CAPÍTULO 24
Jaina desaceleró e hizo otra pasada junto al Mon Mothma, acercándose a un metro de la piel del destructor estelar. De pronto, le pareció que se deslizaba sobre un amplio plano blanco, ligeramente curvo. Apareció por delante un bulto negro e irregular, y ella viró hacia ahí. En el último instante, activó los repulsores y subió el morro, lanzando todos los gases de su estela contra el grutchin, que se soltó. Su cuerpo achicharrado se perdió en el espacio, como el de los otros veinte, más o menos, con los que ya había terminado.
—Esto llega a ser divertido, la verdad —dijo Jaina. Tendría que preguntar al tío Luke si cazar ratas womp era algo así.
—Eso lo dirás tú —dijo Gemelo Dos—. Acabo de chocar con un estabilizador.
—Pues ten cuidado. Si te estrellas con el casco, causarás daños mayores que cualquier grutchin.
—Qué conmovedor, cómo te preocupas por mi seguridad —respondió Dos.
—Es que tengo un gran corazón… Bueno, creo que ya casi hemos terminado.
—Justo a tiempo para la diversión de verdad —dijo Rar.
—Ya lo veo.
Las naves grandes volvían a acercarse, y el espacio se había llenado de luz por sus bombardeos mutuos. Y llegaba el resto de los coris; no tan deprisa como los de avanzadilla, pero el doble de calientes. Jaina comprobó las nuevas órdenes.
—De acuerdo —dijo—. Vamos a evaporar unos cuantos coris.
* * *
—Verdaderamente, no quieren que nos marchemos —murmuró Wedge. Había pensado en atacar con fuerza hacia uno de los interdictores, para poder salir de allí, pero los yuuzhan vong los tenían lejos y muy bien guardados.
Aquello era bueno, en cierto sentido: les otorgaba una situación casi de equilibrio en la batalla propiamente dicha. Aunque los otros tenían naves a sus espaldas, no las estaban empleando para nada, salvo para impedirle que huyera hacia allí. Y tampoco tenían naves suficientes para intentar rodearlos.
A pesar de todo, entablar combate abierto era una posibilidad dudosa con tal igualdad numérica. El no había ido allí para mantener un combate igualado… la Alianza no podía criar naves nuevas, como las criaban los yuuzhan vong.
No obstante, un avance hacia uno de los interdictores equivaldría a un suicidio en aquellos momentos.
—Señor —dijo la teniente Cel—, creo que he encontrado una de las Golan.
Wedge enarcó las cejas con sorpresa. Había pedido a la teniente que buscara alguno de los puestos de combate que había destacado allí el Imperio en tiempos, o cualquier otra cosa que estuviera operativa; pero, en realidad, no había esperado que encontrara nada. Los astilleros habían desaparecido prácticamente; habían servido para alimentar la flota yuuzhan vong. Y los puestos de combate habían estado todos alrededor de los astilleros.
—¿Dónde está?
—Muy desviado de su órbita, si es que se trata de alguno de los que teníamos en las cartas. Y su órbita actual es excéntrica.
Wedge miró la pantalla.
—Eso sí que está lejos.
—Puede que haya ido a la deriva todo el tiempo; o puede que los de los astilleros lo pusieran aquí por algún motivo. A pesar de todo, es raro que los vong no se hayan fijado en un objeto de ese tamaño.
—No lo sé, señor; pero también a nosotros se nos pasó por alto en su primera pasada. Como has dicho, señor, está muy lejos.
—¿Tiene todavía activo el núcleo de energía?
—Sí, señor.
—Entonces, puede que todavía tenga cañones. Será mejor que lo comprobemos… podría hacernos falta.
—¿Vamos a llevar el combate hasta allí, señor?
—No, a menos que yo sepa que funciona. ¿Han terminado los Soles Gemelos su labor de limpieza? —preguntó.
—Sí, señor. Se dirigen al crucero Olemp.
—Ponme con la coronel Solo.
—Sí, señor.
* * *
El comunicador de Jaina soltó un pitido. Vio con sorpresa que se trataba del general Antilles, por un canal cerrado y muy codificado.
—¿Señor?
