Un despiste lo tiene cualquiera

 

 

 

Sandy miraba la taza que tenía delante, con su acostumbrado y oloroso chocolate, como si fueran a aparecer flotando las respuestas que estaba necesitando. Muchas cosas habían pasado durante su ausencia y aún no conseguía tener claro qué había cambiado, pero sabía que algo se estaba cociendo.

¿Le estaba empezando a fallar su radar a causa de su relación con Kellan? ¿Estaba siendo menos perceptiva? ¿O sólo estaba más despistada de lo normal? Demonios, tenía que centrarse de una vez pues sabía que la benevolencia de Daniel tarde o temprano terminaría, y no quería que la pillara con el culo al aire.

Kellan sonrió divertido viendo como su chica lanzaba otro suspiro y volvía a remover con desgana su taza de chocolate.

— Dime que esa cara que tienes hoy no es por culpa mía —Kellan hizo un puchero esperando que Sandy alegrara la expresión—. No sé qué he hecho, pero si he hecho algo te aseguro que no volveré a hacerlo.

— No has hecho nada malo, tonto —su sonrisa le animó un poco. Acarició su mano para tranquilizarle.

— Uhmmm, pues si ha sido algo bueno y quieres que lo repita —entrelazó sus dedos y la guiñó un ojo con picardía—, sólo tienes que pedirlo.

— Creo que tener vacaciones no me ha sentado muy bien —volvió a suspirar.

— ¿¡Por qué dices eso!? —Abrió los ojos con desmesura—. ¿Tan mal te lo has pasado conmigo?

— No es por eso, tesoro —palmeó su mano una vez más—. Sabes que han sido las mejores vacaciones de mi vida —él suspiró aliviado—, pero hace ya casi dos semanas que hemos regresado y sigo sin centrarme del todo.

— ¿Ha ocurrido algo? —preguntó de pronto interesado.

— Sí, bueno… no. ¡No lo sé! —Bufó un poco molesta—.  ¿Ves lo que te digo? Sé que algo ha pasado pero no logro saber qué es. Daniel está más raro que un perro verde, Rachel anda medio enfadada y no sé por qué. Beth tan pronto está supercontenta como que parece que acaba de salir de los infiernos. Y luego está lo de… bueno, lo que pasó ayer.

— Ven aquí, tontita —abrió sus brazos y dejó que ella se refugiara en su pecho—. No tienes que preocuparte por lo que hacen todos y cada uno de los habitantes de esta jaula de grillos.

— Es mi trabajo Kellan, Daniel me necesita —explicó—. ¿Qué pasa si viene y me pregunta por Beth? ¿Qué voy a decirle, que no tengo ni la más mínima idea de lo que le pasa?

— No creo que Daniel vaya a preguntarte mucho por Beth en este momento —resopló cansino.

— ¿Y eso por qué? —La seguridad con la que Kellan lo había dicho la llenó de intriga—. ¿Sabes acaso tú algo que yo desconozco? ¿Te ha dicho algo él?

— No, claro que no… —se maldijo por ser tan bocazas. Se decantó por lo obvio para que no preguntara demasiado— Pasan casi todo el día juntos, cielo. Terapia por la mañana, clases en la piscina por las tardes. No creo que vayas a proporcionarle más información de la que ya tiene de primera mano.

— Aun así está raro —no quedó muy convencida.

— Necesita unas vacaciones, eso es todo.

— ¿Y ella? ¿Cómo es que de pronto se ha convertido en la interna modelo? Ni se queja, ni discute, sonríe mucho, conversa con todos… ¡hasta empieza a vestir bien!

— ¿Y eso te parece raro? ¿Pero qué te has creído que es nuestro trabajo? —Le miró haciéndose el ofendido—. Debería alegrarte que estemos consiguiendo encauzarla, cuando en ningún otro centro lo habían conseguido antes.

— Fanfarrón —le dio un flojo codazo en las costillas—, ni siquiera es paciente tuya, así que no te tires flores…

— Somos buenos, Sandy. Los mejores del país, me atrevería a decir —le alzó la barbilla para poder mirarla a los ojos—. Y no me refiero sólo a nosotros como terapeutas, si no a todo el personal del centro. Y gran parte del mérito de la increíble recuperación de Beth, es más tuyo que de ningún otro.

