Capítulo 21

Lisa vino a mi encuentro en el vestíbulo de la entrada de la Enciclopedia Final, donde la vi por primera vez tantos años antes. Me llevó a los cuarteles de Mark Torre pasando por el extraño laberinto y la habitación móvil que atravesara en otra ocasión; y, por el camino me contó lo que había pasado.

Era el peligro inevitable en previsión del cual se había instalado el laberinto y el resto de los dispositivos de seguridad... el azar fatal, injustificado pero previsto, que había caído sobre Mark Torre. La construcción de la Enciclopedia Final había desencadenado desde el principio temores latentes en las mentes de las personas más inestables de los catorce mundos civilizados. Como el objetivo de la Enciclopedia era revelar un misterio que no podía ser ni definido ni expresado fácilmente, había despertado el terror entre los psicópatas de la Tierra y de otros mundos.

Y uno de ellos había terminado por alcanzar a Mark Torre... un pobre paranoico que había ocultado su enfermedad incluso a su familia mientras que, en su espíritu, albergaba y alimentaba la ilusión de que la Enciclopedia Final sería un gran cerebro que reemplazaría las voluntades de toda la Humanidad. Lisa y yo pasamos junto a su cuerpo, que yacía en el suelo del despacho, cuando finalmente llegamos: era un hombre viejo y muy delgado, de cabellos blancos, rostro dulce y sangre en la frente.

Le habían dejado entrar equivocadamente, me dijo Lisa. Se hizo pasar por un médico nuevo que iría para visitar a Mark Torre a lo largo de la tarde. Ahora bien, fue aquel el hombre que entró en su lugar, un hombre de rostro amistoso, correctamente vestido. Había disparado dos veces contra Mark y una contra sí mismo, matándose de forma instantánea. Mark, que recibió los dos proyectiles en los pulmones, todavía seguía con vida, pero ésta se extinguía a toda prisa.

Lisa me llevó junto a él; yacía, inmóvil, de espaldas sobre un edredón manchado de sangre encima de una cama muy grande, en una habitación aneja al despacho. Le habían quitado la ropa y un gran vendaje blanco le ceñía el pecho. Tenía los ojos cerrados y apretados, y la prominente nariz y el mentón duro parecían proyectarse hacia adelante, como en un acceso de furioso resentimiento contra la muerte, que acabaría por llevarse su combativo espíritu bajo las aguas sombrías.

Pero no es la cara lo que recuerdo mejor. Era la anchura inesperada de su pecho y hombros, y la longitud del brazo que tenía ante mí, un brazo de gigante. Aquello me recordó súbitamente los manuales de historia que leía de joven, olvidados hacía mucho tiempo, en los que se veía a Abraham Lincoln asesinado, apoyado, herido y moribundo, en un diván ante un testigo sorprendido por el poder de los huesos y músculos que desvelaba la parte superior desnuda del cuerpo del Presidente.

Lo mismo ocurría con Mark Torre. En su caso, los músculos se habían ablandado por la larga enfermedad que padecía y la falta de ejercicio, pero la anchura y longitud de los huesos demostraban la fuerza física que debió poseer aquel hombre cuando era joven. Había varias personas en la habitación; algunas eran médicos, pero nos dejaron pasar mientras Lisa me llevaba al lecho del moribundo.

Se inclinó sobre él y le habló en voz baja.

—¡Mark —dijo—. ¡Mark!

Durante algunos segundos, pensé que no respondería. Incluso recuerdo que pensé que quizá ya estuviera muerto. Pero sus ojos oscuros se abrieron al fin, vagaron un momento, y se plantaron en Lisa.

—Tam está aquí, Mark —dijo. Se apartó para que me acercase a él y me miró por encima del hombro—. Agáchate, Tam. Acércate a él —me sugirió.

Me acerqué y me incliné. Sus ojos se clavaron en mí. No estaba muy seguro de que me reconociese; sus labios se movieron y escuché una sospecha de murmullo que resonaba en las profundidades de la caverna de su amplio pecho.

—Tam...

—Sí —dije. Me di cuenta de que le había tomado una de sus manos entre las mías. Las largas falanges estaban frías y sin fuerza.

—Hijo... —murmuró, tan débilmente que apenas le escuché. Pero, al mismo tiempo, como un rayo, sin mover un músculo, yo también me puse rígido y frío, frío como si me hubieran metido en hielo, y una rabia repentina me invadió.

