CAPÍTULO 1
La seguían.
Hizo una pausa y se retiró de la frente un mechón húmedo de cabello rubio, rozando al hacerlo las cicatrices que la señalaban como miembro del Dominio Kwaad. Buscó entre los gnarlárboles de muchas patas, mirando atentamente con sus ojos verdes, pero sus perseguidores todavía no se hacían visibles a los sentidos normales. Esperaban algo; probablemente, refuerzos.
Soltó entre dientes una tibia maldición propia de los cuidadores y volvió a ponerse en camino, pisando con cuidado entre troncos mohosos, por entre las nieblas pesadas y las matas espesas de caña silbante.
El aire era húmedo y febril, y los cantos, gorjeos y gorgoteos procedentes de la cubierta vegetal y de la marisma producían un extraño efecto tranquilizador.
Mantuvo el mismo paso; no tenía por qué darles a entender que los había percibido, al menos de momento. Sí cambió levemente el rumbo. Era inútil ir a la cueva mientras no dejara resuelto aquello.
«O podría conducirlos allí —reflexionó— atacarlos mientras se enfrentan a sus demonios interiores…».
«No». Aquello parecía un sacrilegio, de alguna manera. Yoda había venido aquí. También había venido aquí Luke Skywalker, y Anakin también. Ahora le tocaba venir a ella, a Tahiri.
A los padres de Anakin no les había parecido demasiado bien la idea de que esta fuera a Dagobah sola; pero ella había conseguido convencerlos de que era necesario. Creía que las dos personalidades, humana y yuuzhan vong, que habían compartido en tiempos su cuerpo se habían convertido en un ente único, sin fisuras. Lo sentía así; le producía una buena sensación. Pero Anakin había tenido una visión de ella como fusión de Jedi y yuuzhan vong, y no había sido una visión agradable. Después de aquella unión que había estado a punto de volverla loca, había llegado a creer que se había librado de aquel resultado. Pero antes de seguir adelante, antes de poner en peligro a sus seres queridos, tenía que tener en cuenta la posibilidad de que la fusión de Tahiri Veila con Riina del Dominio Kwaad hubiera sido un paso hacia el cumplimiento de aquella visión.
Al fin y al cabo, Anakin la había conocido mejor que nadie. Y Anakin había sido muy fuerte.
Si la criatura que había visto él estaba acechando dentro de ella, debía hacerle frente ahora, y no dejarlo para más tarde.
Por eso había venido aquí, a Dagobah, donde la Fuerza era tan potente que casi parecía que cantaba en voz alta. Allí estaba por todas partes el ciclo de la vida, de la muerte y del nacimiento, no deformado por la biotecnología yuuzhan vong, no envenenado por las máquinas, la tecnología y la explotación tan propias de aquella galaxia. Había venido a visitar la cueva para explorar su yo interior y ver de qué estaba hecha verdaderamente.
Pero también había venido a Dagobah para meditar sobre las alternativas. Lo que había visto Anakin eran los rasgos peores de los yuuzhan vong y los de los Jedi, amontonados en un único ser. Era fundamental evitar aquello, pero ella tenía otro objetivo superior: encontrar el equilibrio, incorporar lo mejor de su ascendencia mixta. No sólo por sí misma, sino porque la reconciliación de su identidad dual le había dejado una creencia firme, la de que los yuuzhan vong y las gentes de la galaxia que habían invadido éstos podían aprender mucho unos de otros, y que podían vivir en paz. Estaba segura de ello. La única cuestión era cómo conseguirlo.
Los yuuzhan vong no generarían jamás vertederos industriales como eran Duro, Bonadan o Eriadu. Por otra parte, lo que hacían con la vida, someterla y violentarla hasta que se ajustara a sus necesidades; liquidarla por completo cuando no les convenía, tampoco era mejor. No es que amaran la vida, sino que detestaban las máquinas.
Tenía que existir algún terreno común, algún eje que pudiera abrir los ojos de ambas partes y poner fin al terror y a la destrucción constantes de la guerra. La Fuerza era clave para este entendimiento. A los yuuzhan vong les resultaba invisible la Fuerza por algún motivo. Si llegaran a sentir la Fuerza que los rodeaba, si fueran capaces de sentir la maldad de sus creaciones, podrían encontrar un camino mejor, menos inclinado a la destrucción. Si los Jedi pudieran sentir a los yuuzhan vong por medio de la Fuerza, podrían encontrar, no mejores modos de luchar contra ellos, sino caminos para la reconciliación.
