Peticiones

 

 

 

— ¿Está libre esta silla? —Kellan ofreció su mejor sonrisa.

— Claro, siéntate —Sandy le dejó hueco.

— ¿Qué tal va todo? —acomodó su bandeja sobre la mesa y se sentó.

— Va, que no es poco.

— ¿Te ha levantado ya Daniel el castigo?

— Aún no —pinchó distraídamente su lechuga—.  ¿Y a ti?

— Ahora me trata de usted, no te digo más.

Comieron en silencio varios minutos hasta que Sandy volvió a hablar.

— Creo que deberíamos hablar de nuevo con él, Kellan. Esta situación me parece ridícula.

— No hay nada que hacer, cielo. Si quiere comportarse como un niño enfurruñado es cosa suya, yo ya no puedo volver a sugerirle qué es lo que tiene que hacer. Y después de lo visto creo que lo más aconsejable es que tú tampoco le digas nada.

— ¿Qué más puede hacerme? Creo que el haberme suspendido de sueldo quince días paga con creces mi desliz nocturno con Beth.

— Puede despedirte cariño, no tientes a la suerte.

— ¿Despedirme? ¡JA! —Apartó el plato y se cruzó de brazos— No tiene bemoles para hacer eso. Además, él sabe perfectamente cómo fastidiarme bien y sabe que me duele más cada jodido dólar que me descuenta de la nómina, que si hubieran sido latigazos, o una carta de despido.

— Aun así, no te arriesgues, ¿vale? Te necesito aquí conmigo, no fuera —acarició con un dedo su mejilla—. Si necesitas dinero yo puedo…

— Si estimas en algo tus pelotas, ni se te ocurra terminar esa frase —advirtió con la mirada—. Sólo me faltaba tener que ser la mantenida de mi novio.

— Mira que eres encantadora cuando quieres, cariño —parpadeó varias veces como encandilado por sus palabras—, pero deberías empezar a controlar esa vena agresiva que tienes.

— Mi vena agresiva me gusta como está. Eres tú el que deberías empezar a controlar las cosas que dices.

— Si no fueras tan mal pensada y me dejaras terminar las frases de vez en cuando, creo que te llevarías más de una sorpresa… —subió y bajó varias veces sus cejas con aire arrogante mientras masticaba—  No siempre van por donde tú crees que van.

— Vaaaaale, picaré —resopló armándose de paciencia—. ¿Cómo terminaba esa frase, cielo?

— Estaba diciendo… —continuó muy dignamente— que si necesitas dinero yo puedo contratar tus servicios y pagarte por ellos.

— No sé si sabes que te estás jugando la permanencia de tu hombría como parte integrada de tu varonil anatomía —sonrió ladina—, pero voy a ser buena una vez más… Expón eso de “contratar mis servicios” y lo de “pagar por ellos”.

— Sé que tienes realizado un curso de Fisioterapia y Masajista Deportivo entre tus muchas habilidades profesionales.

— ¿Has leído mi currículum? —la sorpresa le hizo abrir los ojos como platos.

— Le eché un vistacito, sí —vio el enfado fraguarse en sus ojos, pero lo atajó antes de que se desbordara—. Y no se te ocurra rechistar porque sé que tú también has leído y requeteleído el mío, así que…

— Eres… eres… arrrffff… —bufó molesta sabiendo lo cierto de su acusación.

— ¿Entonces? —Batió sus pestañas encantadoramente—  ¿Me dejarás que contrate tus servicios para aliviar mis más que contracturados músculos?

— No lo veo claro —negó cautelosamente desconfiada.

— Esto no viene de fábrica, cielo —señaló e irguió orgulloso su torso—.  Moldear este cuerpo es muy trabajoso y estar muchas horas al día levantando pesas hace que me salgan dolorosos nudos, donde no debería haber nada más que músculos fuertes para mi cielito.

— Así que lo que quieres es contratarme como masajista… —levantó una ceja recelosa. Él asintió sin abrir la boca—  ¿Y nada más? O sea, no hay dobles intenciones en esa petición.

— Ninguna doble intención, lo juro —hizo una cruz sobre su corazón—. Tú serás la eficiente masajista y yo el sumiso masajeado. Punto. Cualquier otra opción adicional será negociada por separado.

