CAPÍTULO 6
Desde el puente de mando del Yammka, Nas Choka inspeccionaba los restos de las fuerzas de ocupación de Fondor. No había quedado gran cosa de ellos.
Se volvió despacio hacia Zhat Lah.
—¿Cómo ha sucedido esto? —preguntó en voz baja, dirigida únicamente al comandante.
—Atacaron Duro, Maestro Bélico, tal como habían previsto nuestros servicios de inteligencia. El Ejecutor que estaba allí pidió refuerzos. Mis hombres tenían sed de batalla, y yo se la concedí —entrecerró los ojos—. Entonces, llegaron. Cuando entendí la trampa, di a las naves orden de regresar; pero sus interdictores les impidieron abandonar el Sistema Duro. Los infieles mantuvieron inmovilizadas a nuestras fuerzas en el pozo de gravedad del planeta, y después huyeron. ¡Son unos cobardes!
—¿Me estás diciendo que unos cobardes os quitaron el sistema que se os había confiado? ¿Que os vencieron unos cobardes?
—Estábamos en inferioridad numérica, Maestro Bélico. Luchamos hasta que no hubo ninguna posibilidad.
—¿Ninguna esperanza? —preguntó Choka con tono sarcástico—. Seguías vivo, tenías naves, ¿y dices que no tenías ninguna posibilidad? ¿Y tú te llamas yuuzhan vong?
—Soy yuuzhan vong —gruñó Zhat Lah.
—Entonces, ¿por qué no luchaste hasta el final? ¿No podrías haberte llevado contigo ante los dioses algunas naves enemigas más?
—Algunas, Maestro Bélico.
—Entonces, ¿por qué huiste? ¿Qué honor hay en eso?
A Zhat Lah le temblaron los labios hendidos.
—Si el Maestro Bélico quiere mi vida, suya es para entregarla a los dioses.
—Por supuesto. Pero te he pedido una explicación.
—Pensé que las naves que nos quedaban podían prestar un servicio mejor que dejarse hacer pedazos en una batalla que no podíamos ganar.
—¿Eso pensaste? —preguntó Nas Choka—. ¿No pensaste en salvar tu propia vida?
—Mi vida pertenece a los dioses. Pueden tomarla a voluntad. No rehúyo la muerte. Si el Maestro Bélico quiere que vuelva a Fondor en mi coralita personal, moriré luchando. Pero, dada la diferencia numérica, el resto de mis naves habrían quedado destruidas haciendo relativamente poco daño al enemigo. Si esto fue un error, la responsabilidad es sólo mía. Mis hombres no tuvieron nada que ver con la decisión.
Nas Choka volvió a contemplar los restos de la batalla.
—Dos fragatas bastante dañadas. Un crucero de combate con sólo daños mínimos. Has hecho bien —dijo, volviéndose hacia Lah de nuevo.
El comandante abrió levemente los ojos con sorpresa.
—Nos hemos extendido demasiado; hemos abarcado demasiados sistemas estelares —dijo Nas Choka—. Hemos perdido demasiadas naves porque demasiados comandantes no conocen más estrategia que la de luchar hasta la muerte.
Se llevó la mano a la espalda y contempló a Lah.
—Esta situación debemos agradecérsela al difunto jefe de tu dominio.
—El Maestro Bélico Lah conquistó la mayor parte de esta galaxia —protestó Zhat Lah—. Nos entregó su capital, que ahora es nuestro Yuuzhan’tar.
—Sí; y para ello derrochó a los guerreros como si fueran vlekin, sin considerar tampoco cómo íbamos a mantener unos territorios tan extensos —agitó la mano—. Las cosas están cambiando, Zhat Lah. Las cosas tienen que cambiar. Los infieles se han adaptado. Han minado muchas de nuestras capacidades, pero nosotros nos hemos minado a nosotros mismos todavía más. El orgullo de nuestros guerreros nos debilita.
—Pero el orgullo de nuestros guerreros es lo que somos —protestó Zhat Lah—. Sin nuestro orgullo, sin nuestro honor, somos iguales que los infieles.
—Pero tú te retiraste porque te pareció lo mejor.
—Sí, Maestro Bélico —respondió, moderando por fin el tono de voz—. Pero no fue… fácil. Asumo la mancha yo mismo; pero la mancha existe.
—Escúchame —dijo Nas Choka—. Nosotros somos los yuuzhan vong. Nos ha sido confiado el camino verdadero, el verdadero conocimiento de los dioses. Nuestro deber es someter a todos los infieles de esta galaxia y o bien enviarlos chillando a la presencia de los dioses, o llevarlos al camino verdadero. No hay punto medio; no hay vacilación posible. Y tampoco puede haber fracasos. Nuestra misión es más importante que tú y que yo, comandante, y es más importante que tu honor y que el mío. El propio Señor Shimrra lo ha dicho. Así pues, no sientas ninguna mancha. Para ganar esta guerra debemos dejar de lado muchas cosas que nos son queridas. Los dioses ordenan el sacrificio. Nosotros somos los que debemos hacer lo que hay que hacer. Por eso vuelvo a decirte que has hecho lo que debías.
Lah asintió con la cabeza, con un brillo de comprensión en los ojos.
—Y bien —prosiguió Choka—. Esas tácticas… esos ataques fingidos y retiradas repentinas, esas maniobras de atacar aquí y ocultarse allá… ¿cómo son posibles? Los infieles no tienen yammosk para coordinar sus movimientos.
—Tienen comunicaciones, Maestro Bélico. Su HoloRed les permite comunicarse instantáneamente por toda la galaxia.
—Exactamente. Pero, sin su HoloRed, esa coordinación tan precisa les resultaría mucho más difícil, ¿no?
Lah se encogió de hombros.
—Naturalmente —dijo—. Pero es difícil destruir el sistema de comunicaciones —añadió—. Existen muchas estaciones repetidoras, no siempre dispuestas de modo que resulte fácil encontrarlas. Cuando se destruye una, puede seguir funcionando otra, y los infieles han conseguido reparar o sustituir muchas de las que hemos destruido.
—La destrucción de la HoloRed no había sido prioritaria hasta ahora —dijo Nas Choka—. Ahora sí lo es. Y los dioses han otorgado a los cuidadores una arma nueva, ideal para nuestras necesidades.
—Eso es bueno, Maestro Bélico.
—Lo es —respondió Choka. Se paseó por la estancia durante unos momentos—. Te voy a entregar un nuevo grupo de combate. Te quedarás aquí, en Yuuzhan’tar, en estado de alerta para entrar en combate rápidamente. Los infieles se están confiando. Pronto atacarán de nuevo. Lo noto. Y, cuando ataquen, les enseñaremos una cosa nueva. Una cosa completamente nueva.