CAPÍTULO 20
Nen Yim sintió una conmoción cuando pisó el suelo de Zonama Sekot, cubierto de hojas. La sensación le recorrió desde los dedos de los pies hasta las puntas de su tocado con palpos, y la dejó boquiabierta. Recordó la primera vez que había puesto el pie en un planeta de verdad, de piedra y tierra, con biosfera. Era la luna de Yavin 4, poco antes de su ascenso a la categoría de adepta. Se había llenado de asombro, de fascinación y de emoción. A primera vista, Zonama Sekot no era muy diferente de Yavin. Un alto dosel de vegetación se cernía sobre ella, y los ruidos extraños de los animales y los insectos producían un zumbido constante. A pesar de todo… era diferente. Yavin 4 había sido absolutamente distinto de todo lo que había conocido ella en su vida, e incluso Yuuzhan’tar, a pesar de estar ya bioformado con plantas y animales del mundo de origen perdido, producía una sensación equivocada.
Pero aquel lugar le producía una sensación correcta, como no se la había producido siquiera la mundonave en la que se había criado ella. Era como si le hubieran amputado una parte de su ser, sin que ella la hubiera echado en falta siquiera hasta que se la habían devuelto.
Advirtió que tenía la boca abierta, y la cerró. Miró a sus compañeros; todos habían descendido ya de la nave sekotana averiada. Harrar y el Profeta parecían atónitos, como debía parecerlo ella también. Los dos Jeedai tenían aire de curiosidad, pero estaba claro que el planeta no ejercía sobre ellos el impacto que le había causado a ella. Claro que le costaba trabajo interpretar los rostros humanos, a pesar de sus semejanzas de estructura.
Intentó quitarse de encima aquella sensación para poder observar de manera objetiva. ¿Podía existir en el aire algún tipo de polen, algún microbio que afectara a los yuuzhan vong pero no a los humanos? Era posible. Algo que adormecía la mente pensante y producía sentimientos de integración. En las mundonaves se habían empleado drogas así para que la población no se volviera loca entre la larga oscuridad.
—Debo empezar inmediatamente —dijo.
—Este es el lugar —afirmó el Profeta. Cosa extraña, parecía sorprendido. Harrar no dijo nada, pero la mirada que dirigió al Profeta sólo podría interpretarse como de respeto.
Nen Yim, molesta de pronto, volvió a la nave para recoger algunos de sus instrumentos. Al cabo de un momento advirtió que Yu’shaa la seguía.
—¿Qué quieres? —le preguntó.
—Quisiera ayudarte.
—No necesito ayuda de… —replicó ella, sin concluir la frase.
El Profeta se irguió ante ella.
—¿De un Avergonzado? —dijo—. Vamos, Nen Yim. Tú piensas, y creo que en cierto modo eres hereje también. ¿No eres capaz de ver más allá de mis desfiguraciones y de comprender que tú y yo hemos venido aquí para el mismo fin?
A Nen Yim la recorrió una sensación cálida que le resultaba poco familiar, y sus palpos temblaron de consternación.
—Está bien —dijo—. Esta nave ya no está en condiciones de servir de laboratorio. Quiero sacar mis aparatos e improvisar algún tipo de refugio. Puedes ayudarme con eso si quieres.
—No lo lamentarás, maestra Yim.
Ella asintió con la cabeza y siguió caminando hacia la parte trasera de la nave. Hablar con un Avergonzado la molestaba, aunque ella sabía que no debiera molestarla.
* * *
Corran se secó el sudor de la frente.
—Después de esto —dijo—, nuestra prioridad siguiente es encontrar a Luke.
Cortó otro arbolito por la base con su sable de luz y lo añadió al montón. Tahiri, cerca de él, hacía lo mismo.
—Ya está. Con esto debería bastar para el armazón.
—No sé cómo te irá a ti, pero el planeta me sigue interfiriendo los sentidos. ¿Cómo podremos encontrar al maestro Skywalker sin la Fuerza? —preguntó Tahiri—. El planeta es grande. No podemos ponernos a andar sin más, con la esperanza de darnos con él.
