CAPÍTULO 31
Se abrió la puerta y salió Nom Anor, sonriente, extendiendo las manos abiertas.
—Quieto ahí mismo —le ordenó Tahiri.
—¿Si no, me abatirás? —le preguntó Nom Anor—. No llevo armas.
—Tampoco las emplearías aunque las llevaras —le replicó Tahiri—. Cobarde. No quisiste luchar contra Anakin en Yag’Dhul.
—Muy cierto —dijo Nom Anor, encogiéndose de hombros—. ¿Cómo está el mocoso pequeño de los Solo? Pero… me parece haber oído que murió. Sí, es verdad, murió. Y los dos estabais muy unidos, ¿verdad? Qué pena.
—Cállate —dijo Tahiri. El odio se acumulaba dentro de ella, impulsándola a hacer precisamente lo que había sugerido él, abatirlo y borrarle de la cara a golpes de sable esa sonrisita repelente de suficiencia.
—Estás enfadada —dijo Nom Anor—. Creía que vosotros, los Jedi, no debíais enfadaros.
—Hago una excepción por ti —dijo Tahiri.
—Qué gran honor —dijo el Administrador en son de satisfacción—. ¿Estarías dispuesta a pasarte al Lado Oscuro por mí?
—No tienes idea de lo que hablas —dijo Tahiri.
—Te equivocas —dijo Nom Anor, avanzando un paso para salir del turboascensor—. He estudiado vuestras costumbres, Jedi. Sé que si me abates en un arrebato de ira, habrás cometido el delito más terrible que puede cometer uno de los tuyos.
—No será problema tuyo —dijo Tahiri—. Estarás muerto.
—¿Lo estaré? —replicó él, avanzando otro paso.
—Quieto —le ordenó Tahiri.
—Muy bien. Haré lo que me pides —dijo él; y se detuvo a menos de un metro de ella, mirándola fijamente. Ella sintió que le temblaban las manos; no de miedo, sino por el esfuerzo de contener sus impulsos.
—Mátalo —le dijo Harrar.
—No está armado —dijo Tahiri—. No voy a asesinarlo.
—¡No! —dijo Harrar, saltando hacia adelante.
Esto distrajo por un instante a Tahiri, que apartó la vista, pero no sin antes advertir que una de las pupilas de Anor se dilataba…
Recordó algo… algo que había dicho Leia de aquel ojo.
Se apartó de un salto en el momento en que salía disparada hacia ella la carga de veneno; pero no tuvo en cuenta la barandilla. La golpeó con fuerza con la cadera, y un dolor insoportable le invadió en el costado. Intentó volverse, y lo consiguió a tiempo de ver que Nom Anor sorteaba al sacerdote y le lanzaba a ella una patada maligna. Acertó, y la arrojó hacia atrás. Dejó caer el sable láser e intentó frenéticamente asirse a la barandilla.
No lo consiguió, y empezó a caer.
* * *
Nom Anor se quedó sorprendido, en parte, por lo fácil que le había resultado quitarse de en medio a Tahiri. Se volvió hacia Harrar, y vio que el sacerdote volvía a lanzarse sobre él con cara de rabia.
Nom Anor le dio una patada de q’urh rápida, y después se volvió y golpeó con el puño la nuca del sacerdote. Pero Harrar encajó el golpe, dejándose caer y lanzándole, a su vez, una patada baja. Alcanzó un pie de Nom Anor, desequilibrándolo el tiempo suficiente para lanzarle un fuerte puñetazo directo.
El golpe falló, más por suerte que por habilidad por parte de Nom Anor. Éste asestó un golpe de puño a la mandíbula de Harrar, con tanta fuerza que lo levantó del suelo. El suelo se llenó de fragmentos de dientes rotos mientras Harrar se desplomaba contra la pared y se deslizaba al suelo, donde quedó inmóvil.
Nom Anor repasó mentalmente su situación y vio que las cosas marchaban mejor todavía. La Jedi había dejado caer su arma. La recogió rápidamente. Ya las había manejado, y le resultó fácil encenderla. Después, recordando a Horn, cortó las tomas de energía de los ascensores, empezando por el que estaba en movimiento. Lo oyó detenerse en alguna parte, no mucho más abajo de donde estaba él.
