Capítulo 28

Tenía que volver al espacio-puerto. En lugar de hacerlo, monté en el vehículo de la embajada y me dirigí a buscar el puesto del Comandante Graeme.

En aquellos momentos me preocupaba tan poco de mi vida como un amistoso de la suya. Pienso que me dispararon una o dos veces, a pesar de los pabellones de la Embajada que ondeaban sobre el aparato, pero no me acuerdo muy bien. Descubrí el puesto de mando de los exóticos y descendí.

Soldados mercenarios me rodearon cuando bajé del aparato. Enseñé mis papeles y me dirigí a la pantalla en la que figuraba el plano de la batalla que iba a entablarse y que habían instalado al aire libre, a los pies de una colina, a la sombra de unos enormes robles. Graeme, Padma y el Estado Mayor en pleno estaban reunidos alrededor del plano, observando el movimiento de las tropas propias y de las amistosas. Había un rumor de continua conversación en voz baja y una corriente de datos fluía del centro de comunicaciones situado a pocos metros.

Los rayos del sol incidían oblicuamente a través del follaje. Era casi media mañana y el día era claro y cálido. Durante cierto tiempo, nadie se ocupó de mí; luego, Janol, apartándose de la pantalla, me vio de pie junto a un ordenador táctico. Su rostro se ensombreció, y prosiguió con lo que estaba haciendo. Pero no debía verme en muy buena forma porque, un instante después, se acercó a mí con una taza en la mano y la puso encima de la consola.

—Bébase esto —me dijo brevemente, luego, se alejó. Tomé la taza y descubrí que estaba llena de whisky dorsai. Me lo tragué. No podía apreciar el sabor, pero me sentó bien pues, en pocos minutos, el mundo empezó a ponerse en orden a mí alrededor y pude volver a pensar. Me acerqué a Janol —Gracias —dije.

—De nada. —No me miró y continuó examinando los documentos colocados en una oficinilla portátil.

—Janol —pregunté—, dígame lo que pasa.

—Ya lo ve —respondió sin levantar el rostro de los papeles.

—No puedo ver nada, ya lo sabe. Escuche... No sabe cuánto siento lo que hice, pero no podía hacer otra cosa. ¿No puede decirme lo que pasa? Luego le daré todas las explicaciones que quiera.

—Usted sabe perfectamente que no debo hablar con los civiles. —Su rostro se distendió rápidamente—. Muy bien —dijo levantándose—. Venga.

Me llevó hasta la pantalla y me enseñó una especie de triangulillo oscuro entre dos líneas de luz muy sinuosas. Las rodeaban puntos y otras formas luminosas.

—Las líneas sinuosas —dijo—, son ríos. Macintok y Sarah. Confluyen aquí, a unos diez kilómetros de la ciudad de José. El terreno es bastante alto, las colinas llenas de arbustos, pero hay muchos espacios abiertos entre ellas. Es un lugar estratégico para una adecuada defensa... un maldito lugar si a uno lo cogen en una trampa.

—¿Por qué?

Me señaló de nuevo las dos líneas que representaban los ríos.

—Si se retrocede, uno se encuentra con un corte a pico sobre el río. No es fácil atravesarlo y es imposible que tropas que se retiran puedan esconderse. Todo el resto del camino son campos de cultivo al descubierto, desde las orillas del río hasta la ciudad de José.

Retiró el dedo del lugar en que las líneas que simulaban ríos convergían, atravesó un pequeño espacio oscuro y llegó a los círculos luminosos.

—Por otra parte, para acercarse a esa zona, cuando se proviene del lugar en que ahora nos encontramos, es preciso hacerlo por terreno descubierto... por estrechas bandas de tierras de labranza que serpentean entre las marismas y los pantanos. Será una situación muy delicada para los comandantes de los dos frentes si tenemos que luchar ahí. El primero que tenga que retirarse se encontrará en muy serios problemas.

—¿Van a meterse por ahí?

—Depende. Black ha enviado blindados ligeros de avanzada. Ahora retrocede desde las alturas que hay entre los dos ríos. Somos muy superiores a ellos en número y en material. No veo por qué tendríamos que lanzarnos tras sus fuerzas; él solo ya se ha metido en la trampa.

—¿No tienen ninguna razón para hacerlo? —pregunté.

—Desde un punto de vista táctico, no —Janol observó la pantalla y frunció el ceño—. No podríamos encontrarnos en dificultades más que si nos tuviéramos que batir en retirada precipitadamente. Y no lo haremos a menos que Black consiga rápidamente alguna ventaja táctica que nos haga completamente imposible la permanencia.