—No; pero se supone que este planeta está habitado; por ferroanos, si no lo he entendido mal; y éstos serán capaces de ayudarnos a ponernos en contacto con los demás.
—No he visto ningún indicio de civilización.
—Yo tampoco —reconoció Corran—. Pero empezaré a buscar mañana. Haré sólo exploraciones cortas, y quizá pueda convencer a Harrar y al Profeta para que me acompañen.
—¿Y yo? —preguntó Tahiri—. ¿Qué hago yo?
—Quiero que vigiles a la cuidadora. Tú la conoces mejor que yo. Lo que no quiero es que ninguno de ellos se quede a solas demasiado tiempo.
—Entendido —respondió Tahiri.
Corran se echó los troncos al hombro y emprendió el camino de vuelta hacia el claro del bosque próximo a la nave, donde Nen Yim estaba depositando diversos biotos extraños.
—¿Qué habéis hecho? —preguntó Harrar cuando los vio, con un tono cargado de reproche.
—Nen Yim dijo que necesitaba un refugio —explicó Corran—. La nave está bastante deteriorada, y seguramente no será muy agradable cuando empiecen a deteriorarse sus componentes orgánicos; por eso hay que construir una choza. Estos troncos nos servirán de armazón.
—¿Habéis matado a seres vivos para construir un refugio? ¿Debemos alojarnos bajo vida muerta?
—Sí, a menos que hayáis traído los medios para hacer crecer vuestro propio refugio. No sé tú, pero yo no quiero dormir bajo la lluvia. A menos que tengas una idea mejor.
—Yo… tenlo en cuenta —le suplicó el sacerdote—. Hemos venido a este lugar siguiendo las leyendas que hablan de un planeta vivo, de un planeta distinto de todos los demás. Si esas leyendas son ciertas, ¿hacemos bien empezando por matar a seres? ¿Y si el planeta se enfada?
—Nunca creí que oiría decir a un yuuzhan vong algo que se pareciera remotamente a esto —dijo Corran—. Vosotros empezasteis esta guerra, no talando unos cuantos arbolitos, sino ecosistemas completos. ¿Te acuerdas de Belkadan? ¿Te acuerdas de Ithor?
—Sí —dijo Harrar tajantemente. Parecía que quería decir algo más, pero no lo dijo.
Corran echó una mirada a los arbolitos.
—Por desgracia, tienes razón —reconoció—. Lo hice sin pensar. Supongo que eso significa que debemos encontrar algún tipo de refugio natural. Quizá una cueva o un abrigo rocoso. Puede haber alguno en ese terreno elevado que está hacia el este. ¿Quieres acompañarme, Harrar?
—Sí, quiero —dijo el sacerdote—. Y… gracias por tomar en cuenta mis palabras.
—¿Y tú, Yu’shaa? —preguntó Corran, con esperanza de animarlo.
—Yo voy a emprender una expedición de recolección —dijo Nen Yim—. Él me acompañará.
—Eso suena bien —dijo Tahiri—. ¿Puedo ir yo?
«Bien hecho, chica», pensó Corran.
La cuidadora se encogió de hombros con gesto ambiguo.
Tahiri intercambió una rápida sonrisa mental con Corran. A éste le maravilló la rapidez con que Tahiri había convertido un paso en falso en una oportunidad, resolviendo sus problemas más urgentes de manera bastante hábil. Ojalá supiera él mismo resolver tan bien las situaciones sociales.
* * *
Nom Anor observaba a Nen Yim, que se movía entre plantas de aspecto de cañas, las acariciaba con su mano de cuidadora y grababa de vez en cuando datos misteriosos en un qahsa portátil. La mocosa Jedi estaba sentada en un tronco caído, a cierta distancia, fingiendo que aquello no le interesaba; pero, en realidad los estaba vigilando.
