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Manual de Justin para la artista

Las ideas nuevas son como divas: requieren atención

Las reuniones formales eran los encargos que menos le gustaban a Hunter. La sala principal, la más pública del Consejo, estaba abarrotada. Hunter permaneció junto a la pared observando a la jet set del mundo arcanae relacionarse, charlar, posar y pavonearse, intentando impresionar al resto del personal. Aquellas noches siempre suponían todo un reto, no por el peligro que pudieran entrañar, sino por lo aburridas que eran. Ignoró la tentación de recostarse contra la pared. No hay que reclinarse cuando se está de servicio, al menos en público. Afortunadamente, Tank llegaría pronto para relevarle. Un trabajo como aquel requería turnos para poder mantenerse alerta. Él cubriría el primero y su compañero el segundo. Y después podría irse a casa y dormir un poco. A Tank le tocaba el turno de noche.

Observó al sujeto, que estaba alternando con los miembros del Consejo y otros asistentes VIP. Aunque su vestido parecía de color negro, emitía constantes destellos de un púrpura intenso que le recordaban a la noche en estado líquido. La oscuridad que permite entrever placeres ocultos. El vestido largo de noche, que se sujetaba en un solo hombro, se ajustaba a los lugares adecuados de su cuerpo y, de cierta manera, resultaba más seductor que los pantalones cortos y la camiseta que usaba de manera habitual.

Hunter frunció el ceño. Aquel pensamiento carecía totalmente de profesionalidad. Menos admirar su cuerpo y más observar a la multitud.

Los miembros del Consejo parecían emocionados ante la presencia de Stormy. Mejor dicho, del sujeto. Podía identificar el alivio en cada rostro. Un roce de su brazo, una carcajada extremadamente alta, una postura erguida, un suspiro… Todo eran signos de que Stormy era la estrella de la noche.

Mierda. El sujeto.

Y, entre el gentío, Ian la paseaba como si fuera el responsable de la elección de la muchacha como hada madrina. Desde luego, un cambio total de comportamiento a raíz del percance de esa misma mañana.

Hunter reprimió una carcajada cuando recordó la cara de pánico de Ian al salir del estudio con el pelo repleto de agujas de coser. Como si fueran tentáculos, le colgaban trozos de hilo por todo el cuerpo, incluso de los zapatos. No había sufrido ningún daño, pero por sus gritos lo parecía. Hasta Stormy se había tenido que aguantar la risa mientras su prefecto salía disparado hacia el jardín en busca de ayuda. Cuando le quitaron las agujas parecía que en su pelo hubieran anidado dos erizos. Tenía la cara roja como el culo de un babuino y se agarraba el pecho como si hubiera estado corriendo una maratón. Hunter se preguntó si a aquel capullo engreído le haría gracia que la historia circulara entre los asistentes.

Stormy… maldita sea, el sujeto, parecía cómoda y tranquila. Llevaba cada nueva presentación con aplomo. Excepto por la dureza en su sonrisa. No debía de ser fácil estar tan expuesta. A sus ojos les faltaba ese destello habitual, a veces a causa de la irritación y otras de la felicidad. Definitivamente, él había experimentado mucho más lo primero.

Una mujer atractiva de mediana edad se acercó a Stormy. Hunter reconoció a Sophronia Petros, miembro del Consejo local. Había jugado un papel fundamental en la detención del hada madrina anterior. Su fama había crecido desde que Regina Scott y Jonathan Bastion la secuestraran. La liberaron después de abrumarla con teorías conspiratorias y declaraciones hilarantes acerca de un complot para hacerse con el poder en el mundo arcanae. El guardia había oído aquellas historias en boca de terceros (los rumores corrían rápidamente entre los cuerpos de seguridad), pero Sophronia había declarado con desdén contra los rebeldes y había utilizado su posición para denunciar a las hadas madrinas veteranas.

—Ian, qué maravilla volver a verte. —Sophronia besó el aire cerca de sus mejillas y observó a Stormy cual ave rapaz que detecta a un conejo—. Preséntanos.

Ian asintió.

—Sophronia, esta es Stormy Jones-Smythe. Soy su prefecto.

—¡No me digas! —Sophronia tomó las manos de Stormy entre las suyas.

