12
Manual de Justin para la artista
Tienes que amar lo que haces porque si no, se notará
—Eh —dijo. Vaya mierda. Aquello era mucho más que un par de lágrimas. Estaba llorando de verdad. Hunter buscó un pañuelo o algo que pudiera ofrecerle. ¿Cómo iba a consolarla? No había traído sus peluches y de todos modos ya no tenía edad para consolarse con ellos. Todos sus instintos le animaban a tomarla entre sus brazos y abrazarla. Pero eso sería un error. No se fiaba de que pudiera limitarse a abrazarla. Pero finalmente no pudo contenerse y la estrechó entre sus brazos.
—Tú no tienes ninguna culpa de nada de esto.
Olía a lila y a lavanda. El calor de la joven se fundió en su cuerpo. Cuando Stormy le rodeó con sus brazos también se fundió con él. Sus cuerpos encajaban perfectamente.
Se había metido en un lío.
—Estoy poniendo en peligro a mucha gente. Ya ha habido heridos.
—Nadie ha resultado herido por tu culpa.
Stormy dirigió sus ojos llorosos hacia él. Hunter vio reflejado su dolor.
—¿Cómo puedes decir eso? El señor Gardener ha muerto.
—No lo has matado tú —la abrazó aún más fuerte—. No mereces sentirte culpable. No has hecho nada.
—Pero…
—No, no. No ha sido culpa tuya. Si tienes razón, y no sabemos si la tienes, entonces Luc es el responsable.
—Da lo mismo.
—No, no da lo mismo. ¿Le pedirías a un presidente que renunciara solo porque algunas personas quisieran asesinarle? ¿Le pedirías a un rey que abdicara porque los anarquistas no lo quisieran? —Hunter le acarició el pelo—. Por mucho que no te guste, la Magia te ha elegido para un puesto importante. Se te ha concedido poder y prestigio, y hay cosas terribles que pueden acompañar a todo eso.
—Pero duele —dijo. Su voz, cargada de inocencia y frustración, sonaba como la de un niño que acaba de descubrir que el mundo es injusto.
—Únicamente debes hacerlo lo mejor que puedas —dijo. Quería besarla en la cabeza. O más bien, quería empezar a besarla en la cabeza e ir bajando desde allí. Quería tocarla, saborearla, olerla. Quería ver si aquellos frágiles retales de tela a los que llamaba ropa resistirían el ataque de sus anhelos.
Maldita sea, ¿a dónde le estaban llevando sus pensamientos?
—Pero te estoy poniendo en peligro.
El guardia se echó a reír.
—Cariño, por primera vez desde que me asignaron este caso me siento útil. Me he formado para esto.
—Parece que lo estés disfrutando —dijo ella y en su voz creyó percibir una nota de censura.
—Te equivocas. No me gusta la violencia, pero soy bueno en lo que hago y eso es importante. Es algo muy distinto.
Stormy no respondió de inmediato. Dejó de llorar, pero sus ojos seguían mostrando un dolor que no había estado presente hasta entonces. No hizo el más mínimo movimiento para deshacerse de su abrazo.
—Eres un hombre complicado, Hunter Merrick —afirmó Stormy, que ladeó la cara y apoyó la mejilla en su pecho. Al inspirar profundamente los brazos del guardia la estrecharon aún más fuerte—. Gracias.
—De nada —dijo, y, sin pensarlo dos veces, le besó en lo alto de la cabeza.
Stormy levantó la mirada. Durante un instante que pareció interminable no se movió. Y entonces colocó sus manos a ambos lados de la cara de Hunter y lo atrajo hacia ella.
Sus labios lo invitaron a besarla. Hunter era tan incapaz de detener sus ganas de hacerlo como de ralentizar su pulso. Había estado soñando con aquel momento sin ni siquiera saberlo. Los labios de la joven acolcharon los suyos. Frescos y suaves le urgieron a indagar más, a presionar más, a sentir más.