Sabía que aquello podía no ser suficiente (ya consideraba a Horn capaz de cualquier cosa, incluso de abrir un agujero en la pared y subir volando), salió del edificio y se dirigió, entre la lluvia torrencial, a un punto llano y elevado que había elegido antes, guardándose la arma bajo la faja, ya apagada.
* * *
Tahiri agitaba las manos en el espacio, buscando desesperadamente algo a lo que agarrarse, lo que fuera; pero no había nada a su alcance. Vio de reojo el cable por el que se había bajado Corran deslizándose, a menos de un metro de distancia… con lo cual, quedaba a medio metro de su alcance.
«La Fuerza, idiota», pensó. Buscó el cable con la Fuerza y tiró de él, con lo que modificó su trayectoria de caída lo suficiente para acercarse.
Lo rodeó con las palmas de las manos desnudas, soltando una exclamación de dolor al sentir cómo se le quemaban. Los dedos se le querían abrir por un movimiento reflejo; pero ella no podía consentirlo. Si lo hacía, se caería. Nom Anor huiría, Sekot moriría… y ella habría fallado a Corran. Suponiendo que el Jedi mayor siguiera vivo.
Abrazó el dolor y se enfocó más allá de él, empleando la Fuerza para frenar todavía más su caída. Por fin, mientras todos los músculos de su cuerpo chillaban a coro con las palmas de sus manos, se detuvo.
Levantó la vista y descubrió que había caído casi cien metros.
Le había vuelto la ira; pero ahora la necesitaba. No para luchar, sino para rodear el cable con las piernas e impulsarse hacia arriba, a pesar de que cada centímetro de ascenso le producía un mundo de suplicio. Sintió que se le rompían las ampollas de las manos.
«Al menos, así tienen más adherencia», reflexionó. Sus manos se ceñían ya al cable como si estuvieran hechas de goma de tal.
* * *
Nom Anor subió con cuidado por el camino estrecho, pisando con cuidado en los instantes de luz que producían los rayos, llenando el mundo de blanco y de azul, para volver a dejarlo después a oscuras. La lluvia era un tamborileo constante, y el viento aullaba como la risa de un dios loco. Su ruta era una cresta irregular de rocas, con grandes abismos oscuros a cada lado. Llegó a un paso especialmente estrecho y se detuvo un instante, advirtiendo que llegaba a sentir miedo. Era como si el planeta mismo estuviera intentando hacer lo que no habían conseguido los Jedi.
Y puede que fuera verdad. Si Nen Yim estaba en lo cierto y el planeta tenía inteligencia, era posible que hubiera presenciado su acto de sabotaje. Quizás buscara venganza.
—Hazme lo que quieras —dijo al viento, con desprecio—. Yo soy Nom Anor. Escucha mi nombre: soy el que te ha matado.
Cuando lo hubo dicho, supo por fin con certidumbre absoluta que había hecho lo que debía. Zonama Sekot era como una flor tonqu, que atraía a los insectos con su dulce aroma, los tentaba para que se posaran sobre ella… donde se quedaban empalagados, mientras veían cómo se plegaba sobre ellos el largo pétalo. Aquel planeta, viviente en parte, máquina en parte, y de alguna manera Jedi en parte, era una abominación; más todavía que Coruscant, más que cualquier otra cosa en aquella galaxia de abominaciones.
Quoreal había tenido razón. No deberían haber ido allí nunca.
Pero Nom Anor lo había arreglado.
Cruzó el paso estrecho, aprovechó el rayo siguiente para salvar una brecha, y vio que el camino se ensanchaba un poco más adelante.
Pero, por el rabillo del ojo…
Alguien cayó sobre él, asestándole un golpe violento en un lado del cuello con el canto de la mano. La fuerza del golpe lo hizo caer desmadejado, y las piedras le rasparon la barbilla.
