La cueva en la azotea
Dragomán se retira a su habitación de hotel, disfruta de la cueva, da vueltas en su silla giratoria, toca el suelo con los pies descalzos, se acoda en el tablero grueso y marrón del escritorio y se estremece cuando alguien del personal llama a la puerta para comprobar el contenido del minibar y preguntar cuándo se podría proceder a la limpieza. La puerta se cierra sin ruido y el suelo está todo cubierto con una moqueta color café con leche, por lo que Dragomán se ha acostumbrado a andar todo el día descalzo, con pantalones anchos y camisa de franela.
Escribe tal como camina; deja que el material serpentee a sus anchas. Ya se verá hacia dónde se dirige. Ya se verá luego lo que quería. Siempre lleva encima el manuscrito. Ha trabajado a orillas de un lago, junto a un bosque y en lo alto de un rascacielos y se ha acostumbrado al alegre ir y venir de la plaza de la Resurrección de Kandor. El público de la ciudad, curioso y chismoso, siempre se reúne donde se ofrece algo interesante. El ambiente está siempre cargado en los cafés, la tensión interna y externa se mantiene en equilibrio. Aquí encontró él la mayoría de los encantos de lo cotidiano. Dragomán simpatiza con el alcalde, pero entiende también a los okupas; a los que no entiende tanto son a los de las botas, a aquellos que se dedican a patear cabezas.
Podría imaginar un mapa de la ciudad cuyas diversas zonas se iluminarían según la frecuencia con que las haya recorrido. Los acontecimientos más significativos de su pasado dan vida a algún punto de la ciudad, a alguna vivienda que ha sido importante para él. Mientras se pasea, ve una casa y recuerda; si no pudiera andar por allí, sería amnésico. Cada paseo es arbitrario, casual y, a su manera, perfecto.
Dragomán es una celebridad tardía. Examina a los monstruos, husmea a los dictadores, con el fin de crear una idea de las profundidades del mal. Deseoso de conocer el absurdo global, ha estado en todas partes donde los hombres se abalanzaban los unos contra los otros. Se dicen cosas curiosas sobre él y se discute si es un estafador. Jóvenes ensayistas repartidos por el mundo lo consideran un gurú diabólico. La interconexión de las redes produce a su alrededor una influencia tan divertida como terrorífica.
Se necesita un nuevo mito a finales del año 2000. A la gente le gusta sentarse cerca de Dragomán; se le pegan como escoltas. Observan al aventurero transfigurado. La empresa Darnok considera que es preciso ir más allá de la cultura juvenil, que se necesita una figura de culto un pelín madura cuya actitud irradie tanto en los medios como en la industria de la moda. Darnok es una empresa internacional que ve un filón en Dragomán; muchos se comprarán el sombrero y la petaca que usa él. Svetozar lo registra todo y pasa un informe. La empresa Darnok sólo pide a Dragomán que siga el curso de su destino. Sospechan que un día de éstos aparecerá en el sitio menos pensado y que a partir de entonces ése será el terreno. Por eso lo acompaña el hombre de la cicatriz en el labio: para sacarlo del atolladero, para que siga adelante y continúe con sus peligrosas diversiones.
Le cuesta gestionar las cosas. Le cuesta ir a cualquier lugar. Es bastante perezoso, y las noches que más le gustan son aquéllas en las que no le avisan desde la recepción de que alguien quiere subir a verlo, en las que nadie irrumpe en el caparazón, en las que no existen el nerviosismo de la ambición y la falta de escrúpulos, en las que nadie quiere nada salvo lo que hay.
Todos acuden a verlo al Korona, se instalan en los blandos sillones del vestíbulo; después de horas de espera inútil, el personal les recomienda volver más tarde, y entonces dan vueltas en las inmediaciones de la puerta giratoria. Muchos quieren pedir algo a Dragomán; lo persiguen mendigos robustos e inventores locos; empresarios canallas tratan de ganarlo para sus estafas de noble apariencia.
En el hotel se aloja también una duquesa veneciana; su intención es que una fundación respetuosa convierta su palacio en un refugio espiritual; ella asumiría los gastos de mantenimiento y le pagaría un buen sueldo. La principessa ha enterrado ya a cuatro maridos y ahora se interesa por Dragomán.
Después de las campanadas del mediodía en la catedral, se echa al hombro el bolso que lo contiene todo, baja a la recepción y recoge los mensajes. Repasa el correo en el café, vuelve a colocarlo en la casilla y entrega las cartas de respuesta. «I am a responsive person, contrariamente a Su Real Vagancia», suele decir a Kobra.
Vuelve a última hora de la noche después de haber completado sus vueltas. El viajero no cree haber encontrado el camino verdadero. Errar al azar por callejuelas secundarias. No levantar polvareda. El observador no debe causar escándalo. ¡Fuera los levantapolvaredas! No es tarea tuya meterte en asuntos ajenos ni decir lo que debe ocurrir. Siempre hay cantidad de gente para ocuparse de los problemas del lugar y para pelearse. La acción es desconcentración; el trabajo exige cerrar los ojos, exige calma inactiva.
