13

Manual de Justin para la artista

Controlarse no es una debilidad

Stormy fue a trompicones hasta el baño, secándose la frente con una toalla. El entrenamiento con Ian había sido exagerado, pero nada comparado con la manera en la que se había forzado a sí misma. Cada respiración suponía un esfuerzo mayor. Parpadeó varias veces, ya que veía puntitos negros flotando ante ella. Aquella mañana Ian le había hecho practicar ejercicios mágicos, pero se había ido antes de comer, para prepararse para la cena. ¿Podía ser más lameculos? Sus padres eran gais y no se emperifollaban tanto como Ian cuando iba a ver a Luc. Ya que no podía salir de la habitación había seguido practicando sola.

Cuando la suela del zapato se le resbaló sobre el suelo de mármol, extremadamente pulido, estuvo a punto de caerse de culo.

«En serio, Stormy, levanta los pies», se dijo.

Sentía los brazos como si fueran de goma. Debía de haberse forzado demasiado. No era temeraria por naturaleza, sabía que se estaba arriesgando mucho, pero su falta de habilidades mágicas le molestaba todavía más que antes. No quería volver a enfrentarse nunca más a un hombre al que hubiera desnudado en contra de su voluntad. Además, tenía dos horas antes de que Ian fuera a recogerla y la llevara a cenar, y esa noche no tendría que hacer magia. Bebería algo, picaría un poco y con una siesta reparadora volvería a renacer.

Justo antes de que pudiera salir del baño llamaron a la puerta.

—Pasa, no puedo abrir.

Hunter entró en la habitación.

El estómago le dio un vuelco e hizo una mueca. No, no, no. No y no. ¿Por qué demonios tenía que entrar? ¿No le había hecho ya suficiente daño la noche anterior?

—Vete —dijo, recostándose contra la pared para evitar caerse al suelo.

—He pensado que podríamos hablar y… —el guardia se detuvo y se la quedó mirando.

—Ahora no. No puedo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, yendo hacia ella a toda prisa—. No has salido del edificio. Lo he comprobado. ¿Quién te ha hecho esto?

—Nadie me ha hecho nada —dijo Stormy. Miró la cama y notó su llamada. «Ya voy», pensó.

—Estás enferma —afirmó Hunter, y la levantó en brazos.

Estaba demasiado cansada para protestar. Y, sinceramente, se sintió bien al no tener que caminar.

—Estoy bien. Solo he estado practicando.

—¿Durante cuánto tiempo?

—No lo sé. ¿Unas tres horas, quizás? Además, Ian ha estado aquí esta mañana…

—Cabecita loca. Te has pasado de la raya —dijo con suave tono de reproche, y la dejó sobre la cama como si fuera una pluma.

Aunque estaba agotada, pensó en la última vez que la había llevado hasta allí. La pasada noche, de hecho. Había estado bien. Excepto por lo de después. Quizá podían volver a intentarlo y mejorarlo esta vez.

Hunter corrió hacia el bajorrelieve y lo rozó con su varita. La talla de la esclava cobró vida.

—¿En qué puedo…?

—Necesito algún tipo de bebida isotónica, algo con mucho azúcar y vitaminas. También un poco de pasta, espaguetis a la carbonara, por ejemplo. Y no escatimes en el beicon.

—No, Hunter —protestó Stormy intentando incorporarse, pero apenas pudo levantar la cabeza—. Voy a cenar dentro de poco. No puedo comer tanto ahora.

—Y manda subir galletas cuanto antes. Las que sean.

—Fruta sería más sano —replicó Stormy.

Hunter se acercó a la cama a zancadas.

—No me importa si es sano o no. Estás al borde del colapso.

—¿Qué?

La bebida afrutada se materializó junto a un plato de galletas de avena y pasas. Hunter fue a por ellas.

—Perfecto.

Agarrándola de la cabeza, el guardia acercó el vaso a los labios de la joven.

—Bebe.

—No me gustan las cosas dulces. ¿No puedo beber agua?

—No. Tómatelo —ordenó Hunter inclinando el vaso.

Stormy sintió un escalofrío cuando el líquido azucarado le rozó la lengua, pero en cuanto bajó por su garganta y llegó al estómago sintió un pequeño estremecimiento refrescante.

—No está tan malo.

—Ahora cómete esto —dijo el guardia ofreciéndole una galleta.

—Acabará con mi apetito. Además, no tomo azúcar.

—Ahora sí —Hunter le metió la galleta en la boca.

