucesión española, en 1702, el gobierno inglés y el holandés iniciaron sus operaciones militares contra España, el socio más débil de la alianza franco-española. Sin entrar en demasiados detalles, es esencial al menos ofrecer un breve resumen de los acontecimientos que configuran el contexto de esta historia. ¿Por qué no fiarnos de Julio Verne para este resumen?
Luis XIV, pensando que el simple gesto de un potentado era suficiente para conseguir que los Pirineos estuvieran bajo su yugo, había impuesto al duque de Anjou, su nieto, a los españoles. Este príncipe reinó mal que bien bajo el nombre de Felipe V, y contaba con una fuerte oposición en el extranjero. De hecho, el año anterior, las casas reales de Holanda, Austria, e Inglaterra habían firmado un tratado de alianza en La Haya con la intención de arrancar la corona de España de la cabeza de Felipe V, y ponérsela en la de un archiduque a quienes prematuramente le dieron el título de Carlos III.
España debía enfrentarse a esta coalición; pero apenas contaba con soldados o marinos. Sin embargo, dinero no le faltaría, siempre que sus galeones, cargados con oro y plata de América, consiguieran entrar en sus puertos. Y a finales de 1702 esperaban un rico convoy, escoltado por Francia, con una flota de veintitrés navíos, comandados por el almirante Château-Renaud, pues los barcos de la coalición ya estaban siendo acosados en el Atlántico. La flota iba a ir a Cádiz, pero el almirante, sabiendo que una flota inglesa estaba navegando por aquellas aguas, decidió dirigirse a un puerto francés.
Los mandos españoles del convoy se opusieron a esa decisión. Querían ir a un puerto español y, si no podía ser Cádiz, tendría que ser la bahía de Vigo, situada en la costa nororccidental de España, y que no estaba sufriendo el bloqueo enemigo. El almirante Château-Renaud cometió la temeridad de aceptar aquella sugerencia, y los galeones se adentraron en la ría de Vigo.
Lo que ocurrió después en Vigo se describe en ocasiones como una «batalla», pero en Vigo no hubo ninguna «batalla» real. Fue en realidad un simple acto de destrucción, porque no hubo defensa. Los barcos de los británicos y holandeses superaban en número y en artillería a los pocos buques de guerra franceses, y los buques mercantes españoles estaban totalmente indefensos. Cuando la flota del tesoro salió de la isla Española, no esperaba encontrarse con una guerra generalizada en Europa y pagó el precio de esa imprevisión. En términos bélicos, la acción fue tan insignificante que la historia militar oficial en inglés se refiere a ella solo como «el asunto de Vigo».
Los primeros movimientos militares en la Península los protagonizaron los británicos con sus intentos de apoderarse de Cádiz. En julio de 1702 una expedición naval conjunta, formada por cincuenta navíos ingleses y holandeses al mando de Sir George Rooke, sitiaba Cádiz. La intención era asegurar una base terrestre que pudiera servir como punto de entrada para una invasión militar. Pero después de un mes en la zona, durante el cual se ocuparon pequeñas ciudades, como El Puerto de Santa María, los almirantes y los comandantes militares no se ponían de acuerdo en la política que debían adoptar[6]. Por añadidura, la feroz resistencia de la guarnición de Cádiz, aunque pobremente abastecida, hizo imposible su conquista y el estado de la mar dificultó las maniobras de la armada. Ante la posibilidad de cosechar un estrepitoso fracaso, Rooke reembarcó a sus hombres y abandonó el sitio a finales de agosto.
Este descalabro se olvidó pronto ante las noticias de que la flota española procedente de América, que transportaba un enorme tesoro, había llegado a las costas de Galicia, protegida por la escolta del almirante francés Château-Renaud. El 22 de septiembre de 1702 la flota de Nueva España, al mando de don Manuel de Velasco, entró en la ría de Vigo. Se había elegido este destino precisamente porque la flota británica estaba en aquellos momentos sitiando Cádiz. Los británicos habían enviado ya otra flota, a las órdenes del almirante Sir Cloudesley Shovell para atacar a los galeones españoles, al mismo tiempo que se informaba a Rooke de la situación. Zarpó este inmediatamente con rumbo a la bahía de Vigo, donde la flota del tesoro español había anclado, y desembarcó allí a las tropas de Ormond. El 23 de octubre tuvo lugar un breve combate naval entre los barcos aliados y los franco-españoles: la mayoría de estos últimos quedaron destruidos; parte de su cargamento se fue a pique y el botín resultó abundante.
