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—¿Por qué lo hizo? —preguntó Swanson.

Era la misma pregunta que había estado lanzando constantemente Jase desde que le cogieran con Mele y los trajeran desde el edificio de la Fundación hasta este lugar…, dondequiera que fuese. Ignoraba qué habían hecho con Mele. Pero a él le habían traído a esta habitación desnuda con sólo unas pocas sillas, en las que unos hombres que jamás había visto seguían haciéndole esta única pregunta.

Podían hacérsela —y esperar una respuesta— gracias a los milagros que la química había realizado con su cuerpo enfermo y exhausto. Unas cápsulas y dos inyecciones, una en cada brazo, habían cortado la fiebre, despejando la cabeza y anulado el cansancio; o más bien lo habían disimulado, pues Jase sabía que aún estaba allí pero, en cierto modo, no le molestaba. El corazón le latía violentamente, tal vez demasiado rápido, y notaba un ligero zumbido en los oídos. Aparte de estos síntomas, y del hecho de que el sudor le corría constantemente y se veía obligado a secarse de continuo el rostro, y de que sólo podía vencer una sed rabiosa con los incontables vasitos de agua, se sentía casi normal.

Pero no del todo. Había algo antinatural en su sensación de vigilancia, en la ausencia de los temblores, que le hacían sentirse como hecho de la porcelana más delicada y temer que cualquier movimiento o emoción le desgarraría en pedazos irreparables. Se mantenía muy erguido en la silla, dominándose con toda su fuerza de voluntad, y por eso las preguntas parecían venir de un lugar tan remoto y desconectado con él que no resultaban tan amenazadoras como intentaban ser. Contestaba monótonamente, invariablemente, como hizo ahora con Swanson, el cual había entrado y salido ya varias veces de la habitación y acababa de regresar de nuevo a ella:

—No puedo explicarlo de modo que le resulte comprensible. Tendrían que haber estado dentro de Kator para comprender mi explicación, y ninguno de ustedes lo estuvo. Sólo yo. No puedo explicarlo.

—Vamos. Pónganos a prueba —dijo Swanson—. Si no lo entendemos, nada se ha perdido, ¿verdad?

—No hay palabras —dijo Jase—. No las hay, a menos hasta después de haberlo experimentado. Verá: nosotros somos inteligentes, y también los ruml. —Era la misma explicación que había repetido tantas veces desde que entrara en esta habitación—. Ambos tenemos cerebros altamente desarrollados. Pero ahora, en esta cuestión, ninguna de las dos razas reaccionamos con el cerebro. Reaccionamos de modo primitivo… —Se detuvo. Era inútil…

—Siga —dijo Swanson, secamente.

—… de modo primitivo —repitió Jase—, emocional, por instinto. Estamos reaccionando contra ellos como extraños, y ellos contra nosotros. Debido a esa reacción a nivel emocional, no nos mostramos razonables. La racionalidad, la comprensión…, son cosas intelectuales. Cosas que aprendemos en el proceso de crecimiento en un ambiente civilizado. Un animal joven, un niño pequeño, no es razonable. No es comprensivo de natural. Se concentra únicamente en el ansia de sobrevivir, de crecer. Se aprovecha de cualquier ventaja que se le ofrece sin tener en consideración los valores morales abstractos o las diferencias invisibles. Si hubiéramos mantenido abierto el camino de la investigación básica…

—¿No se está alejando del tema? —le cortó Swanson—. Estamos en una carrera contra reloj.

—Todo está relacionado. Pero no importa —dijo Jase—. Ya le dije que no lo comprendería. La comprensión está bloqueada en su mente, lo mismo que en la de los ruml, por las reacciones primitivas y emocionales ante el extraño. La investigación básica habría podido demostrar que esto sucedería; y antes de que ocurriera, antes de que entráramos en contacto con alguna raza como los ruml. Habríamos estado prevenidos y hubiésemos podido evitar caer bajo el dominio de sus reacciones primitivas al tropezar con el primer extraterrestre inteligente. Pero no lo estábamos. Y ahora se trata de un conjunto de mentalidades estrechas que se dan de cabeza contra otro conjunto de mentalidades estrechas.

