18. Una llamada anónima
—Un momento —dijo el joven—, ¿no habrá fotografiado también a mi madre?
—No sé decírselo. Quizá no —respondió Estéfano.
—No quiero que mi madre aparezca en el periódico.
—¡Ah!, ¿es un periodista? —dijo la anciana señora avanzando—. Échalo, sin ellos las cosas serían mucho más sencillas en el mundo. Son ustedes quienes lo destruyen todo con sus comentarios.
—No lo creo, señora. Siento que usted tenga esta opinión —dijo Estéfano.
—Mi hijo ha hecho mucho menos de lo que han hecho los marroquíes durante la guerra —dijo la señora enrojeciendo—, ha expiado su pena hasta el último día, en una celda común y ha vuelto a casa lleno de piojos. ¡Ahora déjenlo en paz!
El joven intervino.
—Mamá, no basta pagar la pena —dijo con dulzura—. Ahora cálmate y vuelve allí, yo voy enseguida.
—¡Sí, pero échalo!
La anciana señora salió, después de echar otra mirada a Estéfano. El joven dijo:
—Mi madre no debe aparecer en el periódico.
—Está bien, entonces le haré otras fotografías y ésta la destruyo.
Sacó tres o cuatro fotografías más del joven.
—Mire, yo no me fío de los periodistas. Usted debe darme el carrete con la foto de mi madre antes de irse.
Casi le amenazaba. Estéfano le miró fijamente:
—Le digo que puede fiarse. En cuanto haya sacado el rollo le enviaré la foto de su madre.
—No —dijo él acercándose—. Saque el carrete de la máquina y corte la primera fotografía que ha hecho. No saldrá de aquí con ese carrete. Soy muy amable, como ha visto, pero también soy muy nervioso.
—Pero no es posible, ¡no puedo cortar un rollo sin haberla sacado primero!
—Desde luego que se puede y usted lo va a hacer, ¿ha comprendido?
El joven le cogió las solapas del impermeable y apretó, pero sin sacudirle. Tan sólo que hubiese apretado un poco más hubiese podido ahogarle.
Estéfano permaneció inmóvil, le miró un momento el ojo enrojecido.
—Acuérdese de aquella noche en el coche, en la carretera, cuando estaba borracho… ¡Las cosas no se resuelven con violencia!
Al primer momento el joven le apretó todavía más las solapas, pero después su fuerza disminuyó y una expresión de sufrimiento se dibujó en su rostro. Le soltó.
—Ha hecho bien en decírmelo… Gracias —murmuró volviéndole la espalda.
Estéfano salió de la casa muy pensativo. Aquél era el hombre que había destruido a Alina. Así era peor que si hubiese sido verdaderamente un malvado. Así no se le podía odiar, despreciar. Sólo se le podía compadecer. Se fue rápido a Génova y allí tuvo una mala idea: telefonear al director para asegurarle que la entrevista ya estaba hecha.
—Muy bien —dijo el director al otro lado del teléfono—. Trabaja toda la noche y tráeme el artículo. Debemos llegar antes que los demás.
—Pero ten en cuenta que no hay mucho que novelar —le dijo Estéfano.
—¿Por qué?
—Porque es un joven tranquilo, de buena familia, que borracho cometió una bribonada más grande que él. Sabe que la muchacha ha huido del manicomio y que quizá vaya a matarle, pero no tiene mucho miedo…
—Dime, ¿te ha hecho daño el aire de la Riviera? —gritó el director—. ¿Quieres que publiquemos en el diario que es un buen muchacho que ayuda a su madre a hacer ovillos de lana? ¡Yo no puedo de ningún modo hacer un diario que defienda a los brutos!
—No he dicho eso —dijo Estéfano aguantando—. No he dicho que es un buen muchacho y no he dicho que el periódico debe defender a los brutos. Sólo he querido decir que alrededor de la casa no hay cordones de policías que defiendan al bruto; he dicho que el bruto no vive en el terror…
—¡Estupendo! ¡Estupendo!, mucho mejor… Espera, haremos un título así, poco más o menos, construye el artículo sobre lo que te digo… espera, así: El bruto noble juega al bridge… y como subtítulo ponemos: en su lujosa casa Ruggero Misuria…
Estéfano le interrumpió.
—He comprendido, pero ten en cuenta que te puede demandar por llamarle bruto noble…
La palabra demandar enfrió el entusiasmo del director.
—¡Bah!, ya veremos el título, pero tú intenta confeccionar el artículo así, y después, en cuanto vuelvas, recuerda que debemos encontrar nosotros a aquella chica, ya tenemos indicios y lograremos localizarla nosotros, antes que la policía.
De repente Estéfano se sintió completamente sudado.
—¿Qué indicios son?
—Una llamada anónima a la Jefatura de policía. Nuestro confidente nos lo ha referido todo. La chica ha estado en un hotel cerca de la estación, con una amiga, se ha cambiado de ropa, se ha hecho cortar el pelo a lo chico y ha desaparecido. Pero el dueño del hotel y el peluquero ya lo han confirmado todo… Te espero mañana por la mañana a las ocho en redacción y te lo explicaré mejor. Adiós.
Fuera llovía. Llovía a cántaros.