8

Manual de Justin para la artista

Un paso en falso no es más que una oportunidad de aprender

Stormy estaba sentada en la cocina, con las manos apoyadas en el regazo y la vista clavada en el suelo, mientras Ian pisoteaba los azulejos hacia arriba y hacia abajo. Pensó que lo mejor sería dar una imagen de remordimiento, aunque no lo sintiera en absoluto.

—… irresponsables, incompetentes…

Volvió a evadirse, lo que no resultaba precisamente fácil dado el volumen del tono de voz de Ian.

Hunter y Tank permanecían firmes junto a la pared. Los padres de Stormy la flanqueaban a ambos lados de la mesa de la cocina. Les estaba costando mantener una expresión seria, lo que a su vez implicaba que a ella le costara mantener la compostura. La voz de Ian volvió a interrumpir sus pensamientos.

—…perderla de vista. —Ian resopló—. Tú, Merrick, al menos la has localizado, pero el señor Bryant, aquí presente, la ha dejado escapar primero. El Consejo lo ha relevado de su cargo con efectos inmediatos.

—Eso es… —gruñó el guardia.

Ian alzó una mano.

—Apáñatelas con tu jefe. El Consejo ya no necesita tus servicios.

¿Lo despedían? ¿Iban a despedir a Tank por su culpa?

—No deberían castigar a Tank por mi culpa. Él no ha hecho nada —replicó Stormy.

Ian la señaló con el dedo.

—Exacto. No ha hecho nada. Si hubiera hecho algo no habrías conseguido escapar.

¿Escapar? ¿Así que estaba prisionera?

—Pero he vuelto.

Ian resopló.

—Eso es irrelevante. Lo han suspendido de su cargo.

Tank se lo quedó mirando.

—Este es un trabajo para dos personas. ¿Quién va a reemplazarme? Hunter no puede estar despierto las veinticuatro horas del día los siete días de la semana. Alguien tendrá que relevarle.

—No vamos a necesitarlo a todas horas. Stormy se va a mudar a la sede del Consejo.

La sorpresa de la muchacha se reflejó en la reacción de sus padres. De sus rostros desapareció cualquier signo de diversión.

—¿Qué es eso de que se va a mudar? —estalló Justin.

—Lo que he dicho. El Consejo cree que la única manera de proteger a Stormy es teniéndola cerca. No podemos confiar en las hadas madrinas fugitivas. Intentarán influir en ella para llevarla por mal camino.

¿Por mal camino? ¿Quién decía eso?

—Así que el Consejo le va a proporcionar una habitación en el edificio. Necesitaremos a Hunter solo ocasionalmente. Como por ejemplo, en la cena de mañana. —Ian acompañó sus palabras con un gesto de indiferencia con la mano.

—No puedes obligarla a irse. Tiene sus derechos —apuntó Ken.

Tomó a su hija de la mano.

—Cariño, no tienes por qué irte.

—Claro que no, pero el Consejo vería su falta de cooperación como algo sospechoso —respondió Ian, mirando a Ken.

—Esta es su casa. —Justin elevó aún más su tono de voz.

—¿Acaso no tengo yo la posibilidad de opinar? —replicó Stormy.

Los hombres enmudecieron de repente. La muchacha no pudo evitar sentir una pizca de diversión con todo aquello.

—Claro que sí, cariño mío —respondió Ken, dándole una palmadita en la mano.

Stormy se volvió hacia Ian.

—En primer lugar, no podéis echar a Tank por esto. Me he escapado yo sola. Lo engañé. Él no debería pagar por mis acciones. Ha sido culpa mía.

Tank sacudió la cabeza.

—No es culpa tuya. La he cagado. Tendría que haberte vigilado mejor. Además, no me van a echar, solamente me van a relevar de este encargo. —En sus ojos se reflejó una expresión tensa y ni siquiera sonrió.

—Eso es decisión del Consejo, no tuya. —Ian frunció los labios, pero Stormy detectó un brillo triunfal en sus ojos.

