7
JUNTOS DE NUEVO
UANDO recobró el sentido, Sombrío se encontró tumbado en el suelo en una postura incómoda. Le dolía bastante la cabeza y la oscuridad lo rodeaba. Una oscuridad cálida pero sin estrellas.
Por un instante fugaz tuvo miedo, y se llevó una mano a la empuñadura de Veneno mientras con la otra tanteaba en busca de la brújula y el trino de las hadas, el único objeto con que podría destruir el cetro de Brujaxa. Suspiró aliviado, lo tenía todo.
La luz de su frente brilló e iluminó la cavidad en que se encontraba. De pronto, la piedra en que apoyaba la cabeza se movió. No era una piedra, sino la cola truncada del dragón azul.
Sombrío sonrió.
Un resquicio se abrió en el refugio formado por las grandes alas cerradas en torno a él y la luz violácea del nuevo día le hirió los ojos.
Soltó un débil lamento y Colamocha, con una especie de gorgoteo, giró su gran morro para asegurarse de que estaba bien. Él le palmeó afectuosamente las escamas.
—Estoy bien, amigo mío, estoy bien. Pero gracias a ti, ¿verdad?
Colamocha soltó un gruñido en aquel particular lenguaje suyo que Sombrío empezaba a entender, y volvió a cerrar las alas.
—No, ¿qué haces? Déjame echar un vistazo —protestó el joven, sentándose y bostezando.
Pero las alas permanecieron tan cerradas como una caja fuerte.
—¿Dónde estamos? —preguntó entonces Sombrío—. ¿Es peligroso?
Un bufido bajo y penetrante.
—Está bien, es peligroso. Déjame echar una ojeada de todas formas —añadió sujetando la espada, dispuesto a usarla.
Un pequeño resquicio se abrió en el punto de unión de las dos alas. Sombrío miró fuera. Se encontraban en las montañas y, por lo que podía ver, sobre un pico de forma cóncava. Colamocha había elegido el lugar más abrigado y silencioso. Aunque, permanecía vigilante; el chico notaba palpitar la tensión en sus alas y su gran cuerpo.
Los sentidos de Sombrío sondearon la atmósfera circundante. El aire era frío y tenía un olor desagradable. Los restos de los campamentos destruidos aquella noche todavía humeaban y el viento transportaba hasta allí el hedor áspero del fuego. A lo lejos, el castillo de Brujaxa estaba envuelto en una muralla de nubes púrpura.
Sin embargo, más cerca, bajo el saliente rocoso donde se habían refugiado, había algo. O mejor dicho, alguien… Pero era difícil saber quién, pues sólo se oían unas voces distantes.
Sombrío obligó a Colamocha a abrir más las alas y asomó la cabeza para mirar. Un sonido de piedras rodando le indicó que los desconocidos se estaban aproximando.
El chico comprendió los temores del dragón. Para darle ánimos, le puso una mano sobre la pata y susurró:
—Tranquilo.
Colamocha resopló y lo dejó escurrirse fuera de sus alas, luego plegó éstas a su espalda y alargó el cuello, sugiriéndole así que montara y emprendieran el vuelo. Pero Sombrío negó con la cabeza y se asomó al borde de la cavidad. Oyó una voz:
—¡Es un dragón azul de verdad! ¿Crees que también estará el jinete?
—La batalla ha sido dura. Podría estar herido —respondió otra voz, más baja.
—¿Dejará que nos acerquemos?
—Tenemos que intentarlo.
Sombrío se deslizó hasta detrás de un saliente rocoso y le hizo una seña a Colamocha para que mantuviera la cabeza gacha. Los ojos del dragón estaban llenos de inquietud, miedo y ganas de escupir rayos.
Los pasos se acercaban, pero aquéllos a quienes pertenecían seguían tapados por las rocas.
Sombrío desenvainó entonces la espada y les espetó:
—¿Quiénes sois?
—¡Venimos en son de paz! —dijo una voz de alguien que se paró donde estaba, a resguardo de las rocas.
El dragón gruñó.
—¿Quién usa la palabra paz en territorio de las brujas? —preguntó Sombrío—. ¿Quiénes sois?
—En vista de la criatura que cabalgas, extranjero, puede que seamos compañeros de armas —respondió el desconocido—. Pero lo que importa es que somos enemigos de las brujas, igual que tú.
Sombrío calló; los pasos seguían detenidos.
—Sube despacio… ¡y sólo tú! —dijo luego—. El dragón está nervioso y podría reaccionar mal.
El desconocido tembló. Al margen del tono conminatorio, tenía la impresión de haber oído ya aquella voz.
—No, no es posible. —Murmuró.
—Quédate aquí, voy yo —le dijo a su compañero. Luego se encaramó al saliente y vio ante sí lo que su corazón anhelaba, pero no había imaginado que fuera a ver: un joven elfo de rostro cansado, pelo verde oscuro alborotado por el viento y ojos suspicaces pero repletos de vida. Le recordó a sí mismo en tiempos pasados. Le recordó a la preciosa Acacia, que había sido su mujer.