Hunter reconoció el tipo de persona que era Sophronia: una mujer que olía la debilidad ajena; manipulaba y utilizaba la fuerza y las debilidades de los demás para impulsarse ella misma. Un hada madrina nueva y poco experimentada sería la víctima perfecta. Ya había sacado partido a su puesto como prefecto de Regina Scott. A pesar del resultado desastroso del episodio en sí, Sophronia había salido de aquello con una reputación estelar. Los informes sobre los hechos la tildaban de heroica, valiente y leal. El guardia se reservaba para sí sus opiniones.

La mirada de la mujer se dirigió hacia Stormy.

—Vaya, vaya. Así que tú eres la tercera hada madrina. Espero que seas mejor que las dos anteriores.

—Gracias. Supongo… —dijo Stormy enarcando las cejas.

La risa de Sophronia tintineó en un tono que tenía ensayado.

—Te irá bien, siempre y cuando entiendas lo que el Consejo espera de ti. Todavía no las has conocido, ¿no?

—¿Conocer a quién?

—A las otras. A las hadas madrinas.

—Me dieron la varita y…

—No, no —la interrumpió Sophronia agitando la mano—. Las veteranas te entregaron la varita. Me refiero a las nuevas. Son esas de las que tienes que preocuparte.

—Gracias por la advertencia. —Stormy sonrió, insegura.

—No te preocupes. Yo la vigilaré —intervino Ian, a la vez que sacudía una mota de polvo de su abrigo—. No dejaré que le ocurra nada. Ya nos hemos llevado suficientes chascos.

—¿Hemos? No tenía ni idea de que te hubieran nombrado miembro del Consejo, Ian.

El muchacho se puso colorado. Con una mueca triunfal en los labios, Sophronia se volvió hacia Stormy.

—Tu seguridad es imprescindible.

El rostro de la muchacha se iluminó.

—Qué amable por tu parte que te preocupes por mi bienestar. No me había dado cuenta de lo complicado de mi situación —continuó, dejando escapar un suspiro lo suficientemente perceptible—. Es de agradecer que el Consejo se interese tanto por mí. No puedes ni imaginarte lo nerviosa que estaba. —Se llevó las manos al pecho.

Hunter estuvo a punto de echarse a reír. Tenía que estar fingiendo. Stormy no era tan inocente.

Sophronia la observó.

—Sí, bueno, las hadas madrinas son una parte importante de nuestro mundo.

—Eso es lo que me han dicho. Tiene que ser devastador haber perdido… ¿cuántas van ya? ¿Cinco?

Hunter resopló. No pudo evitarlo. La seriedad de su expresión no podía ser real. ¿O sí? Si así era tendría que cuestionar la elección de la Magia con respecto a Stormy. Si no, la muchacha era más descarada de lo que pensaba.

Sophronia frunció el ceño como si no supiera si estar indignada o encantada con la reacción de Stormy antes de continuar:

—Siempre que estés al corriente de la situación…

—¡Hay tanto que saber!, ¿verdad? —contestó la joven, suspirando de manera exagerada.

Antes de que Sophronia pudiera responder, un murmullo se extendió por la sala. En estado de alerta, Hunter se acercó a Stor… al sujeto, maldita sea, y buscó el origen de tanto revuelo. Un caballero engalanado acababa de entrar en la sala. Todo el mundo lo saludaba y se había detenido, sonriente, con los magos que estaban cerca de la entrada para estrecharles la mano y conversar.

Cuando se volvió hacia donde se encontraban, Hunter vio que un parche negro le cubría un ojo. Había oído hablar de aquel tipo. Luc LeRoy. Había perdido un ojo hacía un mes, Jonathan Bastion se lo había arrancado.

Sophronia miró hacia la puerta y frunció el ceño.

—¿Pasa algo? —preguntó Stormy.

—No. —La amplia e impostada sonrisa de la mujer volvió a aparecer en su rostro—. Nada de lo que tengas que preocuparte.

—¡Excelente! —intervino Ian, que parecía más animado—. Esperaba que recibiera mi invitación. Tienes que conocerle —añadió y la agarró del brazo como si fuera un niño entusiasmado—. Discúlpanos, Sophronia.

—Claro. Hablaremos más tarde, cielo —dijo la mujer a la vez que se despedía con la mano y se desvanecía entre el tumulto.

