La primera vez

 

 

 

Volvía a dejarse las rodillas rojas de tanto agacharse a vomitar nada. El fin de semana había transcurrido lento y con diferentes estados de ánimo embotando su mente. Ilusionada por haberle podido besar, eufórica cuando recordaba a qué sabían sus labios, contrariada porque le hubiera apartado tan pronto, molesta por la jodida profesionalidad de la que hacía gala y finalmente nerviosa por tener que volver a verle, y aterrorizada por tener que dejarse tocar por él… en una piscina.

— ¿Sigues con los nervios agarrados al estómago? —Sarah asomó la cabeza en el cuarto de baño— ya deberías saber que primero se debe meter algo dentro para poder vomitarlo…

— Creo que tengo fiebre… —Sarah la tocó la frente y negó con la cabeza— me duele el estómago… —Sarah contempló escéptica la reluciente superficie del retrete y volvió a negar— debo de estar incubando algún tipo de virus…

— Lo que estás incubando es un miedo del tamaño de un campo de fútbol —abrió los brazos para asemejar el tamaño—. No te pasa nada Beth, tienes miedo a la sesión en la piscina y tu cuerpo se rebela contra ti, pero no te pasa nada real. Tú misma te estás sugestionando.

Tiró de la cadena y se levantó cerrando compulsivamente el albornoz que la cubría. Resopló intentando tranquilizarse.

— Habló la psicóloga —la mirada era dañina— ¿Te he dicho que eres única para dar ánimos?

— Varias veces, sí —se cargó la mochila al hombro—  ¿Vamos?

— Ve tú, yo necesito… necesito…

— Nada…—la agarró del brazo y tiró de ella— no necesitas nada. Afronta de una vez tus miedos, joder.

— Eh, eh… —se deshizo bruscamente de su mano— ¿Qué coño crees que haces? —La miró con desprecio— no te creas mi madre porque compartamos habitación, Sarah. Iré cuando quiera ir, no cuando tú me lo digas, ¿está claro?

— Con lo bien que has estado todo el fin de semana y llega el lunes y al carajo con todo, ¿no? —Dijo dolida por la brusquedad con que soltó las palabras— no hay quien te entienda.

— No necesito que tú me entiendas, así que… —se giró dándole la espalda— adiós, Sarah.

Salió del cuarto dando un portazo. Beth volvió a plantearse seriamente pedirle a Sandy que la cambiara de compañera de habitación, cada día la soportaba menos. Se preguntó por qué demonios todo el mundo se empeñaba en tratarla como si fuera una niña de cinco años. Haz esto Beth, no te enfades Beth, tranquila Beth… estaba empezando a cansarse de esa panda de pijas estiradas que la querían adoptar como su buena obra del día.

Se puso ante el espejo y abrió con vergüenza el albornoz que tapaba su cuerpo. Observó el bikini color malva que cubría a duras penas sus partes más femeninas y volvió a cerrarlo mientras bufaba impotente. Nunca había sido particularmente recatada con respecto a su cuerpo, muchas veces había mantenido relaciones sexuales con hombres a los que apenas conocía de unas horas y no había tenido pudor en mostrar su desnudez, pero ésto era completamente diferente. Él era diferente y lo que provocaba en su organismo simplemente con una mirada o con un roce no lo había experimentado nunca con nadie.

Dejó su habitación, y toalla al hombro se encaminó hacia la piscina. Tenía que encontrar la manera de actuar con normalidad, de no dejarse intimidar, de permanecer serena e impertérrita. ¿Pero cómo hacerlo sin que el miedo y los nervios le jugaran una mala pasada? Iba a meterse en una piscina, con él, con poca ropa, solos, tocándose…  Misión imposible.

Cuando traspasó la puerta de la piscina quedó momentáneamente decepcionada. No iban a estar solos, otros terapeutas también estaban allí con sus chicas. Por lo visto el agua en las terapias era más frecuente de lo que en un principio pensó, y después de pensarlo un segundo dejó de lado la decepción inicial y respiró aliviada sabiéndose rodeada por más gente. Así sería más fácil no sentirse intimidada por la cercanía de Daniel.

