17

Manual de Justin para la artista

Olvidar amar es olvidarlo todo

Su tono de voz era bajo y amenazador. Nada comparado con cómo se sentía.

Stormy se estremeció.

—¿Cómo me has encontrado?

—¿De verdad pensabas que no lo haría? —Hunter entornó los ojos. Su ira rivalizaba con su dolor. Stormy parecía demasiado encantadora, demasiado inocente. No, aquella apariencia escondía su traición —«Céntrate en eso, Hunter» —pensó— Tenías que volver. Sé cómo piensas. Todo lo que tenía que hacer era aplicar la lógica. Y una pequeña alarma.

—Entonces tu magia debe de estar fallando, porque llevo aquí horas.

—No estábamos seguros. Había algo que interfería, como si estuvieras aquí pero al mismo tiempo no estuvieras.

—El hechizo citior.

Hunter se mostró incrédulo.

—¿Has usado citior? Stormy, es una locura. ¿Sabes el peligro, el riesgo…?

—Sí, bueno, «tiempos desesperados…», ya sabes —dijo la muchacha, que no mostró temor alguno. Se mantuvo erguida y le miró directamente a los ojos—. Estás equivocado con respecto a las hadas madrinas. Ellas quieren evitar la guerra que Lucas está intentando comenzar.

—No me importa. Trabajo para el Consejo y ellos te quieren a ti. Puedes contarles la historia tú misma.

—El Consejo no me escuchará.

—Ese no es mi problema.

Como si de repente le hubieran echado encima una carga de mil kilos, la joven dejó caer los hombros y pareció abrumada. El brillo de sus ojos también desapareció. Parecía cansada, pero Hunter no podía confiar en que no fuera a utilizar su magia. Prácticamente le rogaba con la mirada.

—¿No puedes hacer como que no me has visto?

—Los guardias ya saben que estoy aquí hablando contigo. Y tus padres también.

—Entonces no hay esperanzas —dijo, mientras sus ojos parecieron perder la vida que habían tenido—. No les harás daño, ¿no? A mis padres.

—No.

Stormy tendió sus manos.

—Estoy lista.

Hunter miró sus manos y arqueó una ceja. ¿Acaso esperaba que la esposara?

—Mmm… No tengo esposas.

Las mejillas de Stormy se sonrojaron.

—No hace falta que te rías de mí. Simplemente arréstame y déjame en paz. Llama a los otros guardias. Seguro que ellos te ayudarán a controlarme.

Entonces sí que le quedaba un poco de vida. Y su trabajo era acabar con ella. Se odiaba a sí mismo.

—Stormy, yo…

—¿A qué estás esperando? No voy a volver a hacerte daño —exclamó con un tono de voz más elevado, como si estuviera amarrándose a los últimos vestigios de su autocontrol. Después se apagó hasta convertirse apenas en un susurro—. No podría.

Hunter dudó un instante.

—No hagas esto más difícil de lo que ya es. Tú has elegido esto. El Consejo…

—A la mierda el Consejo. ¿De verdad crees que me creerán después de todo lo que ha pasado?

—No —dijo. Él no tenía por qué sentirse culpable. Ella era la traidora.

«¡Aférrate a la ira, maldita sea!», pensó. Había destruido la carrera de Tank, le había atacado a él y a dos guardias más, había traicionado al Consejo… Sus pensamientos se dispersaron cuando sus ojos se posaron sobre el tapiz, todavía en el telar. Frunció el ceño—. Esa es la pieza de la colección de LeRoy. Apenas podías apartar tus ojos de ella. ¿Para qué arriesgar tu libertad por hacer una copia?

—Porque voy a robar el que tiene Lucas.

Aquello no tenía sentido. Aunque fuera una traidora no era una ladrona. Claro, como si pusiera límites a quebrantar ciertas normas y no otras. Hasta en sus propios oídos sonaba estúpido. Pero Stormy no era la típica ladrona.

—¿Por qué?