—Demuéstreme —dijo Swanson— por qué es tan estrecha nuestra mentalidad. Tal vez podamos corregirla.

—Usted cree decirlo en serio —contestó Jase—, pero no es así. Usted ha de empezar por comprender a Kator. Empezar por pensar en él como un nombre con un código de moral estricto.

—¡Código de moral! —explotó alguien en la habitación. Jase ni siquiera se volvió para ver quién lo había dicho.

—¿Lo ve? —dijo a Swanson—. No fue usted el que lo dijo, pero seguro que lo pensó. Así es como se sienten todos.

—Ni siquiera necesitamos pensar en cómo ha actuado y pensado en lo referente a nosotros —dijo Swanson—. Con relación a su propio pueblo, ha demostrado tener cualquier cosa menos un código de moral. ¿No mintió a cincuenta y siete de su propia raza, engañándoles deliberadamente para que se suicidaran? ¿Qué hay de moral en eso?

—La mayor moralidad que pueda existir —le repitió Jase—. La moralidad de la supervivencia, tanto individual como de la raza. Habían de morir para que él pudiera no sólo vivir, sino triunfar. Si existía una sola persona de su propia raza y familia a la que apreciaba era Bela, y decidió arbitrariamente que Bela muriera para aumentar su prestigio a los ojos de la Expedición…

—Cuando, mientras tanto, sabía perfectamente que también iba a matarles a ellos —dijo Swanson—. Comprenderá que nos resulte bastante difícil el tragarnos que eso fuera una hazaña noble.

—¡Pero es que aún no había llegado al punto en que podía matarlos a todos sin el menor riesgo! —gritó Jase abandonando al fin su frío aislamiento—. ¡Usted juzga la autoridad de Kator según los términos humanos! ¡Usted piensa en sus obligaciones según los términos humanos! Usted calibra sus metas según los términos…

La puerta de la habitación se abrió. Un hombre asomó la cabeza y Jase se detuvo bruscamente a la vista de la expresión de aquel rostro, le expresión del hombre que ha visto las pruebas de su propia condena.

—Está empezando —dijo el hombre a Swanson—. Usted dijo que le avisáramos. Si quiere venir, será mejor que se apresure.

—Inmediatamente —dijo Swanson—. Vamos, Jase. Venga con nosotros y vea lo que ha hecho.

Jase se puso en pie torpemente, inseguro. Rodeado por todos y con Swanson al frente, dejaron la habitación y, tras doblar varios ángulos de un largo corredor, llegaron al fin a una sala enorme con una amplia pantalla visora tridimensional a un extremo y los asientos entre ella en pendiente, como en un teatro.

En la segunda fila, acompañada de una mujer alta y de dos hombres con ropas civiles, se hallaba Mele. Hicieron que Jase entraba en la misma fila y se sentó en una butaca vacía a la derecha de Mele.

—Mele —comenzó—, ¿cómo…?

—Estoy muy bien. —Le sonrió y le tomó la mano, estrechándosela. Siguió reteniéndole la mano, y ni sus acompañantes, ni los de Jase, se opusieron a ello. Swanson se había sentado también junto a Jase.

—Listos —dijo Swanson volviendo la cabeza para hablar con uno de los hombres a sus espaldas. Los asientos continuaban llenándose. Al final eran unas treinta o cuarenta personas.

Un momento más tarde las luces del techo de la habitación se redujeron a una débil penumbra y la pantalla tridimensional se iluminó con una escena. Instantáneamente la reconoció Jase, aunque ni siquiera Kator había estado allí antes. Pero todo ruml conocía su aspecto. Era la Sala de Reuniones de los Jefes de las Familias principales y que presidían en la actualidad. Normalmente esta presidencia se hallaba formada por cincuenta y un Jefes de Familia, elegidos por rotación entre más de quinientos mil Jefes de Familia de todos los mundos ruml. La incapacidad, la oposición al servicio o los negocios apremiantes, impedían que la mitad de los miembros llegaran a ser elegibles. El resto representaba a sus Familias cuando les llegaba el turno, y formaban parte del grupo presidencial por un período que iba desde los diez días a toda una estación.