Ian condujo a Stormy hasta la puerta. Hunter los siguió lo más discretamente posible, lo que no resultó fácil, ya que tuvo que sortear a varios invitados. No apartó la mirada de la joven en ningún momento. Su vestido, ahora negro, ahora púrpura, se movía a latigazos a la altura de sus caderas mientras caminaba, llamando su atención. «Mal, Hunter. Céntrate en los demás».

—¡Luc! ¡Luc! —saludó Ian con la mano que le quedaba libre.

Dios, el imbécil parecía un monaguillo alabando al Señor.

LeRoy se volvió al oír su nombre. Hunter se percató de que tenía una cicatriz rojiza y dentada que le sobresalía del parche. La herida estaba todavía en carne viva. Tardaría en curar. Parecía como si una bestia le hubiera arrancado el ojo. Claro, de hecho era exactamente lo que había ocurrido.

—Ah, Ian, amigo mío. —Luc estrechó su mano—. ¿Quién es esta encantadora criatura?

Capullo adulador. A Hunter dejó de gustarle de inmediato.

Ian le indicó que se acercara.

—Stormy, me gustaría que conocieras a Luc LeRoy. Luc, esta es Stormy Jones-Smythe. Soy su prefecto —dijo, inflando el pecho.

El único ojo de Luc se abrió de par en par.

—Así que tú eres la nueva hada madrina. Estábamos esperando tu llegada. —Tomó su mano y se inclinó ante la muchacha.

Stormy arqueó una ceja ante las atenciones de Luc. Hunter se preguntó si estaría sorprendida, entretenida o alagada. Aquel acento francés probablemente impresionara a muchas mujeres.

Luc se irguió.

—Mi querida señorita, es un enorme placer conocerla. Y saber que Ian es su prefecto me agrada aún más.

Una elección de palabras un tanto extraña.

Ian dio un saltito, el muy imbécil.

—Tendrá que familiarizarse con tus ideas, Luc.

El hombre levantó una mano.

—Todo a su debido tiempo, todo a su debido tiempo. Esta es una reunión de carácter social —dijo, ofreciendo su brazo a la muchacha—. ¿Una copa de champán?

—Sería perfecto —contestó Stormy a la vez que entrelazaba su brazo con el del francés—. Todavía no he bebido nada.

Luc se volvió hacia Ian.

—Debería darte vergüenza, dejar que esta preciosidad pase sed.

—Estábamos… —El aludido se puso colorado—. No me ha… Tenía que presentársela a…

—Ian, muchacho. —Luc se echó a reír—. Te estaba tomando el cabello —dijo, y se volvió hacia Stormy—. Se dice así, ¿no?

—Casi: se dice «el pelo», pero sí —contestó ella.

Mientras el francés la llevaba hacia la barra, Hunter sintió un nudo en el estómago. Maldita sea, aquel tipo era todavía más arrogante que Ian. No imaginaba que aquello fuera posible. ¿Es que Stormy no se daba cuenta?

Se mezcló entre la multitud para seguir al trío —trío porque, evidentemente, Ian se había pegado a ellos como una lapa—. Veía a la muchacha sonreír a Luc. Hacían buena pareja: por el pelo oscuro de él y la melena rubia de ella; por la sofisticación del primero y la elegancia de la segunda.

Su irritación creció aún más.

—¿Qué te pasa, macho? Parece que vayas a matar a alguien. —Tank apareció de repente.

Le sorprendió darse cuenta de que tenía los ojos entornados y el ceño fruncido. Relajó la frente. Maldita sea, ni siquiera se había dado cuenta de que su compañero se había acercado a él.

—Nada. ¿Ya son las nueve?

—Sí. —Tank se irguió fingiendo un saludo—. ¡Presente, señor!

—Imbécil.

—¿Dónde está el sujeto? —preguntó Tank inspeccionando la sala.

—Al lado de la barra —contestó Hunter ladeando la cabeza en la dirección adecuada.

—Oh… Qué buena está. ¿Quién es el cabronazo que está con ella?

—Luc LeRoy. Un francés cuyo perrito faldero es Ian.

—Me muero de ganas de verlo— añadió Tank, sonriendo.

—Pues ahí lo tienes. Mira.

Efectivamente, Ian miraba a Luc con una expresión que Hunter habría descrito como amor.

—Eso no está bien. —Tank sacudió la cabeza—. Yo reservaría esas miradas para Stormy.