—El tapiz que tiene Lucas es uno de los obsequios de Merlín.

Hunter la atravesó con la mirada. Imposible. Buscó en su expresión cualquier signo que reflejara que estaba mintiendo, pero no vio ninguno. Aunque era una buena actriz. Ladeó ligeramente la cabeza y entornó los ojos, entonces desafió su historia.

—Los obsequios de Merlín son un cuento de hadas.

Stormy soltó una carcajada.

—Al parecer no lo son.

Si aquello fuera cierto… Si los obsequios de Merlín fueran reales… La amenaza hacia los arcanae y hacia el Consejo se intensificó de repente. El guardia la miró a los ojos.

—¿Lucas tiene los obsequios de Merlín?

Antes de que pudiera responder sintieron una pequeña oleada de magia en la pared del fondo. El yeso y la madera se abrieron, creando un orificio. La magia era silenciosa y poderosa. Debía serlo para poder atravesar las barreras que los guardias habían puesto sobre el edificio. Hunter reconoció a la mujer que atravesó el orificio antes de que pudiera decir nada. Kristin Montgomery.

—Stormy, tenemos que irnos. Los guardias saben que… —empezó Kristin, pero se detuvo al ver a Hunter—. Oh.

—¿Cómo has entrado? —preguntó el guardia.

—¿De qué sirve ser una singular si no puedes hacer magia? —preguntó Kristin en tono de burla, y le apuntó con la varita.

Stormy se interpuso entre la varita de Kristin y el guardia.

—Kristin, no lo hagas.

—Quítate de en medio, Stormy —respondió la muchacha.

—No —se negó Stormy.

—Los guardias se darán cuenta en seguida de que ha habido una fisura en el estudio —le informó Kristin, e intentó apuntar a Hunter rodeando a la joven.

—Entonces no tienes mucho tiempo. Toma el tapiz y sal de aquí —ordenó Stormy.

Hunter se quedó mirando a Kristin.

—Si vas a matarme deberías hacerlo ya —dijo Hunter, y apartó a Stormy de un empujón.

—¡Basta! —gritó Stormy, y volvió a colocarse entre ellos. Después tomó al guardia de las manos—. Por favor, Hunter. Confía en mí. Lo juro, te juro que… No sé qué jurar, pero por favor, si alguna vez has sentido algo por mí…

—¿Algo? Maldita sea, pensaba que podía enamorarme de ti —afirmó Hunter mirándola con intensidad.

Kristin bajó la varita.

—Oh, mierda —dijo, y las palabras parecieron provocarle dolor.

El guardia miró a las dos jóvenes. No se les debía de dar muy bien amenazar a la gente si dudaban ante el primer signo de dificultades. Dios, cuánto se iba a arrepentir de hacer esto.

—Largo —dijo, y sintió una punzada de dolor en la boca del estómago.

Stormy se lo quedó mirando. Hunter habría jurado ver la esperanza reluciendo en sus ojos.

El guardia colocó una barrera en la puerta que retrasaría la entrada de sus compañeros.

—Primero atacadme y después marchaos.

Kristin agarró a Stormy de la mano y lanzó una ráfaga de energía hacia el joven. Las piernas y los brazos del guardia quedaron amordazados por cuerdas, después cayó al suelo, retorciéndose para caer de lado y no romperse la nariz. Aun así le dolió. Aunque no tanto como la opresión que le atacaba desde dentro.

—¡Hunter! —Oyó la voz de Tank. El ambiente se llenó de gritos provenientes del exterior y varios estallidos de magia golpearon la puerta.

—¡Marchaos! —siseó Hunter.

Stormy apuntó con su varita al tapiz, que voló hasta sus manos. Después miró a Kristin.

—De acuerdo.

Salieron a toda prisa por el orificio de la pared, que empezaba a cerrarse. Stormy se volvió para mirar a Hunter. Abrió la boca para decir algo, pero Kristin la agarró y desaparecieron.

