Recabando información

 

 

 

 

Cuando Daniel llegó al centro todas las luces estaban ya apagadas, a pesar de no ser tarde. Su cita había sido más breve que de costumbre y lejos de molestarle agradeció tener así más tiempo para poder dormir.

Cuando la enfermera de guardia le vio subir los peldaños hacia la puerta de entrada le abrió sin esperar a que llamara.

— Buenas noches, doctor.

— Buenas noches Norma ¿Qué tal va la guardia?

— Muy tranquila, señor —se fijó en su aspecto cansado—. Doris ha dejado ésto para usted, pero si quiere se lo guardo hasta mañana.

— No tranquila, démelo —alargó la mano hasta el sobre que le ofrecía la enfermera—  ¿Ha ocurrido algo en mi ausencia?

— Bueno, Doris lo explica ahí —señaló con la cabeza el sobre—. Creo que es relativo a una de las nuevas, Beth Dawson.

— ¿Qué pasa con ella? —guardó el sobre en su chaqueta.

— No lo sé señor, creo que no se presta a cumplir las normas básicas.

— Gracias Norma —se encaminó al ala “D”—, hasta mañana.

— Buenas noches, doctor.

Abrió las puertas de la zona exclusiva y subió a su estudio. Cerró la puerta y después de desnudarse se metió una vez más en la ducha, la tercera del día. No es que le hiciera falta pero tenía calor y prefería no tener que oler a Trish más tiempo del que ya lo había hecho.

Quince minutos después se puso un bóxer limpio y una camiseta blanca y se tiró encima de la cama a cambiar de canal una y otra vez sin prestarle demasiada atención a ninguno en especial. Estaba cansado, pero no tenía mucho sueño, así que se quedó en un canal de cocina que parecía lo suficientemente aburrido como para hacer que el sueño no tardara en aparecer.

Sopesó la posibilidad de bajar a prepararse un chocolate, que siempre conseguía adormecerle, pero hacía demasiado calor y aún no habían arreglado su aire acondicionado, por lo que prefirió reemplazarlo por una botella de agua fresca de su mini bar.

Después de casi dos horas y de acabar con la tercera botella de agua, por fin se quedó dormido. Dio muchas vueltas en la cama sin terminar de encontrar la postura definitiva. Eran casi las cinco de la madrugada cuando le despertaron los gritos de un telepredicador anunciando el día del juicio final en el que toda la humanidad sería juzgada y ardería en el infierno si no se refugiaba en la fe. Apagó el aparato cuando consiguió encontrar el mando a distancia entre el revoltijo de sábanas.

Le resultó imposible volver a conciliar el sueño. En ese instante de duerme vela se acordó del sobre con la nota que Doris le había pasado con respecto al comportamiento de Beth e hizo esfuerzos por olvidarlo y seguir durmiendo, pero a pesar de saber perfectamente lo que ponía en esa carta, no pudo resistirse a comprobarlo.

Se levantó para cogerla de su chaqueta y volvió a la cama después de encender la lámpara de su mesilla de noche, abrió el sobre y leyó la nota detenidamente. En ella Doris le relataba la falta total de colaboración de la chica, su mutismo insolente y el desorden de su dormitorio. También hizo una breve observación con respecto a su aspecto e higiene.

No le sorprendió lo que leyó. A pesar de que no esperaba recibir tan pronto una queja sobre ella, no le extrañó en absoluto lo que Doris le contaba. Él mismo había comprobado la poca docilidad de la muchacha y el afán que tenía por ponerse las cosas difíciles ella misma. Obviamente, si fuera fácil tratar con ella ahora estaría en su casa feliz y contenta en lugar de estar en una de sus habitaciones.

Estaba claro que no había dejado su empeño de aislarse de todos, hacer lo que le daba la gana y no rendir cuentas a nadie. Eso cambiaría rápido. Él mismo se iba a encargar de ello y perdido en esos pensamientos volvió a sumirse ahora sí, casi sin darse cuenta, en un tranquilo y relajado sueño.

 

… . …

 

Se despertó, pasadas las diez de la mañana, con la sensación de haber dormido días enteros. Los sábados eran por lo general tranquilos y aprovechando la poca actividad del centro y que la mayoría de las chicas lo pasaban tostándose al sol, él aprovechaba también para darse un bañito y hacerse unos largos pero en la piscina climatizada del centro, que permanecía cerrada y solo él usaba en esa época del año.

