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Manual de Justin para la artista

Lo que se esconde debajo suele ser más interesante que lo que se ve en la superficie

Una tenue luz brillaba a la espalda de Lucas cuando miró por la ventana hacia el campo de golf. Varias farolas iluminaban el césped, rompiendo la oscuridad de la noche. Dejó que aquella puñalada de cólera que siempre acompañaba a la visión del paisaje atacara sus sentidos antes de acabar con ella. Había conseguido tener la casa perfecta, con las vistas perfectas, pero se la habían arrebatado. La habían destrozado. Así que tenía que conformarse con aquella casa y el vulgar panorama que se contemplaba desde ella. Qué poco original pensar que un campo de golf pueda proporcionar algún tipo de caché. Y los terrenales pagaban más por tener casas ubicadas en sitios como ese…

A pesar de los pasados contratiempos estaba progresando. El evento de esa noche había supuesto un ejercicio de banalidad, pero reconocía que aquellas apariciones eran necesarias. Se le daba bien aquel juego. Medio Consejo era ya suyo y la otra mitad empezaba a prestarle atención. Había hecho bien en empezar a hacer presión allí, lejos de la interminable historia europea. Los americanos tenían pocos recuerdos. Además, todavía no se había vengado del todo. Aquellas tres hadas madrinas habían huido, pero no habían muerto. Aún. Pagarían por haber encerrado a su madre.

Él también tenía nuevos objetivos a los que apuntar. Kristin lamentaría haberle tomado por tonto, y Reggie… bueno, aquella zorra le había costado un ojo.

Trazó con los dedos el relieve de la dentada cicatriz que le partía el lado izquierdo del rostro en dos, desde la frente hasta la barbilla. Esquivó la cavidad que antes había alojado a su ojo. Si bien la magia no podría repararlo (la carne muerta era eso, carne muerta) los médicos sí podrían devolverle su aspecto. Aunque estaba empezando a considerar la posibilidad de dejar su rostro tal y como estaba. El parche en el ojo y las cicatrices generaban más simpatía y abrían los oídos ajenos ante sus nuevas ideas.

Un repiqueteo en la puerta llamó su atención.

—Un momento. —Se colocó el parche en el ojo. La cuenca abierta generaba repulsión a todo el mundo excepto a sus más allegados—. Adelante.

Dimitri entró en la habitación y se inclinó a modo de saludo.

—Los he llevado a casa, como me ordenó.

Aunque eran bien pasadas las dos de la mañana, Lucas se sentía alerta y con energía.

—¿Y bien?

—Lo que usted esperaba. Todavía no sabe hacer magia.

En los labios de Lucas se dibujó una sonrisa. La nueva era aún peor. Sosa y vulgar, parecía la más débil de las tres. Y su prefecto era Ian. Ni él mismo podría haberlo planeado mejor. La Magia finalmente estaba empezando a mostrarle su aprobación.

—¿Y qué hay del guardia?

—Tiene dos. El Consejo teme que acabe como las otras. —Dimitri se irguió—. Uno de ellos es un bufón.

—¿Y el otro?

—Lo conocí antes de que se marchara —contestó el sirviente tras meditar un momento—. Es un arrogante y se cree muy listo. No me preocupa.

—No subestimes su fuerza. Ya he pagado dos veces tu incompetencia— dijo Lucas entornando los ojos ligeramente.

Dimitri chasqueó los talones.

—No, señor. Quiero decir que son predecibles. Son guardias. Son leales al Consejo.

Lucas consideró aquellas palabras.

—Podemos utilizar esa lealtad cuando llegue el momento. Gracias, Dimitri. Puedes retirarte.

—Es muy tarde, señor. ¿Necesita…?

—He dicho que puedes retirarte.

El hombre volvió a chasquear los talones, hizo otra reverencia y salió de la habitación.

