5
Jason se hallaba instalado en una habitación ya dispuesta de antemano para el primero de los sujetos del Proyecto que estableciera contacto con una mente extraterrestre. La habitación estaba en el sótano del edificio de la Fundación, entre la sala de billar y el nivel inferior de los depósitos de libros. Porque la biblioteca en la que la Junta se había reunido con Jase y Mele sólo contenía en realidad una parte de los muchos y valiosos volúmenes de la Fundación. El resto se hallaba en un depósito de cinco pisos que iba del sótano al tejado, espacio antes utilizado por tres de los cuatro ascensores que funcionaran en el edificio cuando éste albergaba únicamente oficinas, hasta que la Fundación lo adquirió y modificó su estructura. Desde la biblioteca, y atravesando una puerta, se pasaba a un despachito pequeño donde trabajaba Mele, y de éste se pasaba a uno de los depósitos de libros, del edificio que tenía dos niveles en cada uno de los pisos de cuatro metros y medio de altura.
La habitación de Jason en el sótano tenía una puerta que daba al depósito, pero ésta fue cerrada por Thornybright, que se encargaba del primer turno de guardia para mantener a Jason bajo observación.
—Lo siento, Jase —había dicho Thornybright al cerrarla—, pero debemos ajustamos a las reglas. Todo lo que hagamos será examinado con un microscopio una vez se hagan cargo de ello las autoridades.
Se instaló, pues, en una mecedora, y graduó la luz muy tenue mientras Jason se tumbaba feliz en el lecho dispuesto para él a fin de recuperar algo del sueño perdido. Le habían dado seconal para aturdir los centros intelectuales de su cerebro y conseguir que se durmiera en vez de ponerse de nuevo en contacto con Kator. De modo que, en cuanto tocó la almohada, se sumergió en un profundo sueño.
Lo único que recordaba era haber visto a Thornybright sentado a la luz de la lámpara y leyendo. La chaqueta del psicólogo estaba abierta y algo oscuro y pesado asomaba bajo el sobaco. Muy poca imaginación hacía falta para deducir que era una pistola; y cargada. Antes de sumergirse en el sueño, y con el cerebro tan extraordinariamente sensible ahora, cierto temor se apoderó de Jase a la vista de aquel arma.
Después de todo, el miembro de la Fundación responsable del desarrollo de los mecanismos de contacto diminutos como virus se había mostrado enfático al declarar que había todavía en ellos muchas cosas desconocidas. Se habían hecho pruebas con los transmisores. Se había demostrado que no causaban daño físico o psicológico entre sujetos humanos, ni siquiera entre humano y animal… Pero ¿cómo anticipar lo que sucedería en el caso de la relación establecida entre las mentes de un humano y un extraterrestre?
El sueño puso fin a estos pensamientos.
Jason se despertó hacia las diez de la mañana siguiente, sintiéndose mucho más descansado y alegre. Le sirvieron el desayuno, fue a darse una vuelta por los diversos pisos de la Fundación y luego salió al jardín amurallado con Dystra, que estaba entonces de turno de guardia con él. Después volvió a la biblioteca a fin de empezar a escribir su informe completo del contacto inicial entre su mente y la de Kator.
Trabajó en ello durante el resto de la mañana y toda la tarde. Cuando hubo terminado descubrió que tampoco aquí había mencionado los sentimientos emocionales, vagos pero poderosos, que formaran parte del contacto. Se dijo que eran demasiado difíciles de definir y que los contactos sucesivos probablemente los revelarían bajo una mejor luz, de modo que pudiera escribirlos con toda lógica.
Esa noche tomó la cena en el despacho de Mele. Creyó observar que ella le miraba disimuladamente de vez en cuando durante la comida, pero apenas le prestó atención. Aquella noche entró de nuevo en contacto con Kator. Pero en este contacto, y en los que le siguieron en los días sucesivos, Kator todavía continuaba el viaje de regreso al Mundo Ruml, el planeta original de la raza y capital de los mundos de cuatro sistemas estelares a los que los ruml se habían extendido.
