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Se detuvieron ante la amplia escalinata y las pesadas puertas de bronce del edificio de granito que era el cuartel general de la Fundación para la Asociación de Sociedades Científicas y Profesionales. Jase pagó el taxi, cogió la maleta, subió los escalones con Mele y tocó el timbre. Walt, el portero de noche, les hizo pasar.

—Ya están todos aquí —les dijo—. En la biblioteca, esperándoles.

Jase y Mele cruzaron el amplio vestíbulo alfombrado de verde, pasaron ante la escalera en curva, con su balaustrada amplia, de madera oscura y brillante, y siguieron por un pasillo que giraba hacia la derecha. Más allá de ese ángulo pasaron ante la primera puerta cerrada a su izquierda y entraron por la segunda. Se hallaron en una habitación bien iluminada, los muros cubiertos de librerías que llegaban hasta el techo y equipadas con escalerillas, una a cada lado de la habitación.

En unas sillas de respaldo recto que parecían un poco fuera de lugar entre el mobiliario recargado que, aparte de ellas, llenaba la habitación, estaban sentados los ocho miembros de la Junta en torno a una mesa en el extremo más lejano de la biblioteca. Detrás de ellos se habían corrido las cortinas verdes ante los elevados ventanales que daban al jardín de la Fundación, rodeado por un muro.

Jase y Mele se adelantaron y ocuparon sus asientos junto a la mesa.

—Ya estáis aquí —dijo Thornybright.

Jase los miró a todos. «Ahora se libraría de ello», pensó. Aquí, en esta habitación tan familiar en la que todo había sido planeado y decidido, la cuestión Kator adoptaba la perspectiva más adecuada. Los ocho hombres que ahora miraba —ninguno menor de treinta y cinco años, y al menos uno, Wilder, ya de sesenta y tantos— tenían el aspecto de los que han saltado apresuradamente de la cama a medianoche. El cabello despeinado sobre las orejas, la mayoría sin afeitarse, y no todos con la corbata derecha ni con la chaqueta completamente abrochada.

Todos eran hombres excelentes, sobresalientes en el campo de las ciencias. Jase los conocía a todos. James Mohn le había enseñado biología en su segundo año en Wisconsin —por un momento las calles empinadas y el campus rodeado de bosques allá en Madison se alzaron en la mente de Jase; luego se desvanecieron—. William Heller le había ayudado a conseguir su puesto actual en el Departamento del Interior, y así todos. Pero únicamente dos de los ocho eran importantes en este momento. Uno era Joe Dystra; el otro Tim Thornybright. De unos cincuenta años, grueso de cuerpo y de aspecto imponente, Dystra dominaba la mesa sólo por el hecho de estar sentado a ella. Frente a él, Thornybright, delgado, de aspecto delicado, medio calvo, y de unos cuarenta años, parecía frágil y poco importante.

Pero eso era una ilusión. Tim era tan duro como el acero. Como secretario de la Junta era el que tomaba casi todas las decisiones. Él y Joe Dystra se completaban perfectamente. Como todos los demás de la habitación —con excepción de Mele, que era bibliotecaria de la Fundación—, Tim y Joe eran científicos. Pero ambos sobresalían incluso fuera de su terreno, que era la psicología en el caso de Tim y la física en el de Joe. Tim tenía gran afición por la política; Joe era un genio auténtico para los negocios y la organización. Y ambos eran líderes.

—¿Todavía estás en contacto, Jase? —preguntó ahora Dystra, el rostro duro algo hinchado y con las arrugas del sueño.

Jase asintió.

—Todavía me siento… diferente —dijo.

Thornybright alzó la mano.

—Voy a poner en marcha la grabadora —dijo aquel flaco psicólogo—. Cuanto antes empecemos, mejor.

Extendió la mano hacia el cuadro de madera pulida que se alzaba ligeramente de la mesa ante el lugar que ocupaba, y todos en la habitación oyeron el click al ponerse en marcha.

—Muy bien —dijo Thornybright—. Esta grabación se lleva a cabo el tres de junio a las… —miró el reloj— dos y ocho minutos de la madrugada. Es la reunión número cuarenta y seis de la Junta para la Acción de la Fundación Independiente, perteneciente a la Fundación para la Asociación de Sociedades Científicas y Profesionales. Se hallan presentes Lester Wye, Joseph Dystra, William Heller… —siguió con la lista nombrando a todos los reunidos en torno a la mesa— …y la señorita Mele Worman, bibliotecaria de la Fundación y observadora de nuestro Sujeto relacionado con el Anzuelo Trece, Jason Lee Barchar —terminó—. Las razones que motivan que la Fundación haya permitido que unos miembros voluntarios colaboren con esta Junta y su proyecto constan en los informes. Sin embargo, ahora que hemos llegado a un punto decisivo, creo que sería conveniente recapitular. —Miró en torno a la mesa—. Por tanto, propongo que un breve resumen de los sucesos que han llevado a este momento sea dictado ahora a la grabadora por el secretario, antes de seguir adelante con la reunión. Hizo una pausa.