Lucas volvió a la ventana y observó la noche. Estaban ahí fuera, en algún sitio. Las hadas madrinas le habían robado dos de los obsequios de Merlín y los habían utilizado contra él. Todavía conservaba el tercero. El tapiz. Recuperaría la esfera y el cayado y reuniría los obsequios, demostrando al mundo arcanae que la Magia lo había elegido para hacer grandes cosas. Los guiaría hasta el lugar que les pertenecía en el mundo.

Tomó su varita y se dirigió hacia el escritorio. Rozó la lámpara con la fina vara y observó cómo la luz iluminaba un manuscrito abierto. En sus páginas brillaban ilustraciones antiguas y diagramas. Pasó un dedo por el arcaico texto. El dinero le había permitido hacerse con aquella copia del Lagabóc, las mismísimas palabras de Merlín. Con dinero podías permitirte comprar cualquier cosa, siempre y cuando te acercaras a la persona adecuada. La copia había sido más fácil de obtener de lo que había esperado y la traducción del latín y del inglés antiguo simplemente le costaría más dinero. No importaba. Lo que realmente importaba era que pronto podría leerlo y descubrir los secretos de Merlín. En algún lado, entre aquellas páginas residían las claves que convertirían los obsequios de Merlín en un arma legendaria, y entonces la utilizaría para elevar a los arcanae sobre los animales con los que compartían sangre pero no poder ni magnificencia. Y cuando necesitaran un líder él estaría preparado.

Esta vez nadie conseguiría frenarle.

Esta vez funcionaría. Un nuevo día equivalía a nuevas posibilidades.

Stormy arrugó la nariz y miró fijamente la pila de peluches con los que solía jugar de pequeña. Si se iba a quedar allí tendría que modernizar su habitación, pero al menos los muñecos eran algo seguro y blando con lo que poder practicar.

Señaló con su varita a un pulpo rosa pequeñito, su favorito cuando era niña, sin pensar lo que aquello podía significar. ¡Vení!

El peluche sacudió las patas y se tambaleó en el aire. Oscilaba en su dirección como si estuviera nadando en una suave corriente.

—Venga… —siseó entre dientes. Tanto esfuerzo le hizo arrugar la frente.

El pulpo se acercó un poco más hasta que chocó contra ella, seguido por un osito púrpura, un pato verde y amarillo, un gato rojo y el resto de la pila de criaturas de felpa. Le golpearon en la cabeza, en los brazos, en el pecho, en las piernas… Maldita sea, en todas partes.

—Mierda —al menos eran suaves. Miró hacia el revoltijo de peluches que había en el suelo, con las extremidades colgando sin ton ni son.

Y de repente se echó a llorar.

Cada intento de hacer magia parecía acabar en llanto. No sabía por qué. Aunque era una tontería, las lágrimas corrían por sus mejillas y caían sobre la pila nublada y dispersa que tenía a sus pies. Buscó los pañuelos que guardaba en la mesita de noche, pero se le había nublado la vista y no podía encontrarlos, por lo que palpó la superficie y tiró al suelo el despertador, lo que le hizo llorar aún más.

No era una incompetente, había logrado muchas cosas sola, pero se sentía tan torpe como un elefante en una cacharrería.

Al final encontró los pañuelos. Dejó la varita en la mesa, se sonó la nariz (dos veces) y se sentó en el borde de la cama.

Mientras sollozaba oyó tres golpecitos rápidos en la puerta. Desvió la mirada.

—Adelante.

La puerta se abrió.

—Eh… ¿Stormy?

Levantó la mirada, vio la puerta entornada y la cabeza de Hunter asomando por ella. La muchacha se volvió para no tener que verlo.

—¿Qué quieres?

—He oído… bueno, pensaba que quizás… ¿Estás bien?

De no haber estado tan inmersa en su tristeza la incomodidad del guardia ante sus lágrimas le habría parecido divertida.

—No estoy en peligro. Ya te puedes ir.

—Pero estás llorando.

—Gracias por la información. Ya te puedes ir —repitió y tomó otro pañuelo.

El otro lado de la cama se balanceó cuando el guardia se sentó en él.

—¿Hay algo que pueda hacer?

