Confianza

 

 

 

Sólo habían empezado a comentar la parte más conflictiva de su expediente y Daniel ya estaba rabiando de celos por culpa de un niñato adolescente, que se había dado un baño con ella en una fuente, y del cual no sabía ni su puñetero nombre. Y por un tío que conoció en un supermercado y que había terminado comiéndose algo más que la fruta que llevaba en su cesta. Y por un cerdo que no dudó en intercambiar un par de gramos de Crystal por un poco de sexo anónimo.

No quería ni pensar en lo que aún le quedaba por escuchar, en las experiencias que ella le iba a relatar… en la cantidad de hombres que podrían haber pasado por su cama. Y sintió que un viento glacial le helaba el tuétano de los huesos.

— ¿Tienes frío? —Rachel le miró por encima de su bandeja de comida, entre confusa y sorprendida—. No irás a ponerte malo…

— No, sólo ha sido un escalofrío —volvió a centrarse en revolver la comida de su plato.

— Escalofríos, inapetencia, palidez, desgana… —evaluó con ojo experto los síntomas que veía en su rostro—. Pues una de dos: o estás a punto de coger una gripe o te has enamorado.

— ¿No es lo mismo? —Preguntó con ironía apartando el plato, prácticamente intacto—. El amor sólo es una horripilante enfermedad más.

— Bueno, hay quien te dará la razón en eso. Pero uno de los casos se cura fácilmente con un poco de descanso, un par de pastillas, zumito de naranja y sudar. Y el otro…

— Tranquila Rachel, no estoy enamorado —intentó zanjar el tema—. Y si no es mucho pedir…

— Sí, sí. Ya me callo —resopló con resignación—, tantos años trabajando juntos y sigues tan infranqueable como el primer día. Ya no sé ni que hacer para que confíes en mí.

—Confío en ti, Rachel —la miró con seriedad—. Créeme que si no fuera así, no estarías aquí ahora.

— Sí, claro —sonrió con desgana—. Profesionalmente hablando soy la mejor en mi trabajo y bla, bla, bla, ¿verdad?

— Exacto —resolvió tranquilo.

— Pero el problema es que confías en mi exactamente igual que en tu ordenador o en tu teléfono móvil. Cualquier día me veo enchufada a una pared.

— No exageres, ¿quieres? —Resopló cansino— Sabes más de mi vida que yo mismo así que…

— Llevar tu agenda personal, concertarte reuniones y saber el teléfono de todas tus amiguitas no es precisamente lo que yo llamaría “una amistad”.

— ¿Ser reservado con mis propios asuntos es ahora un delito? —sus cejas se arquearon con ironía.

— No, no lo es —odiaba que siempre le pusiera la misma excusa.

— ¿Entonces qué coño quieres, Rachel? —preguntó frunciendo el ceño.

— Que me digas qué demonios te está pasando —espetó tajante—.  Eso quiero.

¿Por qué a todo el mundo le resultaba tan evidente su cambio anímico? ¿Y por qué ahora les daba a todos por querer saber de su vida privada? ¿Estaba empezando a descuidar su trabajo? ¿Estaba su mente tomándose unas vacaciones por su cuenta? Vacaciones, esas eternas olvidadas.

— Joder, a ver… —bufó algo exasperado, pero intentando aparentar normalidad— No me está pasando nada. Estoy agotado, necesito un descanso. Eso es todo.

— ¿Eso es todo? —Daniel asintió y a ella le dio la risa—  ¡¡JA!! Eso no te lo crees ni tú, doctorcito —Daniel rodó los ojos dándola por imposible— Cuéntale esas milongas a otra que te tenga menos calado que yo. En circunstancias normales, es decir, agotado y exhausto, siempre estás preparado para patearle el culo a quien sea por cualquier impertinencia.

— Puedo patearte el culo ahora, si quieres —levantó una ceja con arrogancia—. Te estás poniendo muy impertinente.

— ¿Crees que no se te nota? —Atacó sin miramientos—  ¿Crees que no sé qué llevas semanas más perdido que un pulpo en un garaje? —Daniel tragó en seco—. ¿Crees que los despistes, las caras de embobado, las sonrisas absurdas, las ojeras bajo tus ojos, los tirones de pelo, los suspiros… me pasan desapercibidos?

— Vale, Rachel. Lo que tú digas —suspiró no encontrando una manera mejor de esquivar sus preguntas—. Si tú dices que estoy enamorado será eso lo que me pasa. Diagnosticado por la doctora Amor, licenciada en la prestigiosa Universidad de “Me casé a los dieciocho y sé mucho de la vida” y con un Máster en “Dile a esa guarra que no te llame más”.

— Me preocupo por ti Daniel —se cruzó de brazos no dejando que la ironía de sus palabras la afectara—, puedes ser todo lo sarcástico que quieras, pero sé lo que digo. Y tú estás enamorado hasta las trancas.