Soltando un rugido, lanzó una patada y rodó sobre sí mismo. Un pie lo alcanzó bajo la barbilla herida, pero consiguió atraparlo y retorcerlo. Su atacante cayó pesadamente. Nom Anor se levantó, intentando ponerse de pie, pero se encontró vacilando al borde de un precipicio. Un rayo surcó el cielo, y Nom Anor vio que se alzaba una silueta ante él. Brilló un nuevo rayo, esta vez a su espalda, y distinguió a su luz el rostro de Harrar, terrorífico, como si los dioses mismos lo hubieran iluminado con su sed de venganza.
—Nom Anor —gritó el sacerdote para hacerse oír entre la lluvia—. Disponte a morir, traidor.
—Este planeta te ha vuelto loco, Harrar —exclamó Nom Anor—. ¿Te pones de parte de los Jedi, en mi contra?
—Me pongo de parte de Zonama Sekot —dijo Harrar—. Y tú estás maldito de Shimrra, eres un qorih sin honra. Te habría matado en cualquier caso.
—Zonama Sekot es una mentira, idiota. Es un cuento que conté a mis seguidores para que me obedecieran.
—Tú no sabes nada —dijo Harrar—. Sabes menos que nada. ¿Acaso crees conocer los secretos de los sacerdotes? ¿Acaso crees que contamos todo lo que sabemos? El que nos ha mentido es Shimrra. Zonama Sekot es la verdad. Si quieres servir de algo a tu pueblo, dime lo que has hecho.
Nom Anor sintió el sable láser que llevaba en la mano. Harrar avanzaba, y le bastaría una sola patada para despeñar a Nom Anor. No se atrevía a servirse del plaeryin bol; aunque le quedara algo de veneno, la lluvia lo desviaría, en el mejor de los casos, e incluso podía hacerle caer el veneno encima a él mismo. Su única oportunidad era la arma Jedi.
—De nada servirá contártelo —dijo a Harrar con desprecio—. El daño ya no se puede deshacer.
—Te creo —dijo Harrar, torciendo el gesto mientras daba un paso rápido hacia Nom Anor.
Nom Anor pulsó el botón del sable láser, y surgió el rayo de luz cortante, que silbaba y dejaba un rastro dé vapor bajo la fuerte lluvia. Producía una sensación extraña aquella arma que no tenía más peso que el de su empuñadora. Lanzó un tajo hacia la rodilla del sacerdote, pero torpemente, por su posición y porque la arma no le resultaba familiar. Pero cuando Harrar vio aparecer el sable, intentó detener su movimiento de avance y apartó la pierna para esquivar el golpe; resbaló en las peñas mojadas, tropezó y cayó por delante de Nom Anor al barranco.
Su aullido de rabia y de impotencia quedó truncado al poco tiempo.
Nom Anor se levantó, jadeando, apagó el sable láser y siguió su camino. Parecía que los dioses volvían a estar con él. Desde luego que ya no estaban con Harrar.
* * *
Cuando el turboascensor se detuvo bruscamente, Corran encendió el sable de luz y cortó el techo de la cabina, apartándose cuando cayó al suelo el círculo de metal. Tras esperar unos instantes a que se enfriara el metal, dio un salto y se asió del borde del agujero, y después se izó hasta salir al pozo. Vio a la tenue luz de emergencia la puerta de salida, a unos diez metros por encima de él. El ascensor era magnético, y las paredes eran lisas como el cristal y los cables de energía estaban enterrados en ella. No había ningún escalón ni nada donde asirse. Podría subir a base de ir tallando escalones, pero tardaría mucho tiempo.
Volvió a dejarse caer al interior de la cabina y examinó el panel de control. Estaba escrito en un idioma que él no conocía. Los iconos que indicaban la subida y la bajada eran evidentes, pero tardaría algún tiempo en interpretar los demás.
Nom Anor debía de haber cortado la energía desde arriba, de alguna manera; pero la cabina no había caído. Era de suponer que existía una batería de emergencia para que no cayera en tales casos. Pero, ¿el sistema de emergencia bastaría para terminar la ascensión? ¿O ya estaba dando de sí todo lo que podía simplemente para no caer?
Pulsó un botón rojo donde había dos líneas verticales y un triángulo, sin resultado. Probó algunos más, también sin resultado. Lleno de frustración, pulsó el botón de subida.
