18
Manual de Justin para la artista
Los detalles importan; las cosas más pequeñas son a veces las que contienen las respuestas
—Aun así no me gusta nada —afirmó Jonathan.
—A mí tampoco —se sumó Tennyson.
Violet negó con la cabeza.
—Señores, ya lo hemos hablado. Ahora a vuestros puestos.
Stormy sentía casi tantos nervios como ellos. No, probablemente más. Aunque cualquier arcanae se podía transformar en un animal solo las hadas madrinas podían adoptar la forma de pequeñas hadas, lo que les permitía mantener la lógica humana y su capacidad de razonamiento. Un ratón podría haberse colado en la casa de Lucas, pero se requería inteligencia para robar el tapiz. Stormy, Reggie y Kristin se miraron las unas a las otras, se metieron un ibuprofeno en la boca y se dieron un toquecito en la cabeza con sus varitas.
—¡Déjà vu! —exclamó Kristin al darle rápidamente un beso en la mejilla a Tennyson antes de que fuera inalcanzable.
Reggie hizo lo mismo con Jonathan.
Stormy intentó no pensar en Hunter cuando sus huesos empezaron a crujir y a crepitar. Le habría gustado poder besar a alguien y tener a quien se preocupara por ella. Sus padres no contaban. Ni tampoco Violet, que las había acompañado a todas.
Los hombres se apartaron y tomaron sus puestos como centinelas en cualquier otro punto de la calle. El exclusivo vecindario ofrecía arboledas, paredes de piedra y podas ornamentales tras las que cualquiera podría esconderse. Las casas estaban bien apartadas las unas de las otras y ninguna escatimaba en paisajismo. Lucas seguía en el Consejo ofreciendo su testimonio… al menos que ellos supieran.
Stormy miró a sus cómplices. Estaba claro que Reggie y Kristin estaban más acostumbradas a transformarse, porque ya eran significantemente más pequeñas que ella, pero la ropa ya le venía holgada. En cuestión de un momento Kristin ya estaba desnuda sobre una pila de ropa y poco después Reggie se unió a su mismo estado. Violet les ofreció dos vestidos diminutos.
Aunque Stormy estaba encogiendo más rápido esta vez, todavía le quedaban varios centímetros antes de ser del tamaño de un hada. Hizo una mueca de dolor cuando sintió una nueva torsión de sus huesos particularmente desgarradora. A pesar del ritmo más rápido la transformación seguía doliendo. Aun así, tenía que admitir que estaba deseando volver a volar, aunque aulló de dolor cuando le brotaron las alas por debajo de la piel de los omóplatos.
Unos pocos minutos más tarde se encontraba desnuda sobre una pila de ropa.
Violet le ofreció un vestido pequeñito.
—Como no hemos tenido tiempo de tomarte medidas hemos hecho un vestido al estilo sari. Envuélvete con él y ya está.
La tela era ligera y diáfana y se le escurría entre los dedos como si fueran gotas de agua. Le gustaba. Empezó por la parte delantera. Ajustó la tela alrededor de la cintura y cuando volvió a pasarla por delante retorció los extremos para formar un top que anudó al cuello.
—¡Caray! Estás guapísima. —Reggie se acercó a la joven. Unas alas preciosas de color aguamarina y verde le sobresalían de la espalda—. Yo lo probé una vez y parecía que me había puesto un trapo. Claro que es lo que me puse, pero a ti se te ve elegante y natural.
—Yo le he pedido prestado mi vestido a un hada —dijo Kristin, que se unió a ellas. Sus alas doradas y negras eran muy llamativas—. Callie y yo medimos lo mismo. Prácticamente. —Dio un tirón al corpiño del vestido, que le bailaba un poco.
Stormy abrió y cerró suavemente sus alas púrpuras y blancas.
—¡Anda! El blanco cambia de tono bajo la luz —exclamó Reggie—. Son preciosas.
—No, nosotras somos preciosas —le corrigió Kristin.
—Y tenéis un objetivo que cumplir —les apremió Violet. Dejó tres audífonos en el suelo y agitó su varita por encima de ellos—. ¡Minúscula!
Las piezas dieron una sacudida y salieron volando, pero no cambiaron de forma. Violet se las quedó mirando.
—Maldita sea. Ahora no.
—¿Qué pasa? —preguntó Kristin.
—Nuestra magia se ha ido fastidiando a medida que el ciclo de renovación ha ido avanzando. Especialmente cuando tiene que ver con cambios de forma.