Stormy no tenía fuerzas para discutir. Le pareció que la galleta era lo más delicioso que había probado en su vida. Quizá volviera a reconsiderar lo de no comer azúcar.

Un minuto más tarde aparecieron los espaguetis. Cerró los ojos y aspiró el aroma. Queso, beicon y ajo. Solo con olerlo seguro que engordaría escandalosamente. Hunter ya estaba enrollando unos pocos en el tenedor. Lo sostuvo frente a ella y antes de que pudiera pensar en las calorías lo recibió con sus labios y dejó que la mezcla de sabores hiciera explosión en su lengua. Dios, así merecía la pena matar el apetito.

—Mmm… ¡Qué rico!

Hunter volvió a ofrecerle otro bocado.

—Lo sé. Por eso lo he pedido.

Stormy se sintió culpable por hacerle trabajar tanto.

—No tienes que darme de comer.

—Sí, tengo que hacerlo. Ahora mismo no tienes fuerzas suficientes para hacerlo tú sola —afirmó, y le ofreció un nuevo bocado.

—No, estoy bien. Déjame que te enseñe lo que he aprendido. —Sin esperar a que accediera invocó su varita y justo cuando estaba a punto de hacer volar hacia ella una galleta Hunter se la quitó de la mano.

La varita soltó un chispazo. Hunter dio un brinco pero no la soltó.

—Nada de magia. Ahora no —ordenó. Dejó la varita sobre la mesilla de noche y sacudió la mano.

—¿Te has hecho daño?

—Nada que no pueda soportar —dijo en tono bajo, pero miró la varita con una expresión de curiosidad—. Bebe un poco más.

Tomó un nuevo sorbo de la bebida isotónica y después la rechazó.

—¿Tiene alcohol? Me siento como si estuviera borracha.

—No estás borracha, sino carente de energía, y eso es peligroso —afirmó, obligándola a tomar otro bocado—. Uno más. Después tendrás que dormir un poco.

—No puedo dormir. Tengo una cena, así que solo descansaré un poco.

—Me quedaré aquí y te despertaré para la ocasión. ¿Cuánto tiempo necesitas?

Dormir sonaba de maravilla.

—Una hora.

Hunter retiró los platos y la tapó con el edredón.

—Te sentirás mejor después de descansar un poco.

—De acuerdo. —Se acurrucó entre las almohadas. Estaba cómoda—. Espera —pidió, y su voz sonaba débil—. ¿Por qué has venido tan temprano?

—No importa. Puede esperar —dijo agitando la mano. Ajustó el edredón alrededor de su cuerpo—. Ahora duérmete.

Quizá dijera algo más, pero se lo perdió porque en cuanto cerró los ojos se quedó profundamente dormida.

—Stormy.

La voz de Hunter resonó en el salón. Todo el mundo los miraba, pero ellos solo tenían ojos el uno para el otro.

—Stormy.

Su nombre era como una caricia en sus labios. Se encontraban en el centro de la pista de baile. Él alzó las manos, pero en vez de rodearla para bailar le dio una sacudida en el hombro.

—Stormy.

Aquello no le gustó. Abrió los ojos de repente. Hunter estaba allí, pero no se encontraban en ningún salón de baile. Estaban en su habitación y el guardia no bailaba, sino que realmente le estaba sacudiendo el hombro.

—Es hora de levantarse. Ian vendrá en media hora.

El sueño se desvaneció y se instaló la realidad. Su confusión se disipó cuando recordó dónde estaba y quién era.

—Entendido —asintió.

Sacó las piernas de la cama y Hunter la ayudó a levantarse.

—¿Cómo te encuentras?

Stormy hizo inventario de su cuerpo.

—Mejor, creo. Ya no tengo la sensación de estar borracha.

—Bien, pero no fuerces las cosas. Nada de magia esta noche.

—No estaba pensando en hacer magia, papá —contestó con sarcasmo.

El guardia la miró frunciendo el ceño.

—Perdona —se disculpó ella. ¿Te has quedado aquí todo el rato?

Él asintió.

La inquietud reemplazó al desagrado que sintió cuando llegó. No había esperado que jugara a ser su niñera. ¿Qué tipo de hombre estaba dispuesto a dedicarle tanto tiempo a una mujer con la que no quería acostarse? ¿Y encima le hacía de despertador?

—No tenías por qué hacerlo.

—Sí, sí que tenía. Se te había ido bastante de las manos.

—Estaba un poco ida, ¿no?

