CAPÍTULO 10

Tengo blips en el horizonte —murmuró Corran.

—Los veo —dijo Tahiri, algo consternada. Todo había marchado bien hasta entonces. Los agujeros en las defensas planetarias de Yuuzhan’tar habían estado donde se esperaba. Habían entrado bien por la atmósfera superior. Corran ni siquiera se había quejado de la manera de pilotar de ella. Pero ahora, cuando casi habían llegado, aparecían los problemas, que los acosaban como un qhal.

—No nos han visto todavía —le dijo ella—. Son voladores atmosféricos; no tienen patas como nosotros.

—No importa —dijo Corran—. En cuanto sospechen que algo es falso, la misión habrá terminado. Y estás entrando con demasiado ángulo.

—Lo sé —dijo Tahiri. Sentía que el casco de coral yorik de la nave empezaba a calentarse. Corrigió el ritmo levísimamente, pero aun esta acción los hizo botar bruscamente a través de una frontera térmica.

—Creí que sabías pilotar estas cosas —gruñó Corran.

—Y lo sé hacer —dijo ella, sintiendo que su irritación iba en aumento—. Quieres que evitemos a nuestros amigos de los blips, ¿no? Para eso tenemos que aterrizar deprisa, antes de que se acerquen lo suficiente para detectarnos.

—Nos van a ver —dijo Corran—. Porque, si no vas más despacio, vamos a arder como un meteorito.

—Tanto mejor —dijo Tahiri—. Ya has visto la carta del sistema. Deben de haber millones de satélites en órbita alrededor de Coruscant. Sin que nadie los mantenga, deben de caer por docenas todos los días.

—Bien observado —reconoció Corran—. Podremos desintegrarnos a gusto sin que se fijen en nosotros.

—Así es.

—Ya estamos a sólo diez klics del suelo.

Tahiri asintió con la cabeza.

—Aguanta, y esperemos que los dovin basal de esta cosa estén sanos.

Levantó el morro de la nave levemente, y avistaron su objetivo: el único mar de Coruscant. No se parecía a los holos que había visto. Allí parecía un zafiro engastado en plata, una piscina de tamaño planetario. Ahora, era como un amplio jade en un paisaje de color herrumbre y verdín.

Los voladores estaban casi a tiro.

—Esto va a ser muy, muy justo —dijo a Corran.

—Estupendo —dijo Corran, apretando los dientes.

—Por lo que he oído decir, has hecho cosas más locas que ésta.

—Sí. Yo. Soy un piloto muy preparado. ¿Cuántas veces has pilotado tú? ¿Tres?

—Aquí tienes los mandos, si los quieres.

Los mandos, naturalmente, consistían en una capucha de cognición que Tahiri llevaba sobre la cabeza. Pilotaba la nave convirtiéndose en parte de ella. Alguien que no fuera yuuzhan vong podría pilotarla (Jaina lo había demostrado), pero resultaba útil poseer el idioma y el instinto.

Y su instinto le decía que ya no podía esperar más; pues, de lo contrario, Corran iba a poder quejarse con razón. Desvió los dovin basal, apartándolos del planeta, matando su velocidad. Dirigió rápidamente hacia arriba la fuerza aplicada, con tal rapidez que los motores gravitacionales vivientes no fueron capaces de compensar la aceleración que arrastraban. Tahiri sintió que su peso se duplicaba, después se triplicaba, y la sangre de su cerebro empezó a buscarle salida por los dedos de los pies.

«Aguanta —pensó—. Aguanta».

La visión se le llenó de manchas oscuras, y sentía el pecho como si se le hubiera sentado encima un bantha. Vio que los blips se ponían a tiro, que entraban…

Entonces, la nave de forma de rombo dio en el agua y rebotó como una piedra plana. Todo se volvió loco por un instante. No llegó a perder el sentido, pero el dolor que sentía la nave la azotaba entre sus propios sentidos confusos. Gruñó, y después aulló.

Cuando volvió a ser dueña de sus ideas, lo vio todo verde.

Se hundían.

—Bueno —dijo Corran—. Eso ha sido interesante. ¿Estás bien?

—Sí. Ahora, vamos a ver si ha valido la pena.