Al segundo, la puerta se abrió de par en par. Los cristales que conformaban la tela de araña de la ventana tintinearon al romperse y caer al suelo. El rostro de Aracne se partió en dos. Tank corrió hacia su compañero y cortó los nudos que lo aprisionaban con un movimiento de su varita. Hunter se dio la vuelta y se levantó de un salto. Señaló con un dedo.

—Por allí.

Los guardias echaron a correr hacia la abertura en la pared, que se cerró frente a ellos. Desenfundaron las varitas y de un estallido abrieron un agujero en la parte trasera del estudio.

Tank se quedó mirando a Hunter y sin pronunciar palabra le preguntó qué había ocurrido.

Hunter no se sentía capaz de mirarle a los ojos.

—Kristin Montgomery estaba con ella. Al parecer ha tomado el control gracias a sus poderes como singular. —Una mentira por omisión seguía siendo una mentira. Tensó la mandíbula para controlar el dolor que sentía.

Tank parecía estupefacto.

—¿Estás bien?

—Sí.

Era la segunda mentira que decía en los últimos diez segundos.

—Nos ha dejado escapar —dijo Stormy en tono bajo, aunque cargado de emoción. Todavía no podía creer que Hunter les hubiera dejado escapar. Que incluso las animara a escapar. No tenía sentido. Estupefacta e incapaz de pensar con claridad, miró a los demás en la sala.

—No sabéis lo gordo que es esto.

Reggie la rodeó con un brazo.

—Parece un buen hombre —añadió Rose.

—Mmm… —murmuró Jonathan—. Me reservaré mi opinión.

—Sé amable —dijo Reggie, y lanzó a Jonathan una mirada punzante. Después le dio un apretón cariñoso a Stormy en el hombro.

—Realmente ha corrido un gran riesgo dejándonos marchar —afirmó Kristin, que buscó a Tennyson con la mirada. Stormy pudo leer las preguntas en sus ojos.

—Si alguna vez volvemos a verle le daré las gracias —apuntó Lily.

Stormy tragó saliva. Lily tenía razón. Quizá no volviera a ver nunca al hombre que había dicho que podría haberla amado. Sintió un pinchazo en el corazón al recordarlo. Necesitaba pensar en otra cosa. Se dirigió hacia la mesa con pasos largos y extendió el tapiz que había confeccionado. Con ojo crítico observó los cuantiosos fallos que su velocidad había causado, las secciones desiguales y los puntos sueltos, pero tendría que ser suficiente.

Kristin se unió a ella. Comparó la pieza con la imagen que había sacado de la memoria de Stormy.

—No soy una experta, pero yo diría que es una copia muy buena.

Tennyson llevó a cabo el mismo reconocimiento que Kristin.

—El arte no es lo mío.

—Pero sí lo mío —indicó Stormy. Señaló hacia la mano del mago—. Esta parte no refleja la vitalidad del original. Y esta de aquí está suelta —dijo señalando otra sección del tapiz—. La calidad del original refleja el cuidado y el trabajo que se invirtieron en él.

—A mí me parecen iguales —sentenció Violet.

—¿Pero bastará? —preguntó Lily.

Stormy se encogió de hombros.

—No sabría decirlo. Hay una gran diferencia entre la pieza que vi y esta versión chapucera.

Reggie negó con la cabeza.

—Eso es porque eres una experta. De acuerdo, quizá la tuya no sea tan buena, pero aun así servirá.

Stormy suspiró.

—¿Y ahora qué?

—Tenemos que entrar en casa de Lucas y darle el cambiazo —respondió Lily.

—¿Alguna idea? —Kristin tomó un bloc de notas para apuntar.

—No se puede hacer magia en la galería de arte —apuntó Reggie—. Lucas la tiene encantada.

—Pero vosotros escapasteis —afirmó Kristin.

—Porque tenía el cayado. No podemos contar con hacer magia allí.

—Creo que aun así tendremos que utilizar magia para buena parte de nuestra aventura —dijo Violet.