—Irte.

Hunter se inclinó y recogió el osito de peluche.

—¿Por qué hay peluches tirados por todas partes? —preguntó, provocando nuevas lágrimas.

—Porque no puedo hacer magia, ¿vale? —Stormy le arrebató el oso y lo arrojó al suelo.

—Claro que puedes —respondió el guardia recuperando el pulpo rosa.

La autocompasión dio paso al enfado.

—¿Es que no ves los muñecos esparcidos por toda la habitación?

—Sí, pero ¿cómo crees que han llegado hasta ahí? —Su voz tenía un tono paciente que la sacó de quicio.

Lo miró desafiante. Hunter la estaba mirando con las cejas arqueadas, expectante. Stormy chasqueó la lengua, disgustada.

—Entiendo lo que quieres decir, que he usado magia para lanzarlos por el suelo. ¿Pero de qué me sirve eso si yo no quiero montar una empresa de demolición?

Hunter se echó a reír.

—¿Qué esperabas en solo dos días? ¿Ser perfecta?

—No, pero se supone que atraer cosas hacia mí es algo sencillo. No debería recibir una paliza cada vez que intento invocar algo. —Se secó las mejillas, enfadada. Estaba llorando otra vez.

—A nadie se le da bien la primera vez.

Stormy tuvo que contenerse cuanto pudo cuando le miró.

—Dijiste que tú sí.

—Esperaba que no te acordaras de eso —asintió el guardia soltando una risita.

La muchacha lo observó, pero ya no estaba enfadada.

—¿Por qué soy tan mala?

—No lo eres. Simplemente necesitas…

—Como digas «practicar» utilizaré esto contra ti —dijo, blandiendo la varita frente a él.

Hunter se encogió, fingiendo sentirse aterrorizado.

—¡No! Cualquier cosa menos eso.

Stormy se echó a reír y suspiró.

—Supongo que me siento sola y agobiada, y no estoy acostumbrada. Mis padres siempre me han apoyado en todo lo que he hecho y ahora uno está más asustado que yo y el otro está fingiendo la más absoluta tranquilidad para que el otro no se preocupe. Me he criado entre arcanae, pero yo no lo soy. No sé mucho sobre magia y las otras hadas madrinas son unas delincuentes, así que estoy sola en esto. Y, seamos francos, Ian es un… un... —hizo una pausa, buscando el término correcto.

—¿Imbécil, arrogante, «lameculos»? —Hunter parecía entusiasmado.

—Iba a decir adulador, pero todo eso también.

—Ya nadie utiliza la palabra adulador —respondió el guardia, negando con la cabeza.

—Sí se utiliza, si se quiere ser educado.

—Y si se sabe lo que significa.

—Si estos fuesen tiempos normales estaría aprendiendo a hacer magia con las otras dos hadas madrinas. Nos animaríamos las unas a las otras y nos reiríamos de nuestros fallos.

—Yo estoy dispuesto a reírme de ti, si eso te sirve de ayuda —le dijo mientras colocaba al pulpo patas arriba.

—Vaya, gracias. —En realidad había conseguido animarla.

Hunter se puso en pie, todavía con el pulpo en la mano, y se reclinó en la pared al lado de la puerta.

—Mira, tienes razón. Estás sola en esto. Bueno, no del todo. Tienes a tus padres y tienes a Ian —dijo con una mueca que arrancó otra carcajada a Stormy—. Pero te encuentras en una situación extraña. Las hadas madrinas han roto su relación con el Consejo…

—¿Pero por qué? No lo habrían hecho si no tuvieran un buen motivo. A mí me parece que el Consejo debería tener en cuenta sus alegatos.

—La última vez que un hada madrina se rebeló fue en 1950. Elenka Liska empezó un movimiento para derrocar al Consejo y conseguir que los arcanae gobernaran el mundo, que es de lo que se acusa a las hadas madrinas ahora mismo —le contestó con un tono de voz impasible.