Los blips (o, más bien, los símbolos proyectados que representaban a las naves que se aproximaban) seguían acercándose. Se seguían hundiendo, y algo crujió en la nave.

—Me pregunto qué profundidad hay aquí —pensó Corran en voz alta.

—Espero que no sea demasiado hondo —dijo Tahiri—. Si hago funcionar el motor estando ellos tan cerca, nos detectarán. El casco deberá ser capaz de resistir bastante presión.

Ya tenían a los blips justo encima de ellos, y de pronto rompieron la formación.

—Eso no es bueno —dijo Corran.

¡Khapet! —exclamó Tahiri con rabia. Lo había fastidiado. Ahora tendrían que luchar, que huir, con la esperanza de llegar a un lugar seguro desde el que saltar al hiperespacio antes de que los dominaran. «Vas bien, Tahiri. Demuestra a Corran que eres, verdaderamente, la niña tonta que él recuerda».

—Se marchan —dijo Corran con alivio—. Debían de estar investigando lo que había caído al agua, nada más. O el rastro de calor. Bien hecho —añadió, asintiendo con la cabeza—. No es que me hayan quedado muchas ganas de volver a hacerlo, pero…

—Ya somos dos —dijo Tahiri, soltando un suspiro y viendo que los voladores se alejaban, patrullando.

Sonó un crujido en alguna parte. Parecía como si se rompiera algo de cerámica.

—Bueno —dijo ella—. Vamos a ir subiendo poco a poco.

—De acuerdo —dijo Corran—; pero no salgas a la superficie… espera, ¿qué tal funciona esta cosa bajo el agua?

—Bastante bien. A no ser que tenga que usar vacíos.

—Sí, mejor no hagamos eso —dijo Corran—. ¿Puedes desactivar la función?

—Claro. Pero ¿por qué?

Corran tocó su datapad e hizo aparecer una carta de navegación.

—El Mar Occidental es como todos los mares: se alimenta del agua de los ríos. Pero, siendo Coruscant como es, los ríos son artificiales. Son grandes tuberías, para ser exactos. Si seguimos ésta —dijo, indicando un punto en la carta—, nos dejará bastante cerca de nuestro objetivo.

—Suponiendo que sigan allí las tuberías —dijo Tahiri—. Yuuzhan’tar no es Coruscant.

—Vale la pena mirarlo —dijo Corran—. Vale la pena cualquier cosa que nos mantenga por debajo del nivel de detección; y según lo que nos cuentan Jacen y nuestros mejores servicios de inteligencia, no tienen un gran control de una buena parte de los subterráneos antiguos. Por eso está allí nuestro Profeta, supongo.

—No es el camino por el que nos dijo que viniésemos.

—No, no lo es —dijo Corran—. Y eso significa otro punto a su favor, en lo que a mí respecta.

Tahiri asintió con la cabeza y cambió el rumbo.

—Espero que no nos demos con nada —dijo—. Sólo veo a diez metros de distancia o cosa así.

—Ve despacio. Ya no tenemos prisa. Faltan varias horas para la cita.

Encontraron el río, un tubo inmenso que, según el análogo a radar de la nave, tenía un diámetro de unos cien metros. Tahiri los mantuvo centrados y fue ascendiendo poco a poco por la tubería.

—Tiene gracia —dijo al cabo de unos minutos.

—¿Gracia de reírse, o gracia de morirse?

—Gracia de que es raro. ¿De qué están hechas estas tuberías?

—De durocemento, principalmente. ¿Por qué?

—Eso indicaba la firma del sensor cuando entramos. Pero ahora ha cambiado.

—Cambiado, ¿en qué?

—Es irregular.

—Quizá se esté descomponiendo —propuso Corran.

—Y no es de metal —añadió ella.

—Deja que lo adivine. Está vivo.

—Probablemente.

Corran se rascó la barba.

—Los yuuzhan vong deben de estar sustituyendo los sistemas de drenaje no biológicos por otros biológicos. Sería propio de ellos.

—Sí.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde el cambio? ¿Cuánto nos hemos adentrado en la parte nueva?

—Acabamos de pasarlo. Sólo hemos subido unas decenas de metros.

—Bien —dijo Corran—. Retrocede. Quiero pensarme esto un momento.

—Tú mandas —dijo Tahiri, encogiéndose de hombros.