A pesar de todo esto, Jase estuvo muy ocupado. Una de las razones por las que se le había elegido entre la masa de voluntarios como uno de los sujetos del Proyecto era que sabía dibujar. Se había adiestrado para dibujar exacta y rápidamente, como un instrumento más que le ayudara en la observación de los animales salvajes en sus hábitats naturales. Había descubierto que, si dibujaba un animal, pájaro, reptil o insecto, no sólo lo observaba con mucha más claridad que si lo fotografiaba sino que se le grababa mejor la observación, de modo que podía recordar muchos más detalles posteriormente. Ahora se pasaba los días dibujando, para el Proyecto, los instrumentos, herramientas y aparatos del interior de la nave espacial ruml. Esto aparte de grabar toda la información que él podía absorber.
Descubrió que en realidad no tenía un auténtico contacto de pensamiento con Kator, como tampoco los humanos que utilizaran el diminuto mecanismo de contacto habían podido leerse mutuamente el pensamiento. Jason veía con los ojos de Kator, sentía con el cuerpo de Kator, y, cuanto más fuertes eran las emociones de éste, más movido se sentía él a emociones paralelas. Aparte de esto, y de vez en cuando, podía captar e interpretar recuerdos de Kator cuando el ruml se concentraba intensamente en ellos. Éstos le llegaban a Jase no como imágenes vistas por el ser humano, sino en términos de luz, sombra, tensión muscular, emociones y conversaciones recordadas.
Las conversaciones fueron lo que más turbara a Jase al principio. De momento, Kator no tenía a nadie con quien hablar, ni razones para hablar. Las conversaciones recordadas que emergían a la superficie de su mente de vez en cuando llegaban a Jase en una especie de sensación doble. Jase oía con sus oídos humanos el eco del recuerdo de unos sonidos extraños en el registro más bajo y más bronco de los ruml. Las mandíbulas de los ruml eran más largas y más estrechas que las de los humanos, y había otras diferencias todavía más graves hacia el fondo de la boca y la garganta. Por ejemplo, el lenguaje ruml carecía por completo de sonidos palatales o nasales. Es decir, las consonantes m, n, c y j no aparecían en absoluto en su idioma. Por otro lado, la lengua, más estrecha y más gruesa, era capaz de dar cierta vibración al sonido de la t la d y la e de un modo que jamás lograría un ser humano. Sin embargo, y durante el contacto, Jason se oía en su mente pronunciando estos sonidos y al, mismo tiempo, conseguía cierta impresión de su significado.
Era necesario aclarar bien esa palabra, «impresión», incluso para sí mismo. Porque lo que le turbaba era algo que jamás había molestado a ningún humano que hablara un idioma extranjero de la tierra. Para expresarlo con claridad, y aunque resultara confuso: Jase entendía perfectamente lo que Kator recordaba haber dicho. Pero su mente humana era muchas veces incapaz de traducir perfectamente esa comprensión a los términos humanos.
Por ejemplo, cuando Kator tenía hambre se decía a sí mismo que se «permitía» sentir hambre. Y sin embargo no tenía un control más consciente de las sensaciones de un cuerpo que deseaba el alimento necesario de lo que pudiera tenerlo Jase. La diferencia estaba enterrada en un laberinto de diferencias intelectuales y sociales que separaban a la cultura ruml de la cultura humana.
—Yo entiendo, pero no siempre puedo traducir. Y será muy difícil que traduzca perfectamente —dijo Jase a Mele una noche, diez días después del contacto original. Estaban en el despacho de Mele, y él le mostraba los dibujos que había hecho aquel día mientras ella estaba fuera del edificio—. No me refiero únicamente a las indicaciones y nombres de los instrumentos del panel de control de la nave, ahí —señalaba el dibujo ante ella—, sino que los mismos instrumentos no parecen ser exactamente iguales cuando los dibujo… Tal vez los ojos de Kator ven según un espectro visual ligeramente distinto del nuestro.
—Y eso te fascina, ¿no es cierto? —le preguntó Mele inesperadamente.
Algo le dio un vuelco en su interior de modo incontrolable. Alzó la vista y vio sus ojos castaños, ligeramente más claros que los suyos, que le observaban con intensidad.
—Sí —dijo conservando la voz tranquila—. Supongo que sí. Son como una nueva especie de animal…
—No —le interrumpió ella—, no quiero decir los ruml. Me refiero a que el proceso del contacto te fascina.
—No es… exactamente… que me fascine… —dijo él lentamente. En su interior empezaba a latir un temor inexplicable.
—¿Te asusta entonces? —insistió ella.
—Asustarme…, sí —admitió—. Un poco.
