26
¡EL FINAL!
OMBRÍO gritó y su grito llenó la Sala de las Pesadillas. Los cristales de la ventana se quebraron y la forma luminosa de una cola truncada penetró en el interior de la torre. Una figura rápida y ágil se deslizó por las escamas azules y saltó a la gran sala empuñando una espada.
—¡Audaz! —dijo Corazón Tenaz acercándose a Sombrío e inclinándose sobre él. Pero la cimitarra que atravesaba el pecho del chico se desvaneció en el mismo instante en que él se agachaba. Y del mismo modo se desvanecieron en volutas oscuras los caballeros sin corazón que lo habían rodeado, atacado y herido. Desapareció asimismo la tenue figura de Brujaxa, con su cruel mueca en el rostro, y se esfumaron las serpientes sibilantes que cubrían la escalera.
Corazón Tenaz recogió a Veneno, caída a pocos pasos, para dársela al chico. Sombrío vio cómo su espada brillaba con reflejos verdes, la espada que sólo él y el caballero que la había blandido por primera vez podían empuñar, y finalmente lo comprendió todo.
… DE LO MÁS PROFUNDO DE LA TIERRA Y DEL CIELO
LOS CABALLEROS VENDRÁN
PARA LUCHAR CODO CON CODO.
DOS, NO YA UNO;
UNO, NO YA DOS…
—Padre… —exclamó, mirando al caballero y entendiendo sólo entonces quién era.
—¡Hijo mío! —exclamó Corazón Tenaz ayudándolo a levantarse y devolviéndole la espada.
En ese instante, Colamocha bufó y no pudieron decirse nada más, pero fue suficiente.
Cuando las puertas de la sala se abrieron y apareció Brujaxa, esta vez la auténtica, Sombrío y su padre se arrojaron juntos contra ella y sus caballeros sin corazón, entrechocando sus espadas con un ruido ensordecedor. El primer caballero sin corazón sufrió los golpes rápidos y precisos de Veneno, y se desplomó en el suelo.
Brujaxa gritó de rabia y se lanzó a la escalera opuesta a aquélla en que se encontraban Spica y Pavesa.
Mientras padre e hijo luchaban por su vida y por la libertad del Reino de la Fantasía como dos seres guiados por una sola voluntad, Spica y Pavesa subieron corriendo los peldaños, altos e irregulares, hacia el pedestal del cetro; pero Brujaxa fue más rápida.
Ayudada por la brujería que inundaba aquel lugar, su fuerza parecía inigualable.
No corría, volaba.
—¡Rápido, el cetro! —gritó Pavesa, y Spica saltó a los escalones más altos y luego se agachó.
Cogió su penúltima flecha, la apretó entre sus dedos temblorosos y la colocó en el arco. Luego, con la vista borrosa por las palpitaciones, apuntó.
Era la única posibilidad que les quedaba, la única. Brujaxa no les daría una segunda oportunidad.
Disparó.
En ese instante, la Reina Negra llegó hasta el pedestal con la mano extendida para agarrar el cetro. Su cetro. El arma que les había costado la libertad a los gnomos y que había reducido a la esclavitud a miles de criaturas inocentes.
Por un momento, a Pavesa le pareció que la flecha de Spica era lo bastante precisa y fatal para destruir el cetro, pero la Reina Negra lanzó un hechizo con su mano libre. Un torbellino de vapores violáceos desvió la flecha de Spica y un golpe violento arrojó a la chica hacia atrás haciéndola rodar por la escalera; su arco se rompió y Pavesa gritó.
—¡Nadie ha sido nunca tan inconsciente como para enfrentarse de esta manera conmigo! ¡Nadie puede vencerme! ¡Esto será lo último que os atreváis a hacer, criaturas estúpidas y presuntuosas! ¡Nadie destruirá jamás a Brujaxa! Y mucho menos aquí, en su reino, en su castillo. ¡NUNCA! ¡Y vuestras cabezas de piedra se lo gritarán a Floridiana! —vociferó la reina de las brujas.
Su voz no se había apagado aún cuando cogió el cetro. Su figura pareció agigantarse y su largo cabello entrelazarse como serpientes. Encima del cetro se concentró una tormenta de viento abrasador y Brujaxa pronunció su hechizo. Palabras afiladas e indistinguibles sacudieron la torre, rayos rojizos atravesaron las piedras y, en cuestión de segundos, el cetro giró en el aire y refulgió con una luz malvada.