—Así es. Me preguntaba si lo sabías —repuso él. No parecía que estuviera de broma.

Tahiri dio marcha atrás hasta que volvieron a estar en el túnel antiguo.

—¿Qué usarían ellos en lugar de la tubería vieja? —preguntó Corran—. ¿Nos disponíamos a subir por las tripas de un gusano gigante?

Tahiri reflexionó.

—No estoy segura del todo —dijo—. Los damuteks de los cuidadores tienen piscinas de sucesión en sus centros. En ellas entran los residuos para purificarse, y tienen unas raíces que penetran en el planeta para absorber agua y minerales.

Corran asintió con la cabeza.

—Recuerdo haber oído contar que Anakin bajó por una de esas «raíces» para poder esconderse en cuevas subterráneas el tiempo suficiente para construirse un sable láser nuevo.

—Sí, eso hizo.

—¿Y tú crees que los yuuzhan vong están convirtiendo el Mar Occidental en una enorme piscina de sucesión?

—Puede ser. O quizá se parezca más a las fauces luur de una nave. Es la misma idea: una planta combinada de banco de nutrientes y tratamiento de residuos; pero la tecnología es algo distinta, porque las fauces luur de una nave son un sistema cerrado. No estoy segura de qué utilizarían en este caso; pero Coruscant era, en muchos sistemas, más parecido a una mundonave que a un planeta normal, ¿verdad? ¿No es cierto que no tenía ecosistema natural?

—Así es. De hecho, el Mar Occidental ya cumplía, en parte, un propósito parecido al que has descrito.

—Claro. De modo que, mientras siguen desmontando el planeta, puede que su diseño provisional se base más en una mundonave que en un planeta.

—Tiene sentido. De modo que, si esto son unas grandes fauces luur, nosotros estamos… —abrió mucho los ojos—. Sácanos de aquí, ya.

Tahiri dio la orden, y los dovin basal cobraron vida. Empezaron a retroceder hacia la entrada.

—Cambio de planes —dijo Corran—. No tengo ninguna intención de ascender por un sistema digestivo de tamaño planetario.

—Lamento decirlo —dijo Tahiri—, pero esa revelación…

Algo golpeó la nave con fuerza.

—… puede haber llegado un poco tarde.

—¿Qué es eso? —dijo Corran.

—Algo grande —dijo Tahiri—. Y nosotros estamos dentro.

—¡Pues sácanos!

—Lo intento; pero debe de tener una masa diez veces superior a la nuestra.

A Tahiri empezó a arderle la piel de pronto.

—Ay, ay —murmuró—. Sea lo que sea, es capaz de digerir el coral yorik.

—¿Forma parte de las fauces luur?

—En las fauces luur hay organismos simbióticos que contribuyen a disgregar las cosas más grandes. Pero nada tan grande como esto.

—Pero éstas son unas fauces luur francamente grandes —dijo Corran—. Que digieren cosas francamente grandes.

—Es verdad —respondió Tahiri—. En todo caso, si tienes alguna sugerencia sobre lo que podemos hacer aquí.

—Disparar el cañón de plasma.

¿Se había vuelto loco Corran?

—¿En un lugar cerrado? Eso puede ser malo.

—También podría ser malo que nos digirieran.

—Es verdad.

Contuvo un chillido cuando el plasma saltó al agua y la hizo hervir al instante, quemando y comprimiendo el casco de la nave. La presión y el calor aumentaron, se acumularon… y de pronto, empezaron a rodar y quedaron Ubres. Cuando se estabilizaron por fin, el agua que iluminaban los faros había adquirido un color rojo oscuro, negruzco, y flotaban por todas partes trozos de carne pulverizada de mal aspecto.

—Bueno, qué asco —dijo Corran.

—Sí —coincidió Tahiri—. Y éste tubo es absorbente.

—Eso creo. Vamos a salir de él.

—No —dijo ella intentando mantener la calma—. Quiero decir que nos está absorbiendo, probablemente por un efecto de capilaridad, como las raíces de una piscina de sucesión.

—Sin duda, no será difícil contrarrestarlo con los dovin basal, ¿no?

—No sería nada difícil —dijo Tahiri—. Si funcionaran los dovin basal.