Tanto el ataque contra Cádiz como lo ocurrido en Vigo fue, a ojos de los españoles, un desastre. Pero Felipe V volvió desde Italia a Madrid a tiempo para recibir un informe sobre lo que realmente había ocurrido. Regresó a España a últimos del año 1702 y entró en la capital a finales del mes de enero de 1703.
¿Eso fue todo, entonces? Examinemos la cuestión más de cerca y retrocedamos al mes anterior. A finales de septiembre de 1702, como hemos visto, los buques españoles y franceses llegaron a las costas gallegas y se internaron en la ría de Vigo. No era el lugar más adecuado. Puesto que los barcos no podían dirigirse a Cádiz a causa de la presencia aliada, Velasco consideró que lo mejor sería dirigirse al puerto de Pasajes. Château-Renaud, sin embargo, estaba en desacuerdo; los únicos puertos seguros, en su opinión, eran Brest o La Rochelle, en Francia, o incluso Lisboa. Finalmente optaron por una alternativa que Velasco aceptó: la flota podría ir a Vigo. No permanecieron en la ría, sino que se adentraron hacia el interior, por seguridad, hasta llegar a la altura de Redondela. Frente a la entrada de este puerto los franceses colocaron unas barreras defensivas formadas por troncos y cadenas. También se reforzaron las defensas terrestres, fortificaciones y artillería, a ambos lados de la ría. Normalmente estas defensas se habrían adecuado para proteger a los barcos.
Inmediatamente se dispuso todo lo necesario para poder desembarcar toda la plata; las mercancías de los barcos españoles se habrían dejado en la costa, si no hubiera sido por las protestas de los representantes del consulado de mercaderes de Cádiz. De hecho, cuando finalmente empezó el desembarco, se dieron cuenta de que no había suficientes medios de transporte para acarrear la mercancía, y «estaba suspendido el alijo hasta tener carruajes en que conducir a Lugo lo que se desembarcase[7]».
Se tardó varios días en arreglar estos asuntos, y cuando el desembarco se dio por concluido, había transcurrido un mes. El almirante Sir George Rooke ya regresaba a Inglaterra tras el fracaso de Cádiz. El almirante Sir Cloudesley Shovell había salido de Inglaterra el 4 de octubre con el fin de interceptar la flota en Vigo, e inmediatamene envió mensajes tanto a Shovell como a Rooke. El 22 de octubre la flota anglo-holandesa anclaba en el puerto de Vigo.
En su diario de a bordo, el 23 de octubre, Richard Fitzpatrick, el capitán del buque ingles de guerra Ranelagh escribía:
Anclamos en el puerto de Vigo todo el día de ayer. Descubrimos en el puerto de Redondela diez barcos franceses y diecisiete españoles. Anoche y esta mañana a las diez Sir George Rooke izó su bandera. A las once su excelencia el duque de Ormond desembarcó con los soldados a unas dos millas más allá de la ciudad[8].
El plan de los aliados era hacer que las tropas asaltaran los fuertes situados a ambos lados de la ría en Redondela y, después, atacar con unos cuantos barcos holandeses e ingleses para destruir la barrera de troncos. Un soldado francés que estaba presente, Charles de Hautefort, marqués de Surville, describe así la actuación militar de aquel día:
El duque de Ormond junto con dos mil hombres desembarcó sin hallar resistencia alguna en la zona sur del río. A milord Shannon se le ordenó que se situara a la cabeza de los granaderos y que se dirigiera directamente hacia el fuerte, que defendía la entrada del puerto donde se hallaba la barrera. Mientras esto se llevaba a cabo, ocho mil españoles, dirigidos por el príncipe Brabançon, aparecieron entre el fuerte y las montañas. Ya que eran reclutas sin experiencia ni disciplina huyeron al primer disparo de los granaderos ingleses, quienes se hicieron los dueños de la batería inferior. Tan pronto como los ingleses se hicieron con la batería, los franceses y los españoles se retiraron a un viejo castillo, conocido como la Torre de Piedra, donde se defendieron por algún tiempo. Pero cuando abrieron la verja para iniciar un ataque, los granaderos ingleses y holandeses aprovecharon la oportunidad para precipitarse dentro del castillo y tomarlo al asalto: dentro había trescientos marinos franceses, ciento cincuenta españoles y cuarenta cañones[9].
