9
Manual de Justin para la artista
El arte requiere fuerza
Stormy dejó caer los hombros cuando se sentó al borde de la cama. Estaba aburrida. Aquella tarde ya había practicado magia, cosas sencillas como hacer aparecer objetos pequeños, y también hacerlos flotar. Controlarla le resultaba cada vez más fácil: visualizaba su magia como si fuera un hilo de agua a través de un embudo minúsculo en lugar de dejarla manar a borbotones. Pero, aun así, se había pasado la mayor parte del tiempo agachándose a recoger lo que se le caía al suelo. Tanta práctica le había dejado los brazos entumecidos. Incluso horas después sentía todavía punzadas en los hombros y crujidos en el cuello.
Le hubiera gustado hacer aparecer y desaparecer el telar de la habitación. Así no se aburriría tanto. La televisión no le interesaba demasiado, se le había olvidado llevarse un libro y, aunque en el edificio seguramente había biblioteca, no podía abrir la puerta para salir a explorar. Estaba encerrada con llave.
Otro fuerte crujido en la columna la alarmó. Estaba cansada y dolorida. A pesar de los dolores, preparó su esterilla de yoga. No había nada como un buen estiramiento para deshacerse de cualquier calambre. Cinco minutos de saludo al sol serían suficientes.
Estiró y respiró, estiró y respiró, una y otra vez. Después meditó. ¡Ah! Mucho mejor. Su cuerpo, acostumbrado a aquellos movimientos, se relajó, pero no pudo acabar con el agotamiento de fondo. Respiró hondo, tranquilamente, y se puso de pie. Sí. Mucho mejor. Cuando se dispuso a dar un paso soltó un grito ahogado. La cadera le crujió y sintió un calambre en la espalda. Le empezaron a arder dos puntos en concreto, justo debajo de los omóplatos.
La magia requería energía, pero no esperaba que doliera tanto. Quizás un baño consiguiera relajarla. En la habitación había un cuarto de baño, decorado también con paredes y suelo de mármol. La bañera podía alojar perfectamente a dos personas y, en lugar de mediante grifos, el agua entraba por una especie de cascada de rocas. Tenía que admitir que era la bañera más alucinante que había visto en toda su vida. Seguramente estaban intentando impresionarla con tanto lujo.
Con un pequeño experimento de su varita (un toquecito en la roca, otro en la bañera) consiguió que el agua empezara a fluir. Antes de desnudarse se tomó un par de ibuprofenos que había sobre el escritorio. Aquello acabaría con el dolor muscular. Se rió de sí misma. Llevaba años practicando yoga a diario y corría de vez en cuando. Pensaba que estaba en forma. ¿Quién habría pensado que la magia requería tanto esfuerzo?
Agarró el dobladillo de la camiseta y, cuando se disponía a quitársela por la cabeza, se quedó inmóvil. La camiseta tenía que quedarle ajustada y sin embargo le bailaba, muy holgada, sobre la piel. Ahora que lo pensaba, los pantalones también le venían grandes. Algo no iba bien.
Barrió el baño con la mirada y se dio cuenta de que la bañera también era más grande de lo que le había parecido la primera vez que la había visto. El pomo de la puerta también parecía estar más alto.
No, no estaba más alto. Lo que pasaba es que ella era más pequeña.
Se le aceleró el pulso y empezaron a zumbarle los oídos cuando intentó entender qué le estaba pasando. Se quedó sin aliento y respiró entrecortadamente hasta que pudo volver a tomar aire. Comenzó a ver puntitos negros y un nuevo temblor le estremeció y retorció sus extremidades, torturándola.
Gritó.
—¿Necesita que le ayudemos en algo? —preguntó una voz proveniente de un friso en el baño. Artemisa y sus ninfas jugueteaban en un río, rodeadas de abundante vegetación. Acteón asomaba por detrás de uno de los árboles. En realidad era un cuadro un tanto espeluznante para un cuarto de baño— ¿Necesita que le ayudemos en algo? —repitió una de las ninfas.
—Sí, necesito… —pero la ninfa ya había asentido y se había petrificado en su sitio.
Stormy no estaba segura de si iría alguien en su ayuda. Volvieron a crujirle los huesos, haciendo que se doblara de dolor. Necesitaba ayuda cuanto antes. Quizá podría llamar a su padre…
La puerta se abrió de repente y Hunter entró corriendo, con la varita en alto. Bloqueó la puerta del baño con su cuerpo, encarándose al peligro. De no haber estado tan asustada Stormy se habría echado a reír, pero volvió a estremecerse ante una nueva sacudida y gimió de dolor.