Que le jodieran, si lo estaba. Y si no lo estaba, también. Porque de una manera o de otra la cosa no pintaba nada bien. Estaba empezando a cabrearse, con Rachel, con Beth, con Kellan, con Beth, con Sandy, con Beth, con toda la puta plantilla al completo. Pero con quien más cabreado estaba, hasta el punto de querer romperse la cara a puñetazos, era consigo mismo.

— ¿No tienes facturas que colocar o algún otro al que molestar? —se reclinó hacia atrás en su silla dando por terminada la conversación.

— Sólo te digo una cosa —se levantó muy digna y recogió su bandeja para dejar la mesa—, espero que la afortunada no sea ninguna de esas guarras que tanto te acosan y a las que, casualmente, hace bastante tiempo que no recurres para desahogarte —Daniel solo pudo callar.

Antes de marcharse le guiñó un ojo sabiendo que había dado en el clavo y que a ella no podía negarle que ya no tenía citas con otras mujeres. Y eso para un hombre, cuando era tan activo como lo era él, solo tenía un significado.

 

… . …

 

Hasta ahora había conseguido pasar medianamente desapercibida para Sandy, pero sabía que el perspicaz radar de la mujer no descansaba ni un instante. El retorno de las vacaciones, la vuelta a las terapias, a las clases y a la dinámica normal del centro, habían paliado en gran parte la constante atención que le dispensaba, pero sabía que tarde o temprano caería sobre ella con un batallón de preguntas, la mayoría seguramente imposibles de contestar.

Cuando tras doblar una esquina vio que ella se le acercaba, apretó el paso mientras se centraba en intentar seguir un orden coherente en sus pensamientos, sin éxito. Sonreiría, la miraría y después hablaría. No, mejor la miraría primero, hablaría después y terminaría sonriendo. No, mejor aún hablaría primero, la miraría después y no sonreiría en absoluto.

— ¡¡Beth!! —Sandy aceleró sus andares para alcanzarla—  ¡¡Beth, espera!!

Mierda, mierda, mierda —pensó Beth antes de detenerse para girarse—. Hola, Sandy.

— ¿Has visto a Daniel? —preguntó antes de tomar aliento para respirar.

— Desde la terapia de esta mañana no —adoptó un tono de indiferencia aunque el corazón se le desbocaba solo—. Bueno, me crucé con él de camino al comedor, pero de eso hace ya un par de horas.

— ¿Tenéis clase ahora en la climatizada?

— Uhmmm, no —qué más le gustaría— Me dijo que tenía que hacer no sé qué, pero yo iba para allá a practicar lo que me ha estado enseñando en las últimas clases —la miró con preocupación—.  ¿Ocurre algo?

— No, es sólo que… —pareció pensarlo mejor— Nada, localizaré primero a Dany y ya si eso…

— Vale, como quieras —la vio alejarse a zancadas hacia la zona de los despachos.

Cayó en la cuenta de Sandy que no le había dicho ni adiós.

Cuando pasó por la rotonda saludó con la cabeza a la enfermera del control, pero se limitó a mirarla pasar, con la preocupación pintada en el rostro. ¿Qué demonios estaba pasando?

Enfiló el pasillo del ala “B” directa hacia el gimnasio. Al pasar observó los ventanales de las aulas, en las que se estaban impartiendo los diferentes talleres ocupacionales, y que transcurrían de manera normal. No podía ser muy grave si todo seguía tan tranquilo como cada día.

Cuando entró en la climatizada, dejó a un lado su albornoz y su toalla y arrojó varios tubos de colores al agua antes de sentarse en el bordillo. Varios terapeutas estaban allí con sus chicas, lo que siempre que iba sola le servía de consuelo. Si metía la pata y se hundía, alguien acudiría rápido a sacarla.

Empezó con su rutina de ejercicios. Daniel ya había pasado a niveles superiores dado su rápido aprendizaje, y estaba enseñándole el estilo libre o Croll. Siempre en la zona poco profunda, eso sí, pero le motivaba mucho ver que habían pasado de los simples ejercicios infantiles a la natación con letras mayúsculas.

Sólo llegaba a enlazar tres o cuatro brazadas seguidas, siendo capaz de levantar los pies del suelo, pero pasadas esas pocas brazadas, necesitaba comprobar que el fondo seguía a la misma distancia. Iba de un lado a otro de la piscina, deteniéndose unas siete u ocho veces para realizar esas comprobaciones y volvía a empezar de nuevo.

Un par de horas después empezaban a arrugársele las manos. Sopesó la posibilidad de dejarlo ya, pero cuando le vio entrar por la puerta decidió que mejor se quedaría un rato más. ¿Estaba más pálido? ¿Más serio? ¿Más tenso? Empezó a repasar mentalmente sus últimas acciones intentando encontrar algo que hubiera podido irritarle o hacerle enfadar.

No pudo evitar el vuelco con el que su corazón protestó cuando le vio deshacerse de la camiseta y la dejaba caer al lado de su toalla. Sí, tenía el ceño más fruncido de lo normal pero pondría la mano en el fuego a que no era por su causa. Intentó seguir con sus prácticas, pero sus piernas literalmente se habían quedado paralizadas. Quiso estar en ese bordillo más cercano pero la distancia que tenía que recorrer, para estar más cerca de él, se le antojó kilométrica.