Stormy sintió una pizca de inquietud. Habían decidido que fueran los demás quienes hicieran la magia previa, y así las tres muchachas, que entrarían en la casa, podrían ahorrar energía para lo que se les viniera encima. Violet se había ofrecido voluntaria para acompañarles a pesar de las objeciones de Lily y de Rose. Y ahora los hombres se habían marchado.
—Esta vez funcionará —dijo Violet. Frunció el ceño ligeramente, se quedó mirando los audífonos y volvió a repetir la palabra mágica. ¡Minúscula!
Los auriculares se encogieron hasta igualar el tamaño de las hadas. Cada una tomó el suyo y todas se lo colocaron en la cabeza. Stormy se ajustó el suyo a la oreja. Un micrófono pequeño le bajaba por la mejilla, apuntando hacia la boca. Un audífono se ajustaba al canal auditivo y los otros componentes se recogían en una pequeña sección del auricular en sí. Se sentía totalmente como un agente secreto.
Le sobresaltó un chisporroteo en el oído y oyó la voz de Tennyson tan claramente como si estuviera a su lado.
—Kristin, ¿estás ahí?
Kristin pulsó el botón del auricular.
—Aquí mismo. ¿Me oyes?
—Alto y claro. Di a las demás que también prueben los suyos.
Reggie pulsó el botón de su aparato.
—Estoy aquí. ¿Jonathan?
—Te tengo —dijo, pero por su tono de voz, Jonathan parecía inquieto—. No te hagas la heroína, Reggie. Entrar y salir, ¿de acuerdo?
Reggie se echó a reír.
—Mira quién habla.
La voz de Tennyson se oyó de nuevo.
—Stormy, ahora tú.
—Estoy aquí —habló, y no pudo evitar sentir un poco de autocompasión. Aunque estaban trabajando juntos ella no tenía a nadie esperándola fuera, excepto a Violet, que estaba allí por todas ellas.
—Perfecto. Se os oye a todas muy bien —les informó Tennyson.
—¿Y yo no cuento o qué? —se quejó Violet a través de su auricular. Guiñó un ojo a las hadas.
Jonathan soltó una risita.
—No dejo de decirte que vales más que las otras juntas, pero aun así no quieres casarte conmigo.
—No puedo casarme contigo, Jonathan. No me podrías seguir el ritmo —respondió Violet.
Esta vez todos se echaron a reír. Stormy tenía que admitir que sus bromas ayudaban a relajar tensión.
—Solo una cosa más. —Violet dejó el tapiz de Stormy sobre el césped, al lado de las hadas—. ¡Minusculum!
Justo cuando creían que la magia de Violet había vuelto a fallar el tapiz se contrajo. Stormy lo recogió y se lo colocó debajo del brazo.
—Ya estamos —informó Violet.
Tennyson volvió a hablar.
—De acuerdo, allá vamos. La tónica será mantener el silencio, a menos que veamos algo o que necesitéis lo que sea —hizo una pausa—. Tened cuidado.
Stormy miró a las otras hadas y después echó a volar. Le encantaba. Puede que su magia fuera cuestionable a veces, pero volar sí que se le daba bien.
Kristin y Reggie la siguieron. Aunque el tapiz la frenaba un poco, Stormy volvió a sentir la misma euforia y la misma gracia que había sentido la primera vez. Volaron hasta el tejado de la casa. Al analizar cómo entrarían habían acordado que probablemente Lucas habría lanzado hechizos poderosos para detectar cualquier intento de magia para irrumpir en su casa, por muy pequeño que fuera, especialmente después de que Kristin hubiera utilizado su forma de hada para colarse en la anterior. Pero hasta la casa de un brujo necesitaba agua y luz. La magia no era una manera útil de hacer funcionar un lavaplatos.
El conducto de ventilación o la tubería correcta les conduciría hasta el interior, y en una decisión unánime habían acordado que el conducto de la secadora sería preferible a cualquier tubería apestosa. Cuando se acercaron al respiradero, Stormy sintió el hormigueo del escudo protector, la huella que definía el límite del hechizo. No se alejó más y planeó sobre aquel punto. Miró a Kristin y a Reggie, que también se habían detenido.
Kristin se llevó un dedo al auricular.
—Ahora.
Solo tuvieron que esperar unos segundos hasta que en un punto del jardín la tierra empezara a sobresalir y a burbujear. Al momento, un gnomo sacó la cabeza a través del césped. Uno de los hombres de Lucas salió corriendo de la casa.
—Tener amigos gnomos no tiene precio —afirmó Jonathan a través del auricular.