Le miré de perfil.

—La pérdida de Graeme, por ejemplo —dije.

Se volvió hacia mí, con el ceño fruncido.

—No hay peligro de que eso ocurra.

De pronto percibimos cierto cambio en los movimientos y en las voces de los que nos rodeaban. Los dos nos volvimos para mirar.

Todo el mundo se apretujaba ante una pantalla. Nos acercamos y, mirando entre los hombros de dos oficiales del Estado Mayor de Graeme, vi en la pantalla la imagen de una pequeña pradera verdosa rodeada de colinas boscosas. En el centro de la pradera ondeaba la bandera de los amistosos, con una delgada cruz negra sobre fondo blanco. Cerca de ella se encontraba una larga mesa. Los amistosos ponían sillas a cada lado de la mesa, pero había alguien que permanecía inmóvil en su extremo —un oficial amistoso— y que parecía esperar. Había matas de lilas en la base de las colinas, donde se unían con la pradera, junto a los primeros robles y hayas de variadas formas. Las flores de lavanda empezaban a dorarse y oscurecerse, pues la estación estaba terminando para ellas. A la izquierda de la pantalla se podía distinguir el cemento gris de una autorruta.

—Conozco ese lugar —empecé a decir, volviéndome a Janol.

—¡Silencio! —dijo, levantando un dedo. A nuestro alrededor, todo el mundo se había callado. En la parte delantera del grupo que formábamos, se elevó una única voz.

—Es una mesa de negociaciones —decía.

—¿Nos han convocado? —dijo la voz de Kensie.

—No, señor.

—Entonces, vamos a ver. —Hubo cierta agitación por delante de nosotros. El grupo empezó a dispersarse y vi que Kensie y Padma se alejaban hacia el lugar en que estaban aparcados los vehículos aéreos. Como un ordenanza, me abrí paso entre la multitud de oficiales, corriendo tras ellos.

Oí que Janol gritaba a mi espalda, pero no le presté atención. Me reuní con los dos hombres que se volvieron hacia mí.

—Quiero ir con ustedes —les dije.

—De acuerdo, Janol —aceptó Kensie, mirando por encima de mis hombros—. Puede dejarle venir con nosotros.

—Sí, señor. —Oí cómo Janol daba media vuelta y se alejaba.

—Así que quiere acompañarme, señor Olyn —dijo Kensie.

—Conozco la zona —aseguré—. Ayer mismo pasé por ella. Los amistosos estaban tomando medidas defensivas en la pradera y las colinas que la rodean. No parecían los preliminares de ninguna embajada de paz.

Kensie me miró durante un largo rato, como si estuviera realizando estimaciones tácticas.

—Venga, entonces —dijo. Se volvió hacia Padma—. ¿Va a quedarse aquí?

—Será mejor. Es una zona de combate. —Padma dirigió hacia mí sus lisas facciones—. Señor Olyn —me dijo como despedida, y se alejó. Observé su silueta vestida de azul que parecía deslizarse sobre la hierba y luego me volví. Graeme ya estaba a medio camino del vehículo aéreo más próximo. Me apresuré para reunirme con él.

Era un vehículo militar, ni de lejos tan lujoso como el que el Delegado había puesto a mi disposición. Kensie no tomó altura cuando despegamos, sino que lo hizo evolucionar entre los árboles, a pocos pies por encima del suelo. El casco era estrecho y el cuerpo de Graeme, desbordando el asiento, se aplastaba contra el mío. Sentía el metal de su pistola de agujas clavado en las costillas cada vez que se movía para pilotar el aparato.

Al fin llegamos al claro de la pradera triangular rodeada de colinas que ocupaban los amistosos y escalamos una pendiente, ocultos por el follaje de los robles.

Los robles eran tan grandes que habían destruido toda la vegetación a ras del suelo. Entre sus troncos, parecidos a pilares, el suelo era sombrío y estaba lleno de hojas muertas. Al llegar a la cima de la colina vimos un destacamento de soldados exóticos, descansando, que esperaba la orden de avanzar. Kensie posó el aparato, saltó al suelo y saludó al Jefe de Unidad que los mandaba.

—¿Han visto esa mesa que han montado los amistosos? —preguntó.

—Sí, Comandante. Y su oficial sigue allí, esperando. Si sube hasta el final de la cresta, podrá verle.