A espaldas del muchacho, en actitud amenazadora, un magnifico dragón azul lo miraba con sus grandes ojos amarillos.
Por un momento. Corazón Tenaz no puedo respirar y casi perdió el equilibrio. Pero una sonrisa se dibujó en la cara de Sombrío cuando reconoció en él al caballero con quien había coincidido en el Reino de los Bosques y que luego había combatido a su lado en el Reino de los Gnomos de Fragua.
El chico dejó caer la espada y le tendió la mano para ayudarlo a subir.
«Así pues, está vivo», pensó Corazón Tenaz con una emoción que no conseguía contener. Y tenía consigo a un dragón. ¡Aquel joven poseía la fuerza y el valor de un verdadero caballero de la rosa!
—¡Menos mal que estás a salvo! —Le dio la bienvenida Sombrío, que ignoraba que era el hijo de quien tenía delante—. ¿Cuántos sois?
Corazón Tenaz contuvo la sensación de orgullo paterno que llenaba su pecho; todavía no podía revelarle su identidad.
—Un centenar… Gracias a tu magnifica intervención, muchacho. Sin ella, mi viejo compañero de armas de los caballeros de la rosa, Brazofort, que es con quien has hablado antes —y se volvió hacia su gran maestro, que entre tanto había aparecido a su espalda—, y yo no lo habríamos conseguido jamás. ¿Estás solo? —preguntó luego, Corazón Tenaz, mirándolos a él y al dragón azul con una mezcla de admiración y también de nostalgia.
—Esperaba encontrar aquí a los demás.
—A algunos sí los encontrarás —contestó el caballero. A continuación, echó un vistazo a la silla de corteza entretejida y una sonrisa le arrugó la cara—. ¿Has volado sobre eso?
Sombrío asintió.
—Has tenido suerte. ¿Cómo se llama tu dragón?
—Colamocha.
Éste rugió sin dejar de observar al caballero, que dijo:
—Venid, ahí abajo estamos montando un campamento. De lo demás hablaremos luego.
Sombrío dudó.
—A Colamocha no le gustan demasiado los extraños.
El caballero miró de nuevo al dragón y a su hijo.
—Mantenlo apartado de la gente de modo que sea él quien se acerque cuando quiera. Si va contigo, tarde o temprano tendrá que acostumbrarse a las personas.
Le pareció que sus palabras habían alentado a Sombrío, así que le sonrió y le dijo con voz más seria:
—Me alegra que hayas conseguido llegar aquí, aunque aún hay mucho que hacer.
—Estoy aquí para eso —asintió el joven elfo.
—Sí. Estamos aquí para eso —respondió el caballero.
Régulus puso una mano en el hombro de Robinia.
—Ese dragón… —empezó a decir, en cuanto advirtió a Colamocha levantar su largo cuello.
—Sí, se parece mucho al que combatía en el círculo de piedra, en el Reino de los Orcos —confirmó Robinia, tratando de refrenar su esperanza por miedo a sufrir una decepción.
En ese momento, una figura que no se distinguía bien, de pie en el pico rocoso, se aupó a la espalda del dragón azul, que abrió las alas y, con unos pocos y rápidos aleteos, alzó el vuelo.
Muchos prisioneros se tiraron d suelo por temor a ser golpeados, otros continuaron mirando. El dragón describió amplios círculos y empezó a descender revoloteando hacia el campamento donde estaban. Fue bajando cada vez más hasta tocar tierra.
Régulus corrió hacia él sin pensárselo. Cuando llegó hasta el dragón y su jinete, se dio cuenta de que había arrastrado con él a Robinia.
El animal gruñó, listo para atacar.
—¡Quietos! —les gritó una voz familiar.
Y por detrás del grueso cuerpo del dragón azul asomó el rostro de Sombrío con una sonrisa llena de júbilo.
—¡Régulus, Robinia! Quedaos donde estáis, ya voy yo —les gritó el chico.
—¡Sabía que eras tú! ¿Estás bien? —Se entusiasmó Régulus.
Sombrío acarició suavemente el cuello del dragón, le murmuró algo y luego se separó de él.
Sólo entonces, con las mejillas bañadas en lágrimas. Robinia le saltó al cuello sollozando.
—¿Cómo lo has logrado? ¡Oh, creíamos que estabas muerto!
Régulus frunció la nariz, un poco celoso por aquel abrazo emocionado.
Sombrío, reconfortado por reencontrarse con sus amigos, demacrados y cansados, pero vivos, se apartó de Robinia para abrazar a Régulus.
—¡Me alegra veros! Pero ¿qué ha sido de los otros? ¿Tenéis noticias de Stellarius y de Pavesa?
Robinia se enjugó las lágrimas y negó con la cabeza.
—¿Y Fósforo? ¿No está contigo? —preguntó la chica.
Esta vez fue Sombrío quien negó.
—Atravesó el Espejo de las Hordas con Stellarius y Pavesa. No sé exactamente dónde, pero también ellos están en el Reino de las Brujas. ¿Y Spica? ¿Dónde está? —preguntó luego, seguro de que estaba allí con su hermano, quizá ocupada en ayudar a algún prisionero herido. Pero la expresión que vio en la cara de Régulus le hizo temer lo peor.