Después de ponerse la bermuda que usaba como bañador y una de las muchas camisetas blancas que guardaba en su armario, se calzó unas chanclas y bajó a desayunar algo. Se encontró con varias de las chicas que se encaminaban hacia el jardín trasero, donde estaba la piscina, ataviadas solo con los bikinis y las toallas al hombro.

En una situación normal y típica hubiera sido el hombre el que se hubiera quedado mirando a las muchachas caminar mientras se fijaba en sus figuras, pero en este caso era totalmente al contrario. Daniel andaba sin fijarse en nada concreto, y saludaba a todas chicas con las que se cruzaba mirándolas por encima y solo después de que ellas tuvieran que hacer esfuerzos exagerados por hacerle ver al doctor que estaban allí.

Para él solo eran trabajo y evitaba confraternizar con ellas por el hecho de que era meticulosamente maniático a la hora de separar su vida personal de la profesional. Los fines de semana que se quedaba en el centro, tendía a aprovechar para hacer las cosas que solo podía y le gustaba hacer a solas, como nadar, leer, escuchar música o dormir.

Otra de las cosas que le gustaba de estos días tranquilos eran sus charlas con el personal del centro que se quedaba también los fines de semana. Sandy era con la que mejor se lo pasaba y con la que más disfrutaba de esas charlas, a pesar de que en muchas ocasiones terminaba con dolor de cabeza. Era una autentica máquina de almacenar información y siempre sabía lo que se cocía allí dentro.

Cuando llegó al comedor este estaba vacío y solo Sandy ocupaba una de las mesas. La vio literalmente tumbada bocabajo encima de una mesa, mientras pasaba las hojas de una revista apoyando la cara en una de sus manos y con las rodillas flexionadas movía los pies haciendo círculos en el aire.

— ¿Qué le pasa hoy a las sillas? —Daniel la miraba divertido.

— Buenos días Dany… —se incorporó y se sentó sin bajar de la mesa. La pícara sonrisa no tardó en aparecer—  ¿Qué tal tu cita de ayer? Me han dicho que volviste muy pronto…

— Gratamente corta —sonrió y se acomodó en una silla después de servirse un gran vaso de zumo— y muy satisfactoria.

— O sea, que pasasteis de ir a cenar y os fuisteis directos a un hotel ¿Optimizando el tiempo, doctor?

— Lo que pasó no es asunto tuyo, cotilla —le golpeó cariñosamente en la pierna— y baja de ahí de una vez. Las sillas se inventaron para algo… —la miró con malicia— aparte de para rompérsela en la crisma a alguien.

— ¡¡Jajajajajajaa!! —Sandy se dobló de risa—  ¡¡Dios, no me acordaba!! Tienes muy buena memoria —se bajó para tomar asiento a su lado.

— Digamos que es difícil de olvidar —se tocó el hombro derecho—, aún tengo la marca que me dejaste.

— Eras un blandengue —Sandy le propinó un codazo— si no es por mí no estarías tan en forma —apretó con un dedo uno de sus bíceps. Se carcajeó—  Por cierto, tengo que contarte un par de cosas sobre Elisabeth, pero antes deberás darme tú algo de información a mí.

— ¿Te refieres a Beth? —enfatizó el nombre de la chica.

— Sí, bueno… sobre Beth —se corrigió— pero primero lo mío.

— De eso nada —negó con la cabeza—  el trabajo es lo primero y el disfrute viene después ¿Qué quieres contarme de Beth?

— Ah, bueno —sonrió triunfalmente— creo que he conseguido traspasar su escudo. Ayer empleé el truquito de la culpa y el remordimiento… ¡¡y funcionó!! —exclamó entusiasmada— creía que iba a tardar más en caer, pero ella solita vino anoche a responderme a todas las preguntas que le hice por la mañana.

— Vaya —Daniel estaba realmente asombrado— cada día me sorprendes más. Buen trabajo.

— Soy buena, lo sé —dijo sin darse importancia— creo que terminaré pidiendo un aumento de sueldo en proporción a la ardua labor que os evito con mis pesquisas.

— Sigue soñando guapa —carcajeó con ganas—, dime que has averiguado.