Intentó que su mirada coincidiera con la de Tank para disculparse, pero el guardia miraba al frente sin mostrar emoción alguna en su rostro. Se sentía fatal. Dejó caer los hombros, abatida.

—Y, en segundo lugar, me mudaré a la sede del Consejo —suspiró.

Aquel anuncio atrajo las cinco miradas hacia ella.

—¡Pero si esta es tu casa! —exclamó Ken. Parecía un cachorro abandonado.

—Y siempre lo será, papá, pero todos sabíamos que sería temporal, hasta que encontrara otro apartamento.

—Pensaba que… como no has hecho ningún esfuerzo por buscarlo… —Ken hizo pucheros. Justin posó una mano sobre su hombro.

—Esperabas que me quedara. —Stormy le besó en la frente—. Te quiero, papá. Pero no puedo vivir aquí siempre.

—¿Por qué no? —preguntó él, soltando una risita—. Todavía eres mi niña.

—Parece que ya ha tomado una decisión. —Justin le guiñó un ojo—. Siempre has sido una rompecorazones.

Ian aplaudió.

—Excelente. Entonces haz las maletas y vámonos. Merrick, puedes ayudarla.

Hunter entornó los ojos momentáneamente.

—¿Tengo pinta de trabajar en una empresa de mudanzas?

—Bueno, no esperarás que lo haga yo, ¿no? —Ian tuvo que echar la cabeza hacia atrás y levantar la mirada para dirigirse al guardia.

—Puedo hacerlo yo sola, muchachos —anunció Stormy. Se apartó de la mesa y salió corriendo de la cocina. Con un poco de suerte aquel sentimiento de culpa se quedaría atrás.

Sabía que su respuesta había causado sorpresa y algo de tristeza a sus padres, pero había tomado la decisión correcta. Necesitaba saber más sobre Lucas y decidir a qué bando apoyar. No, en su corazón ya sabía que sus simpatías se inclinaban por las hadas madrinas. ¿Y qué mejor manera de ayudarlas que acercándose a la fuente de sus problemas? En el edificio del Consejo encontraría respuestas. Quizás hallara pruebas que exculparan a las tías. El ultimátum de Ian había dejado clara la arrogancia del Consejo. Se preguntó qué les habrían hecho a Kristin y a Reggie en el pasado.

Hunter entró en la habitación en el momento en el que alcanzaba una maleta del armario y se disponía a abrirla.

—¿Qué, no llamas a la puerta? —dijo ella, volviéndose hacia el armario.

—No metas el dedo en la llaga. —Hunter abrió otro armario.

—Bueno, bueno —dijo Stormy, y volvió a dejar en el cajón la ropa que llevaba en los brazos—. Pensaba que no ibas a ayudarme a hacer las maletas.

Hunter la miró de hito en hito.

—He dicho que no metas el dedo en la llaga —dijo estudiando el contenido del armario—. Qué demonios… —sacó la varita—. ¡Convenite!

Toda la ropa que había en el armario salió volando y aterrizó en la maleta, perfectamente doblada.

—¿Y si no quería nada de eso? —preguntó Stormy, enfadada.

—Lo vuelves a sacar —el tono del guardia era frío y plano.

Stormy puso los brazos en jarras.

—¿Qué te pasa?

Hunter apenas volvió la cabeza para mirarla.

—No tienes ni idea de lo que has hecho, ¿no? Tank tenía un expediente impecable hasta que tu jueguecito le ha costado su reputación.

—¿Jueguecito? Lo siento, pero…

—¿Lo sientes? ¿En serio? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? —Entonces se volvió hacia ella y le lanzó una mirada que la hizo retroceder—. Una cosa es que la hubiera cagado de verdad, pero has sido tú la que le ha hecho esto. Él… ¡Qué demonios! Ninguno de los dos esperábamos que hicieras algo tan estúpido. ¿Es que no entiendes que estábamos protegiéndote de un ataque? Pero te has creído demasiado importante como para escucharnos.