Hunter inspeccionó el espacio.
—¿Qué pasa? ¿Quién te está atacando?
—No lo sé —su voz sonaba agitada—. Soy más pequeña. ¡Ahhh! —las piernas le crujieron al contraerse.
Aunque la postura inmóvil de Hunter reflejaba su todavía estado de alerta, la examinó con una mirada que no consiguió tranquilizarla.
Stormy miró hacia abajo para observar su cuerpo. La camiseta le caía sobre el pecho y las piernas le sobresalían de los pantalones como si fueran las patas de un pollo. Al instante se le cayeron al suelo los pantalones.
—Te estás encogiendo —anunció Hunter.
—¿Qué estoy qué?
—Encogiendo. Tenía que pasar de un momento a otro. Tienes que saber transformarte. —Hunter bajó la varita.
—¿Transformarme? ¿Qué quieres decir con transformarme?
Hunter se la quedó mirando un momento como si no entendiera lo que le estaba preguntando. Entonces asintió.
—Ah, claro. No lo sabes. Todos los arcanae tenemos el poder de transformarnos, por eso cuando somos pequeños la Magia nos convierte en algo. Yo me transformé en un zorro. Creo que la Magia se estaba burlando de mi nombre.
—Pero yo no soy una niña.
—Está claro. Supongo que la mayoría de arcanae cambian cuando son niños, porque de pequeños somos más flexibles.
Stormy hizo una mueca cuando otra serie de chasquidos sacudieron su cuerpo.
—¡Duele!
—Claro que duele. No creas que puedes transformarte por completo sin algún tipo de consecuencia.
—Gracias por los ánimos —Stormy reprimió otro gruñido.
—Por eso a la mayoría de arcanae no les gusta transformarse. El dolor nunca puede evitarse del todo, pero una vez aprendes lleva menos tiempo —explicó Hunter encogiéndose de hombros—. Es uno de los requisitos para ser guardia. La habilidad de ejecutar una transformación rápida. Nunca sabes qué forma te será más útil.
—Me parece que sois un poco masocas —se agarró la camiseta cuando amenazó con resbalarse del pecho—. ¿En qué animal me estoy convirtiendo?
Hunter volvió a mirarla, esta vez durante demasiado tiempo para su gusto, y llegó a incomodarla mucho su mirada escrutadora. El silencio del guardia se prolongó y la preocupación de la muchacha aumentó.
Justo cuando Stormy iba a dejarse llevar por el pánico, Hunter relajó su expresión.
—Eres un hada madrina.
—Sí, ¿y qué? —Estaba punto de estrangularlo.
El guardia se colocó detrás de ella justo en el momento en que aquellos dos puntos bajo los omóplatos estallaron como si los hubieran rasgado con un cuchillo. Stormy se agarró a la bañera, que ahora le llegaba por la cintura.
—Ufff… Eso ha debido de doler —murmuró él.
—¿El qué ha debido de doler? —preguntó ella entre dientes.
—Te acaban de brotar las alas de debajo de la piel —respondió Hunter.
—¿Alas? ¿Me estoy transformando en un pájaro?
—No, te estás transformando en un hada —dijo Hunter a sus espaldas—. Son preciosas. Diría que son púrpura, pero tienen matices blancos y brillantes.
¿Se estaba transformando en un hada? De repente el dolor pareció disminuir al tiempo que la emoción burbujeaba en su interior.
—¿Podré volar?
Hunter volvió a colocarse frente a ella para que pudiera verle.
—Supongo. Nunca he sido un hada. Ningún arcanae puede transformarse en otra criatura mágica, a excepción de las hadas madrinas. Podemos convertirnos en animales, pero no en hadas, ni en troles, ni en nada de eso —hizo una pausa—. Sería estupendo que pudiera convertirme en trol.
Stormy no le llegaba más arriba de la cintura.
—¿Y ahora qué hago?
—Nada. —Hunter se encogió de hombros—. Pasará de manera natural. No tienes que hacer nada. Aunque yo me tomaría un par de ibuprofenos para reducir el dolor.
—Ya me los he tomado.
—Entonces llevas ventaja —dijo el guardia, que bajó la mirada para poder verla—. Pues si no me necesitas, me voy.
—¿Para qué has venido si te ibas a marchar?
Por un momento no contestó.
—Es mi trabajo.
Así que no la había perdonado. No esperaba que lo hiciera. Aun así, se sintió decepcionada. No. Era algo más que eso. No quería pasar por aquello sola. Aunque estaba contenta porque iba a poder volar, no quería estar preocupada por nada más en aquel momento. Los ojos se le encharcaron de lágrimas. Levantó la vista y lo miró.
