CAPÍTULO 18

Y bien? —preguntó Corran a Nen Yim—. ¿Qué me puedes decir?

Habían realizado cuatro saltos más desde que Nen Yim les había comunicado aquella evaluación del estado de los motores vivos de la nave, y cada salto había sido más difícil que el anterior. El dolor de la nave había pasado de ser una leve punzada a un suplicio constante, y Corran se alegraba de que la mayoría de las naves que había pilotado no hubieran tenido sentimientos. Sí, aquella era muy manejable… cuando no estaba enferma.

—El deterioro es marcado —dijo Nen Yim—. La nave imperial ha causado daños a los dovin basal, y las tensiones gravitacionales de los saltos repetidos han agravado su estado.

—¿Por qué no me lo dijiste antes de los saltos repetidos? —preguntó Corran.

—No he podido estar segura de ello hasta después de varias pasadas por el espacio oscuro. Además… —hizo una pausa, y sus palpos se agitaron como serpientes—. Además, creo que mi adaptación de un motor yuuzhan vong a una nave que fue diseñada para funcionar con un motor no viviente ha podido ser imperfecta y haber contribuido al deterioro. La herida no ha hecho más que agravar este efecto. Cada vez que saltamos, aparecen microanomalías gravitacionales dentro de los dovin basal o muy cerca de ellos.

—Se los están comiendo por dentro —dijo Corran—. Maravilloso. ¿Se puede reparar esto?

Nen Yim parecía hasta humilde, por primera vez desde que la había conocido Corran.

—No —respondió—. Con los recursos que tenemos aquí disponibles, no. Además, está claro de que mis nociones sobre la biología sekotana son defectuosas; de lo contrario, esto no estaría sucediendo. Necesito más muestras.

—No creo que sea una cuestión de biología —dijo Tahiri—. Creo que se trata de la Fuerza.

Los dos se volvieron hacia ella.

—Explícate —le dijo Corran.

—Esta nave existe para la Fuerza —explicó Tahiri—. Tú la sientes, ¿verdad, Corran? Y, cuanto más nos acercamos a Sekot…

—Más fuerte se vuelve la conexión —asintió él—. Sí, lo he notado.

Era como si la nave estuviera volviendo a reunirse con una familia que había perdido hacía mucho tiempo.

—De modo que, puede que esta nave esté rechazando los motores porque éstos no existen para la Fuerza, y que cuanto más nos aproximemos a Zonama Sekot, más fuerte se vuelva el rechazo.

—Eso parece improbable —dijo Nen Yim—. La Fuerza, sea lo que sea, no tiene por qué regir las reacciones biológicas sencillas. Los vínculos entre la nave sekotana y nuestros motores deberían funcionar.

—Pero no funcionan, y tú no sabes por qué —dijo Tahiri. A Corran le pareció que hablaba con un poco de exceso de confianza; sin embargo, su razonamiento le impresionó.

—Así es —reconoció Nen Yim a regañadientes.

Tahiri se apoyó en el mamparo y se cruzó de brazos.

—Mira, tú misma lo has dicho: necesitas una hipótesis de partida. Has estado preguntándote por qué son tan semejantes las tecnologías yuuzhan vong y sekotana. Da la vuelta a la pregunta: ¿en qué sentido son diferentes? Porque, si las formas de vida sekotanas existen para la Fuerza, y las formas de vida yuuzhan vong no, entonces debe existir de alguna manera, en alguna parte, una diferencia grande.

Los tentáculos de Nen Yim se contrajeron, se agitaron brevemente y se asentaron sobre su cabeza.

—Es un punto de partida —reconoció.

—Eso todavía no nos sirve de nada —señaló Corran—. Si nos quedamos averiados en el espacio, sin ningún medio de comunicación, la cuestión va quedarse en mera especulación. Ah, y algo más —añadió, cruzándose de brazos—. Nos moriremos.

—Los motores pueden soportar otro salto, quizás dos o tres si los damos enseguida —anunció Nen Yim.

Corran suspiró, mirando sus cartas de navegación, que posiblemente eran tan meramente especulativas como el tema que estaban debatiendo. De pronto, echaba mucho de menos a Mirax, a Valin y a Jysella, e incluso a su antipático suegro. De hecho, podía ser hasta útil tener un suegro que podría aparecer con su gran Destructor Estelar rojo para salvar la situación.

