Capítulo 5

Más tarde, se demostró que la escena de la biblioteca se iba a grabar en mi mente de un modo indeleble.

Durante cinco años, mientras trepaba por los diversos peldaños del Servicio de Información como un hombre nacido para el triunfo, no recibí ninguna noticia de Eileen. No escribía a Matías; ni me escribía a mí. Las pocas cartas que le dirigí no obtuvieron respuesta. Conocía a mucha gente, pero no se puede decir que tuviera amigos... y Matías no era nada. Desde algún recóndito rincón de mi mente me vino a la cabeza lentamente la noción de que estaba solo en el mundo y, con la primera febril excitación al descubrir que tenía poder para manipular a la gente, quizá elegí un objetivo distinto de la única persona que, entre los seres que poblaban los catorce mundos, habría podido tener alguna razón para amarme.

De aquel modo, cinco años más tarde, llegué a la cima de una colina de Nueva Tierra, recientemente devastada por la artillería pesada. Bajé por las pendientes de la loma que formaba parte de un campo de batalla que no había sido ocupado más que durante unas pocas horas por las tropas conjuntas de las Secciones Norte y Sur de Altland, en Nueva Tierra. Las fuerzas armadas del Norte y el Sur no eran más que un núcleo de contingentes indígenas. Las del rebelde Norte estaban compuestas en un ochenta por ciento por comandos mercenarios contratados en los Centros Amistosos. Las del Sur estaban compuestas por un sesenta y cinco por ciento de reclutas de Cassida, contratados en firme por las autoridades de Nueva Tierra... lo cual me había llevado hasta allí, abriéndome paso por aquella tierra devastada, entre troncos de árboles pulverizados por los obuses. Entre los efectivos de aquella unidad se encontraba un joven Jefe de Grupo llamado Dave Hall... el hombre con quien se había casado mi hermana en Cassida.

Mi guía era un infante de las Fuerzas Leales de la Sección Sur. No había nacido en Cassida, sino en Nueva Tierra. Era un individuo delgado, de unos treinta años, de natural agrio —como pude comprobar al ver el secreto placer del que parecía disfrutar al hacerme salir, entre la tierra y los escombros, con mis zapatos de ciudad y la capa de Periodista—. Seis años después de mi experiencia en la Enciclopedia Final, mis talentos personales habían empezado a perfeccionarse y le habría podido hacer cambiar de opinión sobre mí en breves minutos. Pero no valía la pena.

Me llevó al fin hasta un pequeño centro de transmisiones al pie de la colina y me dejó en manos de un oficial de mandíbula cuadrada, de casi cuarenta años, que tenía bajo los ojos grandes bolsas oscuras. El oficial era demasiado mayor para asumir funciones en un teatro de operaciones y las fatigas de la edad se reflejaban en su rostro. Además, las siniestras legiones de los Centros Amistosos se habían cebado últimamente con los reclutas de Cassida, de formación incompleta, que se enfrentaban a ellas. No era sorprendente que me mirase con un aire tan desprovisto de simpatía como mi guía.

Pero, al tratarse del comandante, su actitud podía ser un problema. Si quería obtener lo que deseaba, tendría que hacerle cambiar... Y la dificultad, si quería que cambiase, era que no tenía dato alguno sobre aquel hombre. Pero se había hablado de un nuevo ataque de los Centros Amistosos y, como el tiempo apremiaba, me dejé llevar por la inspiración del momento. Tendría que elaborar mis argumentos durante la conversación.

—¡Comandante Hal Frane! —Se presentó sin esperar a que hablara, y tendió hacia mí, bruscamente, una mano cuadrada bastante sucia—. ¡Sus papeles!

Se los di. Los miró sin que su expresión mejorase.

—¿Oh? —dijo—. ¿En pruebas?

La pregunta equivalía a un insulto. Que fuera un miembro de pleno derecho del Sindicato del Servicio de Información o un simple Aprendiz no era asunto de su incumbencia. Lo que decía daba a entender que yo era posiblemente tan novato que representaba un peligro en potencia para él y para sus hombres en las primeras líneas de combate.

Sin embargo, no se daba cuenta de que al hacer aquella pregunta no había atacado uno de mis puntos sensibles, lo que constituía una debilidad por su parte.

—Bien —dije tranquilamente, recuperando mis papeles. Y, a partir de entonces, improvisé lo que pude con lo que acababa de revelarme de si mismo—. Ahora, veamos, en lo que concierne a su ascenso...

—¡Mi ascenso!

Me echó una ojeada. El tono de su voz confirmaba todo lo que había deducido; uno de esos detalles con los que la gente se traiciona eligiendo las acusaciones que dirigen a los demás. El hombre que sugiere que uno es un ladrón, casi con toda seguridad está provisto de una zona vulnerable de deshonestidad en su yo más íntimo; y, en aquel caso, la tentativa que había hecho Frane de insultarme al hablar de mi condición, procedía sin duda de que me creía vulnerable en los mismos puntos que él. Aquel modo de intentar herirme, añadido al hecho de que ya había pasado la edad de su puesto, indicaba que por lo menos habían olvidado ascenderle una vez y que aquel era uno de sus puntos vulnerables.