Con la voz alterada, Brujaxa chilló:
—¡Pagaréis por vuestra afrenta! ¡Un precio muy alto! ¡Todos vosotros! ¡Y tú la primera, criatura mequetrefe con una estrella en la frente! ¡Que tus labios se sequen y apague tus ojos el hielo de la fría piedra! ¡Muere! El aire pareció contraerse y explotar con un ímpetu terrible dirigido contra Spica. La chica, todavía en el suelo, sólo tuvo tiempo para alzar un poco la cabeza y mirar de frente a su destino.
FLECHA MORIBUNDA…
Sombrío gritó mientras se le empañaban los ojos:
—¡No…!
Entonces, instintivamente, Corazón Tenaz se lanzó sobre Spica y la cubrió con su cuerpo.
Lo que sucedió luego ocurrió tan de prisa que nadie, durante mucho tiempo, fue capaz de reconstruirlo con exactitud.
Corazón Tenaz, el último de los caballeros de la rosa, se convirtió en piedra. Sombrío asestó una violenta estocada al caballero sin corazón que se había abalanzado contra él. La negra armadura cayó al suelo.
Impulsado por la fuerza sobrehumana de la desesperación, el chico gritó a pleno pulmón y arrojó a Veneno contra Brujaxa.
ESPADA VOLADORA…
La hoja de Veneno, verde como una esmeralda, buscó su blanco, pero la bruja, más veloz que un rayo, paró el golpe con el cetro. Pero, una chispa saltó del metal y una resquebrajadura se abrió en la tupida trama de macabros adornos. Brujaxa apretó las manos. Pero ya era tarde.
El cetro se le deshizo entre los dedos.
La punta luminosa que había brillado en el extremo del cetro oscuro cayó mientras la Reina Negra miraba conmocionada cómo su mejor, su invencible arma se desmenuzaba como una corteza quemada.
Pavesa, rápida, se lanzó hacia adelante y cogió el anillo de luz, ahora suelto. Fue su tumo de pronunciar un sortilegio. Su voz aguda descolló por encima de los estruendos que venían de fuera.
Rayos rojos salieron disparados hacia el cielo y Colamocha rugió impresionado.
OCA SABIA…
Del anillo de luz surgió un fulgor nítido como los del sol y de la luna.
El poder convocado por el anillo era tal que Brujaxa retrocedió y cayó al suelo cerca de una de las grietas por las que salían los vapores rojos.
El corazón puro de Pavesa había vencido.
Sólo entonces el castillo empezó a temblar, primero de manera leve, después, cada vez con más violencia. Miles de semillas empezaron a germinar allí donde habían caído, en los cimientos de la morada real. Millones de delgados tallos se colaban como tentáculos entre las piedras y asomaban por las paredes, los techos, los suelos y las tuberías de agua, y hacían añicos todo lo que encontraban a su paso. En poco tiempo, ciñeron las poderosas murallas de piedra y trituraron el palacio.
Colamocha, que se había aferrado a la torre más alta del castillo, se elevó de ella justo a tiempo para no ser engullido por la hiedra negra.
DRAGÓN RUGIDOR…
El dragón lanzó sus últimos rayos contra el Ejército Oscuro, pero el derrumbe del castillo marcó la derrota definitiva.
En los campos de batalla, Régulus, Robinia y Stellarius gritaron y lloraron de alegría cuando vieron venirse abajo el castillo y que los enemigos huían. El cielo se abrió, las nubes desaparecieron y mil gritos de victoria se alzaron de las guarniciones de los esclavos liberados, entonces exhaustos, que habían combatido durante horas con coraje y desesperación.
Poco después, esos mismos gritos recibieron a Colamocha, que llevaba en su lomo a Sombrío, Spica y Pavesa, los que habían destruido el Mal de las brujas.
Pero entre las patas, Colamocha transportaba también la triste estatua de piedra del caballero Corazón Tenaz, que había sacrificado su vida por la de muchos otros.
Aquella noche, en el campamento, muchos cantaron y otros muchos lloraron. Régulus y Robinia se abrazaron, Fósforo saltó alegre al regazo de Spica. Pero también se enterró a los muertos y se curó a los heridos.