—Muy bien —dijo Kensie—. Que sus hombres no se muevan de aquí, Jefe de Unidad. El Periodista y yo vamos a subir a echar un vistazo.

Trepamos hasta la cima de la colina, atisbando entre los árboles. Desde allí se podía ver toda la pradera, cuyas lindes estaban a doscientos metros de nosotros, y, en el centro, la mesa y la inmóvil silueta del oficial amistoso.

—¿A usted que le parece, señor Olyn? —preguntó Kensie mirando a través del follaje.

—¿Por qué no le ha disparado nadie? —pregunté.

Volvió la cabeza y me miró.—Hay tiempo de sobra para dispararle antes de que se pueda esconder en alguna parte —dijo—. Siempre que sea preciso disparar contra él.

Que es lo que quisiera saber. Usted ha visto al Comandante de las Fuerzas Amistosas recientemente. ¿Le daba la impresión de que estuviera dispuesto a rendirse?

—No —respondí.

—Ya veo —concluyó Kensie.

—¿No creerá que tiene intenciones de rendirse? ¿Qué le hace creer eso?

—Cuando se monta una mesa de negociaciones, generalmente es para negociar la rendición —dijo.

—¿Le ha pedido que se reúna con él?

—No. —Kensie observaba la silueta del oficial amistoso, inmóvil bajo el sol—. Puede que vaya en contra de sus principios solicitar una discusión sobre estos términos, pero no discutirlos., si nos encontramos por casualidad en una mesa adecuada.

Se volvió e hizo un gesto con la mano. El Jefe de Unidad, que esperaba al pie de la pendiente subió y se reunió con nosotros.

—¿Señor? —le dijo a Kensie.

—Al otro lado, en los árboles, ¿hay fuerzas amistosas?

—Cuatro hombres, señor, eso es todo. Los localizadores detectan el calor de sus cuerpos muy claramente. No intentan ocultarse.

—Entiendo. —Se quedó silencioso durante un segundo—. ¿Jefe de Unidad?

—¿Señor?

—Descienda a la pradera y pregúntele al oficial amistoso lo que significa todo esto.

—Sí, señor.

Observamos al Jefe de Unidad mientras descendía por la pendiente entre los árboles encogiendo las piernas. Llegó a la pradera y, muy lentamente, o así me lo pareció, se dirigió al oficial amistoso. Se detuvo a unos metros de él.

Estuvieron hablando, pero resultaba imposible oír lo que decían. El pabellón blanco con la delgada cruz negra ondeaba suavemente movido por la brisa. Poco después, el Jefe de Unidad dio media vuelta y regresó.

Se detuvo ante Kensie y saludó.

—Comandante —dijo—, el Comandante de las tropas de los Elegidos de Dios quiere verse con usted para discutir los términos de una rendición. —Se detuvo para recuperar el aliento—. Le pide que se muestre a un extremo de los árboles y que él hará lo mismo al otro; luego, se acercarán a la mesa al mismo tiempo.

—Gracias, Jefe de Unidad —dijo Kensie. Apartó la cabeza y miró la pradera y la mesa—. Creo que voy a bajar.

—No tiene intenciones de rendirse —le recordé.

—Jefe de Unidad —dijo Kensie—, que sus hombres estén preparados en la retaguardia, justo al bajar la pendiente. Si se rinde, insistiré para que me acompañe junto a ustedes.

—Sí, señor.

—Si no ha propuesto antes las conversaciones, será porque quiere rendirse primero y transmitir luego la noticia a sus tropas. Que sus hombres estén preparados. Si Black quiere poner a sus oficiales ante un hecho consumado, no seremos nosotros los que demos al traste con sus intenciones.

—No va a rendirse —repetí.

—Señor Olyn —dijo Kensie volviéndose hacia mí—, sugiero que vuelva a la cima de la colina. El Jefe de Unidad velará para que no le pase nada.

—No —respondí—. Bajo. Las conversaciones que van a celebrarse son acerca de una rendición, y no hay combates por ahora. Tengo derecho a encontrarme allí. Si no, ¿qué va a hacer usted solo ahí abajo?

Kensie me miró de un modo raro durante unos momentos.

—De acuerdo —dijo—. Venga conmigo.

Empezamos a bajar la escarpada pendiente entre los árboles. Las suelas de las botas se deslizaban hasta que frenábamos con los talones con cada paso que dábamos. Al pasar a través de las lilas sentí el débil y suave perfume de las flores.