—Apoyo la moción —dijo Dystra.

—¿Todos a favor? —Thornybright miró en torno a la mesa y un coro de afirmaciones le respondió, todos excepto Mele, que no tenía voto.

—Moción aprobada por unanimidad —dijo Thornybright. Se metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta deportiva y sacó varias hojas de papel mecanografiado que desdobló.

Empezó a leerlas.

—Esta Junta —leyó con voz seca y rápida— fue fundada hace un año por miembros voluntarios de la Fundación a fin de invitar a otros, voluntarios también, a que se nos unieran en un esfuerzo independiente, financiado por esta Fundación, para proteger nuestro mundo terrestre contra un posible contacto y destrucción por parte de una o más razas extraterrestres y enemigas con origen en cualquier punto de nuestra galaxia. La base del temor ante tal contacto puede hallarse en el informe de la Probabilidad de Contactos Extraterrestres publicado hace cinco años, y después de casi diez años de investigación llevada a cabo por miembros de esta Fundación y sus sociedades y organizaciones constituyentes. Este informe, hecho a expensas de la Fundación y publicado para información de todos en general, fue compilado con el propósito de llamar la atención al gobierno de los Estados Unidos y demás gobiernos relacionados de este planeta ante la situación originada por la construcción de naves capaces de alcanzar los sistemas estelares vecinos a velocidades muy superiores a las de la luz, y utilizando el Impulso Teórico de Campo de Reducción del Universo de Joseph Dystra, miembro de la Fundación y de esta Junta.

Thornybright se detuvo y se aclaró ligeramente la voz con un seco carraspeo. Continuó:

—Estas naves fueron puestas en funcionamiento y han estado en servicio durante casi doce años, a pesar de las severas advertencias en contra hechas por esta Fundación. Y debe repetirse en este punto que la Fundación se creó en principio, hace veintitrés años, para coordinar la opinión de aquellos que, en todos los países del mundo, se hallan comprometidos en la pura investigación y desarrollo científicos. El propósito, tras su fundación, fue presentar a la atención del público, y especialmente de los gobiernos, el hecho de que casi desde el principio del siglo veinte el desarrollo tecnológico ha estado agotando las reservas de la pura investigación básica o desinteresada y la investigación por los mismos conocimientos, mucho más de prisa de lo que esas reservas pueden renovarse.

De nuevo hizo una pausa para aclararse la garganta.

—Las razones de esta situación, según ha indicado la Fundación durante los veintitrés años que lleva trabajando, se basan en el hecho de que la competencia económica y el interés público han dispuesto de grandes sumas para personal científicamente adiestrado, así como de toda suerte de facilidades para los problemas inmediata y tecnológicamente provechosos. De modo que, mientras el nivel público de la vida tecnológica ha estado creciendo desmesuradamente, el fondo mundial de los nuevos conocimientos, a partir de los cuales resultara posible este avance tecnológico, ha ido disminuyendo.

Se detuvo y pasó a la segunda hoja de las que tenía en las manos.

—Desde el principio —siguió leyendo—, la recomendación de esta Fundación fue que los gobiernos de este mundo contrarrestaran tal situación disponiendo de un fondo importante y de una organización que pudiera competir, en cuanto a facilidades y salarios, con los ofrecidos por la industria privada, de modo que se pudiera llevar a cabo por todos aquellos que estén cualificados para comprometerse en la pura investigación. En los últimos veintitrés años la Fundación ha apoyado este punto de vista con no menos de seis informes importantes, cuya documentación prueba plenamente el constante empeoramiento de la situación, y ha sugerido las medidas a adoptar para remediarlo. A pesar de ello…

Thornybright se interrumpió y buscó un vaso de agua bajo la mesa. Bebió un poco, volvió a dejarlo, se aclaró la garganta y siguió leyendo:

—A pesar de ello, y a pesar también del hecho de que ha habido un buen apoyo del público e incluso gubernamental para tal acción en todos los gobiernos importantes del mundo, no se ha proveído de tales fondos y organización.