—Eso es totalmente injusto —protesto, sintiendo que la bilis se le arremolinaba en el estómago hasta convertirse en una bola de fuego.

—No, lo que es injusto es que él tenga que sufrir las consecuencias de tu egoísmo y de tu imprudencia. —Hunter se volvió, como si no pudiera soportar mirarla ni un minuto más.

—Si es eso lo que piensas, quizá deberías renunciar.

—No puedo. Sigo bajo las órdenes del Consejo. Y yo acato las órdenes —espetó, y la miró como si fuera basura.

Stormy respiró hondo para aliviar el dolor. Había creído… Esperaba que… Pero no, simplemente había sido una estúpida.

—Bueno, quizá si hicieras algo además de acatar órdenes entenderías que estoy haciendo lo que debo. —Agarró una camiseta y se la lanzó.

Hunter se volvió y alcanzó la camiseta antes de que pudiera rozarle.

—Ah, ¿así que tu propósito es noble?

—No lo sé. Puede que sí. Pero no estoy segura. Todo esto es nuevo para mí. Voy a ciegas.

—¿Así que confías en ellas más que en el Consejo?

—¿Qué ha hecho el Consejo para demostrar que es digno de mi confianza? Encerrarme bajo llave, ¿no?

—Te están protegiendo de las hadas madrinas.

—No puedo creer que seas tan estúpido. No puede ser que creas que las hadas madrinas me han dado la espalda, a mí o a los arcanae. —¿Por qué tenía que mostrar su enfado con lágrimas? Se secó las mejillas.

—¿Tienes pruebas que demuestren lo contrario?

—No, pero hay cosas en las que una confía sin más.

Se miraron el uno al otro durante unos instantes, sin pestañear.

Hunter habló primero.

—Hice la promesa de proteger y defender las leyes del Consejo. Firmé el juramento de lealtad.

—Y yo no tengo ninguna intención de derrocar al Consejo —dijo Stormy—. Pero… ¿Y si el Consejo se equivoca?

Hunter no respondió.

Stormy sintió que el enfado se disipaba. Se sentía vacía, triste y asustada. Se sentía sola.

—¿Alguna vez se te ha ocurrido que tengo cosas que aprender y que solo me las pueden enseñar las hadas madrinas? ¿Me habrías acompañado a verlas por voluntad propia?

—No. —Su tono de voz era firme, pero bajo.

—Por eso tuve que escaparme.

—Lo volverás a hacer, ¿no? —Hunter la atrapó con la mirada.

Aunque podía mentir, ¿qué sentido tendría? Los dos sabían la verdad.

—Sí.

Hunter ni se movió ni habló.

—¿Serviría de algo si prometo hacerlo cuando no estés de servicio?

El guardia dejó escapar una risita triste teñida de mofa.

—No.

Stormy sabía que se encontraban en un punto muerto que no podrían solucionar. Recogió una camisa del armario y la dobló.

—Necesitaré otra maleta —se arrodilló debajo de la cama.

—Deberías usar magia.

—Ya, y hacer que todo explote a mi alrededor. No, gracias. —Sacó la maleta y la colocó sobre la cama.

—No vas a aprender nunca a controlarla si no practicas.

—Lo sé —asintió dando un suspiro—. Pero no es el momento. Ian me está esperando.

—Entonces te dejo que acabes —indicó, e hizo una reverencia burlona—. ¿La señorita necesita algo más?

Buf… Aquello la encendió todavía más.

—Sí. Ve a por mi ordenador, está en mi estudio. —Igualmente lo necesitaría para estar en contacto con las hadas madrinas. Aquel tono majestuoso había sido de lo más infantil.

—Como desees —respondió con falsa obsequiosidad. Después se detuvo ante la puerta y se frotó la cara con las manos. Tomó una enorme bocanada de aire y suspiró sonoramente—. Oye, siento haber perdido los nervios contigo. No ha sido profesional.

Aquellas palabras consiguieron herirla. Evidentemente, lo único que le importaba era su conducta profesional. Pero aun así aceptó la disculpa.