—Y quizás algo más —dijo Mele—. Te he estado observando, Jase…
—¿Qué? —preguntó éste secamente, volviendo a reunir los dibujos en un montón.
—Tal vez no deberías continuar.
—¡No! —La dureza de su propia respuesta le fascinó. Bajó la voz y la suavizó hasta un tono razonable—. Hay algo aquí más importante que todo lo que se ha estudiado y analizado desde que el fuego fue descubierto y controlado…, creo. Sólo que no sé expresarlo con palabras. De todas formas —añadió—, ahora no podemos detenernos.
—Si fuera realmente peligroso para ti, la Junta estaría de acuerdo…
—No —repitió él—. No es peligroso. De todos modos no hay ni que pensar en detenernos. Hemos de seguir adelante con ello ahora. Conoceré mejor las limitaciones del contacto después que Kator aterrice. Habrá de aterrizar mañana por la tarde en el punto indicado en su Mundo Ruml.
Pero Kator no aterrizó al día siguiente, sino la misma noche en que él hablaba con Mele. Jase había confundido en cierto modo el intervalo de tiempo. En realidad, para cuando Jase se quedó dormido esa noche y su mente entró en contacto con Kator, el ruml ya había aterrizado y estaba presentando su informe ante las autoridades ruml en un edificio junto al área de aterrizaje, de cien kilómetros cuadrados, desde el cual el Mundo Ruml enviaba y recibía las naves espaciales.
Si Jase no hubiera cometido ese error —si se hubiera ido a la cama, o incluso cerrado los ojos más pronto, como planeaba hacer al día siguiente— habría conseguido reunir gran cantidad de datos valiosísimos sobre el área de aterrizaje y sus defensas. Ahora esa oportunidad se había perdido para siempre.
Una vez dormido en el pozo de oscuridad, que era el sótano del edificio de la Fundación, Jason volvió a entrar de nuevo en el cuerpo peludo, ligeramente inclinado y cubierto sólo con un arnés que, a una distancia de cientos de años luz, se hallaba frente a tres ruml más viejos que le observaban desde una plataforma y sentados tras algo semejante a una mesa. Kator era el que estaba allí de pie ante el Consejo de Inspectores. Jason sentíase orgulloso y triunfante, pero ocultaba el latir tumultuoso de su cálido corazón tras la formalidad de su postura.
Acababa de atravesar la puerta a la orden del secretario de los Inspectores. Y ahora aguardaba allí, el arnés brillante, los pies sólidamente afirmados en el suelo, las rodillas tan juntas como le era posible y el cuerpo rígidamente erguido. Ni siquiera los bigotes tiesos de gato se agitaban. Su expresión era imperturbable, pues él, como los Inspectores, estaba representando la comedia de que aquel regreso no era distinto de los otros muchos miles que tenían lugar mensualmente en aquel edificio.
—Confío en que estoy entre amigos —dijo a los Inspectores.
—Estás entre amigos —contestó el Inspector que presidía a la derecha del Consejo. Pero el tono de su respuesta era irónico. Jason no pudo culparle por ello. Los Inspectores eran todos hombres de edad, y de Familia. Sus arneses estaban cargados de honores heredados, mientras que Jason, aparte de su pequeño Honor de Explorador, sólo llevaba el también pequeño Honor de un Brutogasi inferior, y el reciente, aunque gran Honor, del Factor Suerte colocado en su arnés. Y este último Honor deslumbraba con su brillo, casi charro de tan nuevo que era. Mientras que los honores heredados de los viejos, tras la mesa, estaban respetablemente empañados con el moho y el polvo.
Las fórmulas de cortesía eran obligatorias ante este Consejo donde en ocasiones se presentaban gentes cargadas de Honor, pero naturalmente eso no significaba que los Inspectores hubieran de reaccionar hacia el joven Jason como si fuera su igual.
—Hemos examinado tu informe, Kator Primosegundo Brutogasi —dijo el Inspector Presidente—. El artefacto que nos trajiste ha sido ya trasladado, según creo, al Centro de Examen. ¿Tienes algo que añadir, especialmente sobre la muerte de tu compañero en la nave de exploración?
—Todo sucedió con demasiada rapidez —dijo Jason—. En un instante luchaba por salvar mi vida y al siguiente Aton había desaparecido y la compuerta interior de la cámara de presión de aire se había cerrado tras él. Debido a la presión de la cabina no pude abrir la puerta a tiempo para impedir que él abriese la compuerta exterior.