Pero aquella vez no era probable que pasara.

—Es arriesgado —dijo, volviendo al momento presente—; pero creo que conseguiría llegar al sistema con un salto más, suponiendo que no haya en nuestro camino un agujero negro que no aparezca en las cartas. Pero, si Tahiri tiene razón, los motores fallarán en cuanto lleguemos, si es que no fallan durante el salto.

—Pero habremos llegado —dijo Tahiri—. Y, aunque no podamos aterrizar, podrán ayudarnos el maestro Skywalker, Jacen y Mara.

—La única alternativa es quedarnos aquí, esperando a que se mueran los dovin basal… o intentar alcanzar otro destino —dijo Nen Yim.

—Bueno… quizá, si viajamos alejándonos de Zonama Sekot… —empezó a decir Corran.

Nen Yim negó con la cabeza, con un gesto muy propio de los humanos. Corran se preguntó si habría aprendido aquel gesto negativo de Tahiri y de él.

—Aunque aceptásemos la idea de la Jeedai joven como hipótesis de trabajo —dijo Nen Yim—, la única conclusión sería que la tasa de deterioro sería menor si nos dirigimos a otra parte. Los daños ya sufridos no se van a curar.

—Entonces, ¿tres saltos, en el mejor supuesto?

—No entiendo la expresión, pero yo diría que no hay más de tres saltos. Si son menos, mejor.

—Bien —dijo Corran—. Vamos adelante, entonces. Todo el mundo a los asientos antichoque. Esto se puede poner duro.

* * *

Y se puso duro.

Algo falló, incluso antes de la reversión, y en el momento en que alcanzaron el espacio normal, las estrellas volvieron a apagarse, pues la nave, por algún motivo, realizó un microsalto más por su cuenta. Los saltos hicieron pensar a Corran en una piedra plana que rebota en la superficie del agua, y confió en que se tratara de una mala metáfora y que no siguieran dando saltos.

La existencia real volvió a aparecer, pero no había estrellas; en vez de éstas, unas inmensas franjas rojas y amarillas llenaban su campo de visión, que daba vueltas.

Corran comprendió que daban vueltas… y caían por un pozo gravitacional. Estaban atrapados en el arrastre de un planeta titánico, del tamaño de Yavin 4 como mínimo, mayor que éste probablemente. Los mandos, y las sensaciones que transmitía la nave, le decían que lino de los dovin basal de la nave estaba completamente apagado… o desmayado, o muerto, como fuera; lo que quería decir que ya no iban a hacer más saltos estelares en un futuro inmediato. Los otros dos funcionaban, aunque uno se iba perdiendo rápidamente.

—Vamos, nena —gruñó Corran, intentando controlar la rotación desenfrenada de la nave y establecer una órbita estable. Pero había algo que lo desviaba todo, y el tirón era demasiado fuerte. Y también existía otro tirón. La nave lo sentía; sentía la presencia de Zonama Sekot, y quería volver a su casa.

Corran consiguió detener la rotación de la nave sobre sí misma, lo que le permitió, al menos, calcular su situación. Los sensores mostraban otro planeta, que tenía aproximadamente el tamaño de Corellia, a unos cien mil klics de distancia. Y también había otra cosa, algo en órbita a su alrededor. ¿Una luna? Estaban demasiado lejos para saberlo.

—Tenemos una posibilidad —dijo—. Si podemos acercarnos lo suficiente a Zonama Sekot, su pozo de gravedad ejercerá sobre nosotros un tirón más fuerte que el del planeta grande. Si los motores fallan ahora… bueno, todos ganaremos algo de peso.

Tiró hacia atrás de las palancas de mando de los motores, y la nave tembló, protestando. El aire empezó a oler mal de pronto, como a pelo quemado y a aceite de pescado.

—Falta muy poco —susurró a la nave—. Pero falta un poco.

El segundo dovin basal se despertó de pronto con un zumbido… Lo sentía como un corazón a punto de romperse, que llenaba todo lo demás de impulsos de dolor; pero la nave avanzó de pronto. Entonces, el corazón terminó por romperse, y los indicadores quedaron a oscuras. Ya sólo quedaba un motor.