La razón hizo un último esfuerzo por detenerle. No debería estar besándola. Estaba de servicio. Stormy era el sujeto. Las normas de los guardias prohibían estrictamente…
A la mierda la razón.
Su boca se deleitó en la de ella. Dibujó sus labios con la lengua, hasta que se abrieron y pudo explorar la calidez y el sabor de su boca. Sumergió los dedos en su pelo y la sostuvo exactamente donde quería.
Las manos de Stormy se escurrieron hasta sus nalgas. Extendió los dedos y apretó la carne que llenaba los jeans. Estrechó sus caderas contra las de él y Hunter notó cómo se le ponía dura y crecía a medida que la joven se rozaba contra él.
De su garganta nació un gemido gutural. Stormy le excitaba como ninguna otra mujer le había excitado nunca. Y no le convenía.
—No podemos…
—No te vayas. Por favor… —suplicó con la voz y los ojos—. Quiero… consuelo… te quiero a ti. Esta noche. Por favor.
Estaba mal. Iba contra las normas. Era complicado. Mala idea.
No le importaba.
La estrechó entre sus brazos y en el rostro de la joven se dibujó una sonrisa.
Tan solo unos pocos pasos los llevaron hasta la cama. Hunter la dejó encima del colchón y contuvo la respiración cuando Stormy se quitó la camiseta. Todavía cubría su piel una camiseta interior, pero se adhería a ella como si fuera el brillo de una superficie aguada, mostrando las redondas curvas de sus pechos y los pezones erectos. Ante aquel espectáculo se excitó aún más.
Stormy clavó sus dedos en la cintura de los jeans de Hunter y tiró. Él se puso de rodillas y se inclinó encima de ella. Estaba tumbada y su sonrisa prometía diversiones en las que el guardia raramente se permitía pensar. Aunque no era un santo, apenas tenía tiempo de dejarse llevar por el placer.
La joven arqueó la espalda, lamió su cuello y rastreó su nuez con la lengua.
—Estás muy lejos —llevó la lengua hasta su hoyuelo.
En la garganta del guardia vibró un murmullo ronco. Hunter colocó su mano sobre uno de los hombros de la joven y la empujó hacia la almohada, permitiéndose deslizar la mano por la camiseta interior y explorar así la abundancia de sus pechos. No llevaba sujetador. Impaciente, hundió la mano por debajo de la tela para rozar su piel. Subió la camiseta para facilitar el acceso.
Las manos de Stormy se adentraron por debajo de la camiseta del guardia y le acarició el pecho y las costillas. El rastro de sus caricias le ardía en la piel, y Hunter estuvo a punto de retroceder por el exceso de sensaciones cuando apretó sus pezones con los dedos. Como respuesta inclinó la cabeza y, sin previo aviso, se metió uno de ellos en la boca. Con cuidado, tiró de él con los dientes. Stormy jadeó.
Hunter enterró la cabeza entre sus pechos y aspiró su olor limpio, aromático y personal. Le recordaba a jabón, lluvia y primavera. Todo a la vez.
Stormy agarró el bajo de su camiseta y tiró hacia arriba, por encima de su cabeza.
—Me toca —dijo Hunter. Pero en vez de quitarle la camiseta le desabrochó el botón de los pantalones y le bajó la cremallera. Stormy se estremeció bajo su cuerpo. El guardia deslizó una mano por debajo del hilo de tela que llevaba debajo. Definitivamente los tangas tenían su aquel. Apartó a un lado la fina barrera y dejó que sus dedos exploraran. Cuando rozó su clítoris, Stormy levantó las caderas de la cama. Hunter dibujó círculos sobre él y la joven dejó escapar un ronroneo inarticulado. Estaba húmeda y resbaladiza.
—Demasiado lento —dijo ella en un tono de voz que más bien parecía un suspiro. Al instante apareció en su mano una varita—. Te quiero desnudo.
Su ropa desapareció. A pesar de su sorpresa, Hunter se echó a reír.
—Te he dicho que he estado practicando.
