Me las sé todas

 

 

 

 

Cuando Sarah regresó de su terapia y vio nada más entrar por la puerta el montón de ropa que abarrotaba la cama de Beth, deseó ser la dueña de esa maleta. Jamás había visto semejante cantidad de prendas exclusivas juntas y que pertenecieran a una sola persona. Beth, de espaldas a la puerta se afanaba en echar a la papelera, donde ya se formaba una particular montañita de ropa, todo lo que no iba a usar ni loca.

— ¡Dios! ¿Has atracado alguna tienda en esta última hora? —Sarah fue a dejar su mochila encima de su cama— joder ¿piensas tirar todo eso?

— Quemarlo sería el verbo correcto —desechó otro conjunto al montón— mi madre se piensa que soy una jodida modelo de revista —bufó molesta—  ¿no tendrás un cigarrillo?

— No fumo, pero si me das algunas de esas cosas que no quieres, te conseguiré la tabacalera enterita.

— Hecho —aceptó viendo la alegría desbordante en los ojos de su compañera— pero antes el tabaco. Necesito fumar.

Sarah salió disparada del cuarto mientras Beth miraba con desesperación como las prendas que hasta ahora había salvado de la quema y que podrían servirle, se limitaban a un par de pijamas medio “decentes”, dos camisetas negras y un solo pantalón vaquero. Cansada de espulgar en busca de algo más se dejó caer encima del revoltijo rezando porque Sarah no tardará mucho en regresar con el tabaco.

Voilá —tiró dos paquetes de rubio encima de su cama—. Dicho y hecho ¿puedo? —señaló el montón de ropa apilada en el suelo.

— Todo tuyo —cogió una cajetilla y se encaminó hacia la ventana—  ¿Tienes fuego?

— El mechero te costará otra prenda —se lo enseñó.

— Quédate con todo, no lo quiero para nada —extendió su mano y Sarah depositó el mechero en la palma.

— Que lástima que no tengamos la misma talla —vio como Beth intentaba abrir con manos temblorosas en paquete de tabaco— permíteme.

Le arrebató la cajetilla y hábilmente la desprecintó y sacó un cigarrillo que le tendió con una amplia sonrisa. Beth la miró agradecida.

— Gracias —se volvió de nuevo hacia la ventana.

— De nada —acto seguido chasqueó su lengua—. No, no… yo no fumaría aquí. Sandy es como un detector de sustancias ilegales.  Y está prohibido fumar en los dormitorios.

— ¿Y qué coño no está prohibido en este centro de mierda? —los nervios no menguaban ni con el cigarrillo en su boca.

— Oh, muchas cosas —sonrió divertida— abajo en el ala “B” hay una sala para las fumadoras. Ve y cuando regreses te pondré al día de lo que se cuece por aquí…

— Será lo mejor…

Salió con paso rápido y bajó los escalones casi de dos en dos. Pasó por la rotonda y le sacó la lengua en un mohín a la enfermera malvada que no la quitaba ojo de encima. Entró en el pasillo del ala “B” y al fondo, cerca del comedor donde esa mañana se había tomado un chocolate con Sandy, encontró la sala de fumadores.

Había dos chicas más fumando a las que no prestó ninguna atención a pesar de que ellas sí la miraban con curiosidad. Encendió el cigarrillo al tercer intento y le pegó una profunda calada. Se deleitó expulsando el humo lentamente, dejando que acariciara su garganta. Le picó un poco pero lejos de molestarla volvió a darle otra calada y cerró los ojos deleitándose con el más suave de sus vicios.

Se lo fumó con ansia, como si de otra droga de naturaleza más fuerte se tratase. Fumarse ese cigarro la relajó de manera evidente, las manos dejaron de temblarle y el nerviosismo se evaporó con la misma rapidez que se consumía el tabaco entre sus dedos. Lo apagó tirándolo al cenicero y automáticamente encendió otro.

Se sentó y disfrutó de ese pequeño placer aún dándole vueltas a la extraña e inquietante entrevista que había tenido con Daniel. No había conseguido sacar nada en claro de él, excepto que era un gilipollas, como él mismo no tuvo reparos en afirmar.  Un gilipollas muy macizo, eso sí. Se maldijo a sí misma por haberse dejado intimidar de esa manera. Había descubierto su punto débil, el sexo opuesto, y no dudó en usarlo contra ella.