—Tengo un encargo que te puede parecer un poco más emocionante que quemar bichos —dijo Wedge.
—Voy a estar muy ocupada dentro de poco, general. ¿Que necesitas?
—Necesito que me encuentres al almirante Kre’fey.
—¿Al almirante Kre’fey, general?
¿De qué le estaba hablando Wedge?
—Algo falla en la HoloRed —le explicó Wedge—. Nosotros estábamos haciendo de avanzadilla de otras dos flotas. Pero, como no podemos ponernos en contacto con ellas, no se han presentado. Necesito que lo encuentres en seguida y que lo traigas aquí. Que él mande a alguien en busca de Pellaeon.
—Señor, ¿no vendrán por su cuenta cuando se den cuenta de que lo que falla es la HoloRed, y no es que aquí pase algo malo? —preguntó Jaina.
—No deben hacerlo. Ellos no saben, ni lo sé yo tampoco, si la caída de la HoloRed encubre un ataque contra Mon Cal o contra los imperiales, y si nuestro grupo de combate ya es pasto de las estrellas. Necesito que le hagas saber que seguimos bien.
—General, ¿quieres que abandone la batalla?
¿En qué se había convertido su escuadrón? ¿En los chicos de los recados? Había una batalla por delante.
—Unos cuantos cazas pueden superar los conos de interdicción. Nuestros navíos capitales no pueden. Sin embargo, como dudo que te lo vayan a poner fácil, no creo que te quejes de falta de acción. En cualquier caso, este asunto tiene una segunda cara, si de verdad no te apetece salir del Sistema Bilbringi. Nuestros sensores de larga distancia indican que una de las estaciones de combate de Golan II puede estar operativo aún. Si las cosas marchan mal aquí, podría servirnos de punto de reunión; pero necesito que funcione. Si no funciona, y no se le puede hacer funcionar, también tengo que saberlo. Envía a uno de tus grupos en busca de Kre’fey y toma la estación de combate con los otros dos.
—Sí, señor.
—Todos contamos contigo, coronel.
«¿Estás seguro de que lo único que pretendes no es sacarme de la acción?», se preguntó Jaina. A ella le parecía que la situación estaba muy igualada desde el salto en masa que se había producido hacía unos minutos. ¿Por qué estaba tan preocupado Wedge?
Llegó a la conclusión de que aquello no era asunto suyo. Había recibido unas órdenes. No era la primera vez que recibía órdenes que no le gustaban, ni sería la última.
Cambió de frecuencia.
—Gemelos, acabamos de recibir nuevas órdenes. Cimitarras, os quedáis solos. Buena suerte.
—Recibido, Gemelo Uno.
—Gemelos, seguidme.
En cabeza del escuadrón, se apartó verticalmente del plano de la eclíptica del sistema, y después emprendió la huida a toda velocidad hacia el espacio abierto.
—¿Estamos huyendo, coronel? —preguntó Jag, con un matiz muy claro de sorpresa en su voz, habitualmente sobria.
—No exactamente —dijo ella, aunque también se lo parecía.
—Tenemos ventaja —informó Ocho—. Nos persiguen, pero los hemos dejado bastante atrás.
«Wedge debería haber enviado al Cimitarra, —pensó Jaina—. Los Ala-A son más veloces».
—Nos alcanzarán, Ocho —dijo—. Antes de que nos alcance, quiero que nos hayamos distanciado de las flotas. Nos vamos a separar. Jag, en cuanto estemos fuera del alcance de ese interdictor, te llevarás a Cinco y a Seis a las coordenadas que te envío. Nosotros te cubriremos hasta que hayáis realizado el salto.
—¿El salto, coronel?
—Sí. No sé lo seguro que es este canal, y estoy segura de que alguien nos está prestando mucha atención en estos momentos.
Da el salto y ponte en contacto con tu superior, que encontrarás allí. Dile que adelante en todo. ¿Entendido?
—Recibido. ¿Y tú?
—Nosotros tenemos otra tarea que hacer.
—Entendido —dijo Jag.
Casi estaban despejados para dar el salto cuando se puso a distancia de tiro el primero de los coris.