Dystra gruñó secamente. Thornybright le miró y continuó:

—Con la aplicación del Impulso Teórico de Campo de Reducción del Universo, y la penetración de naves espaciales de origen humano más allá de los sistemas estelares inmediatos dentro de un radio de cincuenta años luz de nuestro sol, la situación, en opinión de esta Fundación, se ha vuelto crítica. Según declaró hace tres años el informe sobre la Probabilidad de Contactos Extraterrestres, tales contactos se han convertido, a la luz de los actuales conocimientos científicos, en una certeza estadística dentro de diez años a partir de la publicación de ese Informe. También, como dicho Informe declara, debemos enfrentarnos con ese contacto poseyendo una civilización científicamente desequilibrada, mucho más desarrollada en la tecnología encargada de proveer de comodidades al pueblo. Y una civilización que es totalmente inadecuada en los conocimientos y la ciencia que podrían prepararnos para el contacto, comprensión, coexistencia o conflicto con otra raza inteligente y tecnológica que viaje por el espacio. Una raza tal como nuestro Informe de hace tres años calcula que encontraremos dentro de diez años de una exploración espacial como la que entonces, y ahora, se hallaba en marcha.

El psicólogo se detuvo a fin de cambiar de nuevo la hoja de papel. Jase lanzó una mirada a Mele, sentada a su derecha, para ver cómo reaccionaba ella ante la repetición de lo que todos sabían. Pero su perfil era tan sereno como el de la estatua de una princesa egipcia de hacía cuatro mil años. Jase se volvió pues a mirar a Thornybright. En su interior, aquellos hechos tan antiguos resonaban con un eco distinto. Se sentía helado y solitario.

—Por tanto —siguió leyendo Thornybright—, se creó esta Junta para dirigir un proyecto en el que la Fundación financiaría, de modo independiente y lanzaría al espacio secciones aparentes de naves espaciales construidas en la Tierra y dañadas. Estas secciones habían de enviarse a áreas todavía inexploradas del espacio interestelar que nos rodea, donde se considera altamente probable el contacto con otras razas inteligentes y tecnológicas que viajen por el espacio. Estas secciones, a las que se llamó Anzuelos, se lanzaron equipadas con un reciente descubrimiento de un investigador independiente financiado por la Fundación. Este descubrimiento, que utiliza las Teorías de Campo de Reducción del Universo junto con los desarrollos recientes en la interpretación, transmisión, recepción y asociación de las actividades eléctricas que acompañan a la actividad del cerebro, ya sea humano o perteneciente a un supuesto extraterrestre dotado de inteligencia, sería introducido en unos mecanismos diminutos como virus. Estos mecanismos entrarían en el sistema circulatorio de cualquier ser extraño que se pusiera en contacto con ellos, viajaría mediante el sistema circulatorio hasta su cerebro y fijarían un enlace de transmisión que no supondría la menor pérdida de tiempo en la relación entre ese extraño y un sujeto voluntario y responsable ante esta Junta.

Cambió la hoja de papel por última vez.

—Estos sujetos, miembros de la Fundación y miembros de este proyecto que se ofrecieran voluntarios y fueran elegidos de entre todos ellos como los más adecuados para la tarea, han sido doce en total. Esta mañana, y por primera vez, uno de ellos, Jason Lee Barchar, ha informado de haber establecido contacto con un extraterrestre.

Se interrumpió y se volvió a Jason.

—Él nos describirá ahora ese contacto con toda la amplitud posible en este instante, aunque más adelante, y en el momento conveniente, redactará un informe más extenso. ¿Jase?

Éste se inclinó hacia delante, puso los codos en la mesa y empezó a hablar. Comenzó a partir del instante en que Kator, pocos segundos después de quitarse el traje espacial, tocara el gusano muerto que se había traído con él a su propia nave. Se refirió únicamente a los actos de Kator a partir de entonces, guardándose para sí todas las emociones, sentimientos y deseos no del todo comprendidos aún por él y que también había percibido en el momento del asesinato de Aton Tiomaterno y más tarde, cuando Kator se estaba quedando dormido.

Su conciencia le reprochaba este silencio. Pero Jase se dijo que lo que no contara ahora podría exponerlo en su informe escrito, y con mayor extensión, más tarde. Porque en estos momentos se hallaba demasiado exhausto, demasiado afectado por el contacto con la mente extraña de Kator, para juzgar qué más había sentido o comprendido.