Pero ella necesitaba algo más. No bastaba con saber lo que estaba mal; también tenía que saber cómo arreglar las cosas.
Tahiri no tenían ningún delirio de grandeza. Ella no era ninguna salvadora, ni profeta, ni superjedi. Era el resultado de un experimento de los yuuzhan vong que había salido mal. Pero sí que entendía ambas partes del problema, y si tenía alguna posibilidad de ayudar al Maestro Skywalker a encontrar la solución que necesitaba tan desesperadamente su galaxia, debía aprovecharla. Era un papel que ella aceptaba con humildad y con gran cautela. Los que intentaban hacer el bien solían acabar cometiendo crímenes atroces.
La iban alcanzando, estaban más torpes. Pronto tendría que hacer algo.
Debían de haberla seguido hasta Dagobah. ¿Cómo?
O puede que hubieran sabido dónde iba antes de que se pusiera en camino. Puede que alguien la hubiera traicionado. Pero tendrían que haber sido Han y Leia…
No. Había otra solución. Los reflejos paranoicos eran esenciales para la supervivencia para quien se había criado en un criadero, pero unos instintos más profundos le decían que sus amigos, que eran casi sus padres adoptivos, no eran capaces de hacer una cosa así jamás. Alguien la habría estado vigilando, alguien en quien ella no se había fijado. De la Brigada de la Paz, quizá. Probablemente. Se figurarían que podían hacer muchos méritos entregándola a Shimrra.
Se abrió camino por entre un laberinto de gnarlárboles, y después trepó rápidamente y en silencio por sus raíces semejantes a cables. Aquellas raíces habían sido patas, como ella había aprendido cuando había venido aquí hacía menos de una década y más de una vida. La forma inmadura del árbol era un tipo de araña que perdía la movilidad en su edad adulta. Ella había acompañado a Anakin, que había ido allí para afrontar su prueba, para descubrir si llevar el nombre de su abuelo le acarrearía el mismo destino.
«Te echo de menos, Anakin —pensó—. Ahora más que nunca».
Cuando estuvo a unos cuatro metros del suelo, se ocultó en un hueco y se puso a esperar. Si podía limitarse a esquivarlos, eso haría. A un cierto nivel, su instinto le pedía pelea, pero a un nivel más profundo sabía que sus reflejos de combate yuuzhan vong tenían una relación inevitable con la furia, y ella estaba allí para evitar convertirse en la visión de Anakin, no para asumirla.
Había una parte de su plan que no había contado a Han y a Leia. Esta parte era que, si la cueva confirmaba sus peores temores, inutilizaría su Ala-X para pasar el resto de su vida en el planeta selvático.
Quizás acabaría por hundir los brazos y las piernas en la marisma para convertirse en árbol, como las arañas.
Buscó con la Fuerza para evaluar mejor el estado de la persecución.
No estaban allí. Y advirtió, de pronto, que no los había sentido en la Fuerza, sino con su sentido vong. Le había resultado tan natural, que ni siquiera se lo había preguntado. Aquello sólo podía querer decir que sus perseguidores eran yuuzhan vong, del orden de seis, quizá uno o dos más o menos. El sentido vong no era tan preciso como la Fuerza.
Se llevó la mano a su sable láser, pero no lo descolgó y siguió esperando.
Al poco rato los oyó. Fueran quienes fuesen, no eran cazadores; se movían por la selva con torpeza, y aunque bajaban la voz lo suficiente para que ella no entendiera lo que decían, parecía que charlaban casi constantemente. Debían de tener mucha confianza en su éxito.
Una sombra negra se deslizó en silencio entre la vegetación, y Tahiri levantó la mirada con el tiempo justo de ver que algo muy grande ocultaba los fragmentos de cielo que dejaba al descubierto la lejana cubierta vegetal.
¿Vida nativa, o un volador yuuzhan vong?
Frunció los labios y siguió esperando. El murmullo lejano resultó comprensible al poco rato. Como ella había supuesto, la lengua era la de su criadero.
—¿Estás seguro de que ha venido por aquí? —preguntaba una voz ronca.
—Así es. ¿Ves esa huella en el musgo?
—Es Jeedai. Puede que haya dejado esas señales para confundirnos.
—Puede ser.
—Pero ¿crees que está cerca?
—Sí.
—¿Y sabe que la seguimos?
—Sí.
—Entonces, ¿por qué no la llamamos, sin más?
