Un brindis

 

 

 

Terminada la cena y ya en los postres, parte de los invitados que se sentaban a la mesa de Beth fueron desalojando poco a poco el gran salón.

— Me ha encantado volver a verte Dorian…

— Me llamo Daniel, Sra. Robinson —agarró la arrugadísima mano que la mujer le tendía y la besó cortésmente—, y el placer ha sido todo suyo.

— ¿Vendrás para la fiesta de fin de año, tesoro? —No dio muestras de haber interpretado bien la coletilla de Daniel— Stuart va a preparar sus famosos mojitos y sé de buena tinta que te encantan, Dorian.

— Si Stuart prepara mojitos entonces me aseguraré de no probar ni uno.

— Sí, pero sin pasarse que luego te emborrachas, pillín —dio un par de cachetadas en sus mofletes—. Y trae a tu guapa novia contigo, que me ha encantado conocerla —miro sonriente a Beth.

— No es mi novia, Sra. Robinson —resopló Daniel sonriendo con dulzura a la mujer—, es una psicópata asesina en serie que se ha colado en la fiesta y está tomándose unas vacaciones en su ajetreada vida de masacres y matanzas…

— Perfecto, perfecto —se arrebujó bajo el abrigo de pieles como si nada—, entonces cuantos más seamos mejor. Que paséis buena noche.

Cuando la anciana mujer se alejó ufana, buscando entre los presentes a su marido, Daniel volvió a tomar asiento al lado de Beth y resopló mientras Beth intentaba aguantar la risa.

— Me encanta esta mujer… —ironizó.

— Jajajajajajaa… —no aguantó las ganas de reír— ¡Eres muy cruel!

— ¿Yo? ¿Cruel?

— Sí.

— Ella sí que es cruel, ¿has visto como me llama? Dorian… ¡Dorian!

— Jajajajajajaa.

— ¿Tengo cara de llamarme Dorian? —se señaló a sí mismo con un dedo.

— No mucha, la verdad.

— Yo soporto que me llame Dorian durante las dos horas que ha durado la cena, sin faltarla ni una vez al respeto, y resulta que el cruel soy yo.

— Jajajajajajaa… —volvió a carcajearse—  Te has burlado de ella, Daniel.

— Es una vieja loca y sorda —recostó la espalda contra la silla aflojándose el nudo de la corbata—. Todos los años ocurre lo mismo.

— Es una persona mayor, no deberías hacerlo.

— El próximo año prometo no burlarme de ella, siempre y cuando estés tú aquí para recordármelo.

Beth se quedó sin palabras. Mirándose en sus brillantes ojos y en su aún más deslumbrante sonrisa, se quedó sin palabras. Había sido una de las mejores noches de su vida, desde que tenía memoria, y lo más sorprendente es que había sido en compañía de Daniel. Simpático, a veces mordaz, divertido, relajado… facetas que hasta el día de hoy habían sido totalmente desconocidas para ella.

Pero ahí estaba. Encantador y mortalmente guapo.

— ¿Tengo algo en la cara? —preguntó con una sutil sonrisa.

— ¿Eh? —estaba tan ensimismada que no escuchó bien la pregunta.

— ¿Que si tengo algo en la cara? —Pasó su lengua por su labio inferior— Restos de tarta o algo…

— No, no. No tienes nada.

— Entonces esa mirada… —alzó una ceja con aire seductor.

— Esa mirada, nada —se obligó a apartar los ojos hacia su vacía taza de té— Solo estaba…

— Estabas qué… ¿mirando algo?

— Nada en concreto —sacudió la cabeza para restarle importancia al asunto.

— Va, termina la frase —le dio un suave empujoncito con el codo—. No vas a encontrarme muchas  veces tan de buen humor como estoy hoy.

— Es que… —se mordió el labio pensando la manera adecuada de decir lo que pensaba— es por eso por lo que te miraba —Daniel mantuvo silencio esperando que ella continuara—. Intentaba averiguar a qué es debido ese cambio de actitud tan radical que has tenido para conmigo.