— ¿Me estás haciendo la pelota, Kellan? —quiso sonar irónica, pero el halago la llegó al alma.

— No, sólo digo lo que veo —apartó un rizo de su cara con dulzura y con el mismo dedo acarició su mejilla con delicadeza—. Haces tanto bien a las personas que te rodean que es imposible conocerte y no querer tenerte cerca todo el tiempo.

— Ay, por Dios… —tuvo que contener las lágrimas en igual medida que las ganas de tirarse sobre él y violarle encima de la mesa del comedor—. ¡Pero tú de dónde demonios has salido!

— ¿¡Qué he dicho ahora!? —se quejó pensando que ya había metido la pata diciendo algo inconveniente.

— Me has dicho… —tragó con dificultad, no quería que la viera llorar—… la cosa más bonita que he oído en siglos, joder.

— Pues yo lo más bonito del mundo… lo escucho todas las mañanas cuando despiertas y me das los buenos días.

— ¡Pero bueno! —Definitivamente, amaba con locura a ese hombre—  ¿¡Quieres parar ya, joder!?

— ¿¡Parar de qué!? —alzó las manos con inocencia— Si no estoy haciendo nada…

— Puede que tus manos no estén haciendo nada, pero tu lengua… —pensó un instante e impulsada como un resorte se levantó de la silla y le enganchó de la pechera arrastrándole con ella—. Tu lengua y yo vamos a tener unas palabritas…

— ¡Oh! ¿Vas a aprovecharte de mí? —Preguntó juguetonamente— Mira que yo no soy de esos que…

— Kellan. Arriba —le señaló la salida del comedor.

— ¡Vas a aprovecharte de mí! —exclamó fingiendo escandalizarse.

— Tira para arriba —luchó por aguantar la risa—  ¡Ahora!

— Sí, señorita…

 

… . …

 

Beth dejó de prestar atención a la revista que leía tumbada en su cama al sentir los ojos de Sarah clavados en ella más tiempo del que acostumbraba a hacerlo.

— ¿Qué estás mirando? —preguntó intentando no parecer molesta.

— Nada —dió por toda respuesta.

— Pues podías no mirar “nada” en otra parte —volvió a retomar el reportaje que estaba leyendo—, es bastante molesto, ¿sabes?

— Perdona.

La muchacha apartó la mirada y se recolocó entre las almohadas mientras fingía repasar los apuntes que había tomado en su taller de cocina. Pero a los dos minutos volvía a escudriñar la cara de su compañera de habitación.

— Sarah… —suspiró con calma.

— Dime.

— ¿Tengo algo en el pelo? —ladeó la cara para mirarle de nuevo.

— No —contestó extrañada.

— ¿Quizá algún resto de chocolate en la comisura de mi boca?

— No — ¿A qué venían esas preguntas?

— ¿Tengo la palabra “Mírame” escrita en un papel pegado a mi chepa y no me he dado cuenta?

— No…  —vale, estaba siendo irónica.

— Pues dime de una vez por qué me estás mirando tan insistentemente, joder.

— Es que… —se mordió el labio buscando la forma correcta de hacer su pregunta—  No quiero que entres en cólera, ¿vale?

— Va, suéltalo ya —dejó la revista y se sentó para prestarle atención— dí lo que tengas que decir.

— Justin va a venir a hacerme una visita este fin de semana.

— Vale, me toca dormir en la sala de audiovisuales, no hay problema —lo asumió tranquilamente pero la cara de cautela de Sarah seguía sin cambiar—.  ¿Eso es todo o… hay algo más?

— Bueno, la cosa es que… —volvió a rebuscar las palabras adecuadas— El caso es que…

— Arranca de una vez, por Dios —bufó impaciente— que no muerdo, va. Suéltalo.

— En realidad es una tontería, porque con bajar y comprar más se soluciona todo —empezó a balbucear visiblemente nerviosa—. No es que los tenga contados ni lleve la cuenta de los que me quedan…

— Sarah… —no encontraba sentido a sus palabras.