«¿Esperando que yo responda al desafío al combate?», pensó Tahiri con seriedad. De modo que llevaban a un rastreador. ¿Podría darles esquinazo, volver a su Ala-X? ¿O tendría que luchar con ellos?
Moviéndose muy despacio, Tahiri se volvió hacia las voces. Percibía varias figuras entre la vegetación baja, pero no con claridad.
—Deberemos llamarla en algún momento, supongo —dijo el rastreador.
—Si no, va a pensar que queremos hacerle daño.
¿Cómo? pensó Tahiri, frunciendo el ceño e intentando conciliar aquello con sus supuestos. No pudo hacerlo.
—¡Jeedai! —gritó el rastreador—. Creo que puedes oírnos. Te solicitamos humildemente audiencia.
«Ningún guerrero haría aquello —pensó Tahiri—. Ningún guerrero recurriría a un vil engaño como aquel. Pero un cuidador…».
Sí, un cuidador o un sacerdote, un miembro de la secta del engaño, sí podría hacerlo. Sin embargo…
Se asomó para ver mejor, y se encontró mirando directamente a los ojos amarillos de un yuuzhan vong.
Estaba a unos seis metros. Tahiri soltó una exclamación ahogada al verlo, y la invadió la repulsión. La cara del yuuzhan vong era como una herida abierta.
Un Avergonzado, despreciado por los dioses, osaba… Llevó la mano a su sable láser.
Entonces volvió aquella sombra, y de pronto algo se deslizó entre las ramas, rompiendo las hojas y las plantas trepadoras a su alrededor. Profirió un grito de guerra y encendió su arma, haciéndola girar para desviar dos insectos aturdidores, que se perdieron entre la selva.
Por encima de ella, a través de la cubierta vegetal que ya había quedado abierta, vio un tsik vai de los yuuzhan vong, un volador atmosférico, enorme, con forma de raya, del que colgaban largos cables. De cada cable iba suspendido un guerrero yuuzhan vong. Uno pasó a menos de dos metros de ella, y ella se preparó para la lucha, pero el guerrero pasó de largo, sin atender a su presencia, cayendo al suelo de la selva y desplegando su anfibastón en un solo movimiento.
Un aullido terrible surgió de sus perseguidores. Ya los veía; todos estaban terriblemente desfigurados; todos eran Avergonzados. Levantaron sus cortos garrotes e hicieron frente a los guerreros.
No tenían la menor oportunidad… ella lo comprendió inmediatamente.
El rastreador la miró a los ojos un instante, y ella temió que la delataría; pero en lugar de ello, el rastreador se puso serio.
—¡Corre! —gritó el rastreador—. ¡Aquí no podemos ganar!
Tahiri sólo lo dudó un momento más, y bajó a tierra de varias zancadas. Cuando sus pies tocaron el suelo esponjoso, el primer Avergonzado ya había caído.
Un guerrero la vio moverse de reojo y se volvió hacia ella profiriendo un grito de guerra. La sorpresa transfiguró su rostro cuando ella le respondió en la misma lengua. Giró el anfibastón hacia ella, lanzándole un golpe lateral dirigido a la clavícula. Ella le lanzó un tajo hacia los nudillos, pero él detuvo el golpe de lejos, liberó su arma de la de Tahiri y le lanzó una estocada profunda con la punta venenosa. Ella la detuvo con un movimiento ascendente y avanzó un paso, lanzándole un tajo al hombro, donde la armadura de cangrejo vonduun recogió su furia con una lluvia de chispas; después, lo esquivó, volvió la arma y le clavó la punta ardiente en el punto vulnerable de la axila. El guerrero soltó un quejido y cayó de rodillas, y ella giró la arma para decapitarlo mientras ya se estaba lanzando contra su próximo enemigo.
A partir de entonces, el combate fue como una nube confusa. Se habían dejado caer ocho guerreros del volador. Quedaban siete, y la mitad de los Avergonzados ya estaban tendidos en el suelo, sangrando. Vio por un momento al rastreador, que sujetaba a un enemigo por el cuello con una presa de brazos. Vio que otro Avergonzado golpeaba a un guerrero en la sien con su garrote, pero otro guerrero que llegaba por detrás lo atravesaba.
Veía, sobre todo, los golpes veloces como el rayo de los anfibastones de los dos guerreros que intentaban rodearla. Lanzó un tajo a una rodilla, olió la carne quemada cuando la hoja atravesó la armadura. Un anfibastón vino hacia su espalda, y ella tuvo que dejarse caer para esquivar el golpe.