—¿Es ésa toda la historia? —preguntó al fin Dystra cuando él hubo terminado. Los ojos hundidos en aquel rostro grueso frente a él, al otro extremo de la mesa, eran sumamente penetrantes.

—Es eso todo lo que sucedió —respondió Jase.

—Muy bien —dijo Dystra. Se había retrepado en la silla mientras le escuchaba. Ahora se enderezó y miró a Thornybright que estaba frente a él, junto a Mele, la cual se sentaba a la derecha de Jase—. Ahora propongo que votemos si se entrega todo el proyecto al gobierno de los Estados Unidos o si esperamos un poco más. Jase, tú no debes votar a menos que lleguemos a un empate. Así pues, propongo la votación.

—Secundo la moción —dijo Heller en voz baja desde su puesto en el extremo de la mesa. Su rostro sonreía a Jase.

Votaron. Dystra, Heller, Mohn y el único médico de la Junta, el doctor Alan Creel, estaban a favor de aguardar todavía un poco más. Y a favor de informar al gobierno y entregar todos los expedientes y el equipo estaban Thornybright y los tres restantes miembros de la Junta.

—Creo que todos quienes dudan sobre la conveniencia de entregarlo deberían recapacitar sobre ello —dijo Thornybright con tono oficial después que se hizo la votación—. Después de todo, ya hemos llegado hasta donde podría esperarse de unos ciudadanos particulares.

—Por otra parte —dijo Dystra—, el trabajo de muchos hombres inteligentes y el costo de una gran cantidad de equipo carísimo sigue relacionado con algo que ahora empieza a funcionar para nosotros. Ya en otras ocasiones hemos entregado información a las autoridades sólo para verles vacilar, hacerse un lío con ello y desaprovecharlo porque una rama del gobierno se negaba a colaborar con otra. —Miró en torno a la mesa—. Una vez entregado, ya no podremos recuperarlo. Y quedará pendiente lo que nosotros nos propusimos conseguir. Insisto en no entregarlo hasta estar seguros de que el trabajo se llevará a su fin. Si nosotros hemos establecido contacto con los ruml, también ellos se han puesto en contacto con nosotros. Pueden examinar nuestro Anzuelo y aprender mucho… ¿Qué os parece? ¿Alguien desea cambiar su voto?

Miró de nuevo en torno a la mesa. Nadie habló, ni se movió.

—De acuerdo —dijo a Thornybright. Éste se volvió a Jase.

—De acuerdo, Jase —repitió como un eco—, de ti depende. ¿De qué modo quieres romper este empate?

—Yo apoyo el que nos quedemos con el proyecto —dijo Jase.

Vio que todos le observaban. Había contestado rápidamente, tanto que Thornybright apenas había tenido tiempo de terminar la pregunta.

—Te olvidas —continuó Jase— que nuestra idea original fue que el gusano infectado con los mecanismos transmisores pasaría de mano en mano, y que tendríamos cierto número de contactos, no sólo uno. Hasta ahora mi contacto se lo ha guardado para sí, y su compañero está muerto. Sigamos con ello al menos hasta que Kator llegue a su mundo y tengamos un número mayor de contactos con otras mentes ruml.

Thornybright miró, uno a uno y por última vez, a los miembros de la Junta.

—¿Alguno de vosotros se siente movido a cambiar su voto por esta argumentación? —preguntó.

Tampoco ahora se movió nadie.

—Ni tampoco yo deseo cambiar el mío —continuó Thornybright—. Sigo creyendo que, ahora que se ha establecido el contacto, el asunto debe estar en manos de las autoridades. Sin embargo, el voto de Jase ha decidido la cuestión. Según las disposiciones previas, Jase se trasladará ahora aquí, al edificio de la Fundación, donde podrá ser mantenido bajo observación perenne y vigilado por uno de los miembros de la Junta, y donde podrá conservarse una grabación constante de la información recibida de su contacto extraterrestre. ¿Propone alguien que se levante la sesión?

—Lo propongo —dijo Dystra.

—Secundo la moción —añadió Heller.

—Habiendo sido propuesto y secundado, se levanta la sesión —dijo Thornybright, y desconectó la grabadora.

El click resonó extraordinariamente fuerte en los oídos de Jase, el cual creyó oírlo reverberar como un eco a una distancia inconcebible, una distancia que cubría todo el espacio desde el lugar en que él se hallaba sentado ahora, a la nave exploradora de Kator Primosegundo, con el artefacto a la zaga y dirigiéndose hacia los expertos del Mundo Ruml.