— Mmmmm… —pegó un mordisco a su manzana mientras sopesaba las posibilidades que la oferta le brindaba— Interesante.

— Solo habría que concertar las horas adecuadas para ambos y pactar tus honorarios por los servicios prestados.

— No voy a salirte barata, ya te voy avisando —sonrió maliciosamente.

— Pagaré lo que me pidas y hasta el doble si me dejas —susurró seductoramente.

— Pues ve preparando la cartera, cariño.

— ¿Eso es un sí? —sus ojos brillaron perceptiblemente.

— Sí, es un sí —suspiró y le miró con la cabeza bien alta—.  Acepto el trabajo.

— ¡¡Genial!! —Levantó los brazos como si hubiera ganado el partido de su vida— Ya verás que bien lo vamos a pasar.

— Eso no lo dudo —su dulce sonrisa no dejaba entrever las carcajadas internas que se estaba pegando—. Sobre todo yo.

Dieron por concluida la comida y ambos se levantaron a la vez, más que sonrientes, de sus respectivos asientos. Depositaron sus bandejas en la línea de recogida y fueron sumidos cada uno en sus propios pensamientos hasta la salida del comedor. Una vez en la puerta y antes de tomar cada uno su camino, se besaron tiernamente.

— ¿Luego nos vemos? —metió un rizo tras su oreja.

— Por supuesto —ella alisó una arruga de la pechera de su uniforme.

— Es un placer hacer negocios con usted, señorita —se separó para encaminarse hacia su consulta.

— Créame que ciertamente el placer será todo mío, caballero.

 

… . …

 

Rachel andaba bastante liada con todo el trabajo extra que Daniel le estaba proporcionando en su loco y repentino afán de organizar el archivo principal del centro. Nueva distribución y organización que consistía en informatizar todos y cada uno de los expedientes, tanto nuevos como antiguos, para complementar una base de datos única y creada expresamente para el centro. Ardua labor que mantenía al director convenientemente ocupado demasiadas horas al día y, por extensión, a ella.

Entraba y salía llevando y trayendo cajas del archivo central al despacho de su jefe cuando en uno de los viajes sonó el teléfono de su mesa y ella, eficientemente, atendió la llamada.

— Daniel…

— ¿Sí?

— Era George.

— ¿Qué ha dicho?

— Quiere comer contigo hoy, en el restaurante de costumbre.

— Imposible, estoy muy ocupado —lo que no era mentira. Su mesa se desbordaba de papeles— Dile que si quiere puede venir a verme él, pero que ni sueñe que yo salga hoy de aquí.

— De acuerdo, le devolveré la llamada.

George aceptó la sugerencia de ir él mismo al centro, sin poner ninguna objeción. Lo que le hizo a Daniel pensar que el tema por el que su jefe quería verle, así tan de repente, era de los importantes… y tenía nombre y apellidos.

— ¿Bajas a comer? —preguntó Rachel cuando llegó la hora.

— No, no tengo hambre —respondió mecánicamente.

— ¿Quieres que te suba algo después? —sabía que insistir en que la acompañara era una pérdida de tiempo.

— Nada, gracias —ni siquiera levantó la vista de sus papeles—. Buen provecho.

Salió del despacho, dejándole allí sumido en su caos. A Rachel ya no le quedaban dudas de que la inusual época de calma y tranquilidad del doctor había concluido.

Volvía a ser el que era, volvía a ser quien realmente era.

El espejismo de un doctor risueño, sonriente y benévolo se había esfumado incluso para él mismo, en aquellas semanas posteriores a que dejara el caso de Beth. Cada nuevo informe que le llegaba de ella a través de Jackson, cada vez que se la cruzaba en algún pasillo, cada vez que coincidían en el comedor y sus ojos ni siquiera le miraban, eran como puñaladas que se le clavaban con crueldad en su mismo centro.

No había vuelto a cruzar ni una sola palabra con ella después de su última conversación en el despacho, ni siquiera cuando se vio en la obligación de sancionar a Sandy por haberse tomado la libertad de dejarla entrar en el ala del personal. Sabía que debería haberla amonestado también a ella, pero prefirió dejarlo pasar haciendo borrón y cuenta nueva, tomándolo como punto de inflexión en su caso, llevado ahora por otro terapeuta.