Stormy sonrió para sus adentros. El plan había funcionado. Sabían que Lucas no habría dejado su casa expuesta. El gnomo había quebrantado la barrera mágica. Gracias a Dios, Reggie había podido convencer a Alfred, el gnomo que dirigía su pastelería, de que les ayudara. El centinela arcanae de Lucas no suponía ningún peligro para el gnomo. Los gnomos tenían un tipo de magia propia y Alfred estaría a salvo. Stormy podía oírle discutir con el hombre de Lucas, diciéndole que le habían dado indicaciones incorrectas y que había aparecido allí por accidente, que no se preocupara, que no pensaba quedarse. Sin esperar otro momento, Stormy voló hasta el conducto de ventilación. Reggie y Kristin aterrizaron junto a ella.
Kristin sacó su varita y se coló a través de la rejilla que tapaba el conducto utilizando su magia. Por un instante Stormy sintió celos del control de Kristin, pero no se preocupó demasiado porque se apresuró a seguirla a través del conducto. Cuando llegó a la manguera de la secadora, una capa gruesa de pelusa se le pegó por todos los rincones del cuerpo. Reggie y Kristin se unieron poco después, con aspecto de haberse dado un baño entre bolitas del algodón. Reggie penetró por la manguera con su varita y las tres se colaron en la lavandería. En la vida siempre había algo por lo que sentirse agradecido, como por ejemplo el hecho de que hasta los magos tuvieran ropa que lavar.
Reggie se sacudió el pelo y de él salió espolvoreada una nube de pelusa.
—No voy a sentirme limpia en la vida —susurró.
Stormy miró a sus dos compañeras.
—Parecéis dos ovejas —dijo, y se mordió el labio para evitar echarse a reír. Desenrolló el tapiz y lo sacudió para quitarle el polvo.
—Yo no hablaría muy alto, señorita Q-Tip —susurró Kristin, dibujando una sonrisa en los labios.
Las tres hadas dedicaron un minuto a quitarse toda la pelusa que pudieron, y después se colaron por debajo de la puerta para entrar en la casa. Stormy tomó el mando, con Reggie a sus espaldas. Los nervios y la ansiedad le hacían estremecerse. Como no podían estar seguras de que no hubiera nadie en casa, Stormy se acercaba a cada esquina con cautela, pero en ningún momento vio a nadie. Aunque su suerte no la ayudó a relajarse. El allanamiento de morada no era lo suyo.
Cuando llegaron a la sala de arte no vieron ningún espacio debajo de la puerta por el que poder colarse. La puerta sellaba la entrada por completo. A Stormy no le pilló de sorpresa. El buen arte requería temperaturas precisas y cierto control de la humedad. Claramente, los tesoros de Lucas tenía un gran valor.
Reggie voló hasta el pomo y lo golpeó con su varita. Oyeron el chasquido de la cerradura deslizándose. Después, trabajando conjuntamente, Reggie giró el pomo y Kristin y Stormy empujaron la puerta para abrirla ligeramente. Estaban dentro. Deseando finalizar su cometido, Stormy se lanzó al interior. En cuanto pusieron un pie en la sala sus huesos empezaron a crujir. El auricular se le resbaló de la cabeza, pues se había vuelto enorme en comparación con ella. Dejó caer el tapiz al suelo, que volvió a su forma original casi al instante. De no haberse apartado de él, la habría aplastado.
—¿Qué está pasando? —preguntó.
—Mierda. Sabíamos que no podíamos hacer magia aquí —Reggie se quitó su vestido—. Al parecer tampoco podemos mantenerla.
El sari ya se le estaba ajustando al cuerpo. Stormy aflojó la tela, pero el vestido no le serviría en solo unos segundos.
—¿Podemos invocar algo? —se desató el nudo del cuello y desenvolvió el improvisado vestido.
—No, yo solo pude hacer magia aquí porque tenía el cayado. —Reggie buscó por la sala algo con lo que poder cubrirse.
—¡Claro! ¡El cayado! Ya lo dijo Reggie. Los obsequios de Merlín. —Kristin se concentró y extendió una mano. En ella apareció un reluciente orbe rojo—. Las reglas de Lucas no se pueden aplicar a los obsequios de Merlín.
Stormy la miró, alucinada. El tapiz aleteó en la pared, como si reconociera a su igual.
Kristin cerró los ojos.
¡Requiro! —dijo.
Cuando volvió a abrirlos llevaba unos pantalones negros y una camiseta. Después se volvió hacia las demás y agitó la varita.
—¡Requiro!