La cuidadora llevaba horas enteras «recolectando», pero Nom Anor no la había visto recolectar nada. Había examinado con intensidad singular los árboles, arbustos, musgo, hongos y artrópodos. No había comentado ninguna de sus ideas, aunque las expresiones que se asomaban a su rostro, habitualmente impasible, indicaban que sí le venían muchas ideas.
Pero una cosa sí había quedado clara. Shimrra tenía razón al tener miedo a aquel planeta. Nom Anor había leído en los rostros de sus compañeros yuuzhan vong que éstos sentían la misma afinidad hacia aquel mundo que él. Cuando había pergeñado su profecía, se había basado en algunos datos sueltos espiados y en leyendas muy antiguas (y muy prohibidas). Él mismo no la había creído, claro está. Lo único que intentaba era dar a sus seguidores un rayo de esperanza en tiempos difíciles. Darles algo concreto por lo que luchar: un mundo de origen y una redención.
Ahora, debía replantearse todo aquello. Zonama Sekot era real, y no parecía imposible en absoluto que se tratara del planeta de las leyendas.
Naturalmente, en las leyendas aparecía como un lugar prohibido. Las leyendas prohibían entrar siquiera en la galaxia donde se encontraba tal planeta. ¿Qué quería decir aquello? ¿Habrían perdido los yuuzhan vong una guerra contra Zonama Sekot en el pasado? ¿Había conocido Shimrra la presencia del planeta en aquella galaxia aun antes de que comenzara la invasión? Habían corrido rumores de que Quoreal no se había atrevido a invadir. Después, Quoreal había muerto, y Shimrra había ascendido al trono. ¿Había desafiado el Sumo Señor a las profecías, a los dioses mismos?
¿O estaba equivocada la leyenda en algún sentido? Desde luego que Zonama Sekot no producía la sensación de ser un lugar prohibido.
No importaba. Había llegado su momento. Se había demostrado la realidad de su profecía, y los Avergonzados acudirían a él cada vez en mayor número. Su ejército crecería, se haría imparable, hasta que cayera Shimrra, y se alzara Nom Anor…
Sí. No se alzaría para gobernar a los gloriosos yuuzhan vong, pero sí un estado de Avergonzados.
Bueno. Era mejor que morir, era mejor que nada.
Una exclamación de Nen Yim lo arrancó de sus fantasías. Miró hacia ella, y la vio inclinada sobre una nueva planta, una planta con largas frondas filamentosas. O puede que no se tratara de una planta, pues parecía que las frondas tenían movimiento propio.
—¿Qué es? —preguntó.
—Un árbol lim —murmuró ella. Parecía asombrada—. O un Pariente muy próximo.
Nom Anor no había oído hablar nunca de los árboles lim. Antes de que hubiera tenido tiempo de preguntarle qué eran y por qué le causaba aquello tanta sorpresa, Nen Yim se volvió hacia ella con ojos casi feroces.
—¿Crees de verdad que éste es el planeta de tu profecía?
—Claro —respondió Nom Anor—. ¿Por qué, si no, iba a haber corrido tantos peligros para encontrarlo?
—¿De dónde salió esa profecía? —le preguntó ella.
—De una visión que tuve… de este mundo, que brillaba como un faro, como una estrella nueva en los cielos de Yuuzhan’tar.
—¿En los cielos de Yuuzhan’tar?
—Así era mi visión —dijo él—. Pero las profecías no siempre son literales. Ahora mismo estamos en el cielo de Yuuzhan’tar, aunque a tanta distancia que ni siquiera será visible la estrella misma alrededor de la cual gira este planeta. Creo que quería decir que Zonama Sekot estaba aquí, en las estrellas, esperando que lo encontrásemos y que fuésemos dignos de él. Y eso hemos hecho.
—¿Y crees que será la redención de los Avergonzados?
—Sí. Pero no sólo de los Avergonzados. Cuando éstos se rediman, nos redimiremos todos.
—Pero… esa visión… ¿de dónde salió? —insistió ella.