— Llegas tarde —Daniel estaba sentado en el bordillo con los pies dentro del agua. Sólo una bermuda cubría su cuerpo.

— Si tuvierais relojes en los que mirar la hora, no llegaría tarde —dejó la toalla en un banco e intentó calmar los sudores fríos que empezaron a recorrerla en cuanto vio el agua—. Esto es una tortura, Daniel. No me hagas pasar por esto…

— Vamos tipa dura, no me digas que tienes miedo… —se levantó y caminó unos pasos hacia su dirección— verás cómo no es tan malo, hasta puede que te guste…

Joder si le gustaba. Por lo visto el doctor ya se había dado un baño previo, las gotitas que se deslizaban por su pecho y su estómago y las que caían de su pelo a cada paso que daba, hicieron que la mente de Beth volviera a imaginar cosas que no debía. ¿Eso era carne y hueso o una escultura griega? Cuando la sonrisa de él apareció Beth se maldijo cerrando los ojos con fuerza.

— Vamos con retraso y no tenemos todo el día —le indicó la piscina con un leve movimiento de cabeza— empezaremos en la parte que no cubre para que puedas ir acostumbrándote ¿de acuerdo?

— Me parece bien, perfecto, de acuerdo… —retorció nerviosa el cinturón de su albornoz— mejor que no cubra así no tendrás que ir a buscarme demasiado hondo…

— ¿Vamos? —Le ofreció su mano y ella asintió nerviosa sin moverse—  ¿Vas a bañarte con el albornoz? —ella apretó más el cinturón tragando con fuerza. Negó angustiada— pues venga, quítatelo. Cuanto más tardemos en empezar más tarde terminaremos.

— Vale… voy —lanzó un suspiro resignado y abrió el albornoz dejándolo caer a sus pies.

Esperó alguna reacción por su parte, pero nada en su expresión cambió. Se limitó a volver a ofrecer su mano con la misma sonrisa y esperar a que ella avanzara.

Le dio la mano y se dejó llevar por él. Fueron a la zona donde los escalones descendían poco a poco hasta la zona menos profunda y donde él le había dicho que haría pie. No fue consciente de la fuerza con la que sujetaba su mano hasta que él hizo amago de soltarla.

— Tranquila, no cubre, ¿ves? —Señaló a otros terapeutas que había en la misma zona— iré delante para que veas donde acaban los escalones.

— No… —afianzó los dedos en torno a su mano— no bajaré sola, si me sueltas me salgo.

— No estaré lejos, sólo a unos pasos —le señaló la zona donde la esperaría— en cinco segundos llegarás a mí, no habrá peligro.

— No, espera —intentó no soltarse pero él la obligó— joder, no me dejes aquí…

No le dio tiempo a quejarse más. Bajo rápidamente los escalones y se posicionó a un lado. La contempló allí sola, en el borde, temblorosa y asustada, nerviosa y… bonita. Porque una vez que la había mirado con esos otros ojos, ya no podía obviar que era bonita. La realidad era esa y aunque procuró no pensar en ello, le fue imposible no hacerlo viéndola allí de pie, mirándole con ojos suplicantes.

— ¿Voy a tener que salir a por ti? —Ella abrió desmesuradamente los ojos— entonces baja de una vez, vamos.

— Joder… —él frunció el ceño— paciencia ¿vale? No es fácil…

— Es muy fácil, eres tú la que lo hace difícil.

— Voy, voy… —pero no se movió. Cansado de esperar él dio un paso al frente—  ¡Joder, que ya voy!

Metió los pies en el primer escalón e inspiró el aire inflando su pecho al comprobar la temperatura del agua. Las manos le temblaban compulsivamente. Soltó el aire y le miró. Él le hizo un gesto para que continuara, ella se agobió más. Volvió a coger aire y descendió otro escalón.