—Si las conocieras como yo sabrías que nunca han hecho daño a nadie. —Incapaz de contener los nervios, saltó de la cama y empezó a deambular por la habitación—. Además, me contaron que eso es precisamente lo que está haciendo el tipo este, Lucas.

—¿Quién es Lucas?

—El tipo que conocí en la fiesta, Lucas Reynard. Solo que se hace llamar Luc LeRoy. —Ante la expresión estupefacta de Hunter se detuvo—. ¿Qué pasa?

—Luc LeRoy. ¿Te dijeron que tenía otro nombre? ¿Lucas Reynard? ¿Estás segura de que es el mismo tipo? —preguntó frunciendo el ceño.

—Sí. No sé mucho más, pero las tías me contaron que está intentando hacerse con el poder en el mundo —dijo teatralmente, alzando las manos al aire—. Bueno, estoy exagerando, pero me dijeron que pretendía que los arcanae gobernaran el mundo y que estaba intentando poner en marcha un plan. Como la mujer esa, Elenka.

—¿No conoces la historia?

—¿Cómo quieres que la conozca? No me crié como una arcanae. Fui a escuelas terrenales. —Colocó los brazos en jarras, intentando controlar su impaciencia—. ¿Vas a ponerme al día?

—Elenka Liska vivía en Europa del Este, donde se implantó el comunismo al terminar la Segunda Guerra Mundial. Las condiciones en aquella parte del mundo pasaron de terribles a… terribles y opresivas. Elenka decidió utilizar su posición de hada madrina para reunir a los arcanae que compartían su filosofía y terminar con siglos de enclaustramiento. Estaba harta de la dominación y la ineptitud de los terrenales. Creía que los arcanae eran suficientemente poderosos como para dominar el mundo.

—De acuerdo, entiendo que pasar por todo aquello pudiera hacer que se volviera loca pero, en serio, ¿en qué estaba pensando? Los arcanae no son todopoderosos. Hasta yo lo sé. Mi padre siempre acaba agotado cuando termina una escultura especialmente complicada. Además, los terrenales nos superan en número. Digamos, ¿miles contra uno?

—Básicamente.

—¿Y te imaginas cómo reclamarían la magia los terrenales si supieran de su existencia? —Stormy fingió cambiar la voz—. «No me queda azúcar. ¿Podrías hacer aparecer un poco?» «Córtame el césped». «Quiero irme de vacaciones. Mándame a alguna playa». «Consígueme un Lamborghini». «Ayúdame a ganar la lotería». «Mi mujer tiene cáncer. Cúrala». Los arcanae no tienen ese tipo de poder. No podemos hacer todo eso y aun así sobrevivir.

—Lo sé —la interrumpió levantando una mano antes de que prosiguiera—. Entonces, ¿qué sabes de Luc LeRoy?

—Nada. Lo conocí anoche. ¿Por qué todo el mundo me habla de él?

—¿Quién más lo ha hecho?

Ups. Se suponía que no había visto a Violet.

—Las tías me dijeron que descubriera cuanto pudiera sobre él. Cuando me dieron la varita. —Perfecto. Aquello no era mentira. No exactamente—. ¿Por qué? ¿Qué sabes tú?

—Nada. Eso es lo raro. —Hunter se quedó en silencio. Una expresión carente de emoción apareció en su rostro, pero su puño seguía sujetando con fuerza el pulpo.

—Eh, no le hagas daño a Poppy.

—¿Poppy? —Hunter parecía sorprendido.

—Mi pulpo —señaló al animal.

—¿Poppy? —repitió Hunter burlón.

—Sí. Pul-po. Po-ppy. Cuando tenía ocho años tenía todo el sentido del mundo. Dámelo antes de que lo rompas.

Hunter hizo el amago de devolvérselo y después retiró el brazo.

—No.

Antes de que pudiera replicar, el guardia continuó.

—Invócalo.

Stormy parecía incrédula.

—¿Estás loco? ¿Quieres que te apunte con la varita? ¿Después de lo que me has visto hacer con ella?

El guardia ladeó la cabeza.