La cabina empezó a moverse, aunque mucho más despacio que antes. Le dieron ganas de darse de cabezadas con la pared. El sistema de emergencia era independiente del normal. Lo único que tenía que hacer era indicar a la cabina en qué sentido quería ir.
Al cabo de unos minutos salió del ascensor, dispuesto a luchar… pero no había nadie con quien luchar. La sala estaba vacía. Había en el suelo leves salpicaduras de sangre negra, pero ningún otro indicio de lo que había pasado exactamente. Cuando se disponía a salir, oyó un leve ruido a su espalda, en el pozo de mantenimiento. Se asomó y vio a Tahiri, que iba ascendiendo por el cable superconductor, a unos veinte metros por debajo de él.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Estoy bien —gritó ella a su vez, con voz insegura. Parecía que le costaba trabajo subir—. Nom Anor se ha escapado —añadió—. Tendrás que detenerlo. Te alcanzaré cuando pueda.
—¿Y dejarte allí colgada? No, nada de eso. Aguanta un poco.
Volvió a los ascensores. En efecto, alguien había cortado los cables de energía; con un sable láser, al parecer. Metió la mano con cuidado, asió el extremo de un conducto de fibra óptica del grosor de una cuerda y empezó a sacarlo. Cuando le pareció que tenía suficiente, lo cortó con su arma y le hizo después un nudo en un extremo, dejando una lazada.
Tahiri no había avanzado gran cosa mientras tanto. Le arrojó el extremo del cable donde había hecho la lazada.
—Mete allí el pie y sujeta el cable con las manos —le dijo—. Yo te subiré.
Ella asintió con la cabeza con gesto cansado e hizo lo que le indicaba Corran. Éste, pasando el otro extremo del cable sobre la barandilla, la izó. Cuando Tahiri hubo saltado la barandilla, observó cómo tenía las manos.
—Deja que te mire esas manos —le dijo.
—Están bien —le aseguró ella.
—Déjame que te las mire.
Tenía graves quemaduras por rozamiento; pero parecía que no tenía lesionados los tendones, lo cual era bueno. Se le había abierto un poco y le sangraba, aunque no mucho, la antigua cicatriz que le había dejado un anfibastón.
—Bueno, al menos no te quedaste sin deslizarte por el cable —le dijo él—. ¿Fue tan divertido como te imaginabas?
—Sí, y mucho más —dijo Tahiri.
—¿Qué ha pasado aquí?
—Bajé la guardia —dijo ella—. Nom Anor tiene en un ojo algo que dispara veneno.
—¿Te dio?
—No. Pero, al esquivarlo, di en la barandilla, y él me tiró por encima.
—¿Y Harrar?
—No sé. Creo que atacó a Nom Anor. Quizá haya salido tras él. Lo mismo que debemos hacer nosotros.
Corran miró la oscuridad y la lluvia del exterior.
—Estoy de acuerdo —dijo—. Pero, ¿cómo localizarlos en estas condiciones, sin la Fuerza?
—Yo tengo mi sentido vong —dijo Tahiri—. Quizá pueda detectarlo si no se ha alejado mucho.
Corran sacó una barra luminosa pequeña, y a su luz hallaron entre el barro unas huellas llenas de agua que volvían hacia las alturas. Las siguieron hasta que llegaron a un risco de piedra estrecho.
—Al menos, sólo hay un camino de subida —dijo Corran.
Mientras ascendían, la tormenta eléctrica fue aumentando, y cada pocos segundos caía un rayo en el valle donde habían estado alojados. El fragor era tan fuerte que no se oían hablar el uno al otro. Después, terminó de una manera más bien brusca. La lluvia aflojó y escampó, y el viento quedó reducido a una brisa limpia y húmeda.
El riesgo se unió a otro mayor, que seguía ascendiendo.
—Busca un terreno elevado —dijo Corran—. ¿Percibes tu sable láser?
—No —dijo ella—. Hay algo que produce interferencias, más de las habituales.
—Yo también lo siento —dijo Corran—. Es Zonama Sekot. Pasa algo malo.
—Hemos fracasado —dijo Tahiri—. Nom Anor ya ha hecho lo que se proponía, fuera lo que fuera. Estoy segura.