—Y yo siento lo de Tank. Lo creas o no, no pretendía haceros daño a ninguno de los dos.

—Eso es lo que pasa cuando te dejas llevar por los sentimientos —afirmó, y en sus ojos centelleó un brillo astuto—. Pero gracias por avisarme de tus intenciones. Escapar de mí no te resultará tan fácil —se marchó sin volver a mirarla.

Sí, supuso que ahí había cometido un error.

—Bueno, ¿qué te parece? —Ian señaló el cuarto con un amplio movimiento de sus brazos.

Las habitaciones de la sede del Consejo eran enormes, aunque un tanto impersonales. Lástima que sus telares no fueran precisamente portátiles. Allí había espacio de sobra. Mientras Stormy merodeaba por la habitación, analizando el lugar, se percató de que sus pasos hacían eco sobre el suelo de mármol. Las paredes también eran de piedra y, aunque no eran de mármol de Paros, aquel tono blanquecino le daba ganas de hacerse con un par de botes de pintura y varias brochas. Casi deseó poder recrear el mural de hadas que sus padres habían pintado para ella en su habitación. El suelo estaba muy frío, tanto que le calaba a través de las suelas de los zapatos.

—Es muy bonito —dijo, pensando que probablemente sería mejor ocultar lo poco hospitalario que le parecía aquel lugar. El mobiliario (una cama grande con cortinas diáfanas, un armario y un escritorio enorme) parecía sacado de algún castillo medieval. «Hogareño» no era el calificativo para describir la habitación. Si en el Consejo vivían así estaban verdaderamente desfasados.

—Mmmh… ¿Y dónde se cocina?

—No se cocina. Las cocinas están totalmente equipadas. Puedes hacer aparecer lo que te apetezca, pero en el improbable caso de que no tuvieran lo que quieres avisa al personal. Hay alguien de servicio las veinticuatro horas del día. —El tono de Ian estaba teñido con una pizca de fanfarronería.

Aunque podía entender la necesidad de una entidad oficial que impusiera sus leyes, empezaba a pensar que el Consejo estaba yendo demasiado lejos en su intento de impresionar a la gente.

—¿Cómo se hace eso?

Ian se acercó a la pared, sacó la varita y golpeó el bajorrelieve de un dios griego recostado en un diván junto a una sirvienta preciosa que le alimentaba con un racimo de uvas. La sirvienta esculpida en piedra se volvió hacia Ian.

—¿Qué puedo hacer por usted, señorita Jones-Smythe?

—Soy Ian Talbott. Por favor, mándanos un tarro de té verde y lavanda, y algo para comer. Dejo la elección a tu gusto.

—Muy bien, señor —la sirvienta volvió a petrificarse en la piedra. Al instante, el té, las tazas y una repisa de tres pisos para platos apareció sobre la mesa junto a la ventana. Las vistas desde los ventanales daban al mar desde lo alto de un acantilado. Stormy se detuvo momentáneamente ante aquel panorama. Si tuviera que adivinar, diría que estaba en… Qué raro. Sabía que conocía un lugar con aquellas mismas vistas, pero no podía recordarlo. No tenía ni idea de dónde se encontraba el Consejo. Le habían lanzado algún tipo de hechizo que la aturdía totalmente cuando intentaba pensar en su localización.

Ian se sentó en la silla al final de la mesa y observó la variedad de exquisiteces frente a él.

—Charlemos —propuso, al tiempo que servía una taza de té para ella, otra para él; añadió azúcar y leche y llenó un plato con comida. Después probó un bocado—. Espectacular, como de costumbre. Deberías comer algo. Las pastas están deliciosas.

—Gracias, pero no como azúcar. —Stormy se sentó en el sofá, al lado de la mesa.

—Entonces prueba el sándwich de pepino. No te arrepentirás.

Para que se quedara tranquilo, tomó uno de los sándwiches más pequeños. Tenía el presentimiento de que perdería todo apetito cuando escuchara lo que Ian tenía que decirle.