—Entonces será mejor que tengas cuidado —dijo y sostuvo al animal frente a él.

—Los guardias tenéis que ser muy pero que muy valientes. —Miró su varita y negó con la cabeza—. No, no. No puedo.

—Sí, sí que puedes. Estás utilizando demasiado poder. No pienses tanto. Simplemente siéntelo —agitó el pulpo y las patas se movieron al unísono.

Stormy soltó una sonora bocanada de aire y apretó los dientes. Sentía la tensión en la frente.

—Relájate. No pienses tanto —sugirió. La voz del guardia resultaba reconfortante.

Se obligó a sí misma a relajarse, se concentró en el pulpo y levantó la varita.

—No tanto. Con calma. —Su voz flotó sobre ella como una cálida brisa.

Volvió a suspirar y cerró los ojos. Imaginó que se quitaba un gran peso de encima y que se sentía ágil y ligera. Su respiración se ralentizó y abrió los ojos. ¡Vení!

Sintió un hormigueo cuando el poder brotó por su brazo y llegó hasta la varita, pero lo visualizó como si fuera un hilo de agua, no un río embravecido. Siguió respirando, poco a poco, con calma, regularmente. La varita se sacudió ligeramente en la palma de su mano.

Hunter dejó de apretar el peluche, pero en lugar de caer al suelo el pulpo planeó frente a él y empezó a flotar hacia la joven. Voló a través de la habitación y aterrizó en su mano.

—Lo he conseguido —susurró, pasmada.

Hunter sonrió. El hoyuelo de su barbilla se hizo más evidente.

—¡Sí! ¡Lo he hecho! —Lanzó el muñeco sobre la cama y corrió hacia el guardia para celebrarlo. Sin pensarlo dos veces, rodeó su cuello con los brazos y se estrechó contra él.

Él la recibió entre sus brazos.

Stormy se sentía eufórica. Qué tonta. Aunque había sido magia muy sencilla, lo había conseguido. Se echó a reír, triunfal. Y lo miró. Tenía su cara muy cerca.

De repente, la presión de su abrazo fue todo lo que pudo sentir. Los brazos que la estrechaban eran fuertes como una roca, cálidos y… Dios… se sentía segura. ¿De dónde había salido aquel pensamiento?

Stormy dio un paso atrás y los brazos del guardia la soltaron de inmediato.

Sintió que el calor le subía por las mejillas. Imposible. Nunca antes se había sentido avergonzada por una muestra de afecto. No se acordaba de la última vez que se había sonrojado. ¿Por un abrazo? Saber que se había puesto colorada le aumentó el rubor aún más.

—Perdona. Seguramente haya alguna norma contra los abrazos.

—Ninguna en concreto, pero dudo que el Consejo lo aprobara. Así que no diremos nada. —La situación parecía hacerle gracia. ¡Gracia! Seguramente pensaba que era una especie de bicho raro.

—De acuerdo. Bueno, gracias por tu ayuda —dijo, y le tendió una mano a modo de saludo. ¡Madre mía! ¿Y ahora qué estaba haciendo? Volvió a retirar la mano.

La comisura de los labios de Hunter se elevó ligeramente. Tenía todo el derecho del mundo a reírse de ella. Estaba actuando como una idiota. ¿Desde cuándo reaccionaba ella así frente a un hombre? No se había sentido tan rara ni siquiera en el instituto. Debía de ser la magia. Definitivamente la magia le hacía comportarse de aquella manera. Seguramente la desbordaría durante el resto de su vida.

—Solo necesitabas un poco de confianza en ti misma. No estás sola en esto. Hay mucha gente que quiere verte triunfar.

—¿Como tú?

—Claro. Ahora ya puedes practicar —dijo, y se volvió para marcharse, pero se detuvo. Cuando la miró ya no quedaba rastro alguno de frivolidad en su cara—. Si oyes algo sobre Luc avísame.

—¿Por qué te interesa?

Dudó.