—Todavía podemos tener tiempo de detenerlo —repuso Corran—. Concéntrate. Utiliza tu sentido vong.
Ella cerró los ojos, y Corran percibió que se relajaba y se dirigía a un lugar donde no podía llegar él.
—Lo percibo —dijo por fin—. Está más adelante, arriba.
Para cuando el cielo empezaba a alborear por el este, habían alcanzado una amplia meseta alta donde había señales de convulsiones recientes. La base de piedra se había quebrado en algunas partes, por debajo de la tierra, y asomaban algunos estratos rocosos. El suelo estaba negro, encenizado, y la poca vegetación que quedaba estaba aplastada, aunque quedaban aquí y allá troncos quemados de boras más grandes, como columnas de antiguos templos en ruinas.
—Lo he perdido —dijo Tahiri con un asomo de desánimo en la voz—. Puede estar en cualquier parte por aquí arriba Corran asintió. En las partes donde quedaba tierra, ésta estaba cubierta de una superficie de hierba esponjosa donde no se dejaban huellas.
—Seguiremos adelante en la misma dirección general —dijo Corran—, a menos que…
Oyeron muy por encima de ellos un leve estallido, como un rayo muy breve y lejano.
—Una detonación supersónica —murmuró, buscando con la mirada entre los cielos. Las nubes se habían despejado, y sólo quedaban algunas muy altas y tenues.
—Allí —dijo Tahiri. Señaló un punto que se movía rápidamente en las alturas.
—Buena vista —le dijo Corran—. A ver si aciertas a la primera hacia dónde se dirige eso.
—Hacia donde esté Nom Anor.
El punto descendía rápidamente hacia la meseta. Corran miró hacia la continuación de su trayectoria y captó un leve movimiento cerca de un bosquecillo de árboles pequeños.
—Vamos —dijo Corran—. Si corremos, podemos llegar a tiempo.
—Ya lo creo que vamos a correr —aseguró Tahiri.
* * *
Mientras Nom Anor observaba la llegada de la nave, el suelo tembló de pronto bajo sus pies. Aquello sólo duró un instante, pero él supo que se trataba sólo del principio. Miró hacia las aletas de guía de campo, todavía visibles, y vio que ascendía hacia el cielo un penacho de humo blanco. Frunció el labio. ¡Cómo se habrían reído los dioses si hubiera calculado mal el tiempo, si hubiera muerto en la explosión que había provocado él mismo!
Oyó un rumor en la hierba, a su izquierda, y percibió de reojo un color poco natural. Se volvió como en un sueño y se encontró con Corran Horn, que entraba en el claro con la muerte escrita en los ojos.
Nom Anor levantó la mirada hacia la nave que se aproximaba. Le faltaban pocos momentos para llegar, pero el Jedi iba a tardar menos todavía en matarlo. Se llevó la mano al sable láser robado… estaba a su espalda. Sólo le hacía falta ganar algo de tiempo para que aterrizara la nave de Choka y desembarcaran sus guerreros.
Corran Horn le gritó y corrió tras él. Nom Anor corrió sorteando los árboles, salvó de un salto una antigua fisura, y giró después a la izquierda, con la esperanza de poder ir regresando al claro. El suelo volvió a temblar; no lo suficiente para hacerle perder el equilibrio, pero casi. Echó una mirada atrás, vio que Horn le iba ganando terreno y se volvió de nuevo para correr con más fuerza.
Con el tiempo justo de ver un pie que venía hacia él a la altura de sus ojos. Tras el pie estaba Tahiri, que volaba por el aire con el cuerpo horizontal respecto del suelo.
La patada le alcanzó por encima de la nariz, echándole la cabeza hacia atrás y derribándolo por completo. Se dio contra el tronco de un árbol y perdió casi todo el aire de los pulmones. Se llevó la mano a la arma Jedi que se había metido en la faja, pero no la tenía.
De hecho, estaba en manos de Tahiri, y la hoja de energía ya estaba encendida.
—Esto es mío —dijo.
Corran había alcanzado a Tahiri.
—No lo mates —dijo el Jedi mayor.