— A este paso cuando llegues abajo habrá acabado la hora —se impacientó— vamos, más rápido. Piensa que es como una bañera grande. Te habrás dado un baño alguna vez, ¿no?

— Sí… —descendió entre jadeos otro escalón— joder… —el agua ya le llegaba a medio muslo.

— Extiende la mano —él también lo hizo y las puntas de sus dedos se rozaron—, ¿ves?, ya casi estás.

Ella dudó si continuar, por lo que a él no le quedó más remedio que agarrarla de la muñeca e impedir la huida que veía fraguarse en sus ojos. Tiró de ella haciéndole descender el último escalón.

Ella, al notar el nivel del agua subir de pronto hasta su cintura soltó un grito a la vez que se abalanzaba sobre él para colgarse desesperada a su cuello.

— Oh… oh… oh…  —el aire no le entraba en los pulmones mientras intentaba trepar por él— no puedo, no puedo…

— Ya estás dentro Beth, tranquila —la miró divertido sujetándole de la cintura— pon los pies en el suelo.

— No, no… ni de coña —tenía las piernas encogidas y pegadas a sus caderas. Lo había pensado, pero desechó la idea de rodearle con ellas— no puedo, espera, dame tiempo…

— No tocas el fondo porque estás encogida, si estiras las piernas lo notarás rápido —intentó soltar sus manos, pero ella cerró más fuerte el abrazo—. No te cubrirá más, lo prometo.

— Espera… —intentó controlar los nervios.

— Tranquila… mírame —afianzó una mano en su espalda cuando ella le miró— te tengo sujeta. No te va a pasar nada —bajó despacio la otra mano hasta sus piernas sin dejar de mirarla— estíralas… —las presionó y ella se dejó hacer— así, despacio…

Su tono de voz era tan suave y tranquilo que se dejó hipnotizar por él. Mirándole a los ojos empezó a ser consciente de que estaba pegada a su cuerpo como una lapa. Notaba la dureza de su estómago contra su costado, su mano abarcando casi toda su espalda, su pecho presionado a la fuerza contra el de ella. Y estaba tibio, la temperatura de su piel se encendió al saberla tan cerca de la suya. El corazón se le aceleró y empezó a temblar.

— No te asustes, no corres peligro —si supiera por qué temblaba en realidad…— ¿notas el suelo?

— Sí… —y era cierto, perdida en sus pensamientos no fue consciente de que ya tenía los pies en él— hago pié, si… estoy haciendo pié…

— Vale ahora toca soltar los brazos —ella hizo un mohín que le hizo gracia. Sonrió— me tienes completamente engañado, yo te hacía por una chica dura y mira lo que me encuentro.

— Dame ahora unos guantes de boxeo y los prefiero mil veces a ésto —sonrió contagiada por su sonrisa— en el fondo te gusta torturarme —miró sus labios— eres muy cruel…

— No más que tú… —dijo enigmáticamente. Ella le miró con intensidad— Beth, confía en mí ¿vale? —Subió las manos por sus brazos para llegar a las suyas— no voy a dejar que te pase nada… —la distrajo parpadeando varias veces— estoy aquí y no voy a dejarte —ella aflojó el agarre al escuchar como lo susurraba— no voy a ninguna parte… estoy aquí…

Consiguió que ella se relajara, por lo menos aparentemente, pues la visión de cómo ella se mordía los labios y como le miraba la boca, le hizo descubrir una manera de domar esos arranques de miedo que le daban, aunque tuvieran que ser sustituidos por otro tipo de sentimientos, a fuerza de sonrisas y juegos de seducción.

Eso sabría controlarlo, sabría cuándo parar, para no rebasar la línea donde el coqueteo pasaba a convertirse en atracción física real. Y confiaba en que después de la conversación mantenida en el coche, también ella pudiera ser lo suficientemente consciente de saber cuándo el juego dejaba de serlo. Pero esos ojos…

— Beth… —posó las manos en sus caderas— ¿Estás bien?