El nudo en el estómago que tenía Hunter empezó a quemarle por dentro.

—Es nuestro sujeto. Deja de pensar en ella así. —Su voz sonó más dura de lo que pretendía.

—Eh, estoy de coña, colega —Tank frunció el ceño—. ¿Qué es lo que te pasa?

—Perdona. —¿Qué le estaba pasando? Miró a Stormy y se le contrajo el estómago. Se estaba riendo por algo que Luc le había dicho. Se le revolvieron las tripas aún más—. Estamos demasiado lejos. No oigo la conversación —añadió y se acercó a la pareja.

—Ya me encargo yo. Vete a casa y duerme un poco —dijo Tank. Colocó una mano sobre su hombro y lo detuvo.

Hunter se frotó la cara con las manos. Su compañero tenía razón. Estaba cansado y no pensaba con claridad. Stormy era el sujeto y tenía derecho a ponerse en evidencia delante de quien le diera la gana.

—Te relevaré en unas horas.

Se obligó a sí mismo a no mirar una última vez a Stormy y se dirigió hacia la entrada. La sala estaba protegida contra transportaciones, tanto para salir como para entrar. Tenía que salir de ella antes de marcharse a casa. Se abrió paso por la periferia de la habitación, observando al gentío. Sus entrañas le decían que debía quedarse y vigilar a Stormy, pero la lógica le decía que Tank sería mucho más capaz que él de arreglárselas en aquel ambiente.

Cuando hubo inspeccionado la sala soltó una bocanada de aire. No se había percatado de que estaba aguantando la respiración. Maldita sea, había aprendido a no ponerse tenso. Necesitaba unos minutos para deshacerse de aquel extraño estado de ánimo.

El vestíbulo no estaba vacío. Los arcanae que trabajaban en el evento recogían los abrigos y las invitaciones de los recién llegados. Algunos llevaban bandejas repletas de copas de champán o aperitivos y entraban y salían de la sala. Varios guardias permanecían alerta y otros pocos esperaban apoyados contra la pared. Los miembros del Consejo que habían solicitado protección probablemente no querrían ensombrecer el ambiente de la fiesta con guardias merodeando por la sala.

Una imprudencia y una estupidez, en su opinión. La manera de que estuvieran protegidos era que el guardia encargado de ello permaneciera cerca. Los saludó con un rápido asentimiento de su cabeza.

La única persona que no lograba ubicar era un tipo menudo vestido de negro. Estaba apartado del resto. Su presencia despertó la intuición de Hunter. No podía ignorarlo. Sin pensarlo se dirigió hacia él.

—¿Quién eres?

A pesar de la diferencia de estatura, el hombre no mostró temor alguno. Le sonrió.

—Ah, ya veo, eres guardia —contestó el aludido. Su acento era fuerte y gutural.

Desde más cerca, Hunter pudo ver que el hombre tenía un cuerpo musculoso. Seguramente también sería rápido. El guardia sabía que no se necesitaba fuerza para derrotar al enemigo. Claro que si se contaba con las dos, como era su caso, se llevaba ventaja.

—Sí, ¿y tú?

—Soy Dimitri. Sirvo al señor LeRoy.

¿Servir? Dimitri lo había dicho sin avergonzarse lo más mínimo. De hecho, a juzgar por el tono de su voz habría jurado que Dimitri estaba fanfarroneando de su posición.

—¿Eres su guardaespaldas?

—Soy lo que sea que el señor LeRoy necesite.

Espeluznante.

—Pero no estabas allí cuando perdió el ojo.

—Sí que estaba. —Dimitri se enojó visiblemente—. Me ha perdonado.

—Qué bien. Porque podrías haber perdido el trabajo.

—No soy su empleado —espetó, entornando los ojos.

—¿Entonces por qué no estás ahí dentro con él?

—No tengo por qué contestar a tus preguntas.

—Tienes razón. —Hunter lo miró con expresión divertida—. Nos vemos, Dimitri.

—Lo dudo.

—Yo no —añadió Hunter acercándose un poco más—. Verás, has despertado mi curiosidad y cuando eso pasa me aseguro de descubrir lo que quiero. —Sonrió, le tiró de la solapa y se marchó.