—No lo mataré —respondió Tahiri; pero Nom Anor percibió el tono de su voz. No era un tono humano en absoluto. Aunque hablaba en básico, todos los matices de su habla eran yuuzhan vong. No había en ella el menor rastro de piedad, aunque sí muchas amenazas.
—Pero le voy a cortar los pies —prosiguió, acercándose a él—. Y después, las manos. A menos que nos diga cómo detener lo que ha hecho a Sekot.
—Hazme lo que quieras —dijo Nom Anor, procurando cargar su voz de todo el desprecio que era capaz—. Ya ha empezado. No puedes detenerlo.
—¿Dónde está Harrar? —preguntó Corran.
—Está muerto —respondió Nom Anor—. Lo he matado.
Vio que la punta del sable de Tahiri descendía hacia su pie, e hizo un gesto de dolor mientras ella le dibujaba una quemadura poco profunda de un lado a otro del tobillo.
—No, Tahiri —le ordenó Corran.
Ella entrecerró los ojos todavía más, pero apartó la hoja.
—Sí, maestro —dijo.
—Ponte de pie, Anor.
Nom Anor empezó a incorporarse despacio.
—La nave está aterrizando, Corran —dijo Tahiri.
—Pero él no se va a marchar —dijo Corran—. Llevas encima un villip, ¿verdad, Nom Anor? Les vas a llamar y les vas a decir que se marchen, ahora mismo, o te cortaré la cabeza. Y esto, amigo mío, sí que no es un farol, ni mucho menos.
—No me obedecerán —dijo Nom Anor.
—Puede que no —le dijo Corran—, pero más te vale intentarlo.
Nom Anor miró a los ojos al hombre y comprendió que no mentía.
Buscó el villip que llevaba bajo el brazo, pensando desenfrenadamente.
Entonces, Zonama Sekot intentó arrojarlos a todos al espacio.
* * *
El suelo saltó bajo los pies de todos, y sonó en la Fuerza un grito de angustia que llenó la cabeza de Tahiri de tanto dolor, que ésta apenas notó nada cuando volvió a caer pesadamente al suelo. Intentó desesperadamente cerrarse al dolor de aquel mundo y recobrar el equilibrio, pero la voluntad que había detrás era demasiado fuerte. Se sentía como si le brotaran del interior un billón de agujas que le perforaran el corazón, los pulmones y los huesos. Se llevó las manos a la cabeza, gritando con la voz de Zonama Sekot. Vio borrosamente que Nom Anor se perdía, corriendo entre los árboles, que estaban inclinados en ángulos extraños.
«¡No! ¡Sekot, es él quien te está haciendo esto!».
Nunca llegó a saber si Sekot la había oído de alguna manera, o si su exclamación le había aportado la fuerza adicional que necesitaba para quitarse de encima aquel dolor enfermizo; pero, de una manera u otra, consiguió ponerse de pie.
Corran también estaba de pie, apoyado pesadamente contra un árbol.
—Corran…
—Un momento —dijo él—. Yo… Bueno. Creo que ya lo controlo.
Los dos Jedi avanzaron penosamente por el terreno accidentado. La nave ya estaba posada en tierra, y Nom Anor corría hacia ella. Tahiri corría como nunca en su vida, apoyándose en la Fuerza turbulenta que la rodeaba. Corran iba un poco por delante de ella. Iban ganando terreno al Administrador. Si eran capaces de alcanzarlo antes de que los guerreros de la nave hubieran tenido tiempo de desembarcar, todavía podían ser capaces de salvar a Sekot. Se aferró a esa esperanza mientras le faltaba el aliento en los pulmones y el corazón le palpitaba de manera desenfrenada e irregular.
Sin previo aviso, Corran extendió un brazo y la hizo caer de bruces. Aun antes de que hubiera tenido tiempo de sentirse traicionada, vio que también él caía. Menos de un latido del corazón más tarde, una nube de insectos aturdidores pasó silbando por donde habían estado los dos.
Entendió de pronto que Corran y ella debían de haber pasado aturdidos por el dolor de Sekot más tiempo del que ella creía. Los guerreros ya habían descendido de la nave y se habían ocultado alrededor del claro. Corran y ella estaban completamente rodeados.