Por tanto la oportunidad de este servicio sólo tenía lugar una vez en la vida de un Jefe de Familia elegible, si es que llegaba a presentarse. Y las responsabilidades de los cincuenta y un miembros eran dos, según sabía Jase: Primero, disponer las acciones necesarias para el Honor de los ruml como raza. Y, segundo, dar fe de un Fundador, ya fuera sólo de una Familia o de una Familia y un Reino.

Para este último propósito se habían reunido los cincuenta y uno aquí y en este día. El Brutogas había sido invitado a la reunión, aunque sin voto, lo que hacía cincuenta y dos en total. Precisamente ahora, en el instante en que Jase ocupó su asiento, los ruml de largos bigotes, todos ancianos honorables, entraban en la Sala y ocupaban sus puestos en un semicírculo elevado en torno a un pequeño anfiteatro circular e inferior. Cuando todos estuvieron sentados, y por una puerta baja en el anfiteatro, entró Kator y se quedó en pie, saludando a sus mayores con la mano derecha sobre el pecho y las garras extendidas.

A la vista Kator, el cerebro de Jase —dormido por el agotamiento, la enfermedad y los estimulantes que le habían hecho ingerir a la fuerza— recuperó el contacto. Soñando despierto se halló repentinamente dentro del cuerpo de Kator que veía en la pantalla, como lo estuviera mientras dormía. El eslabón mental entre ellos seguía operando. Y en ese instante dejó la habitación de este edificio desconocido en Washington y saltó hacia la Sala de Reuniones del Mundo Ruml.

Su cuerpo continuó sentado muy erguido y con los ojos abiertos observando aquel cubo que era la enorme pantalla de la habitación de la tierra. Pero sólo los que le rodeaban observaban la escena. Porque Jase vivía ya la escena que ellos veían. Y, por última vez… fue Kator.

Alzó la vista hacia los Jefes de Familia que se inclinaban para mirarle y, cuando vio el rostro gris del Brutogas entre ellos, la emoción instintiva del orgullo amenazó estallar en él… para ser barrida casi instantáneamente por una oleada de vergüenza y de dolor. Se irguió cuando pudo y habló a los Jefes de Familia allí reunidos.

—Señores —dijo—, soy Kator Primosegundo Brutogas. Confío en que estoy entre amigos.

—Hombre–Clave —contestó el miembro más honorable—. Aquí estás entre amigos. ¿Tienes un informe que presentarnos?

—Señor —dijo Jase—, lo tengo. El diario de a bordo de mi viaje con la nave de la Expedición al mundo de las Gentes Embozadas está en sus manos. Ustedes ya saben lo que está escrito allí. Tengo un informe adicional que presentarles, pero primero me gustaría exponer ante esta reunión una petición de especial carácter.

—¿Esa petición se refiere a ti mismo? —preguntó el miembro más honorable repitiendo las palabras que siempre se dirigían a los que habían estado donde él estaba ahora y en las mismas circunstancias.

—Sí, señor. Es una petición por la que suplico que se considere especialmente el hecho de que yo he llegado a ser distinto de cualquier otro hombre y, por tanto, necesario y valioso para la raza honorable de los hombres.

—¿Cuál es la base para esa petición? —preguntó el miembro más honorable.

—La base para mi petición consiste en el descubrimiento de que las Gentes Embozadas son distintas de cualquier otra raza hallada por los hombres desde el principio de los tiempos. Han desarrollado una civilización casi tan grande como la nuestra, y es posible que su inteligencia y Honor sean incluso muy similares a los nuestros. Basándome en esta diferencia de todo lo conocido a lo largo de la historia, yo reclamo una consideración especial. —Hizo una pausa.