¿Cómo se atrevía? ¿Cómo osaba llamarme "hijo" a mí? No le había dado permiso, no tenía derecho o méritos para hacerme aquello... apenas me conocía. Yo, que no tenía nada en común con él, ni con su trabajo, ni con nada que pudiera representar. ¿Cómo se atrevía a llamarme "hijo"?

Pero seguía murmurando. Tenía que añadir una palabra a aquella injusta y terrible primera palabra con que se había dirigido a mí.

—... sucédeme...

Sus ojos se cerraron y sus labios dejaron de moverse aunque el aliento y un suave movimiento de su pecho indicaban que seguía con vida. Dejé caer la mano, di media vuelta y salí de la sala. Me encontré en el despacho; allí me detuve, con gran esfuerzo, perplejo, buscando la salida camuflada y oculta.

Lisa me alcanzó.

—¿Tam? —Me puso una mano en el hombro y me obligó a mirarla. Su rostro me hizo comprender que había escuchado lo que Mark me pidiera y quería saber lo que iba a hacer. Quería gritar que no iba a hacer nada de lo que el viejo me había pedido, que no le debía nada, ni a ella tampoco. Pero ni siquiera era una pregunta lo que me había planteado. Me había dicho que tomase la sucesión... me había dicho que lo hiciera.

Pero ninguna palabra salió de mis labios. Tenía la boca abierta, pero parecía que no podía hablar. Ahora creo que debía estar jadeando como un lobo en la trampa. El teléfono sonó sobre la mesa de Mark Torre y rompió el encanto que nos mantenía prisioneros.

Lisa estaba de pie al lado de la mesa; extendió la mano automáticamente para tomar el aparato y conectarlo, aunque ni siquiera miró la cara que se dibujó en la pantalla.

—¿Hola? —dijo la voz que salía de la pantalla—. ¿Hola? ¿Hay alguien? Me gustaría hablar con el Periodista Tam Olyn... si es que está ahí. Es urgente. ¿Hola? ¿Hay alguien?

Era la voz de Piers Leaf. Arranqué mi mirada de la de Lisa y me incliné hacia el aparato.

—¡Ah, está ahí, Tam! —dijo Piers—. Escuche. No quiero que pierda tiempo informando acerca del asesinato de Torre. Tenemos un montón de gente que puede hacer ese trabajo. Creo que debería ir a Santa María inmediatamente. —Se detuvo y me miró de un modo significativo—. ¿Lo entiende? Los datos que esperaba acaban de llegar. Yo tenía razón; ya se ha dado la orden.

Súbitamente, todo volvió a mí, barriendo lo que me había retenido preso durante los minutos anteriores... mi plan largamente madurado y mi sed de venganza. Como una potente oleada, todo cayó sobre mí una vez más, haciendo desaparecer la petición que Mark Torre y Lisa me acababan de endosar, amenazando con encerrarme allí para siempre.

—¿No hay más envíos? —dije, cortante—. ¿Qué es lo que dice la orden? ¿No hay otras llegadas a la vista?

Inclinó la cabeza.

—Y creo que debería partir inmediatamente, porque las previsiones meteorológicas anuncian que el tiempo va a empeorar de aquí a una semana —dijo—. Tam, ¿le parece...?

—Me voy ahora mismo —corté—. Envíe mi documentación y mis cosas al espacio-puerto.

Colgué y me volví hacia Lisa una vez más. Me miraba con ojos cuya mirada me impresionó tanto como si hubiera recibido un golpe; pero yo era ya demasiado fuerte para ella, y me sacudí del efecto de aturdimiento que parecía provocar en mí.

—¿Cómo se sale de aquí? —pregunté—. Tengo que irme. ¡Inmediatamente!

—¡Tam! —exclamó.

—Ya te digo que tengo que irme. —La aparté de mi camino—. ¿Dónde está la puerta? ¿Dónde...?

Se deslizó a mi lado mientras yo empezaba a golpear en las paredes y tocó algo. A mi derecha se abrió una puerta y me deslicé por la abertura a toda prisa.

—¡Tam!

Su voz me detuvo una última vez. Volví la cabeza y la miré por encima del hombro.

—Volverás —dijo. No era una pregunta. Hablaba con el mismo tono que había empleado Mark Torre. No me hacía una pregunta, me decía que volvería y por última vez aquello me— sacudió hasta lo más profundo de mi ser.

Pero el oscuro poder que crecía en mí, aquella ola que representaba mi sed de venganza, me desgarró de nuevo y me hizo franquear a toda velocidad la salida que llevaba a la siguiente habitación.

—Volveré —prometí.

Era una mentira simple y fácil. Luego la puerta se cerró a mi espalda y toda la habitación se empezó a mover para conducirme a otra parte.