—¡Venga, Régulus, habla! ¿Dónde está?
—Se la han llevado. No pude hacer nada. Fue conducida al castillo, con Brujaxa.
Mientras su amigo se lo contaba todo, fue como si a Sombrío una piedra le cayera en el ánimo y se lo aplastara con el peso de la rabia y la frustración. ¡A Spica se la había llevado un caballero sin corazón y ahora se encontraba en las garras de la Reina Negra!
Y cuando había sucedido él no estaba allí, no había podido hacer nada.
Ató el trino de las hadas, con su mudo repique, a la empuñadura de Veneno y suspiró; después, alzó los ojos hacia la silueta del castillo: entre aquellos muros violáceos y peligrosos ya no sólo tenía que destruir el cetro oscuro, sino también salvar a Spica.
—¡Ah, me olvidaba! —Régulus lo sacó de sus negros pensamientos—. Tengo algo para ti.
Sombrío tardó un poco en comprender qué era aquel conjunto de maltrechas hojas que su amigo le tendía. Luego las reconoció y el corazón le dio un vuelco: ¡el libro de profecías de Enebro! Así pues, no había sido destruido. Entonces, aún les quedaba una esperanza.
—Pero ¿cómo…?
—Bueno, los orcos son menos listos de lo que creen… ¡Lo habían tirado! —respondió Régulus, guiñándole un ojo.
—¿Me puedo sentar contigo? —preguntó la voz grave de Corazón Tenaz, pillando a Sombrío por sorpresa. El chico se sobresaltó y le dirigió una mirada de cansancio y desconsuelo al tiempo que asentía.
—Observas el castillo como si quisieras destruirlo con la mirada, pero ahora más que nunca deberás ser prudente.
—La han llevado allí…
—Lo sé. Pero la fortaleza es grande y está llena de trampas. Es preciso sopesar cada movimiento. Tú ya te has descubierto demasiado. Ahora Brujaxa conoce la existencia del dragón azul. Y no tardará en actuar.
De mala gana, Sombrío tuvo que reconocer que tenía razón.
—Pero entiendo tus sentimientos —prosiguió Corazón Tenaz—. Aprecias mucho a esa joven elfa, ¿no es cierto?
Sombrío se limitó a asentir con la cabeza, sin decir nada.
—Entonces no hace falta que te diga que es lo bastante fuerte para resistir a Brujaxa. Ya has oído a tus amigos, fue ella la que encontró el modo de que los esclavos reaccionaran y de alejar las pesadillas que los torturaban. Y encontrará esa misma fuerza para sí misma en su interior —le aseguró Corazón Tenaz poniéndole una mano en el hombro—. Tú también debes hacerlo. Así es como actúa un verdadero caballero: combate también contra sí mismo y sus miedos.
Sombrío se sobresaltó: Más allá aún el caballero deberá acudir… También la profecía de Enebro que lo había guiado al Reino de los Orcos y luego le había indicado el camino para llegar hasta allí hablaba de un caballero. Hurgó nerviosamente en su mochila y por fin encontró el precioso librito. Ante los ojos atentos e interesados de Corazón Tenaz, lo abrió con cuidado y empezó a hojearlo.
La primera página, la más estropeada, se iluminó con la luz que irradiaba la estrella de su frente. El brillante rayo inundó la página con intensidad e hizo que aparecieran estrofas misteriosas:
ES HORA DE RENDIR CUENTAS,
LO ACERTADO Y LO DESACERTADO CONFLUYEN.
NO HAY ESCAPATORIA AL ÚLTIMO COMBATE QUE RÁPIDO E INFAME SE AVECINA.
LO QUE AHORA PUEDO DECIR
ES BIEN POCO Y CONMUEVE:
SABES, VALIENTE CABALLERO,
QUE LAS ILUSIONES SERÁN CIERTAS,
SÓLO SI CIERTAS LAS CREES.
DE LO MAS PROFUNDO DE LA TIERRA Y DEL CIELO
LOS CABALLEROS VENDRÁN
PARA LUCHAR CODO CON CODO.
DOS, NO YA UNO;
UNO, NO YA DOS.
Y CHILLARÁ LA PIEDRA, MUTARÁ EL MUNDO,
¡EL DESTINO FIJADO ESTARÁ!
QUE SEAN PUES:
FLECHA MORIBUNDA,
ESPADA VOLADORA,
OCA SABIA,
DRAGÓN RUGIDOR.
En ese momento, a su espalda se oyó un gran alboroto. Corazón Tenaz agarró a Sombrío del brazo. Pero enseguida, la cercana voz de Régulus anunció jovialmente:
—¡Stellarius! ¡Ha llegado Stellarius! Y están también Fósforo y… ¡Pavesa!
Sombrío vio a Robinia abrazar al dragoncito y a Pavesa, que por fin había recuperado su verdadero aspecto de pequeña y amable doncella del pueblo de los enanos grises. Pero un solo pensamiento se había adueñado de su mente: en la profecía, Enebro había usado la palabra moribunda… para la flecha.
¡Para la flecha de Spica!