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EN LAS FUENTES RABIOSAS

L dragón se elevó en el cielo y se hundió en las nubes. Pero muy pronto, aquella capa fría y grisácea se abrió y la luz de las estrellas y la luna deslumbró a los viajeros.

Pavesa jamás habría imaginado que el escalofrío de la velocidad y la altura pudiese ser una sensación tan indescriptible. Cuántas veces, mientras estaba encerrada en el castillo de Brujaxa, había soñado con volar como una mariposa y huir… Pero cuando el caballero dio la orden de descender, sintió un vuelco en el estómago: se vio de nuevo hundiéndose en las nubes y aquella sensación de infinita alegría se desvaneció, sustituida por la ansiedad y el miedo.

Bajo sus ojos reapareció la tierra de las brujas, tan temida y odiada. En las sombras de la noche empezó a distinguirse la masa enmarañada del Bosque de las Pesadillas. El castillo, cada vez más y más cerca, lo dominaba todo envuelto en sus cortinas de niebla.

Colamocha viró hacia el sur dando un gran giro para no pasar demasiado cerca de las torres vigiladas, luego remontó hacia las Fuentes Rabiosas, hinchó los pulmones y sopló sobre el suelo una espesa nube. Dio otro giro y sopló de nuevo, llenando el valle de una niebla ardiente. Vieron agitarse algo oscuro en la tierra y unos silbidos rompieron el silencio.

Después, obedeciendo a Corazón Tenaz, empezó a bajar describiendo amplios círculos. Con sus grandes alas despejó los vapores residuales de sus soplos y se posó en el suelo con un leve golpe.

Los viajeros desmontaron.

—Bueno, ya hemos llegado, muchachos —dijo el caballero, echando un vistazo a su alrededor—. El aliento de Colamocha debería haber alejado a la mayor parte de las cucarachas gigantes, al menos a las más cercanas a la superficie. Pero de todos modos, id con mucho cuidado.

Pavesa asintió.

—Y tú aprovecha la oscuridad y vuelve al campamento —le aconsejó Sombrío, colgándose la mochila al hombro y cogiendo el arco y el carcaj para Spica.

Corazón Tenaz pareció dudar.

—Has volado a lomos del dragón, llevas al costado una espada de caballero y vistes una cota de caballero —le dijo al joven—, pero no creas que son estas cosas las que te hacen caballero. Tu espada nunca se ha movido sola. La cota te ha protegido de grandes golpes mortales, pero eres tú quien expuso el pecho a esos golpes. Y por todo eso es por lo que este dragón decidió seguirte. Recuerda: lo que te hace caballero no es lo que llevas, sino lo que eres. Aquello por lo que tu corazón y tu mente están dispuestos a luchar. Y tú has demostrado que tienes un corazón y una mente de caballero. —Hizo una pausa y luego añadió—: Llévate esto. —Y depositó en la palma de su mano el medallón con el sol y la luna grabados.

Sombrío negó con la cabeza.

—No puedo…

—Acéptalo. Era de tu padre, un elfo negro. Empuña su espada con valor, muchacho.

—No queda demasiado para el amanecer —intervino Pavesa.

El caballero soltó la mano de Sombrío y saltó a la silla de Colamocha. En los ojos amarillos del dragón azul refulgió otra vez la luz de la estrella del muchacho. Luego, a una orden de Corazón Tenaz, éste abrió las alas. Poco después, surcaba ya el cielo más alto que las nubes, con su vuelo silencioso.

Sombrío miró a Pavesa, que observaba muy preocupada las rocas de las Fuentes Rabiosas. Apretó entre sus dedos el medallón del caballero, suspiró y se lo colgó del cuello para después deslizarlo bajo la túnica esperando que todo saliera perfectamente.