—Puedes decirlo así. Yo diría que te has comportado como una idiota —espetó, y la miró retador, como esperando a ver si lo contradecía.

—Quizá, pero tenía que trabajar mi magia.

—No hasta rozar el colapso. El control y el dominio llegarán con el tiempo.

«No creo que tenga mucho tiempo», pensó, pero no lo dijo en voz alta.

—Tengo que vestirme. Tú también vienes, ¿no? Quiero decir esta noche, no mientras me visto —dijo burlona.

«¡Qué graciosilla!», pensó él, y después contestó:

—Sí, pero no como invitado. Todavía estás bajo mi cargo —informó. Llevaba los jeans y la camiseta negra de los guardias, su uniforme. No se había dado cuenta hasta entonces.

—Entonces podrás estar pendiente de mí y asegurarte de que no cometa ninguna estupidez esta noche —dijo en todo satisfecho. Fue hacia su armario, tomó el vestido que se pondría esa noche y se dirigió hacia el baño—. No tardaré.

—Oye… Stormy.

La muchacha se volvió.

—¿Qué?

Hunter señaló la varita que flotaba en el aire, a su lado.

—Ah, se me había olvidado guardarla —se disculpó —«¡Sanctum!» —exclamó al tiempo que la agarraba. La varita desapareció y Stormy se metió en el baño.

Treinta y cinco minutos después salía del baño, maquillada, peinada y vestida. La habitación estaba vacía. Un sentimiento de decepción se instaló en la boca del estómago, pero se reprendió a sí misma. De todos modos, ¿para quién estaba haciendo una entrada triunfal?

Al instante oyó que llamaban a la puerta.

—Adelante.

De nuevo la puerta pareció abrirse para dejar pasar a alguien que no fuera ella misma. Ian entró en la habitación. Hunter le seguía. Debía de haber ocupado su puesto fuera mientras ella se duchaba.

Ian llevaba puesto el mismo broche extravagante de la noche anterior.

—Bien. Por fin estás lista. Llegamos tarde.

—¿Tarde? La cena es a las siete. Todavía faltan veinticinco minutos.

—Sí, pero nos llevará cuarenta minutos llegar hasta allí —Ian miró su reloj, molesto.

Stormy deseaba fervientemente coincidir con la mirada de Hunter a espaldas de Ian pero, por alguna razón, ya no se sentía cómoda compartiendo aquel momento de exasperación con él.

—Siempre podemos transportarnos y aparecer allí.

—La casa de Luc está protegida. Tenemos que conducir. Aunque, si lo quieres intentar, de todos modos tenemos que transportarnos hasta el automóvil.

—No —dijo Hunter dando un paso al frente—. No puede. Yo la llevo.

—Tú mismo. Pero tenemos que ponernos en marcha —dijo Ian con sus habituales modos petulantes. Se volvió sobre sus talones y salió de la habitación.

El tipo estaba impaciente, ¿eh? También hubiera querido compartir aquel pensamiento con Hunter, pero no lo hizo.

El recorrido duró cuarenta y cinco minutos, especialmente insoportables con Ian expresando su impaciencia aproximadamente cada treinta segundos.

La casa de Lucas estaba en Rancho Santa Fe. El precioso estilo español de la vivienda irradiaba un brillo cálido a la luz de la puesta de sol. Stormy examinó la fachada mientras aparcaban en la entrada circular. Era enorme. Estaba claro que a Luc no le faltaba el dinero.

Él mismo los recibió cuando llegaron. El francés abrió la puerta de Stormy y la ayudó a bajarse del automóvil.

—Mi querida Stormy. Estoy encantado de comprobar que no resultaste herida la pasada noche. Qué tragedia —se lamentó, y le besó la mano.

Debía admitir que el tipo tenía estilo. Aquello le recordó que Ian ya no llevaba el cabestrillo del día anterior. Al parecer, su lesión no había sido tan grave como él creía.

—¿No te hiciste daño?

—Un rasguño. Nada serio, la verdad. Claro que he sufrido cosas peores últimamente —afirmó, y se tocó el parche que le cubría el ojo—. Estoy seguro de que has oído la historia. No te culpo a ti, por supuesto, pero me alegra saber que estás limitando tu contacto con las hadas madrinas.

Entrelazó su brazo con el de la joven y la guió hacia la casa.

—He estado pensando en la pésima situación en la que te encuentras.

Ian se unió a ellos para intervenir en la conversación.

—Es una tragedia, ¿verdad?