Y no había mejor manera de tener los pies bien puestos en el suelo, que darse de bruces con lo que estaba recibiendo de ella en esos momentos. Y lo que recibía era… absolutamente nada. Ni frío ni calor. Indiferencia en estado puro.

Y eso le producía un sentimiento de… vacío, que tenía que llenar de alguna manera. Y el mejor modo de hacerlo lo encontró enterrándose en papeleo. Tener la mente ocupada y centrada en lo que la tenía que tener, era lo único que le concedía un poco de paz interior, aunque su cuerpo reclamara a gritos un más que merecido descanso.

Perdido en la inconsciencia de su mecánico trabajo, no se dio cuenta de que las horas iban pasando hasta que Rachel volvió a entrar anunciando que su mentor había llegado y esperaba para ser recibido.

Daniel lo autorizó y Rachel salió para acompañar a George hasta el despacho. Mientras ambos hombres se daban la mano, ella salió silenciosamente cerrando la puerta a su espalda.

— ¿¡Pero qué es todo este desbarajuste que tenéis aquí!? —exclamó George cuando consiguió dejar una silla libre de papeles antes de sentarse.

— Estoy haciendo lo que tú no te atreviste a hacer en su día, viejo carcamal —se forzó a esbozar una sonrisa—. Informatizo el archivo.

— Veo que no has olvidado el tropel de iniciativas con las que me machacaste en tus primeros años en este centro— suspiró con expresión melancólica.

— Bueno, no sé si eran un tropel de ellas, pero las mejores siguen aquí —se golpeó la sien varias veces con un dedo.

— Mira que me dabas dolores de cabeza…

— Los mismos que me das tú ahora —replicó sin ningún tipo de pudor—  ¿Qué te trae por este humilde centro, fuera de tu reino de políticos lameculos?

— Tan directo como siempre, por lo que veo —se removió un poco en su asiento.

— No me gusta perder el tiempo, ya sabes…

— La sinceridad encuentra su encarnación en el doctor Daniel Smith —proclamó en tono solemne, aunque con algo de jocosidad.

— George, al grano —pidió tajante—.  ¿Qué quieres?

— Se acercan las navidades y son unas fechas bastante señaladas. La gente tiene compromisos que debe cumplir y hacerlo en familia suele ser típico de estas fiestas…

— George… —resopló con impaciencia.

— Vale, vale… ¿al grano, no?

— Por favor.

— Necesito saber cómo va la recuperación de Beth Dawson.

Daniel rodó los ojos confirmando sus sospechas por la visita de su exjefe y George decidió continuar hablando, sin darle tiempo a reprenderle por incumplir su condición de no entrometerse.

— El nombramiento del padre de Beth, como director general del Ministerio de Sanidad, es inminente. 

— Ya veo —sonrió sin ganas—, y papá querrá saber si su hija estará a la altura de las circunstancias, claro.

— Todos los medios de comunicación nacionales van a cubrir el acontecimiento y se espera que toda su familia esté presente durante la investidura. Toda la familia, Daniel.

— Beth no ha terminado su terapia —dijo fríamente—. Sabes que ésto no es de un día para otro, ni hay fecha concreta fijada para su alta.

— Lo sé, pero ha de estar en ese nombramiento sí o sí. Sólo dime si ves posible que ella salga y se comporte como corresponde, para estar allí las pocas horas que dure el evento.

— Lo podría ver posible siempre y cuando su terapeuta no lo desaconseje. Hablaré con él y veré que opina al respecto.

— ¿¡No estás llevando su caso!? —la cara de incredulidad de George hablaba por si sola—  Creí haberte dejado claro que quería que fueras tú quien…

— Para el carro, George —cortó de manera radical—. Te dije que nadie me dice cómo hacer mi trabajo.

— Pero Daniel…

— Llevé su caso personalmente mientras lo consideré necesario —explicó sin dejar que continuara quejándose—.  Una vez superada la peor parte, no vi inconveniente en traspasarlo a otro terapeuta.

— Vale, está bien —concedió resoplando con resignación—. Si tú lo dices no voy a discutírtelo, pero entonces te pido que hables con su terapeuta y me confirmes lo antes posible que va a poder asistir.

— ¿Cuándo será el acto oficial?

— Antes de Navidad. Puede que en un par de semanas.

— No tendrá el alta para tan pronto y ésto te lo digo yo sin necesidad de consultarlo con su terapeuta.