El episodio siguiente, con el ataque naval, lo describe el capitán Fitzpatrick como sigue:
Alrededor de la una el escuadrón designado para esta acción levó anclas y preparó su rumbo. Como el enemigo había tendido una barrera atravesando la ría desde cada uno de los fuertes situados a cada lado de esta ría, el Barfleur se situó para la acción en batería a estribor, siendo secundado por el Torbay y el Kent que rompieron la barrera con más facilidad de lo que se esperaba, abriéndose fuego desde las fortificaciones a los barcos y viceversa por espacio de una hora, en la que el Torbay fue incendiado por un barco francés, perdiendo el palo mayor y sufriendo grandes daños y pérdidas, de alrededor de setenta hombres. Mientras tanto, los granaderos se habían apoderado del fuerte de estribor[10].
Cuando los barcos aliados consiguieron superar la barrera de troncos y cadenas, y las defensas de tierra cayeron en sus manos, la flota franco-española se dio por perdida. Château Renaud ordenó que se abandonaran los barcos y que se les prendiese fuego. Los aliados superaban en número y en artillería a los pocos buques de guerra franceses, y los buques mercantes españoles estaban totalmente indefensos.
Antes de que los españoles y los franceses pudieran quemar sus barcos, los aliados capturaron a catorce de ellos. Después lograron apoderarse de otros once, pero hubo que hundirlos porque estaban destrozados; y otros veinte más estaban completamente quemados. Por el bando francés y español casi no hubo bajas dado el tipo de enfrentamiento que se produjo; pero cayeron prisioneros cuatrocientos hombres, incluidos los comandantes franceses, el marqués D’Aligre y el marqués de Galisonnière. El prisionero más importante fue don Fernando Chacón, vicealmirante de la flota[11]. Por el lado de los aliados, casi todas las bajas ocurrieron en el Torbay, que perdió un total de 115 hombres como consecuencia del incendio y la explosión que se produjo después. En cuanto al resto de la flota anglo-holandesa, entre muertos y heridos no se contabilizaron más de siete hombres[12]. Esa misma noche el duque de Ormond y sus tropas ocuparon la ciudad de Redondela. Ormond envió un mensaje a Rooke, preguntándole si merecía la pena el esfuerzo de atacar y capturar Vigo, pero Rooke le contestó que no contaba con la cantidad de provisiones y hombres necesarios para llevar a cabo esa operación.
Cuatro días más tarde, el 27 de octubre, Shovell llegó con su flota a la ría de Vigo. A Rooke le correspondió la tarea de arrasar todo lo que se mantenía en pie tras la victoria; derribó las defensas terrestres y amarró a sus naves los barcos capturados. Después partió hacia Inglaterra con Ormond y sus tropas. Llegaron a Portsmouth a mediados de noviembre, para gran regocijo de la multitud que los esperaba.
La codicia jugó un papel importante en el drama que se escenificó en la ría de Vigo. Todo el mundo sabía que incluso los barcos de guerra que estaban en Vigo, tanto franceses como españoles, venían cargados con mercancías de las Indias, de modo que su capacidad defensiva se había mermado enormemente. Aparentemente, para España aquello era un desastre de primera magnitud, y así lo han expresado diferentes historiadores tanto de la época como actuales. El resultado de la confrontación, por lo que al recuento de naves se refiere, se puede establecer con bastante fiabilidad. De los quince barcos de guerra franceses, más dos fragatas y un cañonero, no se salvó ni un solo navío[13]. Los aliados, como se ha señalado más arriba, capturaron varios barcos y algunos los quemaron después de saquearlos. Un navío de la flota franco-española pasó a engrosar la escuadra holandesa y cinco, la británica. Los propios franceses quemaron las naves restantes, como se indicó. Los barcos españoles sufrieron la misma suerte que los franceses[14]. De los tres barcos de guerra y trece galeones de su flota, todos fueron incendiados y saqueados, salvo diez galeones que fueron capturados por el enemigo, cinco por los británicos y cinco por los holandeses.
¿Qué ocurrió entonces con las riquezas que transportaba la flota hispano-francesa?
Todas las flotas procedentes de América solían llevar dos cargas principales. La más valiosa era la de los metales preciosos, oro y plata, y monedas; la mayor parte de esa carga iba a parar a los mercaderes y financieros, y una pequeña parte se destinaba al gobierno español. La carga restante, que obviamente ocupaba el espacio que quedaba en los barcos, estaba formada por productos de América, sobre todo, tabaco, tintes y pieles.