Lucas no le prestó ninguna atención.

—Necesitas que te guíen. Está claro que no puedes confiar en las hadas madrinas para eso. Me gustaría ofrecerte mis conocimientos y mi experiencia.

Como si ella pudiera fiarse de cualquier cosa que pudiera decirle. Especialmente después de haber intentado matarla. Pero sonrió.

—No, no debo abusar de tu amabilidad. Eres un hombre muy ocupado.

—No se me ocurre nada que me apetezca más —contestó Lucas.

—Una idea espectacular, Luc —Ian estuvo a punto de dar saltitos de alegría.

—Pero esta noche no es para hablar de las dificultades a las que te enfrentas —dijo Luc cambiando de tema, y la llevó hasta la barra que se encontraba al final de un enorme salón—. ¿Vino?

—Por favor —pidió. Le vendría bien una copa. Miró a su alrededor. La sala estaba bien proporcionada y decorada con gusto—. La casa es preciosa.

Luc chasqueó la lengua.

—Es adecuada. Por desgracia mi casa fue destruida. Esta es temporal hasta que encuentre el lugar ideal para volver a construirla —informó, y le tendió una copa.

—¿Volver a construirla?

—¿No te has enterado?

—No.

Ian intercedió en un tono casi entusiasta.

—Las hadas madrinas destruyeron la casa de Luc.

Stormy esperaba que su cara no delatara ni lo más mínimo sus pensamientos. Tendría que preguntárselo a las tías la próxima vez que las viera.

—Qué horror.

—Tuvo suerte de poder escapar con vida —dijo Ian horrorizado, y su la expresión estuvo a punto de provocar una respuesta poco apropiada. Como una carcajada, por ejemplo.

Lucas levantó una mano.

—Pero no hablemos de eso ahora. Esta noche celebramos que hemos escapado del peligro.

Stormy miró a su alrededor.

—¿Solo somos nosotros?

—Sí. He pensado que sería mucho mejor disfrutar de una reunión más íntima. Más gente solo nos distraería. Estoy deseando conocerte un poco más.

—Especialmente porque vais a trabajar mucho juntos —apuntó Ian.

—Qué idea tan maravillosa —dijo Stormy, que sonrió a Lucas. Para sus adentros estaba nerviosa. ¿Realmente esperaba que pasaran más tiempo juntos? Al parecer Ian sí, y la verdad es que tenía mucho poder sobre todo lo que ella hacía. Lucas era peligroso. Aunque se escondía detrás de un encanto enorme, el peligro estaba ahí. Y si estaba dispuesto a dar un paso como aliado debía de creer que era lo suficientemente poderoso como para convencerla. Los planes de Lucas debían de ser más elaborados y complejos de lo que pensaban.

«No te adelantes a los acontecimientos, Stormy», se dijo.

Hunter se colocó cerca de la pared. A pesar de lo delicado de la situación entre ellos, Stormy se sentía feliz por el hecho de que estuviera allí.

Lucas dirigió la conversación hacia temas casi triviales. Ian disfrutaba de la situación, a pesar de que prácticamente todo el interés de Lucas estaba centrado en Stormy. Le costó no reírse o burlarse de Ian, sobre todo cuando explicó que llevaba puesto el broche en honor a Lucas. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para no estallar en carcajadas. Sin embargo, mantuvo una fachada de interés mientras intentaba descifrar las verdaderas y ocultas intenciones de Lucas. La verdad es que era listo. No revelaba nada sobre sus planes subrepticios. Todavía.

La cena fue informal, a pesar de que Dimitri les sirvió. La comida fue buena y las conversaciones banales, agradables pero nada interesantes. Stormy intentó fijarse en Dimitri, pero no vio nada raro en el sirviente, excepto que era aún más repulsivo que Ian en su actitud hacia Lucas. La muchacha estaba empezando a preguntarse si descubriría algo que mereciera la pena. Hunter se movía solo cuando lo hacían ellos, y simplemente trasladándose hacia otro punto en la pared.

Cuando terminó la cena Lucas quiso sacarle información.

—Tengo entendido que tu padre es Justin Jones. Admiro su trabajo. De hecho, creo que poseo una de sus obras.

¿Creo?

—Estoy segura de que mi padre estaría encantado si lo supiera.

—Stormy teje —añadió Ian.

Lucas asintió.

—Sí, también tengo entendido que eres una especie de artista.

No permitió que el comentario «especie de artista» debilitara su sonrisa. Lucas se levantó de la silla.