Y es que ese era uno de sus muchos vicios. No podía pasar mucho tiempo sin compañía, no es que fuera una obsesa ni una pervertida ni nada parecido, pero tenía unas necesidades físicas que cubrir y aunque la mayoría de mujeres se negaba a manifestar abiertamente este hecho, ella no tenía reparos en reclamar o saciar cuando le eran necesarios.

Consumido ya el segundo cigarro se dispuso a encender un tercero cuando vio a Sandy pasar por delante de la sala sin mirar al interior. Después de pensarlo un segundo salió decidida de la sala para ir tras ella.

— ¡Eh, Sandy! —llamó su atención. Ella se giró, pero no dejó de caminar.

— ¿Qué quieres? —sonreía pero solo con los labios.

— Quería disculparme —intentó seguirle el ritmo, pero después de dos cigarros estaba medio mareada—  ¿puedes parar un segundo?

— Tengo cosas que hacer —volvió a mirar al frente sin dejar de caminar—  si no te importa…

Dejó que se marchara. Suspiró resignada y su estómago rugió por el hambre que fumar le había despertado. No había comido nada desde la taza de chocolate que había tomado con Sandy esa mañana, a años luz ya en su memoria. Con paso lento se dispuso a volver al dormitorio.

De camino volvió a cruzarse con varias chicas que la miraban con curiosidad, pero el sudor frío que empezó a instalarse en su cuerpo no le permitió pararse a pensar mucho en ello. Se sentía débil y se arrepintió al instante de haberse fumado esos dos cigarros seguidos.

Cuando entró en la habitación Sarah la miró mientras intentaba meterse en una camisa de Yves Saint Laurent del montón que había en el suelo.

— Beth ¿Te encuentras bien? —dejó la camisa para acercarse a su compañera—. Estás muy pálida.

— Me está bajando la tensión… —se dejó caer sobre la cama— no te preocupes, se me pasa enseguida.

— ¿Quieres que avise a la enfermera? —le preguntó poniendo la mano en su frente y notándola pegajosa y fría.

— No, no —respiró profundamente— solo me faltaba que esa zorra tuviera que verme así.

— Al final tuvo que salir Daniel a buscarte, ¿no?

— Sí —intentó cambiar de tema—  me vendría bien un poco de agua…

— Claro.

Sara se acercó al baño y trajo un vaso lleno hasta los bordes.

— ¿Has comido algo hoy? —le acercó el vaso a los labios.

— No —dejó que el líquido refrescara su garganta— oh, qué buena… —tomó un sorbo más— gracias.

— ¿Ya estás mejor?

— Sí, tranquila. Me pasa muy a menudo —sonrió a la amable muchacha—, estaré del todo bien cuando coma algo sólido.

— Genial, porque la cena estará en un ratito —apartó varias prendas para sentarse en el borde de la cama— ¿Qué tal con Daniel?

— Supongo que bien, no sé —se recostó contra la almohada sintiéndose un poco incómoda hablando de Daniel— no logro pillar de qué palo va.

— Parece que no le has caído mal del todo —sonrió con picardía— aquí las noticias corren como la pólvora.

— ¿A qué te refieres? —preguntó extrañada.

— Te cuento —se acomodó un poco más—, cuando bajé a por el tabaco caí en la cuenta de que aún no sabía cómo te llamabas, así que le pregunté a Doris, la enfermera que estaba en el control. Y claro, le faltó tiempo para cascarme que te había visto salir de la reunión con Daniel bastante ofuscada.

— ¿Y…? —Beth estaba un poco perdida.

— Pues que me dijo que Daniel se estaba riendo a carcajada limpia cuando te acompañó a la salida. Y créeme que jamás, y repito jamás, nadie le ha visto reírse de esa manera…

— ¿Y que se supone que significa eso?

— Que mal del todo no debes caerle —chascó la lengua—. A ver, el hombre físicamente es muy majo, que ciegas no estamos, pero tiene un carácter de mil demonios. Es maniático hasta lo insoportable, grita como un condenado y sus técnicas… bueno, no te digo nada de sus técnicas. En la primera y única reunión que tuve con él me acojonó de tal manera que casi me meo encima. Lo hubiera pasado mejor frente a un pelotón de fusilamiento…

— Ya veo, no se anda con chiquitas.