— ¿Sorprendida? —preguntó divertido.

— Mucho, la verdad —reconoció—. Verte así de relajado y sociable es muy nuevo para mí.

— Como te dije antes en el bar, las circunstancias han cambiado, Beth —le echó una mirada muy significativa—. Ya no soy tu terapeuta.

— No, ya no lo eres.

— Y eso me hace ver las cosas desde una perspectiva que antes no era viable.

— Bonita manera de decirme lo feliz que te hace el haberte librado de mí —fingió hacerse la ofendida—.  ¡Serás malvado!

— Enfádate todo lo que quieras —sonrió arrancándole una sonrisa a ella—  pero has hecho muy buenos progresos y antes de que te des cuenta estarás fuera de aquí, rehaciendo tu vida.

— ¿En serio piensas que pronto estaré preparada para salir de nuevo al mundo? —sabía que tenía que estar contenta por ello, pero no le llegó la alegría a los ojos.

— Completamente convencido —sentenció orgulloso por su participación en el milagro—, pero aún tienes una asignatura pendiente jovencita…

— ¿Jovencita? —Abrió los ojos asombrada—  ¿¡Cómo que jovencita!? Que sólo me sacas 4 años, ¡carcamal!

Para enfatizar el insulto quiso pegarle un suave manotazo en el hombro, pero él se apartó ágilmente y agarró su mano evitando que volviera a lanzarla contra él. Ella, entre risas, intentó zafarse pero él se lo impidió apretando sus dedos con más fuerza. Cuando la broma pasó y fueron conscientes de que sus pieles estaban en contacto, las risas se tornaron en simples sonrisas, pero no se soltaron.

Ambos tenían los ojos fijos en sus manos unidas.

No había nada que estuviera mal, no había incomodidad, no había tensión. De hecho, la sensación que a los dos les recorría el cuerpo, era pura tranquilidad. Sus pieles se reconocían.

Lejos de querer romper el contacto, Beth le miró a los ojos. Sólo necesitó un segundo para captar el no rechazo por su parte, y dejó que sus dedos se entrelazaran con los de él, en un gesto más cargado de complicidad que de sexualidad.

— Así que tengo una asignatura pendiente…

— Sí, la tienes —dijo con rotundidad pero sonriendo— y no te daré de alta hasta que la pases con nota.

— ¿Y es…?

Esperó la respuesta, pero Daniel mantuvo unos segundos el silencio. Tenía los ojos fijos de nuevo en sus manos. Le oyó tragar mientras su dedo pulgar se deslizaba suavemente por la piel de su mano. Finalmente habló.

— No has vuelto a dar clases de natación.

— Cierto —reconoció.

— ¿Por qué? —preguntó con una sonrisa muy curiosa.

— Jackson me ofreció dármelas él, y por unos días lo intenté, pero al final preferí no continuar —se encogió de hombros.

— Es muy buen profesor, habrías avanzado mucho con su ayuda.

— Lo sé pero no quise.

— ¿Por qué, Beth? —La miró intensamente—  ¿No habrá vuelto ese miedo al agua, verdad?

— No es eso —tuvo que apartar la mirada.

— ¿Entonces? —Zarandeó su mano haciendo que volviera a mirarle— Vamos, que sé que no eres tan tímida.

— Está bien —resopló fugazmente—.  ¿Quieres una respuesta sincera o políticamente correcta?

— Sincera, por favor.

— De acuerdo. Pues no he vuelto a dar esas clases porque no creo que Jackson sea la persona indicada para dármelas.

— ¿No confías en él? —preguntó frunciendo un poco el ceño.

— Claro que confío, y será todo lo buen terapeuta que quieras, pero no para meterme en una piscina con él.

— Es bueno, Beth. Mucho más de lo que crees.