El orbe brilló aún más y Stormy sintió que unos pantalones cortos y una camiseta cubrían su cuerpo. La ropa le venía ancha, pero todavía seguía creciendo.
También vestida, Reggie parecía impresionada.
—Me alegro de que una de nosotras pueda pensar bajo presión.
Kristin sonrió.
—¡Sanctum! —exclamó, y el orbe desapareció.
Reggie se volvió hacia Stormy.
—Vamos a ello.
Stormy sentía dolor y sus huesos todavía crujían, pero no tenían tiempo de preocuparse por eso. Además, la ansiedad que sentía era peor. Recogió el tejido que había creado y se acercó al tapiz. Volvió a sacudir más pelusa de la falsificación y se quedó mirando el original. El estómago le dio un vuelco. En comparación, el suyo era terrible y parecía de principiante.
—No va a funcionar.
Reggie tomó la copia de Stormy y comparó los dos.
—Es mejor de lo que crees. Simplemente eres una experta.
Stormy lo dudaba, pero la verdad era que no tenían otra opción.
Reggie separó el tapiz de la pared. Por un momento, Stormy esperó a oír alarmas como si estuvieran en un museo, pero después se dio cuenta de lo ridículo que eso sería. Lucas era mago y su casa estaba protegida con magia. No necesitaba medidas de seguridad terrenales. Probablemente tampoco las utilizaría.
Stormy le quitó las varillas al tapiz y las deslizó por el suyo. Cuando colgó la falsificación en la pared se dio cuenta de que la pelusa hacía que su obra pareciera más antigua. Eso ayudaría a esconder los fallos. Con mucho cuidado enrolló la pieza antigua, disculpándose en su cabeza. Aquella no era manera de tratar una obra de arte.
—Estoy lista.
Kristin estaba apoyada contra la pared. Se apartó y dejó escapar un suspiro.
—Salgamos de aquí.
Reggie recogió los vestidos de hada y los auriculares. Stormy echó un vistazo para ver si se dejaban alguna prueba. Nada excepto el tapiz.
Kristin dio un pequeño traspiés.
Reggie la agarró del brazo.
—¿Estás bien?
—Un poco cansada. Luchar contra la magia de Lucas me ha agotado más de lo que pensaba —dijo Kristin estremeciéndose.
Stormy también se sentía cansada. Transformarse dos veces en tan poco tiempo costaba su precio.
—Tenemos que salir de aquí.
Los auriculares chisporrotearon. Reggie se acercó uno a la oreja y en su expresión se dibujó una mueca de desesperación.
—¡Lucas está llegando!
Se miraron las unas a las otras.
—Marchaos. Yo le distraeré. Salid corriendo. Podréis transportaros una vez salgáis del perímetro —susurró Kristin.
Stormy sacudió la cabeza.
—No vamos a dejarte aquí.
—No debería hacer más magia ahora mismo. Estoy colapsada. Detener a Lucas es más importante que mi seguridad.
—Eso es una gilipollez —espetó Stormy.
Reggie parecía afligida.
—Kristin, casi te mata una vez. Esta vez nada le detendrá.
Oyeron cómo se abría la puerta principal.
—Marchaos —susurró Kristin. Agarró un jarrón y lo levantó por encima de la cabeza, pero antes de que pudiera lanzarlo contra el suelo volvieron a oír una voz.
—Eh, LeRoy.
Stormy contuvo el aire. ¿Hunter? ¿Aquí?
Kristin volvió a dejar el jarrón en su sitio y se la quedó mirando.
—¿Señor Merrick? —la voz de Lucas denotaba su sorpresa—. ¿Qué puedo hacer por usted?
Entones Hunter sí estaba allí. Oh, Dios. Kristin y Reggie reflejaron sus preocupaciones y preguntas encogiéndose de hombros, pero Stormy las ignoró. Sin soltar el tapiz, avanzó lentamente por el pasillo para conseguir un punto de vista favorable. Lucas estaba en la puerta, mirando hacia afuera. Dimitri se había colocado entre Hunter y Lucas.
—He oído lo que has dicho en el Consejo. Sobre los arcanae y los terrenales —dijo con voz que sonaba a la vez familiar y extraña. ¿Para qué había ido allí?
—¿Y bien?
—Tenía mucho sentido.
Algo no iba bien. Había hablado con Hunter sobre las ideas de Lucas y Hunter no las compartía.
—Qué gratificante. Ahora, si me disculpas…
—He venido para ofrecerte mis servicios.
