CAPÍTULO 14
Qelah Kwaad se postró ante el trono de pólipos mientras la bañaba el ruido sordo de la voz de Shimrra. Ella adoptó una postura de temor y vergüenza.
—Levántate, adepta Kwaad —dijo Shimrra.
Ella obedeció, con las rodillas temblorosas.
—Temible señor ¿qué puedo hacer para agradarte?
—Ya lo has hecho. Los mabugat kan eran creación tuya, ¿verdad?
—Lo eran, Señor Shimrra.
—La maestra Yim me las dio a conocer. Dijo que eras la más brillante de sus discípulos.
—¿Eso dijo?
Qelah se sorprendió. Siempre había creído que la maestra Yim sentía celos de ella.
—Los hemos empleado con mucho éxito. Ahora, los infieles carecen en gran medida de comunicaciones a larga distancia. Ha sido una ayuda preciosa para nuestra empresa bélica.
—Gracias, Señor. Me alegro de haber servido de algo.
—Claro que te alegras —gruñó Shimrra en son de reproche; y su bufón Avergonzado hizo una alegre cabriola.
Qelah estuvo tentada de postrarse de nuevo; pero, como el temible señor le había mandado que se pusiera de pie, ella mantuvo’ la postura.
—La pérdida de la maestra Yim ha sido un duro golpe —siguió diciendo Shimrra—. Pero su trabajo debe llevarse adelante. Serás ascendida a maestra.
Qelah deseó que no se le notara el júbilo febril.
—No soy digna de ese honor, Gran Señor; pero haré todo lo posible por brillar —sabía que estaba parloteando, pero no era capaz de callar—. He desarrollado un nuevo tipo de nave capaz de contrarrestar muchas de las nuevas estrategias de los infieles. En cuanto a los Jeedai…
—¿Qué pasa con los Jeedai?
Las palabras se profirieron con tal fuerza, que Qelah sintió como si le barrieran hacia atrás los palpos; pero esta vez no se descorazonó.
—Creo que tengo una respuesta para ellos —dijo—. Además del mabugat kan, llevo desarrollando desde hace algún tiempo un conjunto nuevo y poderoso de bioformas diseñadas expresamente para contrarrestar la amenaza de los Jeedai. No estoy lejos de conseguirlo.
—Eso ya ha sido prometido antes —dijo Shimrra—. Pero la promesa no se ha cumplido nunca. Los que me fallan, pierden mi favor.
Aunque Qelah comprendía que perder el favor de Shimrra equivalía a perder la vida, siguió hablando.
—Estoy seguro de que quedarás contento, Temible Señor —le dijo.
—Muy bien. Ascenderás a maestra mañana. Trabajarás a las órdenes directas de Ahsi Yim.
Qelah respiró hondo. Tenía la posibilidad de aspirar a más. ¿Podía dejar de aprovecharla?
No.
—Sí, Señor —dijo—. Una miembro del dominio de Nen Yim.
Los ojos de mqaaq de Shimrra brillaron de un color rojo más vivo.
—¿Qué quieres decir con eso, Qelah Kwaad? ¿Quieres dar a entender algo?
—Nada, Señor —dijo ella—. He dicho palabras sin sentido.
—Oigo algo en tus palabras, Qelah Kwaad —dijo Shimrra peligrosamente—. ¿Quieres que te abra la mente para ver qué encuentro allí?
—Sólo que las cosas han sido extrañas —dijo ella, precipitadamente—. La maestra Yim se mantenía apartada de nosotros y trabajaba sola. Estaba completamente absorta en un proyecto nuevo que ninguno conocíamos. Y, entonces, llegaron los Jeedai y se la llevaron, y yo no sé qué pasó, pero Ahsi Yim…
Qelah calló.
—Sigue —dijo Shimrra en voz baja.
—Ahsi Yim… no pareció sorprenderse. Y oí que decía a alguien: «se han llevado la nave».
La verdad era que Ahsi Yim había parecido tan sorprendida como cualquiera, y que no había dicho nada semejante. En realidad, había sido un guerrero quien le había dicho que habían visto salir volando una nave extraña del damutek. Por entonces, ya lo sabían todos.
—Crees que Ahsi Yim ha tenido algo que ver en el secuestro de Nen Yim.
Ella levantó la cabeza y habló con más arrojo.
—Si es que fue un secuestro, Señor Shimrra. Las defensas del damutek fallaron. No sé cómo podrían conseguir aquello los infieles.
—También intervinieron los herejes Avergonzados —observó el Sumo Señor.
—Con todo respeto, Señor, ¿sabrían ellos desactivar las defensas de un damutek, sin dejar ningún rastro de cómo se hizo? Yo misma no sabría. ¿Había algún cuidador más grande que Nen Yim que hubiera sido Avergonzado, para que estos conocimientos estuvieran al alcance de la chusma?
De alguna manera, pareció que Shimrra se cernía más alto todavía, llenando la sala, el mundo, el universo.
—¿Qué es lo que sabes? —tronó; y ella comprendió de pronto que había dado un paso en falso—. ¿Qué sabes de la nave?
Le pareció como si una gran garra invisible le asiera la cabeza y la apretara cada vez más. Sintió unas convulsiones extrañas en las coyunturas de su cuerpo. Los nervios se le volvieron de fuego, y buscó algo que decir, lo que fuera, cualquier cosa que apartara de ella su mirada. Si él le hubiera preguntado en esos momentos si mentía, ella lo habría reconocido, habría confesado que sus palabras no eran más que insectos aturdidores lanzados contra Ahsi Yim para que Qelah Kwaad pudiera ser maestra cuidadora.
Pero no le había preguntado aquello. Le había preguntado por la nave.
—¡Sólo sé que existe! —gimió ella.
—¿Nen Yim no te dijo nada de su origen ni de su naturaleza?
—¡Nada, Temible Señor! —jadeó ella, temblando—. ¡Trabajaba sola! ¡No hablaba de aquello!
La presión se retiró de pronto. El dolor volvió a recogerse en su cerebro.
—Tu ambición está clara —murmuró Shimrra—. Pero planteas algunos puntos interesantes. Merecen investigarse.
Shimrra echó una mirada a Onimi. Después, volvió la vista hacia algo invisible, por encima de ella.
—Vete —le ordenó—. Vuelve mañana, y conocerás tu destino.
Ella se marchó. Cuando regresó al día siguiente, volvieron a decirle que tomara su mano de maestra, y no volvió a ver más a Ahsi Yim.