No era más que una primera abertura, pero aquello bastaba después de llevar cinco años practicando mis capacidades en las mentes[1] —¿No está usted en la lista de oficiales que serán ascendidos al grado de comandante? —pregunté—. Creía que... —Me callé de golpe y esbocé una sonrisa—. Debo haberme equivocado. Le habré confundido con otro. —Mirando la loma, cambié de tema—. He visto que usted y sus hombres han pasado un mal rato hace unas horas.

Me interrumpió.

—¿Dónde ha oído que iba a ser ascendido? —preguntó poniendo cara de mal humor. Vi que había llegado el momento de dar el primer golpe.

—Bueno, a decir verdad, no me acuerdo, comandante —dije, mirándole a los ojos. Permanecí en silencio durante un minuto para dar tiempo a que hicieran efecto las palabras. Luego, añadí—: Y, aunque me acordara, creo que no tendría derecho a decírselo. Las fuentes de un Periodista son secretas... en nuestro caso, es necesario. Lo mismo que los militares deben tener sus secretos.

Aquello le sometió un poco. Se acordó de pronto de que yo no era uno de sus infantes. No podía ordenarme que le dijese nada que yo no quisiera decirle. Le sería necesario aplicar la táctica del guante de terciopelo antes que la de mano de acero si quería obtener algo de mí.

—Sí —dijo, luchando por transformar su aspecto de irritación en una sonrisa tan amable como le fuera posible—. Sí, naturalmente. Perdóneme. Hemos sufrido el fuego del enemigo con cierta intensidad.

—Ya lo he visto —dije, simpático—. Claro, no son ésas las cosas que le dejan a uno tranquilo.

—No. —Consiguió sonreír—. Entonces, ¿no puede decirme nada acerca de esa promoción?

—Me temo que no —le dije. Nuestras miradas volvieron a cruzarse. Se quedaron prendidas la una en la otra.

—Ya veo. —Se volvió con cierta amargura—. ¿Qué puedo hacer por usted, Periodista?

—Puede hablarme un poco de usted —respondí—. Me gustaría tener algunos datos suyos.

Se dio la vuelta bruscamente hacia mí.

—¿De mí? —preguntó, desorbitando los ojos.

—Sí —dije—. Es una de mis ideas. Una historia de interés humano... la campaña vista por uno de los oficiales del campo de batalla. Ya ve lo que quiero decir.

Lo veía a la perfección. Pensé que lo entendía. Noté que la luz volvía a sus ojos y que el "motor" de su mente empezaba a girar. Habíamos llegado al punto en que un hombre que tuviera la conciencia tranquila habría vuelto a preguntar: ¿por qué yo para una historia de interés humano en vez de un oficial de mayor graduación o con más condecoraciones?

Pero Frane no iba a hacer aquella pregunta. Sabía por qué se la hacía a él. Sus propias esperanzas sepultadas le habían conducido a sumar dos y dos para obtener lo que pensaba que eran cuatro. Creía merecer el ascenso... un ascenso por su conducta en el campo de batalla. En cierto modo, aunque él no pudiera comprenderlo en aquel momento, su reciente conducta en el frente debía haberlo situado en la lista de personal con posibilidades de ascender; y yo había ido hasta allí para crear, a partir de todo aquello, mi historia de interés humano. Como yo no era más que un civil, se diría Frane, no podía pensar que él mismo todavía no hubiera oído hablar del ascenso; y mi ignorancia me había conducido a meter la pata en cuanto le vi.

Era bastante repugnante ver hasta qué punto habían cambiado su voz y su actitud hacia mí cuando acabó de combinar todo aquello... a su antojo; como ciertos seres de capacidades poco desarrolladas, se había pasado la vida acumulando razones y excusas que demostrasen que estaba dotado verdaderamente de cualidades extraordinarias, y que el destino y los prejuicios se habían aliado contra él para privarle de sus merecidas recompensas.

Empezó a darme un montón de razones y excusas para informarme sobre sí mismo; si verdaderamente le hubiera estado entrevistando para hacer un reportaje, habría podido mostrarle, a partir de sus propias palabras, la mezquindad de su alma y lo poco que valía más de una docena de veces. Su historia, al contarla, era casi un quejido. Las verdaderas ganancias de un soldado estaban en trabajar como mercenario, pero todas las buenas oportunidades como tal eran para los hombres de los Mundos Amistosos, o para los dorsai. Frane no tenía ni tripas ni convicciones suficientes para llevar una vida de cilicio o ser oficial de enlace entre los amistosos. Y, naturalmente, el único modo de ser un dorsai era haber nacido entre ellos. Sólo le quedaba el trabajo de guarnición, trabajo de cuadro, mandando tropas de apoyo de mundos o áreas políticas... solo para verse desplazado de los puestos de mando, cuando llegase la guerra, por mercenarios —nacidos o hechos— importados para el conflicto.