—No conozco la fuente verdadera de mis visiones —dijo Nom Anor prudentemente—. Sólo sé que siempre se cumplen. Es posible que las envíen los dioses. Es posible que las haya enviado este planeta mismo. ¿Qué importancia tiene?
—Importa, porque esto es un árbol lim —dijo ella.
—No te comprendo.
—El árbol lim era una planta del mundo de origen. Lleva extinto mucho tiempo, salvo como código conservado en el Qang qahsa. Yo cultivé uno para adornar mi aposento en la corte de Shimrra.
—Y ahora encuentras uno aquí. Es curioso.
—No; no es curioso. Es imposible.
Nom Anor esperó a que ella se explicase más.
—Estas otras cosas, estas plantas y criaturas que nos rodean —dijo—, comparten muchas cosas con nuestra propia biota, a nivel celular y molecular. Ésta es una de las cosas que he venido a confirmar. La nave sekotana podía ser una casualidad, una semejanza falsa fruto de una ingeniería semejante a la nuestra. Pero toda esta vida que nos rodea aquí ha evolucionado de manera natural, o al menos en su mayor parte. No lleva ninguna muestra de haber sido conformada. Y aunque, como he dicho, existen motivos para creer que nosotros mismos estamos relacionados biológicamente con todo esto, no había visto ninguna otra especie que se correspondiera directamente con alguna de las formas de vida extintas del mundo de origen.
—Pero este árbol lim sí es una de nuestras especies.
—Sí. Las diferencias entre este árbol y un lim son tan pequeñas, que deben de compartir un antepasado común que vivió hace sólo unos cuantos milenios.
—Sigo sin comprender la importancia que tiene esto.
Ella le dirigió una mirada de impaciencia.
—Las relaciones a nivel molecular se pueden explicar por la existencia de un antepasado común hace millones de años, o incluso miles de millones. No resulta tan aventurado suponer que en ese tiempo pudo llegar aquí vida de nuestra galaxia de origen, traída por alguna raza de viajeros espaciales extinguida hace mucho tiempo, o simplemente en forma de esporas arrastradas por el leve empuje de la luz y de las corrientes gravitacionales. Pero algo tan complejo y tan concreto como un árbol lim no se puede explicar de esa manera. Indica un contacto más reciente entre este mundo y el nuestro.
—Es posible que el comandante Val se dejara un ejemplar.
—Cuando busqué en el Qang qahsa el código genético para cultivar mi árbol lim, llevaba mil años sin consultarse. La planta no tiene ninguna utilidad para una raza de viajeros en el espacio.
—Entonces, ¿qué explicación le das?
—No puedo darle ninguna. Es posible que existiera una nave anterior, una mundonave que partiera de nuestra galaxia mucho antes de la flota principal. Quizá vinieron aquí… —se interrumpió—. No, eso no puede ser más que conjeturas. Necesito más datos antes de poder decir cosas así.
Nom Anor sonrió.
—Pero he de decir que es un placer oírte decir cosas así. Tu pasión resulta evidente. Eres la honra de nuestro pueblo, Nen Yim. Encontrarás nuestro buen camino.
Esto arrancó a Nen Yim una sonrisa.
—Pensé que ésa era tu tarea —repuso.
—Yo tuve la visión, pero tú eres la que la estás haciendo realidad. En este viaje hago poco más que el papel de pasajero.
—No obstante, tu visión ha resultado interesante.
—Quisiera entender algo mejor tu trabajo para poder ayudarte de verdad.
—Puedes ayudarme, si estás dispuesto a aprender.
—Estoy deseoso —dijo él.
—Bien. Lleva tú el qahsa y registra lo que te vaya diciendo. Voy a recoger algunos ejemplares vivos de los artrópodos que viven en ese tronco podrido que hay allí.
Y, dicho eso, puso en manos de Nom Anor todo un mundo de información. Él lo contempló, con la sensación de haber obtenido una victoria pero sin saber bien qué hacer con ella.