Toda su existencia se redujo a parada, estocada, tajo.
Salpicada de sangre de los yuuzhan vong, y sangrando ella misma por varias heridas, se encontró de pronto espalda con espalda con el rastreador. Era el único que quedaba de los seis que la habían seguido al principio; pero sólo quedaban tres guerreros.
Se quedaron así, inmóviles, durante un momento. Los guerreros retrocedieron un poco. Su jefe era enorme. Tenía las orejas recortadas en formas fractales. Grandes cicatrices, como trincheras, le adornaban las mejillas.
—He oído hablar de ti, abominación —le dijo con desprecio—. La-que-fue-conformada. ¿Es verdad lo que cuentan? ¿Que estos excrementos de fauces luur lastimosos te veneran?
—De eso no sé nada —dijo Tahiri—. Pero sí sé cuando estoy viendo un combate deshonroso. No sólo estaban en minoría, sino que iban mal armados. ¿Cómo podéis llamaros guerreros, atacando así?
—Son Avergonzados —repuso el guerrero con desdén—. El honor no tiene que ver con ellos. Son peores que infieles; son unos traidores herejes con los que no se combate, sino que se les extermina.
—Nos teméis —dijo el rastreador con su voz ronca—. Nos teméis porque nosotros sabemos la verdad. Vosotros laméis los pies de Shimrra; pero Shimrra es el verdadero hereje. Mira cómo os ha vencido esta Jeedai. Los dioses la favorecen a ella, no a vosotros.
—Si los dioses la favorecen a ella, no os favorecen a nosotros —exclamó el guerrero.
—Nos quieren entretener —dijo el rastreador a Tahiri. Ésta advirtió que tenía sangre en los labios—. Nos están entreteniendo mientras llega otro tsik vai.
—Silencio, hereje —vociferó el jefe de los guerreros—, y quizá puedas vivir un poco más para seguir lloriqueando. Queremos hacerte unas preguntas. Renuncia a tu herejía —añadió, suavizando la expresión—. Esta Jeedai es una gran presa. Ayúdanos a atraparla, y puede que los dioses te perdonen y te otorguen una muerte honrosa.
—No hay muerte más honrosa que morir junto a un Jeedai —respondió el rastreador—. Vua Rapuung lo demostró.
—Vua Rapuung —dijo, o casi escupió, el guerrero—. Ese cuento es una mentira de herejes. Vua Rapuung murió deshonrada.
Como única respuesta, el Avergonzado se abalanzó de pronto hacia delante, tan aprisa que tomó por sorpresa al jefe guerrero, lanzándose de cabeza contra él antes de que tuviera tiempo de levantar la arma. Los otros dos se volvieron en su ayuda, pero Tahiri se adelantó amagando un golpe a la rodilla del primer guerrero para subir después la hoja hasta su garganta cuando hubo bajado la guardia. Intercambió con el segundo guerrero una ráfaga de golpes que terminaron del mismo modo, cayendo sin vida el guerrero al suelo.
Se volvió y vio que el rastreador estaba atravesando al jefe guerrero con su propio anfibastón. El Avergonzado y ella se quedaron mirándose a los ojos durante un momento. Después, el yuuzhan vong cayó de rodillas de pronto.
—¡Recé pidiendo que fueras tú! —dijo.
Tahiri abrió la boca para responder, pero oyó un rumor de las copas de los árboles que sólo podía anunciar la llegada de otro volador.
—Vamos —dijo—. No podemos quedarnos aquí.
El guerrero asintió con la cabeza y se puso de pie de un salto. Los dos huyeron corriendo del claro.
Tahiri se detuvo por fin al cabo de cosa de una hora. Parecía que los voladores les habían perdido la pista de momento, y el rastreador se había ido quedando atrás. Ahora, apoyado en un árbol, se estaba derrumbando.
—Un poco más —le dijo ella—. Hasta allí, nada más.
—Las piernas ya no me sostienen —dijo el rastreador—. Debes dejarme de momento.
—Sólo hasta llegar bajo esa repisa de piedra —dijo ella—. Por favor. Puede ocultarnos de los voladores si llegan hasta aquí.
Él asintió con la cabeza con gesto cansado. Tahiri vio que se sujetaba el costado y que lo tenía cubierto de sangre.
Corrieron hasta refugiarse bajo el saliente rocoso.