—Y en cuanto al resto simplemente tendremos que hacerlo a la manera terrenal —dijo Stormy mirado a sus amigos. Intentó bromear para disipar el abatimiento que sentía—. ¿Alguno de vosotros tiene experiencia en allanamiento de morada?

Reggie levantó la mano.

—Yo robé el Lagabóc de la oficina de Tennyson, pero utilicé magia.

Sobre la mesa del comedor se encendió una vela.

—¡Correo! —exclamó Reggie, agarrando una hoja de papel. Colocó el folio encima de la llama y dejó que el humo ennegrecido se arremolinara sobre la superficie.

—Son velas especiales —explicó Lily—. Se trata de un juego emparejado y bastante raro. Escribes algo en un lado, lo ahúmas con la vela y aparece el texto al otro lado. Así nos comunicamos con los padres de Reggie.

Reggie terminó de leer.

—Han llamado a Lucas a testificar frente al Consejo mañana por la mañana.

—¿A testificar sobre qué?

—Sobre nosotras, supongo —contestó Reggie.

Violet asintió.

—Es nuestra oportunidad.

Kristin miró el folio de papel.

—Violet tiene razón. Mañana por la mañana no estará en casa. Es la mejor oportunidad que vamos a tener.

—¿Cómo vamos a hacerlo? —preguntó Rose.

El debate comenzó. Stormy echó un vistazo superficial a las notas de Kristin. La página estaba toda escrita, y cada idea era más atrevida que la anterior. La conversación fue bastante errática y en gran parte improductiva, ya que todas las ideas se discutían a fondo antes de descartarse. La desesperanza que había acosado a Stormy durante todo el día se hizo más evidente. Su cometido parecía imposible.

Y entonces se le ocurrió.

—Creo que ya va siendo hora de que dejemos de pensar a lo grande. A veces lo pequeñito tiene sus ventajas...

Lucas entró en la cámara ovalada del Consejo. Había doce butacas, colocadas en hileras detrás de un muro bajo, y dos de ellas estaban vacías. Eran las de los dos miembros asesinados. Le hizo gracia la disposición de la sala y sonrió para sus adentros. El diseño de la cámara pretendía intimidar a los que se presentaran frente al Consejo. Cualquiera que interviniera tenía que levantar la vista para mirar a los miembros, mientras que ellos tenían una posición y un punto de vista superior. Incluso el material del que estaba compuesta la cámara pretendía causar cierta impresión: el mármol negro, los pasamanos de madera oscura y las butacas de los miembros del Consejo, de altos respaldos que simulaban tronos. Para el interlocutor no había silla alguna.

No le importaba. Él pensaba mejor de pie.

Al echar un vistazo por la sala reparó en la galería de invitados, el área reservada para aquellos que presenciaban el procedimiento. Ian estaba allí. Lucas hizo un pequeño gesto de asentimiento ante la expresión entusiasta del joven, pero no lo saludó. Ian seguramente pretendía arrastrar a los demás hacia la aclamación de Lucas.

Otras pocas caras completaban el área de invitados. Dejó que su mirada vagara sobre ellas hasta que llegó al último rostro, el del guardia idiota que había dejado escapar a Stormy dos veces. Mira que había que ser estúpido para dejar escapar a una muchacha como ella. Stormy no tenía talento, ni clase, ni inteligencia. El hada madrina no solo había escapado de la custodia directa del guardia, sino que este había fallado al intentar capturarla cuando la habían vuelto a encontrar. Debía de estar ahí para comparecer ante el Consejo. ¿Qué les diría, que era un idiota?

Incompetente. Lucas estuvo a punto de resoplar. Cuando gobernara a los arcanae aquel comportamiento sería criminal.

Tomó su posición en el centro de la sala circular y levantó la vista para mirar a los miembros del Consejo. Sabía que esperaban que se inclinara frente a ellos, como era tradición cuando se hablaba en la cámara. Por un momento mantuvo su postura erecta, después cedió con una ligera inclinación de la cabeza.