En 1966 publiqué un artículo en una revista de historia de Londres, demostrando más allá de cualquier duda que todo el tesoro de los barcos ya se había descargado antes de los desafortunados acontecimientos de octubre. Muy poca gente llegó a saber de ese artículo, y todo el mundo continuó creyendo en la existencia de ese gran tesoro. Luego, en 1981, recibí una carta de un hombre de negocios británico que vivía en Madrid; me decía que estaba planeando una expedición submarina para recuperar los tesoros de la ría de Vigo. Estaba particularmente interesado en el barco español más grande, el Santo Cristo de Maracaibo, que se había hundido en la bahía. Estaba intentando conseguir el permiso del Gobierno español, y también estaba planeando los costes, que lógicamente tendrían que ser inferiores al tesoro que esperaba encontrar.
Nos encontramos y hablamos del asunto, pero cuando le dije lo que pensaba, que allí no había ningún tesoro, no se desanimó en absoluto. Y de todos modos, la cuestión del tesoro era obviamente muy importante. Por tanto, me pidió que hiciera algunas averiguaciones más al respecto. Su carta decía:
Los puntos concretos en los que estoy interesado son los siguientes: la naturaleza exacta del botín que se encontró en los tres navíos apresados que llegaron a Inglaterra; las declaraciones de los prisioneros en referencia al tipo de carga que dejaron a bordo en la flota cuando comenzó la batalla; el consejo de guerra del capitán John Baker [que perdió el galeón que había capturado por accidente, tras la batalla]; el tipo de armas.
La cuestión de las armas era importante. Si eran de hierro, se podría utilizar un detector de metales para encontrar los barcos; pero si eran de bronce, los detectores de metales serían inútiles. Mi opinión fue que probablemente eran de bronce. Así que una vez más me dirigí a los archivos en busca de material. Los archivos navales sobre la materia nunca se habían examinado, y fue toda una aventura descubrir su contenido. Por aquel entonces los principales archivos del Gobierno británico del período se habían trasladado a un emplazamiento cerca de los Kew Gardens, en Londres, y yo estaba emocionado ante la posibilidad de resolver un gran misterio histórico. Gracias a la documentación naval inglesa pudimos llegar a conclusiones definitivas sobre muchos aspectos del famoso tesoro de Vigo.
A pesar de la arraigada tradición que reivindica que la plata acabó en el fondo de la bahía de Vigo, los documentos confirman absolutamente que no fue así. El diario de a bordo del almirante Sir George Rooke contiene esta categórica afirmación: «Toda la plata, unos tres millones de libras esterlinas, fue sacada y transportada hacia el interior, a una ciudad que distaba unas veinticinco leguas, pero solo cuarenta pequeñas arcas de cochinilla [tinte] fueron llevadas a tierra[15]». Desde luego podemos confiar en la veracidad de esta información sobre lo que hicieron las autoridades españolas.
La información de Rooke, que aseguraba que la plata se llevó a Lugo, la confirma el único historiador coetáneo fiable, fray Nicolás de Belando:
Para asegurar el tesoro, luego se dio la providencia de que se desembarcara la plata, y que para su seguridad se remitiera a la ciudad de Lugo, para cuyo fin se ordenaron 1500 carretas. Se logró que se pusieran en la dicha ciudad de Lugo diez millones [de pesos] pertenecientes al Real Erario. También se logró poner en tierra mucha parte del cargo que los navíos traían de las Indias[16].
Efectivamente, el gobierno español ya estaba en posesión del tesoro americano mucho antes de que se produjera el ataque de los ingleses. Era una cantidad tan importante de oro y plata que cualquiera que fuera el botín que consiguieran los atacantes anglo-holandeses, este sería insignificante a su lado. En todo caso, ni los barcos ni las mercancías pertenecían al gobierno o a la Corona. Es cierto que en Vigo se destruyó mucha mercancía —pimienta, cacao, pieles, cochinilla—, pero nada de esto era propiedad del gobierno. Lo que realmente pertenecía a la Corona era la plata de América, y esta ya había sido descargada de los barcos, bastante antes de que los ingleses y holandeses atacaran, y se hallaba depositada a buen recaudo en el castillo de Segovia.