—Ven. Quizá te guste ver mi colección.

Stormy reprimió un resoplido. Aquello sonaba a frase seductora pobre.

—Me encantaría verla —dijo la joven, y lo agarró del brazo. Ian los siguió por detrás.

—Te va a encantar —dijo, tan empalagoso como siempre que estaba en presencia de Luc.

Lucas los guió por un pasillo hasta llegar a una puerta empotrada.

—Aquí guardo mis tesoros —indicó. Empujó la puerta y desveló una sala iluminada por una luz suave, parecida a la de los museos.

¡Caray! Entró en la habitación casi de forma reverencial. Había crecido rodeada de arte y sabía cómo apreciarlo.

Hunter los siguió y, una vez dentro, se apoyó sobre una pared vacía.

—Preferiría que no tocaras las paredes —le reprendió Lucas.

Hunter alzó las manos a modo de disculpa y se quedó de pie frente a la pared, con las manos a la espalda.

Stormy apenas notó el cambio. El arte la saciaba y se tomó su tiempo para examinar toda la sala antes de analizar cada pieza individualmente.

Lucas permaneció a su lado.

—Son obras que representan nuestro mundo.

La muchacha no dijo nada. Prefería estudiar el arte en silencio. Se detuvo en frente de un brillante cuadro renacentista que representaba a una bruja ardiendo en una hoguera. Brillante, sí, pero inquietante.

—Veo que estás admirando mi Caravaggio.

—Mmm… —Stormy no quería hablar todavía.

—Una escena muy trágica pero bastante precisa. Hemos sufrido mucho a manos de los terrenales.

La atención de Stormy cambió hacia otro punto. Ahí estaba el plan oculto que andaba buscando.

—No he oído nada sobre eso. No conozco la historia arcanae.

—Ah, claro, por todos esos años que pasaste como terrenal. Tienes que aprender muchas cosas.

Había llegado el momento de hacerle creer que la estaba convenciendo.

—Siento como si mi falta de conocimiento fuera una barrera —dijo suspirando y colocándose frente a otro cuadro, pero por el rabillo del ojo divisó un tapiz que captó toda su atención. Sintió un pinchazo cuando se percató de lo mucho que llevaba sin sentarse frente al telar. Aquel tejido le hizo sentir casi como si hubiera vuelto a casa.

Se colocó frente al tapiz. Era antiguo, precioso, los hilos todavía vibraban y el tejido permanecía terso. La escena representaba a un mago que sostenía un cayado y ofrecía un orbe rojo a una mujer.

—Has encontrado la obra maestra de mi colección —afirmó Lucas orgulloso, y pasó un dedo por la silueta de la capa de la mujer. Stormy percibió el sonido sibilante de su dedo al pasar sobre la lana—. Madre encontró esta pieza en un castillo en Praga. La escondió durante la guerra.

—Qué suerte que pudiera salvarla.

—Sí. Pudo salvar muy pocas cosas más. —Lucas observó la imagen y frunció los labios levemente—. Tiene una historia interesante. Quizá tenga el honor de contártela algún día.

—Me encantaría oírla, pero deberías escribirla por si acaso —opinó Stormy, y se acercó al cuadro que había al lado del tapiz, para observarlo desde otra perspectiva.

Entonces se quedó de piedra. El corazón le empezó a latir con fuerza. Sin confiar en su propia visión, volvió hacia atrás y se colocó de nuevo frente al tapiz, acercándose poco a poco.

—¿Qué ves? —preguntó Lucas.

Stormy sonrió, intentando actuar con normalidad.

—Nada. Solo estoy admirando la destreza del autor. ¿Ves el detalle en las manos del mago? Yo no podría aspirar a crear algo así en toda mi vida —, explicó, pero había errores en el tejido. Demasiados errores. Y la deformación de los colores de los hilos se correspondía con el tejido, como si la intención fuera camuflar todos esos fallos. Ninguna obra de arte como aquella debía contener tantos errores.

—Es espectacular. —Lucas la miró, después observó el tejido y volvió mirar a la joven. Stormy se desplazó hasta la siguiente obra.

El corazón le martilleaba en el pecho. Se acercó despacio, respirando profundamente para evitar que le ardieran las mejillas. Se detuvo frente a otro cuadro y fingió examinarlo, pero apenas le prestó atención.