—Estimados colegas.

Captó la rápida oleada de sorpresa ante aquel trato informal, pero no estaba dispuesto a aceptar la superioridad del Consejo sobre la suya.

—Me habéis pedido que comparezca ante vosotros hoy dada la situación con las hadas madrinas.

—Así es. —sonó una voz potente desde la galería—. Y te agradecemos que hayas accedido a nuestra petición. ¿Puedes decirnos por qué las hadas madrinas parecen haberte convertido en su blanco?

—Porque estoy revelando la verdad sobre ellas —afirmó Lucas, y abrió las manos en un gesto de perplejidad—. Quizá porque al ser un recién llegado a la zona, un extranjero o un mago afortunado, puedo ver sus intenciones con más claridad. Y más probablemente porque saben que aborrezco sus fines ocultos.

—¿Cuáles crees que son esos fines ocultos? —preguntó otra voz.

—¿Acaso no está claro? No están conformes con su papel en nuestro mundo. Saben que han quedado obsoletas, pero quieren mantener su influencia sobre los arcanae y los terrenales.

—¿Cómo crees que pretenden hacerlo? —inquirió una voz masculina.

—Nosotros otorgamos poder a las hadas madrinas, pero solo porque permanecen ocultas. Aparentemente caminan entre los terrenales, les prestan atención. Son ellas las que nos proporcionan información sobre los terrenales. Son ellas las que nos cuentan si son peligrosos o no. Son ellas las que defienden que los terrenales tienen más fuerza que nosotros. ¿Pero es realmente así? ¿Cómo podría un terrenal tener más poder que un arcanae? Nosotros controlamos la magia. Los terrenales no tienen nada que pueda detenerla. Si viviéramos abiertamente, usando nuestra magia, no necesitaríamos a las hadas madrinas. Los terrenales no se molestarían en pedir deseos porque sabrían que existe la magia real. Y nos tendrían el respeto que merecemos por nuestro poder. Así que las hadas madrinas buscan tomar el control del Consejo para evitar quedarse obsoletas. Están dispuestas a impedir que ocupemos nuestro verdadero lugar en el mundo.

Inclinó la cabeza tímidamente, pero sabía que los tenía embelesados y que le prestaban toda su atención.

—Muchos de vosotros habéis hablado conmigo y ya conocéis mis convicciones.

—¿Y cuáles son esas convicciones? —preguntó una voz femenina desde otro lado.

Lucas buscó a la interlocutora. Ahí estaba. Sophronia Petros. Aunque sabía quién era, había fallado al intentar conseguir su apoyo. De hecho, no sabía lo que pensaba aquella mujer. No tenía ni idea. Era un elemento variable e inseguro. Quizás iba siendo hora de que otro miembro del Consejo tuviera otro accidente.

—Creo que los arcanae han renunciado a sus demandas durante demasiado tiempo. Creo que hemos vivido con miedo durante suficiente tiempo.

Ante aquellas palabras, Ian dio un salto y empezó a aplaudir con fervor. Varios aplausos de otros miembros acompañaron también a su declaración.

Lucas alzó una mano, pidiendo silencio. Como un dócil perrito, Ian tomó asiento y Lucas volvió a sentir la atención de la sala sobre él.

—Las hadas madrinas buscan hacerse con el control antes de que os deis cuenta de lo insignificantes que son. Están intentando arrebatarle el control al Consejo y mantenerlo en sus propias manos. Mientras puedan convencernos de la necesidad de permanecer ocultas les estaremos permitiendo controlarnos. Ha llegado el momento de que ocupemos nuestro lugar en el mundo. Ha llegado el momento de vivir abiertamente.

Ian volvió a ponerse en pie de un salto, pero esta vez un murmullo acompañó a su entusiasmo. Lucas se irguió, barriendo con la mirada la galería, retando prácticamente a cualquier miembro del Consejo que osara contradecirle.