—¿Y ahora, qué? —susurró Tahiri—. ¿Lo hemos conseguido?

—No lo sé todavía. Estamos en el punto intermedio mismo.

—Quizá debiésemos ponernos todos en el lado de la nave más próximo a Zonama Sekot —dijo Tahiri.

—Qué gracioso —dijo Corran; y, sin pensárselo siquiera, extendió la mano y le revolvió el pelo.

Ella se apartó de un respingo como si Corran la hubiera atacado.

—Perdona —dijo él.

—No; ha sido culpa mía —dijo Tahiri, sonrojándose—. Es sólo que…

No fue capaz de terminar la frase.

—La cabeza —explicó Nen Yim—. En el Dominio Kwaad no tocamos la cabeza.

Corran observó las espirales que tenía Nen Yim en la cabeza, a modo de serpientes.

—No, supongo que no —dijo.

«Tengo que aflojar —pensó—. No sé lo que es Tahiri ahora, pero ya no es la niña amiguita de Anakin».

Claro que aquello habría pasado aunque no hubieran intervenido los yuuzhan vong. Corran no sabía siquiera qué tipo de música le gustaba a Valin en aquellos tiempos, pero seguramente no sería la que recordaba él. Sí; cuando saliera de aquello, pensaba volverse a su casa y pasar allí una larga temporada.

O, mejor dicho, si salía de aquello.

Consultó los indicadores.

—Ah, —dijo—. Lo conseguimos —señaló hacia Zonama Sekot—. Ahora caemos hacia allí.

—Lo has conseguido tú —dijo Tahiri.

—Lo consiguió la nave —repuso Corran—. Claro que…

—¿Qué?

Corran le dedicó una sonrisa.

—Claro que, seguimos cayendo, y si bien el golpe final no va a ser tan fuerte como antes, todavía va a doler.

—Siempre tienes que poner alguna pega, ¿verdad? —dijo Tahiri—. Te queda un dovin basal.

—¿Durante cuánto tiempo? Si no encontramos a Luke…

—Lo estoy intentando —le hizo saber Tahiri—. Llevo intentándolo desde que llegamos aquí. Pero no siento más que a ese planeta. Es tan fuerte en la Fuerza, que ahoga todo lo demás.

—Lo intentaré yo también —dijo Corran—. Puede que sea nuestra única oportunidad. Cuidadora, si puedes hacer algo por ese último dovin basal…

—Lo atenderé —respondió Nen Yim.

* * *

Vieron cómo iba aumentando de tamaño la luna. Los dos Jedi seguían buscando con la Fuerza; pero, si Jacen y los demás estaban allí, Tahiri no los percibía, desde luego. Era como intentar captar una voz entre una tormenta de arena.

—Quizá no sea el planeta correcto —sugirió Harrar.

que es el planeta —aseveró el Profeta—. El planeta de la profecía. ¿No lo sientes?

Harrar frunció el ceño.

—Siento… no, no siento nada —dijo, sacudiendo la cabeza.

—Éste debe de ser el lugar —respondió Corran—. Al menos, la nave parece convencida de que lo es.

Comprobó de nuevo los indicadores de larga distancia. Lo que estaba en órbita alrededor del planeta se había perdido de vista tras el horizonte. Aunque Corran no estaba seguro de ello, en su última observación se había parecido notablemente a una fragata imperial.

Luke llevaba de escolta a una fragata imperial, o eso era lo que le había dicho Kenth. Si fuera capaz de seguir una órbita un poco más baja, más rápida que la otra nave, acabarían por alcanzarla.

Pero también podía suceder que los desintegraran. A menos que pudiera poner algún tipo de letrero anunciando que venía en son de paz. Aun así, los imperiales eran capaces de dispararle sólo por gusto. Observó su trayectoria, y comprendió de pronto que ni siquiera le quedaba la posibilidad de elegir.

—Ay, babas de Sith —gruñó.

—¿Qué pasa? —preguntó Tahiri.