— Ni con chiquitas ni con grandecitas. Comprenderás que Doris se extrañara de verle tan sonriente…

— Es muy listo, de eso sí que me he dado cuenta. No se le escapa una.

— Ni una ni media, ojito con él, no te digo más. Por cierto ¿con qué terapeuta te ha puesto?

— No lo sé, aún no me ha asignado a ninguno.

— Imposible —Sarah abrió los ojos como platos—. Esa es una de sus manías, asigna terapeuta en la primera entrevista.

— Me dijo que me vería el lunes a las diez.

— Dios… —Sarah se llevó la mano a la boca— oh, dios…

— ¿Qué? —preguntó extrañada.

— Daniel va a llevar tu caso.

— ¿Y eso tiene que preocuparme?

— Debería nena, debería. Aunque claro, después de saber lo bien que le caes… Aun así ándate con ojo.

— Que se ande con ojo él —advirtió arrogante— yo tampoco soy el sumun de la docilidad.

— ¿Cómo fue la entrevista, que te preguntó?

— Poca cosa —prefirió no revelarle el contenido a su compañera—, me dio mi maleta y me explicó un poco los horarios del centro, lo típico.

— Vale, lo capto —Sarah levantó una ceja— no tienes que contarme nada si no quieres. Es tu primer día y es lógico que no confíes en nadie. Ya habrá tiempo —sonrió tranquilamente— ¿Vamos a cenar?

— Claro —se incorporó lentamente y siguió a su compañera—, me muero de hambre.

Salieron al pasillo donde se encontraron con las demás muchachas que ya bajaban a cenar. Sarah habló animadamente con algunas de ellas y les presentó a Beth. Entre ellas conoció a Luah, Sharon y a las nuevas compañeras de cuarto de éstas, Susan y Kira. Dos novatas como ella. Bajaron en animada conversación hasta el comedor.

Al entrar Beth se quedó parada al ver a Sandy sentada sola en una mesa. Sabía que se había pasado tres pueblos y que tenía que intentar arreglar las cosas.  Se acercó hasta ella y tomando aire se prestó a hacerlo.

— ¿Sandy? —buscó los ojos de la muchacha.

— ¿Qué quieres ahora? —su mirada de absoluta indiferencia lo decía todo.

— Disculparme.

— A buenas horas, bonita de cara —Sandy se cruzó de brazos— ¿ya se le han bajado los humos a la señorita?

— Solo he venido a pedirte disculpas —Beth se cruzó de brazos a su vez—  no a que me eches un sermón.

— ¡¡Dios me libre!! —rodó los ojos y dejó de mirarla centrándose en su plato— no me interesa lo que tengas que decirme, así que…

— Pues vas a escucharme sí o sí —bufó apoyándose en la mesa—. Esta mañana me preguntaste ciertas cosas, bien. Pues voy a responderte ahora —Sandy le clavó los ojos—, soy de chocolate, no me gusta el café. También soy de carne pues el pescado me da un asco insoportable y no me gusta como huele. Me enloquece el Pata Negra, adoro el negro como tú, mi color favorito es el azul y a pesar de ser un color frío, en lo que a temperaturas se refiere, prefiero el calor. Zhoe será el nombre de la gata que algún día tendré y le encantará comerse a tus peces, así que ya quedaremos y les presentaremos.

— Joder… —los ojos de Sandy se agrandaron tanto como su sonrisa.

— Eso también me gusta, sí. Ya comenté que tengo un Máster en eso. Añadiré que odio que me toquen si yo no lo consiento, soy mal hablada, cabezota y tengo fama de ser borde y más terca que una mula. Entre mis virtudes cuento con muy poca paciencia y normalmente sé cuándo la he jodido. Y contigo la jodí, por eso te pido disculpas y espero que podamos empezar de nuevo, si no tienes inconveniente, claro.

— Wooow, vaya parrafada —Beth sonrió con ella— Disculpas aceptadas.

— Gracias —asintió con la cabeza— ahora voy a cenar que me muero de hambre.

— Sí, vete —Sandy se abanicó con la mano—. He de procesar aún toda esa información. ¡Joder!

Sandy vio como Beth se alejaba a la vez que interiormente cantaba victoriosa. La técnica de la culpabilidad nunca le fallaba y ese caso era una clara muestra de ello.

Y es que Sandy se las sabía todas…

 

Flor de agua
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