—Por favor. Estoy asustada. No te vayas.
Mierda, había jugado la carta emocional. Hunter la miró y vio el miedo en sus ojos. Todo aquello era nuevo para ella y no tenía a nadie. Podía avisar a Ian, pero no le desearía aquella compañía ni a su peor enemigo.
Y ella ni siquiera lo era.
Simplemente era alguien que intentaba encontrarle el sentido a un montón de información nueva que había recibido de golpe. Realmente la había creído cuando le había dicho que no había sido su intención que despidieran a Tank. Si era justo y honesto también tenía que echarle algo de culpa a su compañero.
—Quizá quieras empezar a pensar en qué vas a ponerte —le aconsejó.
—¿Qué quieres decir?
—Habrás notado que la ropa no mengua contigo. A menos que tengas algo escondido ahí debajo que yo no pueda ver, te vas a quedar desnuda en breve.
Stormy miró hacia abajo y soltó un chillido. Su camiseta parecía más bien un vestido muy ancho y muy largo. Cerró los ojos y volvió a sentir la sacudida de otro espasmo.
—Vete.
—Pensaba que querías que me quedara.
—Y quiero que te quedes. Pero… date la vuelta.
—¿Qué?
—¡Que te des la vuelta!
Hunter hizo lo que le pedía. Lo siguiente que supo fue que Stormy le había colocado su camiseta en la mano.
—Eh… ¿Stormy? —Empezó a girar la cabeza.
—No, no mires. Llévatela, encuentra un par de tijeras y hazme algo que pueda ponerme.
—¿Yo? Pero si no sé...
—¡Hazlo! —gritó. Su voz sonó dos octavas más alta—. Hazme un pareo. Solo necesito un rectángulo alargado. Que sea de mi talla —le dijo, y le dio un empujón hacia la puerta que más bien pareció una palmadita.
Hunter salió del baño.
—¿Stormy?
—¿Qué? —Por detrás de la puerta se oyó su chillido.
—¿Dónde hay unas tijeras?
—En el escritorio. Espero.
Hunter fue hacia la mesa y vio el portátil de la muchacha. Dio un golpecito al ratón y en la pantalla aparecieron los Angry Birds. ¿En serio? ¿No tenía nada mejor que hacer que jugar a los Angry Birds?
Encontró un par de tijeras en el segundo cajón. Extendió la camiseta por un lado, después por el otro.
—¿Estás segura de que quieres que la corte? —parecía nervioso.
—Sí —cada vez era más difícil oír su voz.
—Un rectángulo, ¿no? —Hunter colocó las tijeras sobre el dobladillo. Vamos allá. Cortó un trozo, giró noventa grados, volvió a cortar, giró de nuevo y terminó el rectángulo. Cuando levantó el trozo de tela entornó los ojos. No le vendría mal hacer un repaso de geometría.
Bueno, la camiseta estaba destrozada de todas formas. Volvió a cortar otro trozo y después otro más. Ninguno estaba recto y ningún pedazo medía lo mismo, pero seguro que alguno serviría. Llamó a la puerta del cuarto de baño.
—No entres.
—No voy a entrar. Solo quiero darte el…, bueno, esto —dijo, y dio la vuelta al trozo de tela que tenía en la mano.
—No puedo abrir la puerta.
Hunter la entreabrió solo un poco.
—No mires.
El guardia metió la mano y dejó caer la tela.
—No estoy mirando.
Entonces, como si aquellas palabras fueran una provocación, su mente empezó a divagar, a imaginar cómo debía de estar Stormy en aquel preciso momento. Sin ropa. No le era muy difícil imaginarlo. Su vestuario habitual dejaba mucha piel por la que empezar a imaginar el resto. Mucha piel. Y ahora debía de estar enseñando aún más.
Oh, mierda.
Se frotó las palmas de las manos en los pantalones. Sin duda alguna, aquello iba contra las normas. Estaba trabajando. Su trabajo era protegerla, no fantasear con ella.
Hablando de protección…
—¿Stormy? Stormy, ¿estás bien?
Un hada minúscula se coló en la habitación desde detrás de la puerta. Volaba con gracia, veloz y feliz. Se lanzó en picado y salió zumbando. Se elevó en el aire, dio dos vueltas alrededor de su cabeza, hizo piruetas frente a él y después se quedó flotando en el aire.
Aunque se mostraba reacio, sus payasadas le arrancaron una sonrisa.
—Bonito vestido —había doblado y envuelto uno de los trozos de tela sobre su cuerpo y anudado las puntas en el cuello. Parecía algo así como una toga, pero funcionaba como vestido.