El hombre tomó un sorbo de té y dejó la taza y el plato encima de la mesa.

—Esta vez el Consejo está dispuesto a pasar por alto tu fallo en la decisión de escapar, especialmente porque te has mostrado conforme a mudarte a tu nuevo alojamiento.

El corazón empezó a latirle con fuerza. ¿Cómo reaccionaría su prefecto si supiera el verdadero motivo de su cooperación?

—Entendemos lo confundida que debes de estar y lo sola que debes de sentirte. —Cuando le dio una palmadita en la rodilla, Stormy tuvo que reunir todo su autocontrol para no escapar de su tacto—. Queremos que entiendas que estamos aquí para guiarte, para enseñarte todo lo que debes saber. Los arcanae tenemos un papel especial en el mundo. El Consejo no es tu enemigo, a pesar de lo que pretendan hacerte creer algunas personas.

Ian actuaba como si tuviera sesenta años, aunque tenían prácticamente la misma edad. De ser un poco más condescendiente, Stormy vomitaría.

—No sabes lo suficiente sobre nuestro mundo como para juzgar por ti misma. No me gustaría verte tomar decisiones equivocadas basadas en informaciones erróneas. El Consejo se preocupa por ti.

Stormy asintió para ocultar el escalofrío que le acababa de recorrer la espalda. ¿Por qué cada una de sus frases le hacía sentirse más y más recelosa? Enmascaró su inquietud con seriedad.

—Os lo agradezco.

—Ya lo verás. El Consejo se toma muy en serio sus responsabilidades con las hadas madrinas, por eso su traición nos ha dolido tantísimo.

—Entiendo.

Ian se puso de pie.

—Bien. Te dejo que deshagas las maletas. Quizá quieras aprovechar la oportunidad para practicar magia. Aquí no puedes destrozar nada.

—Una idea excelente —contestó alegremente.

—Perfecto. Entonces te veré mañana. Si necesitas algo, pídelo —le recordó, y señaló hacia el bajorrelieve.

—Estaré bien, seguro.

—Hasta mañana —se despidió, dirigiéndose hacia la puerta. Pero antes de salir volvió a hablar—. Solo por si se te ha ocurrido que puedes transportarte desde aquí… No puedes. El edificio está protegido. Además, no se te permite salir de tu habitación sin escolta.

Se tragó la conmoción que le provocaron aquellas palabras. Antes de que pudiera preguntar por qué la encerraban Ian desapareció.

Perfecto. Mientras miraba a su alrededor se cuestionó si su estrategia había sido sensata. Vivir en la sede del Consejo podía resultar más una cárcel que una oportunidad para investigar.

Pero tanto Ian como Hunter tenían razón en una cosa: tenía que practicar su magia. Si quería ser de ayuda debía aprender a controlar sus poderes.

Sacó la varita y fue hacia la cama. Al lado estaban sus maletas y varias cajas adicionales. Miró la maleta.

No existían palabras exactas, solo sentimientos y el fluir de la magia. Lo había conseguido una vez. La magia se basaba en control y en no dejar que ella te controlara a ti. Se concentró en la maleta y apuntó con la varita.

—¡Colócate!

Las cremalleras de las dos maletas se abrieron de repente y las tapaderas de las cajas saltaron por los aires, al igual que sus pertenencias.

Por un momento se sintió totalmente consternada, pero entonces reunió toda la determinación que pudo.

—¡No! —gritó, dando un latigazo con la varita.

Todo quedó suspendido en el aire, inmóvil. Alzó los brazos. Sentía el calor de la magia en la palma de la mano. Hizo un movimiento hacia el armario, como queriendo abrirlo. Las puertas se entornaron poco a poco.

—¡Ahora! —movió rápidamente la varita y los artículos flotaron hacia el armario, colocándose luego en su interior.

Sonrió. De acuerdo, el armario estaba lleno hasta los topes y varias de sus pertenencias estaban desparramadas por el suelo, pero por algo se empezaba. La próxima vez se centraría en cómo doblar la ropa.