En febrero de 1703, después de consultar con una junta de teólogos, Felipe V promulgó un decreto exponiendo que, en vista del criminal ataque de los barcos de guerra aliados a la flota, había decidido, a modo de represalia, confiscar toda la plata que había venido en la flota y cuyos destinatarios eran los comerciantes ingleses y holandeses. Además, había decidido tomar prestada una parte del dinero destinado a los comerciantes y el Consulado de Sevilla[17]. En total, consiguió hacerse con casi siete millones de pesos que fueron a parar directamente al erario de la Corona; dicha cantidad representaba más del cincuenta por ciento de la plata que venía en la flota y la mayor suma que un rey había obtenido jamás a lo largo de todos los años de comercio con América. Era un magnífico resultado para un episodio que tenía toda la apariencia de haber sido un desastre[18].
La siguiente tabla ofrece un resumen de la cantidad de plata transportada por la flota y su destino[19]:
Enviado por Nueva España al Gobierno | 509 353 pesos de plata |
Represalias a ingleses y holandeses | 4 000 000 pesos de plata |
«Préstamo» de los comerciantes sevillanos | 2 000 000 pesos de plata |
Depositado en el castillo de Segovia | 2 253 600 pesos de plata |
Coste del transporte de plata a Segovia | 121 244 pesos de plata |
Enviado a los comerciantes sevillanos | 4 270 093 pesos de plata |
TOTAL | 13 154 290 pesos de plata |
Hasta ahora pocos historiadores sabían de esta investigación. Mi artículo se publicó en español en 1997, en el boletín del Instituto de Estudios Vigueses, así que los historiadores de Vigo ya estaban al corriente de la situación. Desde luego, no se habían podido contestar todos los interrogantes. Había siempre un considerable contrabando en los barcos procedentes de América y es muy posible que una buena cantidad del tesoro se hubiera escamoteado y no llegara a descargarse mediante registro. Además de la plata, los españoles también recuperaron una considerable cantidad de mercancías. Pero la mayor parte, sin embargo, cayó en manos de los aliados, o se perdió en las aguas de la ría de Vigo.
¿Con qué tipo de mercancías se hicieron los aliados anglo-holandeses? Echemos un vistazo al caso del capitán John Baker, comandante del barco Monmouth, que se hizo con el control del Santo Cristo de Maracaibo. Durante la refriega, los hombres del Monmouth consiguieron adueñarse de «catorce cañones de bronce», procedentes de los barcos hundidos de la flota francoespañola, así como de algunos objetos más, como «diecisiete fardos de tabaco[20]». Los objetos más importantes, en todo caso, se consiguieron más tarde, cuando el Santo Cristo de Maracaibo comenzó a zozobrar. Cuando el Monmouth partió de la ría de Vigo, el Santo Cristo, que iba remolcado, golpeó con una roca y comenzó a hundirse. Fue por esa razón por la que Baker y sus oficiales fueron sometidos a un consejo de guerra en cuanto llegaron a Inglaterra, en noviembre de 1702. Los veintitrés oficiales del tribunal, en cualquier caso, «acordaron unánimemente que el capitán Baker y sus oficiales hicieron todo lo posible y procuraron salvar la nave, y el tribunal, en consecuencia, absolvió al capitán Baker y a sus oficiales[21]».
¿Qué sucedió cuando el Santo Cristo comenzó a hundirse a la salida de Vigo? Obviamente, los hombres intentaron salvar desesperadamente lo que pudieron del galeón. A continuación se ofrece una lista de algunos de los objetos de plata rescatados por los marinos, tal y como aparece en la declaración oficial que se hizo cuando llegaron a Inglaterra.
Una jarra de plata, de un peso de unas tres libras; una bandeja de plata, de un peso de unas dos libras; una bandeja de plata, de una media libra; dos platos de una libra; once cucharas de unas ocho onzas; seis tenedores de unas cinco onzas; dos cadenas de una libra, más o menos; ocho telas de seda. Un salero de plata, de una libra; una saca de lingotes, de unas seis libras de peso; dos cajas de tabaco de plata; dos pares de botones de oro; varios anillos de plata.
Muy poco más pudo salvarse del barco, que se hundió sin ninguna posibilidad de ser rescatado. A partir de estos detalles podemos concluir que aún quedaba una buena cantidad de plata a bordo de los galeones españoles, y que obviamente una considerable cantidad debió de sumergirse en las aguas, tanto en Redondela como en la zona de Vigo. Pero la mayor parte de los objetos de plata eran decorativos (cadenas) o útiles domésticos (cucharas y tenedores), y de ningún modo constituían un «tesoro». Debió de haber más «sacas de lingotes», pero seguramente nada significativo, o de lo contrario los marinos ingleses no se habrían entretenido acaparando tenedores y cucharas si podían haberse dedicado a coger los fardos de plata, que habrían sido muy fáciles de sacar de la nave, dado que al parecer solo pesaban seis libras. En cualquier caso, casi toda la plata del botín se entregó a los funcionarios gubernamentales en Inglaterra, se fundió y se ordenó que se convirtiera en moneda.