Si se levantara de la silla y de la mesa con las que configura un triángulo, si quisiera salir de su refugio, pondría el pie primero en la terraza. Sabe sentarse en una de las sillas de tal manera que sólo vea las copas de los árboles, de los álamos y abedules, de los pinos y fresnos. Ve asimismo un jardín cubierto por la hojarasca y las fantasías barrocas de una anciana frente a los arriates más latinos y cuadriculados de un anciano. Viejo pedante, dice la mujer refiriéndose a su vecino.
También divisa ninfas de piedra y estanques, columnas cubiertas de moho y alguna exageración: torres y portales de tres arcos. Pongamos algo aquí, imaginemos algo allá. Aunque fuese modestamente, podría hacerse realidad cualquier locura que se les ocurriera a aquellos arquitectos. Todos los edificios tienen rostro: las fachadas muestran leones y ángeles, y los gruesos muros, la abundancia de finales del siglo XIX. El césped no está tan cuidado que pueda resultar molesto, pero el desorden es moderado. Aquí todo el mundo es ordenado y desordenado a su manera.
La mirada se pasea por las pistas de tenis donde por las tardes los niños pululan, se entrenan, sacan y devuelven hábilmente la pelota. Las madres permanecen leyendo en los coches estacionados o charlan en la esquina de la calle. Un anciano conocido camina con bastón; a sus noventa años, los círculos que traza son cada vez más estrechos en sus paseos, que deben durar una hora y media. Según él, todo lo hace conforme a un horario. Las cerezas y las fresas, las setas y las flores se ofrecen. Pasear es bueno cuando uno no quiere resolver ningún asunto. Cuatro palomas de vientre blanco grandes y negras revolotean ante él, trazando trayectorias diversas.
Hace cuarenta años, cuando tenía quince, Dragomán entró en este edificio de muros de piedra estilo Bauhaus con un ramo de flores en la mano. Venía a la fiesta de cumpleaños de una chica. Lo acompañaba un compañero de clase más dinámico, que, guiñándole el ojo, lo incitó a conversar con la niña de la casa, que estaba sentada a su lado. Dragomán, sin embargo, temía precisamente que le dirigieran la palabra y se viese obligado a responder con alguna frase de sentido profundo. Más tarde, alquiló un piso en este edificio, para trabajar y organizar sus encuentros secretos. Guardaba los manuscritos con la ropa de cama. Su vida siempre ha estado acompañada por un deseo imposible de satisfacer: la búsqueda de un lugar protegido.
El ciclamen, las rosas color bermellón, los limoneros. Una joven guapa de piernas largas y raqueta de tenis se apoya en su bicicleta. En el restaurante situado en un jardín, el profesor de autoescuela come mientras su perro duerme a su lado. Parejas de mediana edad limpian el plato con el pan y beben vino tinto; todo se ha vuelto más caro. Amor de personas mayores. La iglesia se acurruca, se encoge, no se alza, se esconde, quiere permanecer aquí. Algunas de estas personas rechonchas se han quedado por esta zona. Muchachas con blusas interesantes, flores color rosado claro y marrón rojizo; una mujer madura vestida con un traje sastre blanco se dirige a la plazoleta de los juegos con dos perros de agua níveos, dos nietos y todas las herramientas necesarias para jugar en la arena. Dos niños dan vueltas alrededor de Dragomán con una pelota.
Pasa su antiguo jefe, que pasea al perro; lo echó sin escrúpulos a petición de la policía secreta; ahora recuerda que eran buenos amigos.
Dragomán lleva el cesto de una abuelita: nísperos, tomates, colinabo, apio, setas, ajo. La abuela se persigna al ver al cerdo sacrificado que asoma la cara ensangrentada por la ventanilla del camión. Un joven alto, delgado, con gafas y chaqueta llena de ganchos, se echa dos medios cerdos al hombro y los lleva con pasos seguros a la carnicería.
El viejo erudito va y viene arrastrando los pies por el largo balcón. Se sienta a veces a tomar un sorbo del té que está cada vez más frío, se levanta al cabo de un rato y vuelve a deambular empuñando el bastón de punta de goma. Pasados los noventa, no cabe más movimiento; no quiere encontrarse con extraños.
La tranquilidad de la colina, el pino inmóvil, el perro labrador que quiere sacar la cabeza entre las rejas de la valla, las plantas que asoman exuberantes y apenas recortadas, la vid silvestre que adquiere un color cada vez más rojizo, los jardines arreglados sólo hasta el punto de no parecer abandonados, todo ello son los elementos de un notable momento histórico.
El viento sacude la fronda de los arces amarillos, la vid silvestre se marchita en los muros de las casas, nadie se sienta ahora en su silla en el jardín. Un columpio impulsado por el viento chirría entre los cerezos. Una paloma avanza contoneándose, pero las cornejas también se han posado ya sobre los árboles de la plaza, comedores de pájaros se esconden en los muros cubiertos de hiedra. La fragancia de la mermelada de manzana sale por un balcón; los bajos de la ventana están adornados con cerámicas, pero el revoque se ha desconchado.