—No lo puedo explicar, pero tiene algo que no me gusta. Solo hago mi trabajo —contestó y salió de la habitación.

Claro. Su trabajo. Y aquel trabajo no incluía abrazarla. De todos modos no era su tipo. Era demasiado grande. Demasiado estirado. Tenía el pelo demasiado corto y un comportamiento demasiado diligente. Muchos demasiados. Seguramente él hasta pensaría que su hoyuelo era más bien una imperfección.

Mejor, porque de todos modos no le interesaba. Qué más daba lo adorable que fuera aquel hoyuelo.

Tank era el que tenía turno de noche, no él. ¿Por qué se había pasado sus horas libres buscando algo invisible? Hunter se quedó mirando la pantalla del ordenador. Si la búsqueda de información sobre Luc LeRoy había conseguido frustrarle la noche anterior, la de Lucas Reynard le estaba volviendo loco. No existía información sobre aquel hombre.

Excepto un informe que Sophronia había archivado tras su secuestro. En él constaba que las hadas madrinas habían tramado una historia sobre el hijo de Elenka Liska, Lucas Reynard, y su intención de acabar lo que su madre había empezado. Era la misma historia que Stormy le había contado. Una investigación más exhaustiva le reveló que ciertamente Elenka había tenido un hijo, pero que el Consejo tenía constancia de un nombre diferente.

Los resultados le preocupaban. Aunque no dudaba de que la historia de las hadas madrinas resultara coherente (eran lo suficientemente listas), aquello no explicaba la falta de información sobre Luc LeRoy. Los detalles no disminuían su intranquilidad: ciertamente Elenka tenía un hijo y, a pesar de la inconsistencia de los nombres, Luc LeRoy había aparecido de la nada con dinero e influencia. Además, las hadas madrinas habían gozado de una reputación estelar antes de que él apareciera.

Un momento. No podía dejar que la implicación emocional de Stormy influyera en los hechos. No debía dejarse influenciar por la simpatía que despertaba en él. Solo porque las hadas madrinas nunca hubieran ocasionado problemas no significaba que no pudieran hacerlo ahora.

Pero no podía quitarse de encima aquella molesta sensación de insatisfacción. Él no era candidato a creer en teorías conspiratorias, pero tampoco quería ignorar una amenaza real. Necesitaba más información sobre todo aquel asunto.

Se apartó del ordenador. En Internet no la encontraría. Desde el principio, y aparte de las historias de Stormy, Luc LeRoy había despertado en él una sensación de alarma. Al recordar la noche de la gala se le revolvió el estómago: Luc inclinándose ante Stormy, el champán y las risas, aquel sirviente suyo. Aquel tipo tramaba algo.

En un impulso tecleó el nombre de Stormy. En la primera web que encontró apareció una fotografía de la muchacha riendo a carcajadas, con la cabeza hacia atrás. Casi podía oírla, verla moverse. En aquella misma página se podían ver algunos de sus proyectos. Precisos, brillantes, vibrantes. Como la artista. En la siguiente página había otra foto de Stormy posando con varias personas en una galería de arte y de nuevo su viveza sobresalía de la pantalla. Toda una lista de páginas web, principalmente locales, mostraban fotos de la muchacha, de sus obras, reseñas y entrevistas. No se había dado cuenta de la reputación que había empezado a conseguir. Y ahora tenía que dejarla a un lado para dedicarse a otra cosa, para responder a un deber que se le echaba encima. Sintió una admiración enorme hacia ella y, al mirar la última foto, también algo más.

De repente le vinieron a la mente las imágenes de Stormy llorando en la cama, la euforia al invocar aquel ridículo pulpo y su abrazo exuberante. Con cada emoción su vitalidad brillaba más y más. No era del tipo de persona que sentía miedo, más bien era de las que saltaban al vacío sin pensarlo. En todos los aspectos. Y había conseguido colarse en su cabeza, más allá de su sentido del deber.

Aquel iba a ser el verdadero problema, no la supuesta conspiración que le acababa de hacer perder varias horas de su tiempo.