— Vaaale, pesado. Ni en fin de semana descansas… —suspiró resignada— Te resumo: Es de chocolate, de carne, de jamón, de gatos, de negro, de azul y de calor —hizo memoria— creo que no me dejo nada… ¡ah, sí! no le gusta que la toquen, es cabezota, borde, malhablada. Lo del “Máster” ya lo sabes, pero lo sorprendente es que sabe pedir perdón cuando se equivoca, y eso creo que es muy significativo.

— Vaya —se concentró en reorganizar toda la información que Sandy le daba —impresionante. Este caso me va a dar mucho trabajo.

— ¿Quieres que siga intentando ganármela?

— No hace falta, relájate con ella. Obsérvala este fin de semana y el lunes antes de su sesión hablamos.

— ¿Ha pasado algo? —Sandy interpretó correctamente la expresión de su jefe— tienes cara de que se avecina tormenta.

— He recibido la primera queja sobre ella —asintió con la cabeza.

— ¿Su cuarto?

— Entre otras cosas, si —se tocó la nariz.

— Vale. Le diré al de mantenimiento que…

— No es necesario —pegó un largo trago a su zumo—, hasta el lunes no voy a hacer nada.

— Como quieras —se encogió de hombros y sonrió—. Ahora es mi turno de obtener respuestas.

— Qué quieres saber —Daniel resopló resignado.

— Solo te daré tres datos, el resto espero que me lo cuentes tú: Terapeuta, Kellan, macizo.

— Vale, entiendo —sonrió mientras asentía—  ¿Ya le has echado el ojo?

— ¡¡Si fuera solo el ojo!! No hijo, no. Le he echado el ojo, la sonrisa, las miradas, los gestos… vamos, que me tiene loca. Apenas nos hemos cruzado un par de veces por los pasillos —dijo de manera lastimera— le haces trabajar demasiado. Quiero saber qué hace aquí, cuánto va a quedarse, de dónde ha venido, si está casado o tiene novia, la edad que tiene ¿no tendrá hijos? Espero que no, aunque no me importaría, me encantan los enanos…

— ¡¡Por dios Sandy!! —Daniel se llevó las manos a los oídos— Más despacio por favor, no he entendido nada…

— Necesito saber Daniel —se puso muy seria mientras le miraba con determinación— éste me gusta mucho.

— Siempre dices lo mismo con cada nuevo terapeuta que contrato —le revolvió el pelo.

— ¡Eh, quieto! —le apartó las manos.

— Pásate el lunes por mi despacho y te dejaré echarle un vistazo a su currículum ¿de acuerdo?

— ¿Puede ser ahora? —hizo un puchero encantador de serpientes— porfi…

— No Sandy, es sábado —Daniel fue tajante—, quiero desayunar tranquilo y darme un baño. Tal vez leer y ver un rato la televisión. Relajarme y descansar, ya sabes —le guiñó un ojo—  El currículum seguirá estando en mi despacho el lunes y no creo que Kellan vaya a fugarse ni nada parecido. Solo lleva tres días trabajando aquí, así que ten paciencia y dale tiempo a que se habitúe antes de lanzarte a su yugular.

— ¡Dios! es que está cañón el tío —suspiró embelesada por el recuerdo—. Sólo es sábado para lo que a ti te interesa…

— Eres incorregible  —dijo rodando los ojos— me voy, ¿luego comerás conmigo?

— Vale, no tengo nada mejor que hacer  —Sandy se levantó igual que él—  ¿Qué vas a hacer ahora?

— Voy a darme un chapuzón ¿y tú?

— Creo que tomaré un poco el sol ¿vienes fuera?

— No, voy a la climatizada. Así no distraeré al personal…

— Fanfarrón —Sandy le empujó levemente— no estás tan bueno.

— Eso díselo a tus chicas —torció la sonrisa— disimulan muy mal.

— Es porque no están acostumbradas a verte así… rollito playero, ya me entiendes. Y mucho menos si encima sonríes ¡¡eso sí que es inaudito!!

— No os acostumbréis —Daniel contorsionó su cara en una mueca—, el lunes regresa el ogro.

Las carcajadas de ambos llenaron el comedor y cuando se giraron para salir vieron que Beth les observaba desde la puerta. Lejos de sorprenderse actuaron con normalidad y siguieron charlando de camino a la puerta. A Daniel le bastó una fugaz mirada para comprobar que Beth efectivamente seguía con la misma ropa del día anterior y su pelo estaba aplastado y sucio. Salieron dando los buenos días sin pararse a su lado y cada uno tomó un rumbo diferente.

Flor de agua
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