Al otro lado de la colina, en línea con la mesa, cuatro siluetas vestidas de negro se adelantaron al mismo tiempo que nosotros. Reconocí a uno de ellos por su forma de andar: Jamethon Black.

—¿Comandante Black? —dijo Kensie.

—Sí, Comandante Graeme. Le agradezco mucho que haya querido reunirse conmigo.

—Es un deber, pero también un placer, Comandante.

—Me gustaría discutir los términos de una rendición.

—Puedo ofrecerle —dijo Kensie— las condiciones que habitualmente se aplican a tropas en su situación, conforme al Código de los Mercenarios.

—No me entiende, señor —dijo Jamethon—. Quiero negociar su rendición.

La bandera flotaba en la brisa.

Súbitamente vi a varios hombres de negro que empezaban a deambular por el terreno, lo mismo que hicieran el día anterior. Se encontraban en los mismos lugares que entonces.

—Me temo que el malentendido es mutuo, Comandante —dijo Kensie—. Mis tropas se encuentran en una posición táctica superior y su derrota es casi segura. No necesito rendirme.

—¿No va a rendirse?

—No —contestó Kensie con firmeza.

Entonces observé de pronto que los cinco mojones junto a los cuales se habían colocado los amistosos no combatientes, los oficiales y el propio Jamethon, caían a tierra.

—¡Cuidado! —le grité a Kensie; pero mi advertencia llegó ligeramente tarde, pues las cosas ya estaban en marcha. El Jefe de Unidad que había esperado detrás de la mesa dio un salto y se colocó delante de Jamethon. Los cinco amistosos desenfundaron. Oí un chasquido en la bandera causado por un golpe de viento.

Luego, por primera vez en mi vida, vi a un dorsai en acción.

La reacción de Kensie fue tan rápida que pareció como si misteriosamente hubiera leído los pensamientos de Jamethon justo antes de que los amistosos sacasen las armas. Pues apenas sus dedos se habían acercado a las culatas, cuando Graeme ya estaba encima de la mesa, con la pistola de agujas en la mano. Se lanzó directamente contra el Jefe de Unidad y ambos cayeron al suelo, pero Kensie continuó avanzando. Se separó dando vueltas, y tras dejar a su adversario inmóvil en la hierba, se apoyó en la rodilla, disparó y se lanzó hacia adelante, girando siempre sobre sí mismo.

El Jefe de Unidad que estaba a la derecha de Jamethon cayó. Jamethon y los otros dos amistosos casi habían girado en redondo para poder mantener a Kensie a la vista. Los dos amistosos de la izquierda se colocaron ante Black, sin apuntar a nadie. Kensie se detuvo en seco como si fuera a colisionar con un muro de piedra, se acuclilló y disparó dos veces. Los dos amistosos se derrumbaron a uno y otro lado de Jamethon.

Black se enfrentaba al fin a Kensie. Había alzado el arma y estaba apuntando. Disparó y una línea azul claro cortó el aire, pero Kensie ya se había dejado caer de nuevo sobre la hierba. Tendido, apoyado en un codo, apuntó y disparó dos veces.

Jamethon bajó el arma. Estaba al lado de la mesa, y extendió la mano para apoyarse en ella. Realizó un esfuerzo para levantar de nuevo la mano que sostenía el arma, pero fue en vano. Se le cayó. Se apoyó en la mesa un poco más y se dio casi media vuelta; su mirada se encontró con la mía. Su rostro se mostraba tan impasible como siempre, pero en sus ojos había algo distinto cuando me reconoció... algo que se parecía bastante a la mirada que dirige un hombre a un oponente con el que acaba de combatir y que nunca representó un verdadero peligro. Una ligera sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios... una sonrisa que expresaba algo semejante a un triunfo interior.

—Señor Olyn... —murmuró. E, inmediatamente, la vida abandonó su rostro y se derrumbó bajo la mesa.

Unas explosiones hicieron que el suelo temblara bajo mis pies. Desde la cresta de la colina, a nuestras espaldas, el Jefe de Unidad que Kensie había dejado allí, disparaba obuses de humo para cubrir la zona de pradera que quedaba libre entre nosotros y los amistosos, y un muro de neblina gris se elevó en el acto, ocultándonos de las miradas del enemigo. Se alzaba como una infranqueable barrera y, detrás de aquella masa en movimiento, Kensie y yo nos quedamos solos.

La sonrisa no había abandonado el rostro muerto de Jamethon.