—De acuerdo —dijo Jaina—. Vamos a dejarles la distancia necesaria para dar el salto. Buena suerte, Cuatro.
—Recibido —dijo Jag. No parecía contento. Jaina suspiró y pasó a un canal privado.
—Jag, necesito a alguien de confianza, a alguien con experiencia de mando. ¿Puedes hacerlo, o no?
—No me gusta. No me gusta dejarte atrás a ti.
—Entonces, haz tu tarea y vuelve deprisa, ¿de acuerdo?
—Sí, mi coronel.
Empezaron a pasar junto a ella disparos de plasma.
—Ya no queda tiempo para hablar —dijo—. Vete.
Jaina trazó un giro a babor y volvió hacia atrás. Dos coris seguían al Tres de cerca. Se situó tras uno de ellos y empezó a disparar, al mismo tiempo que hacía maniobras evasivas para confundir a su propio perseguidor. Acertó a uno de los objetivos con un torpedo, y voló de lleno hacia la masa en expansión de plasma y coral. Al no poder ver nada, tiró de la palanca de mando, trazando un giro hacia arriba y hacia atrás…
Y cayó tras la cola de su perseguidor. Lo situó en su visor con frialdad. Le lanzó unos cuantos disparos a través de las defensas de vacío, pero al parecer ninguno acertó a nada importante, pues el cori siguió persiguiendo a Jag y a sus compañeros, sin dejar de disparar. Jaina ya tenía a dos más a la cola, y sus compañeros de vuelo estaban ocupados en otra parte. La Ala-X se agitó al recibir un impacto fuerte en sus escudos, y perdió de vista por un momento al cori en su visor. Capi soltó un chillido.
El cori iba a alcanzar a Jag antes de que éste tuviera tiempo de saltar.
Jaina disparó su último torpedo y lo escoltó con fuego graneado. Apareció un vacío, y el torpedo explotó antes de ser absorbido, que era para lo que estaba programado. El fuego de láser de Jaina azotó al cori, que estalló en un anillo de iones en expansión.
Llegaban otros dos por un lado. No iba a ser capaz de contenerlos a todos.
Entonces, Jag y su grupo desaparecieron.
Cuídate, Jag, pensó ella.
Viró con fuerza a estribor y hacia debajo del horizonte, más preocupada ya por los coris que tenía a su espalda que por los que pudiera tener delante. Estuvo a punto de chocar con uno que no había visto. Lo tenía justo en el visor, y le dio lo suyo. El cori no explotó, pero se desvió dando tumbos, claramente averiado.
—Te tengo, jefe de Gemelos —dijo el Ocho.
Dos explosiones a sus espaldas, y de pronto había quedado libre de nuevo. La situación empezaba a equilibrarse.
—En formación —dijo—. Tenemos que seguir juntos, o irán acabando con nosotros uno a uno.
El Nueve estaba especialmente lejos del combate.
—Nueve, también lo digo por ti.
—Lo siento, coronel. No puedo hacer nada. He perdido un motor y me han dado en los estabilizadores.
—Entonces, espera; vamos por ti.
Pero a los pocos segundos, el Ala-X se apagó, desintegrada por el fuego de tres coralitas. Ella, al verlo, se sintió vacía y paralizada. Después, se quitó de encima la impresión… Ahora estaban en mayor inferioridad que antes, y comprendió que Wedge había tenido razón. Vio por los escáneres de larga distancia que llegaban todavía más coralitas hacia ella, haciendo el impulso alrededor del interdictor.
«Tendremos suerte si sobrevive alguno de nosotros».
Ya no lamentaba tanto haber dejado la batalla principal. Ya veía la Golan. Todavía estaba muy lejos, cerca del borde del ancho cinturón de asteroides de Bilbringi.
—Vamos a llevarlos a través de las piedras, gente.