—Y ¿cuál es esa consideración especial? —La pregunta le llegó desde el lugar del más honorable, muy por encima de él y entre las filas de ancianos.

—Señores —dijo Jase—. De la expedición que se envió al mundo de las Gentes Embozadas sólo yo he regresado con el conocimiento necesario para asegurar el éxito de un intento de Fundar Familias en su mundo. Debido a esta mi valía, única y especial para la raza de los hombres, suplico por tanto que esta reunión decida una acción especial en mi caso.

—¿Qué acción especial, Hombre–Clave?

—Me gustaría señalar —dijo— que, así como las Gentes Embozadas son extrañas a nuestra experiencia, también pueden resultar extraños los modos honorables de tratar con ellos, incluida la importancia del conocimiento que yo tengo al respecto. Por tanto suplico a esta reunión que no actúe de inmediato al término de mi informe una vez lo haya presentado aquí, por muy clara que parezca ser la acción más honorable. Sino que esta reunión retrase la acción al menos por un día, durante el cual considere si el cambio más claro de la acción honorable lo es así verdaderamente, o si no debería seguirse más bien un nuevo camino del Honor, un Honor todavía no conocido.

Hubo un breve silencio en la habitación cuando Jase acabó de hablar.

—Hombre–Clave —dijo el anciano presidente al cabo de un momento—, esto no resulta normal en absoluto. A ver si lo entendemos: ¿pides a esta reunión que retrase cualquier acción con respecto a ti, incluso el juicio de si tus acciones fueron honorables o no, cualquier respuesta en forma de premio o retribución? ¿Sin importar lo muy claro que nos parezca el asunto una vez hayas presentado tu informe?

—Sólo por un día —dijo Jase—. Deseo que retrasen y mediten bien su juicio sólo por un día.

De nuevo hubo vacilaciones.

—¿Alguno de los ancianos se opone a ello? —preguntó el presidente. Se observó cierta agitación, pero no surgió ninguna voz en las filas de asientos—. Muy bien —dijo el presidente—. Un día de retraso, y nuestra consideración, durante ese tiempo, no supondrá diferencia si es una cuestión de Honor, ya que todas las cuestiones de Honor deben resultar bien claras a un hombre honorable. Accedemos a tu petición, Hombre–Clave. Ahora, ¿quieres presentarnos tu informe?

—Si, señores. Y gracias —dijo Jase, inclinando la cabeza—. Creo que no necesito decir más ahora sino repetir lo que ya dije anteriormente: que las Gentes Embozadas representan una nueva percepción para nosotros, y que, en consecuencia, es posible que se requieran nuevos métodos de Honor en el trato con ellos. Y ahora os mostraré mi informe adicional.

Jase se apartó a un lado de aquel espacio abierto y tocó el control de su arnés.

—Ya han visto —comenzó diciendo— cómo escapé de los guardias y regresé a la nave de la Expedición, a cuyos tripulantes hallé muertos. Puesto que habían dado mi muerte por segura, y teniendo en cuenta que no les era posible volver a Nuestro Mundo sin las llaves de la nave y sin el Hombre–Clave, se habían suicidado…, lo más honorable para ellos de acuerdo con las circunstancias. Yo, como habrán deducido, les había llevado con engaño a este fin para ser el único que regresara con los conocimientos necesarios de las Gentes Embozadas y colonizar su mundo aun en contra de la oposición de los nativos…

Se interrumpió y les miró con énfasis.

—Lo más honorable para mí…, de acuerdo con las circunstancias. Para un hombre consagrado a la Fundación de su Reino, todas las acciones que contribuyen a su éxito son honorables, ¿no es cierto?

—Lo son —contestó la voz del miembro presidente de la Reunión.