—Me alegro —el guardia invocó su varita y al segundo apareció sobre la cama un fino paquete. Se puso de rodillas y abrió el condón.
—¿La magia no es suficiente? —preguntó Stormy.
—Podría lanzar un hechizo, pero invocar un condón es mucho más fácil. Prefiero ahorrar energías para ti —explicó con cierta urgencia. Colocó el preservativo en la punta de su miembro y vio cómo las manos de Stormy reemplazaban las suyas para enfundarle la goma. Las piernas le temblaron bajo su tacto y en su barriga se desató la corriente.
Stormy se deshizo de sus pantalones y enrolló con sus piernas las de Hunter.
Este a duras penas podía controlar la necesidad de penetrarla. Su exquisitez le llamaba con tanto ahínco como el sol a la mañana. Inspirando profundamente para controlarse volvió a mordisquear sus pechos, besándolos, amasándolos donde su boca no podía colmarla de atenciones.
Stormy levantó las caderas y se frotó contra él.
—Hunter, por favor.
Stormy llevó una mano hasta sus piernas, pero el guardia la agarró y la levantó por encima de su cabeza.
—Todavía no.
Ella emitió un ruidito de dolor, pero su expresión reflejaba una frustración deliciosa. Echó la cabeza hacia atrás. Tenía los ojos cerrados.
Hunter estiró los brazos un momento y la miró desde lo alto. Su cuerpo ágil, bronceado en ciertas partes demostrando que no usaba bikini para tomar el sol, subía y bajaba en minúsculos estallidos de actividad. Se estremecía mientras Hunter la recorría con la mirada y, cuando el guardia creyó que necesitaba otro lametón, su piel volvió a estremecerse con un pequeño temblor. La lengua de Hunter se movía rápidamente por su pezón. La oyó aspirar una brusca bocanada de aire entre dientes.
Stormy extendió las piernas y colocó el miembro de Hunter contra su húmeda calidez. Después cerró las piernas. Era descarada. Impulsó las caderas, acunándolo en la unión de sus muslos.
Hunter no lo podía soportar más. Apoyado sobre los codos, volvió a hundir los dedos en su pelo y le sostuvo la cabeza. La besó profundamente, con hambre, de forma frenética. Ahora. Tenía que penetrarla ya.
La mano de Stormy, liberada, se escurrió entre ellos. Sus dedos se aferraron a él y lo guió hacia su calor interno. Hunter empujó lentamente, muy lentamente, sintiendo el cuerpo de ella recibiéndole, envolviéndole, abrazándole. Su respiración le abandonó como un suspiro.
Se movió hacia dentro y hacia fuera, intencionadamente, aumentando la fricción con cada repetición. Stormy se unió a él, inclinando las caderas para acompasar sus movimientos. El ritmo se intensificó, más rápido, más duro, mientras la deliciosa presión se enredaba en su vientre. Stormy se agitó debajo de él. La opresión aumentó cada vez más hasta que finalmente se liberó por todo su cuerpo, mandando sacudidas de energía a través de él. Antes de que la euforia le abandonara, Stormy lanzó un gemido, que él entendió en todas sus células. Sintió que el cuerpo de la joven se apretaba contra el suyo, añadiendo con cada espasmo más placer a las fluctuantes sensaciones.
Hunter no pudo hablar durante varios minutos. Se apartó de encima de ella, utilizando sus brazos como almohada, mirando al techo sin ver nada. Ahora sí que tenía claro que se había metido en un buen lío. Sus cuerpos se habían unido en armonía. Pero incluso en aquel mismo momento, pensando en lo que acababa de pasar entre ellos, ciertas partes de su cuerpo volvían a renacer. Eso por decirlo de alguna manera.
No quería ni pensar en el número de normas que había quebrantado. Había traspasado la línea. ¿Y por qué? Por conseguir una satisfacción física. Una satisfacción tremendamente deliciosa, sí, pero se suponía que debía ser disciplinado. ¿Qué tenía Stormy que le hacía olvidar todo su entrenamiento?