— No es necesario que tenga el alta, propiamente dicha. Será más que suficiente con que salga unas horas. Después de la foto oficial, las entrevistas y los posados familiares podrá volver discretamente al centro y continuar su recuperación tranquilamente y sin prisas.

— Veré lo que puedo hacer.

— No Daniel, veré no. Haz lo que tengas que hacer —se levantó para dar mayor énfasis a sus palabras—. Sé que estas cosas no tienen mayor importancia para tí, pero hay decenas de personas que han trabajado duro mucho tiempo para que llegara este día y nada, repito, nada puede salir mal.

— De acuerdo George, tranquilo —veía la vena de su frente palpitar preocupantemente—. Haré todo cuanto esté en mi mano para que Beth pueda asistir.

— Confío en que lo harás —estaba visiblemente más tranquilo.

— Pero no te prometo nada. Si su terapeuta dice que no es posible, no seré yo quien le contradiga.

— ¿Cuándo podrás decirme algo?

— Mañana por la mañana.

— ¿No puede ser hoy? A última hora aunque sea…

— George…

— Vale, vale. Cuando tú digas, demonio.

— Hoy tengo que comentarlo con él y si consiente tendremos que decírselo a Beth —se levantó y rodeó su mesa para acercarse a su mentor—.  Dependiendo de cómo reaccione y de lo predispuesta que esté tomaremos una decisión.

— Espero tu llamada a primera hora de la mañana entonces —tendió su mano para despedirse de él—. Gracias, Daniel.

— De nada —estrechó su mano y hablando ya de cosas banales le acompañó a la salida.

— ¿Vendrás a la cena navideña que organiza el ministerio?

— No me lo perdería por nada del mundo —respondió irónicamente.

— Ya, seguro. Bueno… hablamos mañana, Daniel.

— Por supuesto, George.

Después de que el viejo se subiera en su coche y desapareciera, Daniel volvió a su despacho. Mientras se acomodaba de nuevo en su silla empezó a sopesar mentalmente las consecuencias, más negativas que positivas, que le reportarían este nuevo inconveniente.

Después de unos minutos, descolgó el teléfono y le indicó a la enfermera que localizara a Jackson y le hiciera ir a su despacho.

Flor de agua
titlepage.xhtml
part0000_split_000.html
part0000_split_001.html
part0000_split_002.html
part0000_split_003.html
part0000_split_004.html
part0000_split_005.html
part0000_split_006.html
part0000_split_007.html
part0000_split_008.html
part0000_split_009.html
part0000_split_010.html
part0000_split_011.html
part0000_split_012.html
part0000_split_013.html
part0000_split_014.html
part0000_split_015.html
part0000_split_016.html
part0000_split_017.html
part0000_split_018.html
part0000_split_019.html
part0000_split_020.html
part0000_split_021.html
part0000_split_022.html
part0000_split_023.html
part0000_split_024.html
part0000_split_025.html
part0000_split_026.html
part0000_split_027.html
part0000_split_028.html
part0000_split_029.html
part0000_split_030.html
part0000_split_031.html
part0000_split_032.html
part0000_split_033.html
part0000_split_034.html
part0000_split_035.html
part0000_split_036.html
part0000_split_037.html
part0000_split_038.html
part0000_split_039.html
part0000_split_040.html
part0000_split_041.html
part0000_split_042.html
part0000_split_043.html
part0000_split_044.html
part0000_split_045.html
part0000_split_046.html
part0000_split_047.html
part0000_split_048.html
part0000_split_049.html
part0000_split_050.html
part0000_split_051.html
part0000_split_052.html
part0000_split_053.html
part0000_split_054.html
part0000_split_055.html
part0000_split_056.html
part0000_split_057.html
part0000_split_058.html
part0000_split_059.html
part0000_split_060.html
part0000_split_061.html
part0000_split_062.html
part0000_split_063.html
part0000_split_064.html
part0000_split_065.html
part0000_split_066.html
part0000_split_067.html
part0000_split_068.html
part0000_split_069.html
part0000_split_070.html
part0000_split_071.html
part0000_split_072.html
part0000_split_073.html
part0000_split_074.html
part0000_split_075.html
part0000_split_076.html
part0000_split_077.html
part0000_split_078.html
part0000_split_079.html
part0000_split_080.html
part0000_split_081.html
part0000_split_082.html