Capítulo 13

No sé que pasó después de un modo exacto. Recuerdo que cuando los cuerpos que atestaban el suelo dejaron de moverse, el Jefe de Grupo se volvió y avanzó hacia mí, con el arma en la mano.

Parecía desplazarse parsimoniosamente, pero lo hacía con pasos largos y rápidos, lenta pero inexorablemente. Tomaba cada vez mayores proporciones a medida que avanzaba, con el negro fusil en la mano, con el cielo rojo a sus espaldas. Finalmente, se detuvo ante mí, dominándome.

Intenté en vano escapar de él, pero me lo impedían la pierna herida y el grueso tronco de árbol al que me hallaba pegado. Pero ni me apuntó ni llegó a disparar.

—Observa —dijo, mirándome. Su voz era profunda y tranquila, pero sus ojos tenían un brillo muy raro—. Ya tienes tu historia, Periodista. Y vivirás para escribirla. Quizá te permitan volver cuando me lleven ante un pelotón de ejecución, a menos que el Señor decida que muera en la batalla que está a punto de entablarse. Pero aunque me ejecutasen un millón de veces, tus escritos no te servirían para nada. Yo, que represento los dedos del Señor, he escrito Su voluntad en esos hombres, y ésas son palabras que no podrás borrar. Así sabrás, al fin, la poca importancia que tienen tus palabras si las comparas con lo escrito por el Dios de los Combates.

Retrocedió un paso, sin volverse. Se hubiera dicho que yo representaba algún oscuro altar del que se alejara con cierto respeto irónico.

—Ahora, adiós, Periodista —dijo con una sonrisa que le deformó los labios—. No temas nada, te encontrarán. Y te salvarán la vida.

Dio media vuelta y se alejó. Le seguí con la mirada, era una mancha oscura en la penumbra, hasta que me quedé solo.

Solo con las hojas que todavía goteaban y chapoteaban en el suelo del bosque. Solo con el cielo, cuyo tinte rojizo se ensombrecía, solo con el final del día y con los muertos.

No sé cómo lo conseguí, pero un momento más tarde me encontraba arrastrando penosamente la pierna inútil. Repté hasta que llegué al montón de cadáveres. Con la poca luz que quedaba removí entre los muertos buscando a Dave. Las agujas le habían alcanzado en la base del pecho y la parte inferior de sus ropas estaba empapada en sangre. Pero sus párpados se movieron cuando le pasé un brazo por los hombres y le levante para apoyar su cabeza en mi rodilla sana. Tenía el rostro tan blanco y liso como el de un niño dormido.

—Eileen... —murmuraba débil pero claramente mientras le levantaba. Pero no abrió los ojos.

Abrí la boca para decir algo pero no salió de mis labios sonido alguno. Y, cuando conseguí que funcionaran mis cuerdas vocales, produjeron un raro sonido.

—Va a venir —dije.

La respuesta pareció calmarle. Se quedó inmóvil, respirando débilmente. Tenía el rostro tranquilo, como si no sintiera ningún sufrimiento. Escuché un ruido regular semejante al de las gotas de agua que caían de los árboles, luego estiré la mano y sentí que la palma se humedecía y se ponía pegajosa. Era la sangre que le chorreaba de la ropa, en un lugar en que el musgo del suelo había sido arrancado por los soldados mientras morían.

Sin molestar a Dave, apoyado en la rodilla, tanteé a mí alrededor para buscar las vendas que pudieran llevar los cadáveres que nos rodeaban. Encontré tres y las utilicé para intentar cortar la hemorragia, pero sin éxito. Sangraba por media docena de heridas. Al intentar taponarlas, le turbé y recuperó vagamente la conciencia.

—¿Eileen? —repitió.

—No tardará —le dije de nuevo.

Más tarde, cuando hube renunciado a salvarle y me limitaba a sujetarle por los hombros, preguntó por tercera vez:

—¿Eileen?

—Ya viene, Dave.

Pero, cuando la luna estuvo lo bastante alta en el cielo y empezó a difundir su claridad plateada en el pequeño claro entre los árboles, me incliné sobre él para verle la cara. Ya estaba muerto.