Stormy estuvo a punto de soltar un grito. El corazón se le retorció dolorosamente. Sus sentimientos por él debían de ser más fuertes de lo que creía si aquel anuncio le había causado tanto dolor.
Lucas soltó una risita.
—Muy noble por tu parte, pero no necesito tus servicios. Dimitri…
—Dimitri está bien, pero yo soy un guardia entrenado.
—Que ha dejado que una insignificante mujer se le escape dos veces —dijo Lucas con voz aguda—. Tu informe no habla muy bien de ti. Sin embargo, tu buena disposición juega a tu favor. Quizá pueda…
De repente se oyó una campana. Los tres hombres miraron hacia arriba. Aunque la campana se silenció tras el primer sonido metálico, ya se había levantado la alarma. Stormy podía sentirlo. Se propagaba en su interior. El sistema de seguridad de Lucas. Desde el otro lado de la casa, el hombre que habían visto antes salió corriendo.
—Un intruso —indicó Dimitri, desenfundando su varita.
—Dejadme ayudar —pidió Hunter, que también sacó la suya.
—Id —les ordenó Lucas.
Los tres hombres salieron a toda prisa. Lucas también sacó su varita y se volvió hacia el pasillo.
Stormy reculó. Reggie y Kristin le hicieron una señal para que se acercara, pero no tenía tiempo de recorrer todo el pasillo. Podía oír los pasos de Lucas acercándose.
—La he encontrado —sonó la voz de Hunter, que provenía de la puerta. Lucas volvió hacia allí—. Es una de las hadas madrinas.
Violet. Una fría ola de pavor golpeó a Stormy. Se volvió para mirar a las demás. Reggie se llevó una mano a la oreja y abrió los ojos como platos. Señaló los audífonos. Debía de haber oído algo que habían dicho los muchachos.
—¿La tienes? —preguntó Lucas.
—Justo aquí —respondió Hunter.
Lucas soltó un grito.
—¡Excelente!
Stormy oyó que Dimitri y el otro hombre volvían.
—Si quieres puedo volver a transformarla. Nos lo enseñan en la guardia —se ofreció Hunter.
A Stormy le hervían las entrañas ante su traición.
—Asegúrate de taparla con algo. No tengo ningún interés en verla desnuda —espetó Lucas.
Stormy sintió el hormigueo de la magia proveniente del salón. Hunter debía de haber lanzado un hechizo contra Violet. El miedo por lo que pudiera pasarle le invadió y ahogó su furia hacia Hunter. Reggie le hizo una señal, indicándole que se uniera a ellas. ¿Pero cómo iba a dejar a Violet? Negó con la cabeza.
—Hola, Lucas —saludó Violet. Su voz era fuerte y segura.
—¿Qué te trae por aquí, Violet?
—¿De verdad tienes que preguntarlo? —se burló Violet, que parecía divertirse—. El tapiz, por supuesto.
Lucas se echó a reír.
—Qué predecible. Como puedes ver, no puedes atravesar mis salvoconductos.
—Esta vez no.
—Nunca. Se ha acabado tu tiempo.
Una mano la agarró. Stormy volvió la cabeza rápidamente y vio a Kristin, que tiraba de ella hacia la parte trasera de la casa.
Stormy señaló en dirección a Violet.
—«Confía en mí» —Kristin le hizo saber las palabras sin pronunciar sonido alguno.
Reacia, Stormy se dejó arrastrar hacia la salida con el tapiz bien asegurado bajo el brazo.
Cuando llegaron al final del pasillo se escabulleron por la puerta trasera. Stormy no creía que pudieran saltar más alarmas, pues al fin y al cabo salían de la casa, no entraban. Cuando llegaron al límite de la propiedad, sintió la cortina de magia fluyendo sobre ella al traspasar el escudo protector de Lucas.
Jonathan y Tennyson se materializaron frente a ellas. Kristin se dejó caer en los brazos de Tennyson, que la asió con fuerza.
—Te has esforzado demasiado —la voz de Tennyson denotaba su acusación.
—Lucas tiene a Violet —anunció Stormy.
—Lo sabemos. Es parte del plan —la tranquilizó Jonathan.
—¿Plan? —Stormy miró a Reggie, que le dirigió una mirada arrepentida.
Reggie dio un golpecito al auricular.
—No te lo podía contar dentro. Nos habrían oído.
—¿Y ahora qué?
Como si se hubieran puesto de acuerdo, en el momento justo oyeron gritos provenientes de la parte delantera de la casa y ruidos de explosiones provocadas por las varitas.
Jonathan agarró a Reggie y a Stormy de la mano.
—Nos vamos.