A los pocos momentos, estaban sorteando asteroides que iban desde el tamaño de guijarros pequeños hasta el de verdaderos monstruos. Se adentraron en el cinturón, y los coris acelerados cambiaron de rumbo para seguirlos. La mayoría de ellos tuvieron el sentido común de desacelerar cuando vieron dónde se iban a meter. Algunos no, y Jaina tuvo la satisfacción de verlos pulverizarse contra rocas gigantes. Cosa extraña, Jaina empezó a relajarse. Aquélla era la especialidad de los Soles Gemelos, el combate de caza contra caza en circunstancias complicadas. Era evidente que los yammosk que dirigían la gran batalla habían dejado libres a aquellos para que lucharan por su cuenta. Peor para ellos.
Otra ventaja era que los escudos de las Ala-X repelían a los asteroides pequeños. Los vacíos de los yuuzhan vong, de hecho, los atraían. No era un problema muy grave para los yuuzhan vong, porque cualquier roca espacial lo bastante pequeña para ser atraída por las singularidades puntuales, también podía ser absorbida; pero, cuando daban con una grande, las singularidades los adherían a ellas, a veces. Así pues, los Gemelos volaban en formación cerrada, esquivando, dejando que los coris se eliminaran solos.
Jaina se llenó de nuevo optimismo, aunque comprendía que la victoria era más ilusoria que real. Todavía tenían que llegar a la estación de combate Golan y hacerla funcionar… si eran capaces de dejar atrás a los veinte coris que todavía los perseguían, lo que no parecía probable, a pesar de que éstos reducían la velocidad para sortear los asteroides. Si se daban mucha prisa, podrían llegar a la estación con algunos segundos de ventaja, lo que no les permitiría hacer gran cosa con ella, suponiendo que aquella antigualla funcionara. No estaba cerca de los astilleros, ni mucho menos, de modo que era probable que no la hubieran utilizado desde tiempos del Imperio. Lo más probable era que los cañones, y todo lo demás que pudiera servir de algo, hubiera sido saqueado cuando Jaina todavía usaba pañales.
Envió un clic por su comunicador.
—De acuerdo, Gemelos, esto es lo que vamos a hacer. Nuestros objetivos principales son ver si la estación está operativa y ponerla en marcha si lo está. Pero no creo que el general Antilles supusiera que nos iba a seguir hasta aquí la mitad de la flota. Vamos a llegar con algunos segundos de ventaja sobre ellos. Los demás me cubriréis mientras yo entro en el hangar; después, saltaréis a la región exterior del sistema.
—¿Nos estás diciendo que debemos abandonarte, Palillos?
—Con un poco de suerte, no me verán entrar. Creerán que he saltado con vosotros.
—Con el debido respeto, coronel, es una locura —dijo Dos.
—El general Antilles necesita saber la situación de la estación, y necesita saberlo pronto. Si a alguno de vosotros se le ocurre un plan mejor, que lo diga ya.
—El mismo plan, pero quedándose atrás uno de nosotros —dijo el Tres—. No tiene sentido que te quedes tú, coronel.
«Tiene mucho sentido. Yo no enviaría a ninguno de vosotros a lo que es, probablemente, una misión suicida», pensó Jaina. Pero no lo dijo.
—Así son las cosas —dijo Jaina—. Lo que menos me hace falta ahora es una discusión.
—Sí, coronel. Entendido.
Lo había calculado casi perfectamente. Los coris los estaban alcanzando cuando llegaron a la estación de combate. Los demás adoptaron formaciones de combate. Ella fingió hacer lo mismo, y hasta lanzó un par de disparos antes de dirigirse velozmente al hangar. Pero, por entonces, ya había hecho un par de amigos. El Tres estaba justo detrás de ella, pero la seguían cuatro coris. Jaina se desanimó. Aquello no iba a funcionar. Aunque llegara al hangar, iban a fijarse en ella. Se disponía a volver atrás con tristeza, cuando su cabina se llenó de un destello de luz verde, y de otro después.
Oyó por sus auriculares las exclamaciones de júbilo de los Gemelos Ocho y Nueve. Jaina hizo el giro y vio la causa. Unos rayos gigantes de luz coherente saltaban de las torretas de la estación, abatiendo coris como si fueran blancos de prácticas.
Mejor todavía: vio el brillo azul repentino de los escudos.
—Coronel —dijo el Tres—, aunque sólo sea una impresión, me parece que podrás decir al general Antilles que la estación está operativa.