Como buen nadador que era, se acercó felinamente al bordillo y con un grácil salto sin apenas salpicar, se zambulló entrando de cabeza en el agua.

Y no emergía. Escudriñó la ondulante superficie intentando encontrarle, pero no lo veía. Empezó a ponerse nerviosa y tuvo que avanzar un par de pasos, internándose un poco más en la piscina, para conseguir tener un ángulo de visión algo más cercano a donde él debía haber asomado.

Miró a su alrededor con un incipiente acceso de pánico, e iba a empezar a gritar que alguien la ayudara a socorrerle cuando unas manos la agarraron por la cintura. Daniel emergió de repente ante sus ojos estupefactos.

— ¡¡Arrrgggg!! —Gritó de la impresión mientras él sacudía el pelo salpicándola—  ¡¿Tú quieres que me dé un infarto o qué?!

— Jajajajajaja. ¿Te he asustado?

— ¡¡Gilipollas!! —intentó deshacerse de sus manos.

— Sí, te he asustado —en vez de soltarla la rodeó completamente con sus brazos—. Eh, eh, ¿dónde crees que vas?

— Suéltame, joder —volvió a forcejear para soltarse, aunque sin mucho empeño—. Si no fueras mi terapeuta te abofetearía en este mismo momento por ser tan condenadamente gilip…

— Sí, sí. Lo sé, gilipollas. Ya lo has dicho —rechazó fácilmente sus torpes intentos de alejarle—.  ¿Te quieres estar quieta?

— Ya he terminado y quiero salir —contestó lo más borde que le salió—. Y deja ya de apretujarme leñe…

— Oh, perdone usted, señorita tiquismiquis —sonrió con malicia pero no dejó que se librara de su agarre—.  ¿Vuelve a tener usted problemas con que le toque?

— No, no es eso —sí que era eso pero ni muerta se lo reconocería. Notó el calor subir hasta sus mejillas—. He terminado y me voy.

— Te apuesto lo que quieras a que en menos de diez segundos serás tú la que no vas a querer que te suelte.

— ¿Estás de guasa?

— Diez, nueve, ocho… —Daniel empezó a contar hacia atrás.

— Quita tus manazas de encima y…

— Siete, seis, cinco… —torció la sonrisa mientras empezaba a aflojar su abrazo.

— Cuando te pones en plan insoportable eres…

— Cuatro, tres, dos…

— ¡Insoportable!

— UNO… —y abrió sus brazos dejándola libre.

— ¡¡Joder!!

Efectivamente, fue ella la que se lanzó contra su cuello al no notar el fondo de la piscina bajo sus pies. El maldito le había estado distrayendo para desviar su atención y que no se diera cuenta de que la estaba arrastrando a lo profundo. Naturalmente él si hacía pie y las carcajadas no tardaron en hacer acto de presencia.

— Ya te he soltado —dijo arrogante mientras buscaba su aterrada mirada—.  ¿No crees que ahora deberías soltarme tú?

— Daniel, por Dios… —enroscó los brazos tras su nuca de manera desesperada— Sácame de aquí, por favor —suplicó con tono lastimero.

— No —entornó los ojos mientras con las manos intentaba deshacer el nudo que las suyas tenían tras su nuca—. Es más, vas a alejarte de mí, ya que eres tan valiente como para pedirme que te suelte en medio de la piscina…

— ¡¡No me sueltes, no me sueltes!! Oh, mierda…

Viendo que las fuerzas empezaban a fallarle no encontró más solución que enroscar también las piernas en su cintura para evitar que pudiera quitársela de encima. Desesperada por mantenerse a flote se apretó todo lo que pudo contra su cuerpo, mientras él entre carcajadas seguía intentando deshacer su abrazo.

— Jajajajajaja. ¡¡Serás cobarde!! Suelta y verás lo que es bueno…

— No, Daniel ¡No! —empezó a hacerle cosquillas—  ¡Para! ¡¡Para de una vez!!

Jajajajajajaa.

Justo cuando sus fuerzas ya no le dieron para sujetarse más, cedió y aflojó la presión en torno a su cuerpo. Pero aún entre risas se dio cuenta de que no se había alejado ni un solo milímetro de él.

Cuando sus miradas se encontraron, aún con la sonrisa en la boca e intentando ambos controlar sus respiraciones, sintió de pronto lo fuertemente que la sujetaba contra él. Él no dejaría que ella se hundiera, él no la dejaría sola en medio de la piscina, él cuidaba de ella. Confiaba en él.

Sus ojos se negaban a soltarse. Entre parpadeos y sonrisas, saliendo de ninguna parte, sintió unas ganas insoportables de besarle. Miró su boca entreabierta y casi sin ser consciente de lo que hacía, se precipitó sobre sus labios… y le besó.

Flor de agua
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