— No lo dudo, pero es lo que hay —volvió a encogerse de hombros con simplicidad.

— No estás siendo nada clara… —veía en sus ojos que había algo más que esa absurda razón.

— Me has pedido sinceridad, no claridad. Si quieres que sea más directa lo seré, pero puede que lo que escuches no te guste.

— Eso lo decidiré yo. Así que dame claridad en tu respuesta. ¿Por qué, Beth?

La piel en contacto con su mano empezaba a calentarse sin que ella pudiera evitarlo. Sabía que no podía decirle claramente lo que le pasaba por la cabeza, pero buscar las palabras adecuadas para expresarse eficazmente, sin resultar demasiado brusca, se estaba convirtiendo en una de sus especialidades.

— Porque fuiste tú quien hizo que perdiera ese miedo y no quiero darlas con nadie que no seas tú. Si vuelvo a esa piscina solo lo haré contigo.

— Eso no puede ser, recuerda que ya no soy tu terapeuta —suspiró.

— Podrías volver a serlo —apretó levemente sus dedos.

— No.

— ¿Por qué no? Tú mismo has dicho que las circunstancias han cambiado.

— Exacto. Las circunstancias han cambiado, pero volver a tratarte sería dar un paso atrás en mis…

— ¿En tus qué?

— Nada. No puede ser y no hay más que contar.

— Me pides que sea sincera y directa, pero tú sigues sin serlo conmigo.

— Estamos en posiciones diferentes, no es tan sencillo.

— A mi entender no estamos en posiciones, si no en mundos diferentes, Daniel. Eso hace ya mucho tiempo que me quedó claro —tragó con fuerza evitando que notara lo que ese hecho le dolía, así que sonrió y siguió hablando—, pero eso no quita para que me des el alta si crees que estoy preparada y ya buscaré quien me de las clases fuera del centro.

Cambió de tema para aligerar el ambiente, que se había vuelto demasiado pesado para su gusto. No quería reprocharle nada, ni echarle en cara que la había dejado tirada a media recuperación. Se lo estaba pasando genial esa noche y no tenía intención de dejar de hacerlo.

— Yo no he dicho que estés preparada listilla —levantó la barbilla de manera altiva, e interiormente un poco dolido, porque ella fuera a buscarse otro profesor de natación—. Cuando lo crea conveniente, volarás. Pero hasta que ese día llegue…

— Ya, ya… Me aguanto y me quedo en tierra, ¿no?

— Exacto, en tierra y con los pies bien plantados en ella —Beth se carcajeó y él miró a su alrededor viendo que se habían quedado casi solos—. Y ahora si te parece bien, ¿qué tal si vamos a por un par de copas? Tanta charla me ha dejado la boca seca.

— Me parece una magnífica idea —se levantó de la silla a la vez que él.

Una vez estuvieron los dos de pie, miraron un segundo sus manos unidas antes de soltarlas. Se separaron y Daniel carraspeó disimuladamente sintiendo la falta de su contacto. Se colocó de nuevo la chaqueta, que descansaba sobre el respaldo de la silla mientras Beth recogía su bolso y se colgaba en el brazo el foulard que había llevado para cubrir sus hombros.

Salieron del salón y se encaminaron juntos comentando anécdotas de la cena, hasta la barra del bar donde una más que achispada Sandy reía a carcajadas con algún comentario que le había hecho un más que sonriente Kellan. La música era bastante alta y retumbaba en la estancia haciendo que fuera imposible no moverse al ritmo que marcaba.

— ¡Ya era hora! —Vociferó Sandy en cuanto vio a la pareja acercarse—  ¿Se puede saber dónde os habíais metido?

— Nos quedamos charlando y ni cuenta nos dimos de que ya habíais salido a calentar motores —Daniel dio una palmada en el hombro de Kellan—. Voy a por unas copas. ¿Sigues con ron, Beth?