Y el trabajo de guarnición, no es necesario decirlo, estaba muy mal pagado comparado con los salarios de los mercenarios. Cualquier gobierno podría firmar contratos de larga duración por material como Frane, con bajos salarios y con cláusula de posible prescindibilidad. Pero cuando el mismo gobierno buscaba mercenarios, necesitaba mercenarios; y cada vez que los necesitaba, prescindía de un modo normal de los que estaban en oficinas, o los colocaba por dinero, en baratas manadas.

Pero ya hemos hablado bastante del comandante Frane, que no era un personaje tan importante. Sólo él mismo estaba convencido de que se le reconocería como tal, al fin, en el seno del Servicio de Informaciones Interestelares. Como la mayor parte de los seres de su especie, tenía una idea muy exagerada de la utilidad de la publicidad en el éxito de un hombre. Me dio todos los detalles posibles acerca de su persona, me enseñó las posiciones en las que se ocultaban sus hombres en la colina; y, en el momento de partir, ya había conseguido hacerle responder como una máquina perfectamente ajustada a todas mis sugerencias. Por ello, en el mismo momento en que iba a retirarme a retaguardia, le hice... la única sugerencia verdadera que deseaba hacer.

—¿Sabe? Acabo de tener una idea —le dije, volviéndome hacia él—. El Estado Mayor me ha dado autorización para seleccionar a uno de los reclutas para que me asista durante el resto de la campaña. Iba a elegir a alguno de los hombres del Cuartel General, pero, a mí entender, creo que sería mejor que me llevase a uno de los hombres de su Unidad.

—¿Uno de mis hombres? —Parpadeó.

—Así es —dije—. Luego, si quisieran un artículo sobre usted, o si desearan más detalles de los que usted me ha dado sobre su punto de vista acerca del combate, podría obtenerlo de ese hombre. No me resultaría muy cómodo seguirle a usted por el campo de batalla; me bastaría con enviar un mensaje constatando la imposibilidad de seguir adelante con el desarrollo del artículo.

—Ya veo —dijo, y su rostro se aclaró. Pero volvió a fruncir el ceño—. Necesitaré una semana o dos para reemplazar al hombre que se fuera con usted. No veo cómo...

—Oh, si sólo se trata de eso —dije, sacando un papel del bolsillo—, puedo elegir a quien quiera sin necesidad de esperar el reemplazo... si el comandante está de acuerdo, naturalmente. Está claro que sólo tendrá un hombre menos durante unos días...

Le dejé reflexionar. Y reflexionó durante un momento —sin pensar más tonterías—, como cualquier comandante que se hubiera encontrado en la misma situación. Todos los puestos de mando de aquel sector estaban debilitados después de los combates de las últimas semanas. Un hombre menos significaba que habría un agujero en la línea de Frane, y reaccionaba ante aquella perspectiva con los mismos reflejos condicionados de todos los oficiales que actuaban en el campo de batalla.

Pero la perspectiva del ascenso y la publicidad volvieron a su mente y en su cráneo estalló una lucha doble.

—¿Quien? —dijo, al fin, dirigiéndose más a sí mismo que a mí. Lo que se preguntaba es si podría prescindir de alguien en concreto. Pero actué como si la pregunta se dirigiera a mí especialmente.

—Hay un hombre en su unidad llamado Dave Hall...

Levantó la cabeza de golpe y la sospecha se empezó a abrir camino por su mente, una sospecha atroz y no disimulada que se pintaba en sus facciones.

Hay dos modos de tratar la sospecha: uno consiste en protestar clamando por la inocencia, el otro en reconocerse culpable de un delito menos grave.

—He visto su nombre en la lista de efectivos mientras le buscaba a usted en el Estado Mayor antes de venir a verle —dije—. A decir verdad, es una de las razones por las que le he elegido —insistí un poco en aquella palabra para que no se le pasase por alto— para este artículo. Ese tal Dave Hall es como un pariente lejano mío, y creo que así podría matar dos pájaros de un tiro. La familia me ha estado presionado para que hiciera algo por el chico.

Frane no me quitaba ojo.

—Claro está que —agrega— conozco la falta de personal que sufre usted. Si la persona que solicito tiene tanto valor para usted... —Si tiene tanto valor para usted, sugería mi voz, ni siquiera se me pasará por la cabeza el qué me lo ceda. Por otra parte, voy a hacer de usted, con mi artículo, un héroe del que oirán hablar los catorce mundos, pero si me siento en el despacho a pensar que usted podría haber sacado a mi pariente del frente y no lo hizo...

Lo entendió.

—¿Quién? ¿Hall? —dijo—. No, puedo prescindir de él perfectamente. —Se volvió hacia el puesto de mando y rugió—. ¡Enlace! Que venga Hall, con todo su equipaje, armas y equipo. —Frane se volvió hacia mí mientras se alejaba el mensajero—. Tardará unos cinco minutos en prepararse y llegar hasta aquí —me informó.

De hecho, fueron diez. Pero me daba lo mismo esperar. Doce minutos más tarde, guiados por nuestro guía Jefe de Grupo, Dave y yo nos pusimos en marcha hacia el Estado Mayor.