—Sin embargo —dijo Jase, la voz lenta y penosa ahora—, una vez a bordo de la nave y ya en mi camino de regreso, observé cuanto había tomado mi grabadora, antes y después de mi caída en la fábrica de los nativos. Y, lo que vi en ella, me obligaba a renunciar en mi ambición.

—¿Renunciar? —media docena de voces lo habían gritado simultáneamente desde los asientos—. ¡Hombre–Clave! ¡Un hombre no puede renunciar a la ambición una vez ha iniciado la acción encaminada a Fundar un Reino! —La voz del miembro presidente, aguda y clara, destacaba sobre todas las demás.

—Lo sé —dijo Kator, el rostro rígido de angustia—. Permítanme que les explique mis razones. Ustedes han visto la copia del informe tomado por mi grabadora hasta el momento en que caí inconsciente en la fábrica. Permítanme que les muestre ahora lo que encontré a continuación de ese informe en esa misma grabadora que formaba parte de las ropas que yo llevaba como disfraz. Lo que yo vi al regresar no sólo me hizo renunciar a mi ambición sino que, por mi Honor, me impidió unirme al suicidio general de los demás miembros de la Expedición y me obligó a regresar hasta aquí.

—¿Unirse? —empezó a decir el miembro presidente. Pero Kator ya había activado el botón de control de su arnés. Él ya no era visible para los que ocupaban los asientos. En cambio, todos veían una proyección de luz y sonido que llenaba el amplio espacio ante ellos.

Por un segundo sólo se vieron los breves chispazos de una grabación interrumpida, ya que varias de las superficies tan sensibles habían quedado destruidas. Luego se aclaró la pantalla y cincuenta y dos ruml, incluido el Brutogas, contemplaron el rostro de un nativo de las Gentes Embozadas, el nativo que hablara con Jase a principios de la grabación, cuando éste cruzara el puente sobre el arroyo.

Ahora el nativo se quitó de la boca aquel contenedor lleno de vegetación ardiente, sacudió las cenizas en una roca a su lado y soltó la caña y el sedal pendiente de ella para metérselo en el bolsillo. Habló en un ruml tan perfecto como le era posible pronunciar a su boca.

—Saludos —dijo—. Confío en que estoy entre amigos. Saludos a Kator Primosegundo Brutogas y a todos los Honorables Jefes de Familia que estarán contemplando esto allá en su mundo. Como saben, soy miembro de esta raza de seres inteligentes a quienes ustedes, los ruml, llaman Gentes Embozadas debido a nuestra costumbre de cubrirnos el cuerpo, al contrario que ustedes. Sin embargo, lo más correcto sería referirse a nosotros como humanos. —Los labios del desconocido pronunciaron la palabra nativa cuidadosamente, al modo en que la pronunciaría un ruml—. Huu–maa–noos. Con un poco de práctica encontrarán que no es demasiado difícil de decir.

Una babel de voces empezaba a alzarse en los asientos de la Reunión cuando habló el miembro presidente.

—¡Silencio! —ordenó bruscamente—. ¡Seguid escuchando!

—Nosotros los humanos —continuaba diciendo la imagen del nativo alzando de un modo muy extraño las comisuras de los labios— tenemos un gran historial guerrero. Pero preferimos la paz. Nuestro honor no tiene la misma base que el de ustedes. Por tanto, permítanme que les muestre algunos de los medios que hemos desarrollado y que significan para nosotros lo que el Honor significa para ustedes.

La escena cambió rápidamente. Los ruml reunidos contemplaban ahora uno de los animalitos más pequeños y de larga cola que Kator utilizara como modelo para algunos de sus colectores de información. Éste, sin embargo, era más pequeño que los que la Expedición tomara como modelo, y de piel blanca. Iba tratando de abrirse camino arriba y abajo por los corredores de una caja sin tapa, confundiéndose a veces ante un callejón sin salida, o equivocándose ante la entrada a un corredor adjunto.