En Londres, el encargado de la fábrica de la Moneda, el famoso Isaac Newton, descubridor de la ley de la gravedad, afirmó en junio de 1703 que el total del metal que se le entregó por aquellas fechas fue de 4500 libras de peso, con un valor total de alrededor de unas 15 000 libras esterlinas[22]. Era una cantidad pequeña. El valor total del botín capturado por los ingleses en Vigo estaba por encima de las 200 000 libras esterlinas, pero más de la mitad de esa suma correspondía al valor de los barcos capturados, así que el valor monetario de los bienes conseguidos era relativamente pequeño. Consideremos algunas cifras para clarificar el problema. La suma total de oro y plata oficialmente capturada por los británicos tenía un valor inferior a las 15 000 libras, pero los cañones conseguidos tenían un valor superior a las 19 000 libras, es decir, que solo las armas valían más que el botín en oro y plata[23].
Veamos otros ejemplos… En noviembre, cuando los servicios aduaneros de Kent examinaron los barcos procedentes de Vigo, encontraron más mercancías que plata. En un barco de guerra inglés, por ejemplo, encontraron veinticinco sacas de cacao, diez barriles de brandy, y 130 barras de hierro. Otro barco tenía tres odres de vino, «de lo que ahora apenas queda nada, habiéndose bebido la tripulación casi todo durante el viaje[24]». Entre otras mercancías que venían en los barcos de guerra había cochinilla, sal, pimienta, clavos, pieles e índigo.
Algunas relaciones poco fiables hablan en ocasiones de considerables cantidades de bienes y metales preciosos que aparecieron en los galeones que se trasladaron a Inglaterra. Por ejemplo:
Se encontraron en un galeón muchos cofres de cierto mineral, de seiscientas libras de peso, que se creía que procedía de una mina de oro. Se encontraron en el mismo navío varios diamantes sin pulir y otras ricas mercaderías que se entregaron en las aduanas donde el valor acumulado se estimó en más de ochocientas mil libras esterlinas. De otro galeón se descargaron una corona de oro engarzada con rubíes, seis cucharas de oro, un crucifijo de oro adornado con ricas piedras preciosas, un gran arcón de plata directamente extraída de la mina y veintidós lingotes de plata con un paso de setecientas libras.
Desgraciadamente, aunque el informe pudiera ser verdad, no hay documentación que atestigüe en absoluto que se sacara de los galeones nada que valiera ochocientas mil libras esterlinas. Ni hay pruebas de la «corona de oro» ni de los otros objetos que se mencionan en este texto.
¿Qué conclusiones podemos extraer de todos estos datos? Estos datos nos dicen que es casi inútil intentar buscar un tesoro en la ría de Vigo. Puede las mareas sacaran a la luz de vez en cuando algunos objetos interesantes, pero sería raro. El informe oficial inglés es absolutamente claro:
Durante el tiempo que la armada estuvo en tierra de Redondela, cerca de Vigo, toda la plata, la cochinilla, la grana silvestre y el bálsamo del Perú que se encontró allí se dividió entre las fuerzas inglesas y holandesas por orden del duque de Ormonde.
La cuestión de Vigo fue uno de los acontecimientos de guerra más extraordinarios de comienzos del siglo XVIII. Pero también dio pie a continuas leyendas sobre la riqueza que tanto británicos como holandeses habían obtenido, así como sobre la riqueza que todavía quedaba en el pueblo de Redondela. Todas las historias eran ficciones salidas de la imaginación popular. Quien verdaderamente triunfó en todo este asunto fue el rey de España, Felipe V, al ganar una inmensa cantidad de plata y perder muy pocos barcos. La mayoría de los barcos que se destruyeron eran privados, pertenecían a comerciantes que hacían el comercio con Cádiz. Los franceses sufrieron pérdidas importantes, y tuvieron que hacer un esfuerzo para sustituir los barcos perdidos. Al final, muy pronto perdieron supremacía en el mar. Los victoriosos en la acción fueron los británicos, quienes ganaron muy poco en cuanto a plata pero revalidaron su superioridad en el mar.