—¡Ja, ja! —Su sonrisa no se correspondía con su tamaño—. ¿No es alucinante?
—Sí, lo es —Hunter frunció el ceño.
Stormy revoloteó más cerca de él.
—¿Qué te pasa?
—¿Por qué se te da tan bien? —Hunter entornó los ojos—. No te ofendas, pero tu magia es bastante penosa. Bueno… que de momento no te ha ido muy bien, quiero decir. Pero vuelas como si lo hubieras hecho toda la vida.
Stormy hizo una mueca con los labios. Sus palabras claramente conseguían irritarla.
—Quizá porque llevo años practicando yoga y he aprendido a controlar mis músculos de una manera que los demás desconocen. Quizá porque mis padres me han pagado las clases de baile durante años. O quizá porque tengo un don.
Salió disparada revoloteando por la habitación. Al menos tenía espacio suficiente para ejercitar las alas.
—No puedo creer que sea un hada.
—Técnicamente no lo eres. —Hunter se cruzó de brazos—. Eres tan pequeñita como un hada, pero todavía eres tan humana como el resto de nosotros.
—La verdad es que eres muy riguroso, ¿no?
—Alguien tiene que serlo. Hay demasiada gente que pasa de las normas por aquí.
—Bueno, puede que no sea un hada, pero soy un hada madrina —afirmó; ladeó la cabeza como si le importara un comino su opinión y salió volando hacia el escritorio. Con una elegante pose de bailarina aterrizó al lado del ordenador. Miró la pantalla arriba y abajo, saltó encima de varias teclas y se echó a reír cuando hizo explotar precipitadamente a un par de pájaros del juego—. Desde este ángulo tengo un sentimiento totalmente diferente respecto a los ordenadores.
Su felicidad era contagiosa. El miedo que había sentido anteriormente parecía haberse disipado, y si no iba con cuidado Hunter podía verse arrastrado por su entusiasmo.
Stormy colocó los brazos en jarras.
—¿Alguna idea inteligente para saber cómo puedo volver a mi forma habitual?
—Tu varita —contestó Hunter.
—Claro —señaló hacia la varita, que yacía sobre la mesa. Era varias veces su tamaño—. ¿Y cómo se supone que voy a utilizarla?
—¿Crees que te mentiría? Simplemente llámala —la voz de Hunter dejaba entrever un matiz de desesperación, como si le molestara que dudara de él.
Stormy se concentró en la varita y abrió la palma de la mano sin decir una palabra. La varita se elevó. Mientras volaba por el aire se contrajo hasta conseguir una proporción perfecta con su diminuto tamaño. La agarró.
—¡Qué pasada!
—Sí, pero tienes que volver a transformarte. No quiero pasarme la noche aquí. —No, no quería. A pesar de las imágenes que aquellas palabras hicieron brotar en su mente.
—Bien, volveré al baño y… ¡Mierda! ¡El agua! —salió disparada hacia el cuarto de baño.
El pánico en su voz alarmó a Hunter, que la siguió.
La bañera estaba a punto de desbordarse. Unos segundos más y todo se inundaría. Stormy agitó la varita.
—Stormy, ¿qué estás haciendo? —la voz de Hunter la detuvo.
—Tengo que cerrar el agua.
—Será mejor que me dejes hacerlo a mí —el guardia sacó su varita.
—No, puedo hacerlo yo. Hoy he estado practicando. Y ya ves qué bien se me ha dado volar. Además, he conseguido abrir el agua —apuntó con la varita. El agua ya ondeaba en el borde de la bañera.
—No creo que sea buena idea —Hunter se apartó de ella.
—Soy pequeña. ¿Qué daño puedo hacer?
Agitó la varita.
El guardia se agachó. De la varita explotó una ráfaga que lanzó un chorro de agua hacia el aire y empapó todo lo que había en el baño. Stormy gritó. Se le mojaron las alas, cayó al suelo y aterrizó sobre el montón de tela mojada en el que se habían convertido sus pantalones. El agua se salió de la bañera al mismo tiempo que de la cascada seguía manando más a una velocidad alarmante.
Hunter se secó los ojos, se puso en pie y apuntó con su varita hacia la cascada. El agua dejó de brotar. Se le había pegado la camiseta al cuerpo y tenía los pantalones empapados. Miró a Stormy.
La muchacha lo miró también, abriendo sus minúsculos ojos como platos. Tenía el pelo pegado a la cara y las alas chorreando.
—Yo diría que tu magia funciona igual de bien aún siendo pequeña.