—Recuérdame que no vuelva a pilotar nunca una nave con mente propia, y menos si tiene nostalgia de su casa —dijo Corran—. Nos ha puesto en un vector de aterrizaje.

—Pero eso es lo que queremos, ¿no? —preguntó el Profeta.

—Sí; pero estaría bien aterrizar cerca de nuestros amigos —repuso Corran—; teniendo en cuenta, sobre todo, que no vamos a volver a despegar; al menos, no en esta nave.

—Yo diría que nuestra primera prioridad es sobrevivir observó Yu’shaa.

—Cierto. Bueno, amigos, vamos a saludar a Zonama Sekot muy de cerca. Os sugiero que os aseguréis todos bien. La parte lenta del viaje ha concluido.

Chocó con la atmósfera en un ángulo demasiado cerrado, y tuvo dar un fuerte empujón con el dovin basal para corregirlo. La nave hizo un gesto de dolor, pero obedeció, y bajó silbando por la atmósfera superior. Corran sintió el aumento de la temperatura de la piel, y volvió a activar el motor, intentando mantenerse por debajo de la velocidad terminal. Quemarse sería tan malo como estrellarse.

Pasaban velozmente por debajo de ellos extensiones de agua y de selva, y Corran tuvo que sentirse de acuerdo con Harrar: aquél podía ser un mundo más entre cien. Pero le producía una sensación diferente. Tahiri tenía razón: allí estaba la Fuerza, y producía una especie de ruido blanco a través del cual no era capaz de percibir ninguna otra cosa. De vez en cuando tenía la impresión de que podía sentir a Luke, pero nunca era más que un atisbo o que una chispa.

Tenía otras cosas más urgentes de las que preocuparse. Se aproximaban rápidamente a las copas de los árboles. Había llegado el momento de frenar en serio. Activó el dovin basal, y sintió que fallaba casi inmediatamente pero que volvía a funcionar. La velocidad a que se desplazaban se redujo, pero no lo suficiente ni mucho menos. Sin embargo, Corran no podía forzar más el motor aunque quisiera. Anuló todo el efecto de cancelación de la inercia en la cabina para dedicarlo a controlar el vuelo, y la aceleración ya estaba alcanzando el grado máximo que era capaz de tolerar él mismo, y que era bastante elevado. Redujo más el ángulo, aproximándose cada vez más a una trayectoria horizontal respecto del suelo y deseando que la nave sekotana tuviera alas, para que, si fallaba por completo el dovin basal, al menos le quedara la posibilidad de planear.

A cien metros del suelo todavía no estaba en horizontal… A cincuenta, casi…

Abrieron un amplio surco entre las copas de los árboles, y el dovin basal se apagó por completo de pronto. La nave, sin energía, caía como una piedra gigante que hubiera arrojado un gigante; y, sin compensador de inercia, iban a quedar espachurrados contra las paredes interiores.

«Ésta es la unidad que buscábamos —pensó Corran, lúgubremente—. Los yuuzhan vong y los humanos, mezclados juntos en un solo amasijo…».

Chocaron con gran fuerza contra algo; y él, desesperadamente, buscó con la Fuerza, sintió que Tahiri buscaba también; y, entonces…

Entonces sintió a Sekot; inmenso, poderoso e indiferente. Pero sucedió algo, una conexión… y, de pronto, caían como una pluma.

Sólo durante un segundo. Después, volvieron a la caída libre, y a los pocos instantes aterrizaron con fuerza.

* * *

—Un aterrizaje interesante, Jeedai Hora —comentó Harrar.

—¿Cómo estáis todos? —dijo Harrar, volviéndose dolorosamente en su asiento para ver el estado de sus compañeros.

El coro de respuestas le aseguró de que todos habían sobrevivido.

Todos, menos la nave. Estaba perdiendo el brillo, y la vocecita que sonaba en su cabeza era como un susurro que se apagaba.

«Lo siento», le transmitió él por medio de la Fuerza. Pero nos has traído hasta aquí. Gracias.

Entonces, sintió que se marchaba.

Miró por la pantalla de visualización y vio un paisaje de bosque.

—Bueno, parece ser que hemos llegado —dijo a los demás—. Propongo que veamos si se abre la escotilla y que nos enteremos de para qué hemos venido hasta aquí.