—Déjame que te mire eso —dijo ella.
Él sacudió la cabeza.
—Antes debo hablar contigo —dijo.
—¿Qué haces aquí? ¿Me habéis seguido?
Él puso ojos de sorpresa.
—¡No! —exclamó, con tanta vehemencia que escupió sangre entre los labios. Después, con más tranquilidad, añadió—. No. Robamos una nave a un Administrador y vinimos aquí en busca del mundo de la profecía. Te vimos aterrizar… ¿es éste el lugar, la-que-fue-conformada? ¿Es éste el mundo que vio el Profeta?
—Lo siento —dijo Tahiri—. No sé a qué te refieres. Esto es Dagobah. He venido aquí por… motivos personales.
—Pero no puede tratarse de una coincidencia —dijo el rastreador—. No puede ser.
—Por favor, déjame que te mire la herida —dijo Tahiri—. Entiendo un poco de sanación. Quizá pueda…
—Ya estoy muerto —dijo el rastreador lacónicamente—. Lo sé. Pero debo saber si he fracasado.
Tahiri sacudió la cabeza con impotencia.
El rastreador se irguió un poco y habló con voz algo más firme.
—Soy Hul Qat, y era cazador. O lo fui, hasta que pareció que los dioses me rechazaban. Me despojaron de mi título, de mi clan. Me convertí en Avergonzado. Mis implantes supuraban y mis cicatrices se abrían como heridas. Perdí la esperanza y me puse a esperar una muerte deshonrosa. Pero entonces oí la palabra del Profeta, y oí hablar del Jeedai Anakin…
—Anakin —susurró Tahiri. El nombre se le clavaba como un puñal.
—Sí; y de ti, a quien conformó Mezhan Kwaad. Y de Vua Rapuung, que luchó… Tú estabas allí, ¿verdad?
Tahiri sintió un hondo escalofrío. Ella había sido entonces Riina, y Tahiri, y había estado a punto de matar a Anakin.
—Estaba allí.
—Entonces, lo sabes. Sabes que nuestra redención es cosa vuestra. Y, ahora, el Profeta ha visto un mundo, un mundo donde no hay Avergonzados porque nos redimirá, donde el camino verdadero podrá…
Tosió violentamente y volvió a derrumbarse, y Tahiri creyó por un momento que había muerto. Pero volvió los ojos hacia ella.
—Mis compañeros y yo buscábamos el planeta de nuestro Profeta. Uno de nosotros, Kuhqo, había sido cuidador. Empleó un sistema de hacheado genético para acceder al qahsa de un ejecutor y robarle sus secretos. Allí encontró información recopilada sobre los Jeedai, y pruebas de que existe alguna relación entre vosotros y este mundo. Algunos de los más grandes de entre vosotros vinieron aquí, ¿verdad? Y ahora has venido tú. Entonces, dime, te lo ruego. ¿Lo he encontrado?
Se estremeció y puso los ojos en blanco.
—¿Lo he encontrado? —volvió a preguntar, suplicante, y tan débil que su voz ya no era más que un suspiro.
Tahiri le tomó la mano con la suya.
—Sí —mintió, sin saber siquiera qué mentira estaba contando—. Sí; tienes razón. Lo has encontrado. Ahora ya no te preocupes de nada.
Los ojos de él se llenaron de lágrimas.
—Debes ayudarme —dijo—. Yo no puedo comunicar la noticia. El Profeta debe enterarse de dónde está este mundo.
—Lo haré yo —dijo Tahiri.
Ésta vez no mentía.
Huí Qat cerró los ojos, y Tahiri sintió que se marchaba, aun sin emplear la Fuerza.
Tahiri miró la boca de la cueva, tan cercana ya, y comprendió que no había venido para aquello. La verdadera causa de su venida era ésta. La Fuerza la había traído hasta allí para que se encontrara con aquella persona, para que le hiciera aquella promesa.
Se levantó. Si se quedaba inmóvil demasiado tiempo, la encontrarían los voladores. Esperaba que no hubieran descubierto todavía su nave, pero supuso que lo más probable era que no, ya que no la estaban buscando, y ella la había escondido bastante bien. A pesar de todo, podría costarle algún trabajo salir de aquel sistema solar, en función de cuántas y cuáles naves estuvieran en órbita sobre ella.
Pero aquello no importaba. Tenía una promesa pendiente. Aunque no era capaz de entender del todo qué era lo que había prometido.