— Sí, por favor —se quedó mirando cómo iba hacia un hueco que había a un lado de la barra para pedir las bebidas—.  ¿Y bien? —Preguntó dejando un beso en la mejilla de Sandy—  ¿Cuántas copas de ventaja me llevas?

— Solo he tomado dos… ¡hip! —se tapó la boca después de hipar y sonrió pícaramente a Kellan— Pero don perfecto lleva ya tres.

— Aun estás a tiempo de pillarnos, Beth —Kellan la guiñó un ojo cómplice— . ¿Qué tal ha ido esa cena?

— La verdad es que ha sido estupenda —miró la espalda de Daniel—, aunque el truquito del cambio de sitios me lo vais a pagar, listillos. Vaya encerrona…

— No se te ve muy afectada por ello —ironizó Sandy batiendo sus largas pestañas—.  ¿Es que no lo has pasado bien?

— Tú y yo ya hablaremos de esto, señorita —disimuló viendo que Daniel regresaba con las copas—. Me debes una y bien gorda.

— En todo caso te la deberé yo —sentenció Kellan levantando su copa—. Fue culpa mía.

— ¿Qué fue culpa tuya? —preguntó Daniel llegando al grupo y dejando la bebida en manos de Beth.

— Nada, nada… —Beth llevó el vaso a sus labios y dio un largo trago— Mmmm joder, esto está buenísimo, ¿es el mismo ron de antes?

— Sí, pero les he pedido el limón exprimido en vez de en rodaja —le guiñó un ojo—. Eso aumenta su sabor y hace que no te estorbe la fruta mientras bebes.

— Ah… —le sorprendió la iniciativa que había tenido—, pues gracias, estás muy bueno.

— Oh, gracias —sonrió pícaramente—. Tú tampoco estás nada mal.

— Quería decir que “el ron” está muy bueno —notó sus mejillas encenderse de repente.

— Seguro —bebió de su whisky sin apartar la mirada de los ruborizados ojos de ella.

— Bueno, pareja… nosotros os dejamos que vamos a pegarnos un bailecito —Kellan se levantó del taburete cediéndole su sitio a Daniel—. A ver si consigo arrimarme algo a esta pedazo de mujer, que lleva toda la noche dándome largas.

— Porque pareces un condenado pulpo —Sandy también cedió su asiento a Beth bufando algo exasperada—. Me va a costar horrores mantener esas manos lejos, pero me muero por bailar.

— Que os divirtáis —les deseó Daniel.

Ambos sonrieron a la pareja mientras se alejaban. Después de perderlos de vista, volvieron  a mirarse a la vez que la sonrisa se les suavizaba. Beth aún intentaba encajar que estuviera tan a gusto y relajada en compañía de Daniel, la sensación no la abandonaba ni un segundo. Pero sabía que no debía hacerse ilusiones.

— ¿Entonces he acertado? —apoyó un codo en la barra y se inclinó hacia ella. Beth le miró con aire interrogante— El ron…

— Ah, sí, sí. Está mucho mejor así —dio otro trago a la sabrosa bebida—. La verdad es que nunca se me hubiera ocurrido pedirlo de esta manera.

— Me alegro que te guste —le guiñó un ojo a la vez que elevaba su copa—.  ¿Brindamos?

— Claro —alzó su vaso a su vez y pensó un motivo para el brindis— Por la Sra. Robertson. Para que el año que viene deje de llamarte Dorian y a mí deje de confundirme con tu novia.

— ¡Jajajajajajaa...! muy bueno —tuvo que reconocerle la ironía—, pero puedo mejorarlo.

— A ver, sorpréndeme —ambos mantuvieron sus copas unidas.

— Porque a la Sra. Robertson dios le conserve intacta esa intuición, mucho más de lo que le ha conservado el oído.

— ¿Qué tipo de brindis es ese? —preguntó Beth algo perpleja. No lo había pillado.

— Cuando lleve un par de copas más encima te lo explicaré.

Flor de agua
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