— Sí —sus manos se apoyaban en los brazos de él— creo que sí…

— Vale —la separó un poco dejando que entrara agua entre sus cuerpos. Ella se alarmó, pero le dejó hacer— camina conmigo —dejó sus caderas para cogerle de las manos y tirar de ella— así, ¿ves? No pasa nada —avanzó más rápido y ella le siguió sin soltarse— lo estás haciendo genial… —otra sonrisa de él y otro latigazo en el estómago de ella. Siguió guiándola— muy bien… respira tranquila…

— Te estás alejando hacia lo profundo —frenó un poco y sonrió— por muchas sonrisas seductoras que me eches no conseguirás distraerme del todo… el agua me sube ya por el ombligo.

— No tentaré a mi suerte —concedió quedarse en ese punto— lo estás haciendo muy bien —ella agradeció la observación— ahora…

— ¿Ahora qué? —preguntó cauta.

— Ahora… —se acercó un poco y entornó los ojos— voy a hacer que flotes…

— Me encantará ver como lo consigues —no reculó cuando notó que la piel de sus estómagos se rozaba— yo no floto con cualquiera…

— Conmigo lo harás… —paso una mano por su nuca y otra por su espalda— y te aseguro que te va a encantar… —se inclinó sobre ella.

— No lo dudo… —miró sus labios entreabiertos— seguro que me dejarás impresionada…

— Déjate hacer… —susurró en su oído.

Tuvo que cerrar los ojos ante el sonido de su voz. Notaba sus manos sosteniéndola con fuerza, relajó los músculos y dejó que su mente volara a sus anchas por las sensaciones que su cuerpo le estaba transmitiendo. Sus brazos la rodeaban, su boca le regalaba palabras de tranquilidad, su piel le infundía calor. Estaba en la gloria, y se dejó hacer sin ser consciente del grado de relajación que estaba adoptando su cuerpo.

La inclinó con suavidad, se colocó a la altura de su cintura sin dejar que ella notara el leve movimiento de desplazamiento. Pasó la mano de su nuca a la parte alta de su espalda y la de su cintura descendió en una caricia hasta la parte trasera de sus muslos y comenzó a elevar lentamente sus piernas, como si la acunara en sus brazos.

— Ahh… —jadeó cuando unos de sus pies perdió el contacto con el suelo.

— Shh…  tranquila —volvió a susurrar en su oído— t  r  a  n  q  u  i  l  a… —arrastró seductor el susurro— respira… —esperó a que se calmara para continuar el movimiento— así… despacio… respira…

El sonido de su calmada voz era como un relajante natural, mezcló sin ningún reparo esos susurros con el recuerdo de su beso. La suavidad con la que recorrió sus labios cuando intentó hacerle perder su aguante, camufló el hecho de que su otro pie dejaba de tocar el suelo. La firmeza que encontró en ellos cuando respondió al beso regalado, se igualó a la firmeza que notaba en sus manos ahora. El brillo que vio en sus ojos cuando se separaron, aunque apenas durara un segundo, fue suficiente para hacer que su mente ahora consiguiera perderse en un mar verde y cristalino que traía recuerdos borrosos a su mente. Una camilla… y un beso…

— Muy bien, cielo… —volvió a poner la mano en su nuca— ahora estírate un poco, despacio… —ella estiró las piernas elevando las caderas— así… respira, despacio…

Era más un jadeo que una respiración pero le sirvió. Estaba flotando. La horizontalidad de su cuerpo se mantuvo cuando terminó de colocarla como él quería. Pequeñas ondas de agua se estrellaban contra los contornos de su cuerpo como si de olas en una playa se trataran. Vio su pecho subir y bajar acompasadamente, su estómago subía y bajaba también con cada respiración haciéndole imposible no contemplarla.

Tan tranquila, tan calmada, tan… bonita.

Flor de agua
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