El tapiz contenía un patrón oculto, pensó. Podía apreciarlo porque entendía cómo funcionaban las curvaturas, pero no podía interpretarlo sin disponer de tiempo para estudiarlo más a fondo. Dudó de que alguien más fuera capaz de darse cuenta. Quizá Lucas supiera algo más sobre él (después de todo era su tapiz), pero sin saber por qué pensó que no debía preguntárselo.

Dimitri apareció en la sala.

—Ya están listos los postres y el café.

—Gracias, Dimitri. —Lucas se volvió hacia su invitados—. ¿Vamos?

Una agradable distracción para sentirse segura. Asintió, agradecida en su fuero interno.

Lucas los acompañó de nuevo hasta el salón, donde Dimitri les sirvió el café.

—¿No es maravilloso? —preguntó Lucas—. Una buena cena y mucha belleza. Y un poco de arte también —añadió haciendo un guiño a la joven.

Stormy soltó una risita y se sentó a su lado.

—Estoy preocupado por ti, querida —anunció Lucas.

Le importaba poco su preocupación. Sin embargo, le mostró su mejor expresión de atención.

—Me preocupa que no te hayan explicado lo suficientemente bien la crisis a la que nos enfrentamos los arcanae.

¿Qué crisis? Puede que hubiera pasado toda su vida viviendo como una terrenal, pero su vida en casa había sido normal. Bueno, todo lo normal que podía ser con dos padres que tenían magia. No la habían expuesto a ninguna angustia ni a ninguna crisis, a excepción de las cosas típicas de los adolescentes.

—Me han criado como a una terrenal. Mis padres nunca me contaron nada sobre ninguna crisis.

—Lógico. Somos una sociedad oculta.

—Ya, pero… ¿no crees que es necesario?

—¿Con nuestro poder? Nosotros vamos merodeando subrepticiamente cuando en justicia deberíamos estar gobernando. La magia es una parte integral de este mundo, pero fingimos que no lo es. Hemos dejado que los terrenales tomen el control.

—Nunca lo había contemplado desde ese punto de vista —dijo, notando la mirada de Hunter posada sobre ella. La ignoró—. ¿Cómo propones cambiar eso?

—Los arcanae tienen que recuperar su lugar en el mundo —afirmó Lucas, y se inclinó hacia ella—. Somos nosotros quienes tenemos que ocupar el lugar que merecemos, tú como hada madrina y yo como pensador.

Ian se animó.

—Como un pensador maravilloso y un gran líder, Luc.

Lucas hizo una reverencia con la cabeza.

—Te agradezco tu fe en mí.

Sus palabras aclararon el interrogante que tenía. Había intentado matarla (si es que Hunter tenía razón, y no lo dudaba) y había fallado. ¿Por qué entonces ese esfuerzo por conocerla? Ahí estaba la respuesta. Quería sacarle partido, si es que podía.

—El Consejo está reconsiderando tus ideas —le informó Ian.

—Y es gratificante encontrar pensadores similares —afirmó Lucas frunciendo el ceño—. Pero no es suficiente. Tenemos que actuar. La defección de las hadas madrinas muestra lo fuerte que es este cáncer. Han elegido a los terrenales por encima de su propia especie.

¿Su propia especie? Todos eran humanos. Terrenales y arcanae. Lucas estaba equivocado.

—No debemos olvidar que las hadas madrinas están en nuestra contra. Ayer nos atacaron —Lucas se golpeó con el puño la palma de la otra mano—. Tenemos que detenerlas. Están impidiendo nuestro progreso.

Las mentiras de Lucas brotaban con facilidad y pasión. Stormy no se atrevió a mirar a Hunter.

—¿Crees que volverán a intentarlo?

Lucas asintió.

—Eso creo.

De no haber tenido más información le habría creído sin dudarlo. Su carisma y vehemencia otorgaban veracidad a sus palabras. Era un manipulador de primera clase. Un escalofrío que no se molestó en esconder le recorrió toda la espalda. Lucas era aterrador. Solo entonces la arrolló el verdadero alcance del peligro al que se enfrentaba. Y utilizó aquel terror para ocultar aún más el verdadero motivo de su visita.

—¿No pensarás que las hadas madrinas van a intentar hacerme daño a mí también, no?

Los ojos de Lucas se inyectaron de tristeza, o al menos se abrieron exageradamente en un intento de imitar esa expresión.

—Lo harán si te interpones en su camino.

Stormy se zambulló en la mirada de Lucas y vio en ella el hambre de poder. Una resolución acerada ardió en su interior y reemplazó al miedo que sentía. Era tan buena actriz como él.

—No tengo miedo. Haré lo correcto.