Centró la mente en lo poco que sabía. Como Ian estaba enamorado de Luc las posibilidades de que Stormy volviera a verlo eran muchas. Hunter sabía que la última de las hadas madrinas había atacado a Luc; bueno, en realidad había sido su novio, pero la semántica era irrelevante. De alguna manera, el tal Luc LeRoy estaba atado a las hadas madrinas. Si se añadía a Dimitri en la foto de conjunto, el sexto sentido de Hunter empezaba a zumbar. Tendría que hacer averiguaciones.

Regresó al salón y buscó a Tank. No le costó demasiado encontrarle. Siempre le sorprendía ver a su compañero de servicio. Su actitud en estado de alerta era muy distinta a la forma en la que actuaba normalmente. Aquello era parte de la fortaleza de Tank. Engañaba a todos haciéndoles creer que era un experto en meter la pata. Más de uno había creído que era inofensivo. Nunca habían tenido la oportunidad de cometer aquel error dos veces.

Hunter sabía que Tank le había visto volver. Se abrió paso entre la gente, tomándose su tiempo, en parte para no importunar a los asistentes y también para indicarle a Tank que no sucedía nada grave.

Cuando llegó hasta su amigo, Tank habló primero.

—¿Algo que deba saber?

—No, en realidad no. Necesito que hagas algo.

—Claro. ¿De qué se trata?

—No le quites el ojo de encima a Luc LeRoy. —Le echó un vistazo al francés. Stormy todavía seguía a su lado, bebiendo champán y mirándolo con interés. Ian también seguía allí.

La ceja arqueada de Tank mostró su curiosidad.

—Mañana por la mañana te daré todos los detalles, cuando haya descubierto algo más.

—¿Tiene que ver con nuestra misión?

—Creo que sí. —Hunter no era capaz de explicar por qué aquello le parecía tan importante, pero sabía que podía contar con Tank—. Gracias.

El guardia asintió.

Hunter abandonó la sala de nuevo y se transportó hasta su apartamento. Se quitó la camiseta, la lanzó al sofá y abrió el frigorífico. Solo quedaba una cerveza y volvería al trabajo en unas pocas horas.

A su pesar, desenroscó el tapón de una botella de agua con gas. Su casa sufría escasez de bebida y de comida. Al día siguiente tendría que comprar al menos lo imprescindible. Como por ejemplo más cerveza para celebrar el fin de aquella misión. Bebió la mitad de la botella de un trago y se apartó del frigorífico vacío. Comprobó los armarios. No quedaba pan. Aunque no le importaba. De todas maneras tampoco tenía embutido con el que hacerse un bocadillo.

Alcanzó el teléfono y lo rozó con la varita. Un instante después oyó una voz al otro lado.

—Pizza Merlín. Nuestra pizza es mágica. ¿En qué puedo ayudarle?

—Quiero una pizza familiar de champiñones, jamón y cebolla. Con doble de queso.

—¿A domicilio o para recoger?

—A domicilio. Ya he mandado las coordenadas.

—Excelente. Serán catorce con noventa y cinco. ¿Algo más?

Cerveza, pero aquello tendría que esperar.

—No, nada más.

—¿Cómo desea pagar?

Hunter sacó la cartera y un billete de veinte. Rozó el billete con la varita y desapareció.

—Gracias, señor. Aquí tiene su cambio.

Sobre la encimera apareció un billete de cinco y una moneda de cinco centavos.

—Su pizza llegará en unos minutos. Gracias por elegirnos.

Pizza Merlín no era la mejor pizza de la ciudad, pero sí bastante buena y, definitivamente, tenían el servicio más rápido. Ayudaba el hecho de que la regentaran unos arcanae.

Alcanzó el portátil, lo encendió y lo dejó sobre la minúscula mesa del comedor. Antes de que la pantalla se encendiera, el aroma a pizza recién hecha flotó por el aire desde una caja cuadrada de cartón que apareció en la cocina. Tomó una porción y se acercó a la pantalla. Mientras se comía el trozo de pizza con una mano tecleó con la otra y entró en el buscador arcanae «Abracadabra» con un simple golpe de varita.

Se levantó a por otra botella de agua y otro trozo de pizza y se sentó de nuevo frente al ordenador. Tecleó el nombre de Luc y esperó a que aparecieran los resultados. Fueron sorprendentemente escasos, lo que hizo que creciera su curiosidad aún más. Se hizo con más comida y se puso cómodo para comenzar su investigación.