—Ya —dijo uno de los Inspectores. Había un débil tono de respeto en su voz, que prestaba tributo a la frialdad de la respuesta de Kator. No dejaba de tener importancia que un joven, que sólo contaba dos estaciones, contestara tan bien—. Joven, es muy posible que llegues a vivir largos años llenos de Honor si continúas así.
Kator inclinó la cabeza aceptando el cumplido. Vio que el Inspector que acababa de hablar llevaba la insignia del partido Hock, como él mismo y todos los Brutogasi. El Inspector Presidente, así como el otro más viejo, llevaba la de los Rod. A Jason se le ocurrió que tal vez todo el Consejo hubiera deseado expresarle su aprobación, pero, naturalmente, no podía esperarse eso de los Rod. Jason se animó interiormente y sintió los pulmones llenos del fuego de la excitación.
—Entonces —dijo el Inspector Presidente—, si no hay más cuestiones que tratar, no te retendremos. Ya se te llamará para que acudas al Centro de Examen si surgen algunas dudas sobre el artefacto.
Jason inclinó de nuevo la cabeza, retrocedió de espaldas hasta la puerta y salió. En el exterior de la sala, el Secretario le entregó la espada corta y ceremonial de un solo filo que le había estado guardando, y Jason volvió a colgarla de su arnés Este empleado no se había mostrado demasiado respetuoso, pero Jason sacó una moneda del cinto, que formaba parle del arnés, y le dio una propina.
—Ojalá fundes un Reino —dijo el empleado, inclinando su cabeza.
¡Qué poco sabía este pobre tipo! Jason salió y se dirigió hacia la zona elevada que llevaba al interior de la ciudad y al distrito en que se alzaba el Castillo del Brutogas. Era un camino corto por calles estrechas y pavimentadas de conchas hasta el castillo, y muchas mujeres viejas que ya habían criado a sus hijos trabajaban en grupos rastrillando y sacando brillo al suelo. Los fragmentos de las conchas brillaban a la luz blanco–azulada de un sol pequeño y penetrante que se alzaba ahora por encima de los tejados del barrio occidental de la ciudad. Los pequeños lagos ornamentales que se extendían a lo largo del camino brillaban también llenos de agua azul y limpia, y eran como marcos para los cristales que se veían en el centro de aquellos estanques circulares, ovales y de diversas formas.
Mientras llevaban a cabo su trabajo, las mujeres cantaban canciones de la tierra, canciones de los Fundadores del Reino. «¡Qué hermosa era esta ciudad de su pueblo, con el primer sol del día y las mujeres cantando!», pensó Jason. En la curva de un camino empinado y estrecho se detuvo a beber en un estanque de doble curva, casi tan ancho como sus brazos extendidos y tan profundo que hubiera podido meterse en él hasta la cintura. Muy grande, en el centro del mismo fondo de baldosas blancas y pequeñas, la forma de un cristal creciente era de color rubí. Brillaba como un gran Honor en el agua limpia.
—Que la sombra sea conmigo, que el agua sea conmigo, que la fuerza sea conmigo —susurró Jason alzando los bigotes goteantes del agua al pronunciar la invocación. Volvió a ponerse en pie.
Una mujer solitaria limpiaba las conchas muy cerca. Por su edad hubiera podido ser su madre, aunque eso no era probable. La madre de Jason estaría aún indudablemente en el palacio de los Brutogasi. Algún día tendría que acercarse a los informes para averiguarlo Era algo que siempre se había propuesto descubrir. Un hombre honorable debía conocer la identidad de la mujer que le concibiera y le llevara durmiendo en su bolsa durante siete años.
Un impulso —enviado tal vez por el Factor Suerte— obligó a Jason a actuar Sacó otra moneda de su cinto y se la dio a la mujer que allí trabajaba.
—¿Quieres cantar una canción para mí, prolífica mujer —preguntó— la canción de la Fundación del Reino del Brutogas?