—… pero como noté que faltaban y juraría que había dejado unos cuantos aquí pues no me molesté en comprar más y…

— Sarah, de qué hablas… —cada segundo estaba más confusa.

—… pero ya te digo que bajo ahora mismo al dispensario y… Olvídalo, no tenía que haberte dicho nada —esperaba su arranque de furia en cualquier momento—. De verdad que seguro que es cosa mía. Olvida lo que te he dicho ¿vale? Tú solo… olvídalo.

— Pero, ¿qué te falta? —preguntó aún perpleja por la verborrea de su compañera.

— Que no es importante, en serio.

— ¡¡Habla, joder!! —sacudió la cabeza para intentar deshacerse del lio mental.

— Está bien, pero no te enfades, ¿vale? —resopló derrotada. Beth esperó paciente—, condones.

— ¿Condones? —a Beth se le encendió en ese instante la bombilla. ¡Ups!

— Sí, condones —ya no se atrevió a mirarla directamente—. Creí haber dejado unos cuantos en mi mesilla antes de marcharme de vacaciones pero ahora no están y pensé que tal vez tú… pero no. Fue un pensamiento absurdo, quizá los gasté y no recuerdo haber…

— Los cogí yo —luchó consigo misma para permanecer impertérrita mientras barruntaba la mentira—. Queríamos hacer… una guerra de globos de agua en la piscina y bueno, no teníamos globos.

— Oh, vaya… ¿una guerra de globos de agua? —parecía tal la mentira que hasta podría ser verdad— Bueno, entonces ya está aclarado.

— Te compraré una caja ahora mismo —se levantó dispuesta a bajar al dispensario.

— No, tranquila —hizo que volviera a sentarse—.  No es necesario, hasta el fin de semana no los necesito y… realmente da lo mismo.

— Como quieras —se dejó hacer preguntándose cómo podía haberlo olvidado.

— Voy a… bajar a comer —en realidad necesitaba salir de la bochornosa situación como fuera—.  ¿Vienes? ¿Te quedas?

— Creo que… —lo había olvidado, olvidado…—  sí, me quedo. Ya bajaré después.

— Vale, hasta luego entonces.

No esperó respuesta. Salió rápidamente de la habitación dejando su incomodidad y a su aparentemente perpleja compañera dentro. Mientras se alejaba de la puerta totalmente aliviada se rodeó el cuello con las manos imitando estrangularse a sí misma, sacando la lengua y todo. Se hizo la promesa de no volver a preguntarle a Beth nada relacionado con ese tema.

Dentro de la habitación, Beth seguía preguntándose cómo podía habérsele olvidado devolver los condones que le había cogido prestados para su escapada a la cabaña. Milagro que Sarah no se hubiera dado cuenta antes, pero aún así… era un descuido muy tonto que podría haberle salido…

“Controla tus impulsos… antes de que le salgan caros a alguien”

La voz de Daniel retumbó atronadora en su cabeza. Joder, y bien caros que podían haberle salido. Si la mentira no hubiera llegado a formarse con la suficiente rapidez en su mente, Sarah habría pensado que mentía y que había tenido sexo durante sus vacaciones.

Por otro lado, si hubiera sido así no tendría por qué extrañarle a nadie, pero Sarah sabía de la fijación que tenía con Daniel. No como Victoria evidentemente, pero no era tonta. Solo tenía que sumar dos más dos para darse cuenta de lo que había.

“Piensa las cosas antes de hacerlas…  Ten en cuenta las consecuencias de tus actos”

Pepito Grillo seguía sin dejarle ni un segundo de descanso. ¿Su subconsciente estaba intentando decirle algo? ¿Qué se le escapaba? ¿Qué había pasado por alto?

“No podemos dejarnos llevar así como así por nuestros… deseos”

Dejarnos llevar… deseos…

“Cada acto tiene sus consecuencias”

Actos… consecuencias…

— Oh, Dios mío… —por fin cazó lo que revoloteaba aleatoriamente por su cabeza—  Oh, Dios mío… Oh, Dios mío…

Flor de agua
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