Delante de grandes hogueras se esperó la llegada de la mañana contemplando las ruinas del castillo como cuando se mira un espejismo. Poderosos cantos surgieron del océano y de las costas, donde sirenas y tritones lo estaban celebrando, y por todas partes, en los reinos conquistados, se rasgó el velo de oscuridad y la luz volvió a iluminar el mundo.
La profecía de Enebro se había cumplido: el Arco, la Oca, el Dragón y la Espada habían vencido a la oscura mesnada.
El sueño de conquista de Brujaxa se había desvanecido.
Aquella noche, Sombrío, cansado y triste pese a la victoria, se acercó a Colamocha y se detuvo a mirar lo que quedaba del castillo de la Reina Negra. El dragón bufó y le restregó el morro contra el hombro, como para consolarlo.
—Siento lo de tu padre —dijo Spica a su espalda—. Quizá ahora que Brujaxa ha muerto, Floridiana pueda…
—Brujaxa no ha muerto —intervino Stellarius con voz poderosa.
—Pero ¡no puede haber sobrevivido a ese derrumbe! —murmuró estupefacta Pavesa, que llevaba el anillo de luz colgado del cuello.
—Si así fuese, todos sus hechizos se habrían desvanecido y el mundo estaría ya libre de su oscura fuerza. Pero eso no es así, al menos por ahora. Aún noto las cadenas de sus encantamientos aprisionando a personas y cosas. Pero está vencida, eso es cierto, y esta derrota la mantendrá quieta largo tiempo y a nosotros nos dará oportunidad de restituir la paz —suspiró el mago.
—Sí, al menos por ahora hemos vencido —sonrió Robinia.
Pero Spica observó el rostro serio de Sombrío y vio que miraba la estatua de Corazón Tenaz.
—En tina guerra nadie vence nunca —murmuró la chica con un terrible sentimiento de culpa.
—Pero ahora hay una nueva esperanza para el futuro —dijo Sombrío, tratando de sonreír y cogiéndole dulcemente la mano—. Por eso mi padre y muchos otros se han sacrificado. Y por eso nosotros seguiremos luchando al lado de las hadas —añadió, apretando con la otra mano el medallón del sol y la luna.
Spica sonrió y apretó a su vez la mano del chico.
—Bien dicho —aprobó Stellarius con orgullo.
Después, uno tras otro, todos se fueron a dormir.
Fósforo y Colamocha ronroneaban satisfechos, acurrucándose el uno junto al otro.
Poco a poco, la noche se hizo más oscura y tranquila como nunca antes sucedió en aquellas tierras. Sólo por un instante, Pavesa se preguntó qué habría sido de Anguila… Tenía que haber resultado herida en el derrumbe. Y aunque los hubiese abandonado en el momento más difícil del combate, no pudo dejar de sentirse triste.
Pero luego apartó esos pensamientos. Ninguna pesadilla turbó aquella noche sus sueños y, desde el cielo, las estrellas velaron su descanso.
Nadie se percató de que, entre las ruinas del castillo, algo se movía. Un lento repiqueteo precedía los pasos de una figura envuelta en ropas oscuras. Una figura de inquietantes ojos coralinos.
—Sí, ya lo sé, mi pequeña Arácnida —susurraba, arrastrándose entre los escombros infestados de hiedra negra que todavía rompía las piedras al crecer—. Han destruido nuestra casa. Pero ha valido la pena, ¿no? Ahora Brujaxa está perdida y prisionera en las entrañas del castillo, adormecida y demasiado agotada para rebelarse. Está custodiada por sus escorpiones negros. La mantendremos en los Pozos de las Brujas en que ella nos retuvo a nosotras hasta que queramos, y estas tierras serán libres por fin. Y al final serán nuestras… ¡nuestras! —dijo entre carcajadas, acariciando a su araña—. Oh, no, ella no se despertará, mi fiel amiga, no se lo permitiremos. Nosotras y estas maravillosas hiedras negras no se lo permitiremos. Este reino será nuestro. Tenía que ser nuestro desde hace mucho tiempo, Calíope lo dijo. La estrella que cayó del cielo lo anunció. Yo soy la bruja que iba a hacer grandes cosas… ¡sólo yo! Y de ahora en adelante éste será mi reino. ¡Mío y tuyo, pequeña Arácnida! Reconstruiremos el castillo y será un castillo de huesos. Nadie podrá entrar en él sin nuestro permiso, nadie…
Y. mientras hablaba, entre las piedras que la rodeaban pululaban miles de arañas negras.