—Esto —dijo la voz del nativo— es lo que los humanos llamamos un «laberinto». Lo utilizamos a fin de probar la inteligencia del animal con que experimentamos. Esto es uno de los instrumentos de investigación que se utilizan en nuestro estudio de una parte de los conocimientos conocida como «psicología», que corresponde, en cierto modo, a lo que ustedes los ruml llaman su sistema de Honor, y que creen con firmeza que ha de desarrollar necesariamente en cualquier ser civilizado e inteligente.

Cambió la imagen y de nuevo apareció el rostro del nativo dirigiéndose a ellos.

—La psicología —dijo— nos enseña a los humanos muchas cosas útiles sobre la reacción que debe esperarse de otros organismos. Porque, como su sistema del Honor, la psicología se basa en los deseos primarios y universales, tales como el ansia del individuo, o de la raza, por sobrevivir.

Se inclinó a un lado y recogió la caña con el sedal que antes utilizara. Lo levantó en alto a fin de que todos lo vieran.

—Esto —dijo—, aunque ya lo utilizaban los humanos mucho antes de que empezaran a estudiar la psicología según un esfuerzo consciente, opera basándose en un principio psicológico.

La imagen pasó a lo largo de la caña, del sedal unido a ella y —¡oh sorpresa!— hasta el agua que los que observaban no habían advertido anteriormente. El sedal se prolongaba por debajo del agua hasta terminar en un gusano como el que Kator había guardado y sellado en un cubo transparente. Luego la imagen se desplazó unos centímetros hacia un lado y apareció una criatura nativa y viviente bajo el agua que no poseía miembros, sino una cola en forma de abanico, y otras, de menor tamaño, por todo el cuerpo. La criatura fue nadando hacia el gusano y se lo tragó. Inmediatamente empezó a luchar, y un primer plano reveló un gancho metálico en el interior del gusano. No obstante sus esfuerzos, la criatura fue arrastrada fuera del agua por el nativo, que le dio un golpe en la cabeza y la metió en el cesto.

—Como ven —de nuevo les hablaba la imagen del nativo—, este aparatito se aprovecha del deseo de sobrevivir, a nivel muy primitivo, de esta criatura llamada pez. Para sobrevivir, el pez debe comer. Nosotros le ofrecemos algo comestible pero, al tomar lo que le ofrecemos, el pez se entrega en nuestras manos. Queda prendido en el gancho oculto tras el ofrecimiento que ponemos ante sus ojos, y nosotros lo aseguramos mediante el sedal.

Hizo una pausa como para dejar que sus palabras hicieran efecto. Sólo hubo silencio entre los ruml de edad honorable en los asientos del anfiteatro.

El nativo continuó hablando:

—Todas las razas inteligentes que viajan por el espacio concebible, deben exhibir el deseo natural de sobrevivir como el pez, aunque en un nivel mucho más complejo.

Pareció inclinarse hacia delante, hacia los que observaban, como para hacerles partícipes de una confidencia.

—El gusano que pende del anzuelo se llama cebo —dijo—. Del mismo modo, el gusano que Kator encontró en el artefacto que parecía ser parte de una de nuestras naves espaciales, era un «anzuelo». Su propósito era operar sobre razas y culturas desconocidas al modo en que el gusano opera sobre el pez. Nuestro objetivo consistía, naturalmente, en estudiar a quienquiera que cogiera el «anzuelo». Ahora bien, cuando Kator se llevó el artefacto tras él, un monitor le siguió desde miles de kilómetros hasta ese su Mundo.

»Cuando llegó su nave Expedicionaria se le permitió que aterrizara en nuestra Luna y se procedió a un estudio intensivo y exhaustivo, no sólo de la nave sino de sus métodos para lograr información acerca de nuestro mundo y sus gentes. Naturalmente, también aquí nuestro propósito consistía en aprender lo más posible sobre ustedes, los ruml, basándonos en la afirmación de que el que conoce a un competidor en potencia, mientras éste lo ignora todo sobre él, cuenta con una ventaja indudable.

El nativo se enderezó.