Dragomán visita a Kobra a menudo en la casa de Öreghegy. Los compañeros de clase se han esparcido a los cuatro vientos. Dragomán querría comprender el secreto de Kobra, la ciencia de la alegre renuncia, que lo capacita para alegrarse de haberse quedado.
El profesor volador va a verlo, y ambos se retiran a una casucha de piedra abierta por dos lados. Hay copas de vino y pipas en la mesa. El personaje inquietante ha irrumpido en la quietud. Kobra trata de convencer a Dragomán de que se quede; lo necesita. Le suministra con moderación dosis de melancolía de la permanencia, pero enseguida se anima. Suelta grandes carcajadas al teléfono al oír la voz de Dragomán. Regina: ¿qué hacéis? ¿Zureando? Regina supone que no ha comido. Dragomán agradece el té y la tostada con mantequilla. Allí, o es un banquete o lo justo para tenerse en pie; en esta ocasión, es lo segundo. Siempre con la máxima intensidad.
Emigró en 1967, cuando la cosa empezaba a ponerse muy aburrida. A Kobra, el aburrimiento le venía al pelo; a Dragomán, no. Quería divertirse y averiguar hasta dónde podía llegar. Ya había superado la cuestión de lo lícito y lo ilícito. Cuanto leía, decía y escuchaba era tímida tautología. Quería estudiar a santos y a monstruos, encontrarse con sabios para conocerlos e interrogarlos: ¿en qué consiste su sabiduría? Valoraba al carterista como profesional, aunque se tratara de su propia cartera. Kobra podía escribir cuantas novelas largas quisiera, él se quedaría con sus ráfagas de agudeza; no tenía ganas de estar tanto tiempo sentado a la mesa; prefería las piernas al trasero. Las cosas no hay que escribirlas sino entenderlas. Trata de percibir la verdad de cada cual, aun siendo impenetrable la una para la otra. Suyo es el cuerpo y la Tierra. No todos pueden ser trotamundos, pero el que siente la vocación, que lo sea.
Él y Kobra van a buscar vino a una bodega conocida situada en la otra vertiente de la colina; luego, estudian su adquisición hasta el amanecer en la casucha de piedra. Al día siguiente, Dragomán no hace ni el más mínimo esfuerzo por levantarse; ha cerrado la ventana, ha oscurecido la habitación, y cuando Regina lo llama para el desayuno, se queja de que es, a buen seguro, la Interpol, que está detrás de la campaña instigada contra él. Resulta que es uno de los pilares intelectuales de una red secreta llamada Pacifistas Internacionales, que promueve la paz haciendo estallar de vez en cuando a algún líder belicista y confiando en que esta lección aporte moderación al sucesor. Siempre es preferible que muera un dictador a que miles de soldados o civiles se vean llevados a la muerte por el líder. Aunque esto sea cierto, no convence a la policía. Los jefes de Estado se odian, pero rechazan a los cazadores de jefes de Estado.
Dragomán siempre ha estado envuelto en la sospecha. Una de sus amantes se metió hasta el cogote en una conspiración contra un dictador sudamericano. Mantiene buenas relaciones con defensores anarquistas de los derechos humanos y fundó una revista titulada International Dada. A través de él, todos ellos establecen contacto con el respetable organismo de los hechiceros metropolitanos. La Interpol sigue, en efecto, a Dragomán, un hombre que reúne demasiados hilos; quienes recogen los datos se llevan a menudo las manos a la cabeza al ver dónde se ha metido el profesor; los vigilantes no le quitan el ojo de encima. La Interpol está asimismo informada de que la empresa Darnok también lo vigila con el pretexto de un estudio sobre los medios.
—Estoy escrito —se queja Dragomán—. Me están observando desde algún punto central. Dicen que haga mi trabajo como me venga en gana, pero estoy cada vez más convencido de que me teledirigen. Has dicho cosas extrañas. —Dragomán agarra la mano de Kobra—. ¿No me estarás escribiendo tú?
Kobra se sonríe. En los ojos de Dragomán aparece la luz sombría del reconocimiento.
—¡Tú eres la empresa Darnok! ¡La gran araña! Yo soy mera apariencia, pero tú tejes los hilos desde aquí, tú me creas y decidirás mi final. No me prescribas, por favor, lo que he de hacer. Sé en qué consiste mi tarea en tu opinión: que sea el absurdo romántico, mientras permaneces tranquilamente sentado sobre tu trasero. Que sea el seductor, el iniciador, el místico errante, todo cuanto tú no eres por pereza y cobardía.
Dragomán no para de levantarse mientras habla. Se dirige al molino a alquilar un caballo. La joven yegua está nerviosa. Dragomán cabalga hasta cansarla y vuelve mojado y animado. Juega con los niños, entretiene a la madre de Kobra y se muestra amable y atento con todos.