La joven se enroscó a su lado. Su respiración era como una suave y cálida brisa sobre su piel.
—Gracias por quedarte.
—Decir «de nada» me parece un poco inapropiado —dijo él, y lo peor de todo aquello era que no estaba seguro de si podría evitar dejar a un lado sus principios de nuevo si ella mostraba la más mínima predisposición. Sin poder evitarlo, se volvió hacia ella, e inmediatamente se sintió decepcionado consigo mismo. Entonces se dio cuenta de que Stormy había dicho algo.
—Perdona.
—¿Que te perdone?
—No… Quiero decir, sí, bueno, no. No te estaba escuchando —explicó, y se sintió como un idiota.
—Decía que ha sido más que apropiado. —Ella levantó la mano y dibujó círculos sobre su pecho—. Quizá todo esto de tener guardaespaldas no esté tan mal, después de todo.
Hunter se quedó inmóvil. No, no, no. Era su trabajo, su deber.
—Supongo que no creerás que esto puede volver a pasar.
—¿Por qué no?
—Porque soy un guardia. Tu guardia. No podemos hacer esto.
—Acabamos de hacerlo.
—Mira, esta noche los dos hemos vivido una situación traumática. Es cierto que no estamos malheridos, pero tampoco hemos sido nosotros mismos, quiero decir, los de siempre. Esto ha sido una liberación. Una especie de celebración sexual por estar vivos —dijo, pensando que era la única explicación. Habían soportado demasiada tensión. Ella había estado dispuesta. Tenía que ser eso. Aunque en realidad él sabía que se estaba engañando a sí mismo.
La sonrisa desapareció del rostro de Stormy. Se apartó de él a toda prisa y se cubrió con la manta.
—Los dos somos adultos. Podemos acostarnos juntos.
Stormy no podía saber lo mucho que le afectaba.
—No, no podemos. A mí no se me permite acostarme contigo. Puedes acostarte con quien quieras, pero no puede ser conmigo —afirmó con toda convicción, pero tan solo imaginarla con otro le hacía hervir la sangre.
Stormy se echó hacia atrás. Por un momento, aquellos ojos azules se abrieron de par en par y el rubor coloreó sus mejillas. Entonces alzó la barbilla y lo miró a los ojos.
—Está bien saberlo, porque no me gustaría causarte más problemas. Ya buscaré sexo por pena en otra parte.
¿Sexo por pena?
—No, no he querido decir…
—Ya te has disculpado una vez. No tienes por qué volver a hacerlo —dijo sacando las piernas de la cama e intentando ponerse de pie mientras se envolvía el cuerpo con la manta. No lo logró y casi se cae hacia atrás—. ¿Te importa levantarte? Estás encima de la manta.
El tono gélido de su voz le llegó al alma. La había cagado. Agarró un pañuelo de papel de encima de la mesilla de noche y se limpió. Stormy se cubrió con la manta.
Quizá todavía pudiera arreglarlo.
—Stormy, no pretendía…
—Lo has dejado todo muy claro. Nos hemos dejado llevar por el momento. No es la primera vez que pasa algo así. Tienes razón. Ha sido una manera ideal de liberar tensión. Ya me siento mejor —explicó, pero su voz parecía más afilada que una espada, y eso contradecía la lógica de la explicación.
—No lo entiendes —dijo Hunter, notando que ahora se estaba apoderando de él otro tipo de pánico.
—Claro que sí. Eres mi guardia y nos hemos saltado las normas. No te preocupes, no voy a denunciarte. ¿Es la primera vez que te saltas las normas? —preguntó, e hizo una pausa—. ¿Podrías vestirte, por favor? Es un poco raro estar hablando contigo mientras estás desnudo —afirmó, y le dio la espalda.
Hunter invocó su varita y con un movimiento rápido de muñeca hizo aparecer unos pantalones de chándal. Se los puso, pero en cuanto terminó de ajustarse el cordón desaparecieron.