—Después que hubimos grabado todo cuanto podía aprenderse de tal observación —continuó—, permitimos que uno de sus colectores descubriera una de nuestras áreas subterráneas de lanzamiento, y que uno de ustedes, Kator, viniera a nuestro mundo y entrara realmente en el área subterránea.

»Hicimos a Kator una serie de tests, a nivel del laberinto que les mostré, mientras él penetraba y escapaba del área subterránea. Les complacerá saber —de nuevo el rostro del nativo se contorsionó con aquella extraña mueca que alzaba las comisuras de sus labios— que su inteligencia racial resultó muy alta en nuestra opinión, aunque ustedes no sean lo que podríamos llamar sofisticados. No nos costó demasiado influir en Kator para que dejara la correa de transmisión y siguiera una ruta que le llevaría a una superficie demasiado resbaladiza por la que caminar. Cuando cayó, le dejamos inconsciente…»

Se escuchó un barullo mezcla de exclamación y gruñido ahogado, entre los Jefes de Familia que escuchaban.

—Y, durante la hora siguiente, pudimos hacer todos los estudios y tests más completos de un varón adulto ruml. Luego volvimos a depositar a Kator en el lugar en que había caído y se le permitió que recobrara el sentido. Finalmente se le permitió escapar.

El nativo dejó a un lado la caña con el sedal colgando y que había sostenido en la mano todo el tiempo. En aquel gesto había algo que indicaba el final de su discurso.

—Ahora lo sabemos todo sobre su raza honorable —dijo—. Y ustedes, como raza y con la única excepción de Kator, no saben nada sobre nosotros. Debido a lo que hemos aprendido acerca de ustedes, confiamos en que los conocimientos de Kator no podrán serles de mucha utilidad. —Alzó el índice—: Aún tengo una escena más que mostrarles.

Desapareció. En su lugar, y contra un cielo estrellado que ninguno pudo reconocer en la Sala de Reuniones, apareció la imagen de un número inconcebible de naves espaciales, formas enormes, una tras otra, como demonios oscuros y gigantescos que estuvieran aguardándoles.

—Kator —continuó la voz del nativo— debía haberse preguntado a sí mismo por qué había tantos lugares vacíos en el área subterránea en la que le permitimos adentrarse. Vengan a vernos a la tierra cuando estén dispuestos a hablar sobre un contacto entre nuestras dos razas que no suponga necesariamente la violencia.

Desapareció definitivamente la imagen en el espacio abierto de la Sala de Reuniones. Bajo el brillo de las luces se alzaba Kator, pequeño y solo, con los cincuenta y dos Jefes de Familia mirándole fijamente.

Por un momento todos estuvieron silenciosos e inmóviles. Luego, como respondiendo a una señal inconsciente, instintiva, primitiva…, a un reflejo como el que obliga a una manada de lobos a caer sobre uno de sus miembros que ha quedado inválido, todos se alzaron de sus asientos y cayeron en tromba sobre él.

—¡Esperen! —gritó Kator, desesperadamente—. ¡Esperen y piensen! ¡Están desaprovechando su única ventaja, como el nativo les dijo que harían! ¿No ven que yo soy su única oportunidad, y que esto es distinto de todo lo que nosotros…?

Pero ya estaban sobre él. Era joven y fuerte, pero los otros eran cincuenta y dos, incluso el Brutogas, y el instinto luchaba contra él y a favor de sus oponentes. Cayó al suelo sintiendo apenas las garras que le destrozaban y hacían pedazos.

¡Muero con Honor! —consiguió gritar mientras aún quedaba aliento en su cuerpo.

Y, al morir, el cuerpo de Jase allá en la Tierra se alzó luchando entre las filas de espectadores que le rodeaban. Luego cayó desmadejado, y Jase sintió que la oscuridad de la muerte le tomaba al fin en sus brazos y lo arrastraba consigo muy lejos de cuanto existía, tanto en el Mundo Ruml como en la Tierra.