Ella cogió la moneda, se apoyó en el rastrillo y cantó. Su voz era aguda y dulce. Era más vieja de lo que él pensara. Empezó a cantar cómo el Brutogas había tomado parte en la gran expedición al tercer planeta del segundo sistema al que deseaba extenderse su pueblo. Un planeta que, lleno de selvas y mares emponzoñados, había destruido a otras dos expediciones antes de ésta; y cómo, con doce compañeros de todos los que allí fueran, el Brutogas —entonces Brutogas Hijoprimero del Primo–tercero de los Leechena— había regresado después de fundar allí una colonia. Entonces había acusado a los otros doce de crímenes contra la expedición y los había desafiado uno tras otro, matándolos a los doce entre el amanecer y la puesta del sol de un día…, ganando así y para sí mismo todo el mérito de la colonia y fundando personalmente el Reino de los Brutogasi.
La canción llegó a su fin. La mujer volvió a su trabajo. Jason siguió inmóvil dominado aún por la fuerza de las imágenes que la canción había hecho surgir en su imaginación. Como él, el primer Brutogas no había sido más que un pariente lejano de un linaje de sangre ilustre. Claro que eso no tenía nada que ver con ello. Un gran hombre podía surgir en cualquier lugar… pero la calidad engendraba calidad, eso no podía negarse. Y había gran nobleza en los antepasados de Jason, aunque él estuviera ahora por su parentesco muy distante del linaje principal.
Llegó al fin a las verjas del Castillo del Brutogas y el portero le dejó pasar, ya que su obligación era conocer de vista a todos los de la Familia. Entró en el patio que había a nivel del suelo, bajo el piso segundo, donde vivían los miembros íntimos de la Familia, y el tercero —el nivel de vivienda más alto que permitía la ley—, donde habitaba el Brutogas actual. Él, y todas las madres de sus hijos, ocupaban una extensión de más de un kilómetro cuadrado de corredores y habitaciones.
La habitación de Jason, como Primosegundo, estaba en la parte más alta de los quince niveles del sótano del Castillo. Bajó a ella. Resultaba muy agradable poder cerrar la puerta tras de sí en esta pequeña habitación cuadrada de muros negros, con la imagen del primer Brutogas en un ángulo. Estaba tal como él la dejara para ir a su trabajo de exploración, media estación antes. La luz del sol entraba por una alta ventaja justo a nivel del suelo y sobre la cabeza de Jason, y venía a caer como era habitual sobre el pequeño estanque en el suelo en el que uno se lavaba, el cojín redondo sobre el que dormía y el armario con las posesiones de Jason.
Se acababa de quitar su arnés cuando la puerta le habló, diciendo que alguien aguardaba fuera. La abrió y se encontró con la figura alta de Bela Primoprimero, una generación mayor que él y con un grado más cercano de parentesco con el actual Brutogas. Bela le entregó un pequeño objeto brillante y dorado.
—Esto es para ti, del Brutogas —dijo Bela. Eran parientes y casi amigos, y por eso se miraron sin la menor tensión—. Mañana debes trasladarte a una habitación al nivel del suelo.
Saludó y dejó a Jason. Éste examinó el objeto dorado que conservaba en la mano peluda. Era un semi–Honor, la más pequeña de las dos medallas familiares que el jefe de la Familia podía entregar a sus parientes de menor importancia. El pecho de Jason se hinchó de emoción y un profundo sentimiento le embargó. No había pasado inadvertido el hecho de que él, uno de la Familia, había sido visitado por una manifestación del Factor Suerte que era aquel artefacto extraño, y luego había regresado solo.
Cierto, no había habido más que otro hombre en la nave, de exploración con él… mientras que, en el remoto pasado, el Jefe original de la Familia había luchado con doce, por no decir nada de los que al principio formaran también parte de la expedición de la que el Brutogas original y sus compañeros habían vuelto. Pero su caso, aunque más modesto, no había pasado inadvertido.
Expandió el pecho con amor y orgullo. Se volvió hacia la imagen del Brutogas original, en el ángulo, y se encogió lentamente en cuclillas ante él. Cruzó los brazos sobre el pecho, desprovisto ahora del arnés. Un gozo y un dolor demasiado difíciles de soportar se alzaron en él. Permaneció en esta posición reverente mientras el sol ascendía en el exterior de su habitación y su luz iba extendiéndose por el suelo.
—Dame sombra…, dame agua, dame fuerza… —oró. Allá, en su propia habitación en el sótano, y en la tierra, Jason, de nuevo él mismo, volvió a despertarse hallando otra vez la almohada húmeda de lágrimas.