—Mierda, ¿qué pasa?
Stormy se volvió y se cubrió los ojos.
—¿Ahora te estás riendo de mí?
—No —dijo rotundo. Hunter volvió a invocar otro par, pero en cuanto se vistió también desaparecieron. Se la quedó mirando—. ¿Lo estás haciendo tú?
—No —contestó, frunciendo el ceño—. Ya no quiero volver a verte desnudo.
Desnudo. Sintió vergüenza. Maldita sea.
—Es por tu hechizo.
—¿Qué?
—Me has hechizado. Antes has dicho «te quiero desnudo». Ahora no puedo vestirme.
Stormy abrió la boca, atónita, y después se echó a reír.
—No tiene gracia —le reprochó Hunter entre dientes.
La muchacha contuvo la respiración.
—Sí, la verdad es que sí que la tiene —dijo, y volvió a echarse a reír.
—Tienes que deshacerlo. No puedo volver desnudo a los barracones —espetó Hunter, que arrancó la sábana de la cama y se la enrolló en la cintura. En cuanto se hubo colocado el extremo de la sabana esta desapareció, lo que volvió a provocar nuevas carcajadas de Stormy.
La joven tomó una bocanada de aire.
—Lo siento. Tienes razón. No tiene gracia —se disculpó entre jadeos—. Quizá no llevar ropa limite tu eficacia... profesional. Sin mencionar el hecho de que la gente captaría un mensaje equivocado de nosotros si te vieran aquí —reflexionó, y soltó una risita, pero sacó la varita y se la quedó mirando—. No sé qué hacer.
—Has dicho que has estado practicando, así que haz magia.
—Pero es que para empezar no sé ni lo que he hecho.
—Has utilizado tu instinto. Vuelve a hacerlo —le pidió Hunter, que resistió la tentación de cubrirse. Se negaba a transmitir una idea equivocada de decoro cuando no tenía culpa de nada. Quizá si se sintiera incómoda lo intentaría con más empeño.
Stormy se concentró en él y en sus labios se dibujó una sonrisa.
—Vamos, concéntrate —prácticamente le gruñó Hunter.
Asintió. Su sonrisa se disipó cuando volvió a mirarle. Entrecerró ligeramente los ojos y cambió la mueca de sus labios, lo que eliminó de un plumazo todo rastro de hilaridad. En su cara se volvieron a reflejar la ira y el dolor y pareció a punto de echarse a llorar cuando se hizo el silencio.
Hunter se sintió culpable. Sus palabras habían sido brutales y torpes. No se había explicado bien. Una vez llevara ropa puesta podría arreglar las cosas.
—Lo retiro. No quiero verle desnudo —dijo con coz quebrada, y agitó la varita frente a ella.
Sin esperar un minuto más, Hunter hizo aparecer un par de pantalones nuevos. Se los puso, subió la cremallera, abrochó el botón y contuvo la respiración. Seguían allí. Soltó la bocanada de aire que había estado conteniendo.
Stormy se volvió para darle la espalda.
—Ya te puedes ir a casa.
Su voz no reflejaba sentimiento alguno.
—Stormy, me gustaría…
—Vete, Hunter. Si mañana sigues siendo mi guardia te veré cuando vayamos a casa de Lucas —siseó ella, y se metió en el cuarto de baño.
El silencio que dejó tras de sí le pareció una acusación. Invocó una camiseta, se la puso y se acercó al baño. Levantó una mano dispuesto a llamar pero se detuvo. Stormy no quería verle en aquel momento. Quizá si le daba algo de tiempo…
Cuando se volvió para marcharse dirigió la mirada hacia la cama. Pensar en lo que había pasado le hizo sentir escalofríos. Se le contrajo el estómago. Maldita sea. La había cagado de verdad. Stormy no tenía ni idea de cuánto le afectaban sus sentimientos por ella.
Y, para colmo, había perdido dos de sus pantalones de chándal favoritos.