CAPÍTULO 5

Arrodillada en presencia del Sumo Señor Shimrra, Nen Yim creía en los dioses. Era imposible no creer. En otros momentos, tenía sus dudas. Su antigua maestra, Mezhan Kwaad, había negado abiertamente su existencia. A la luz clara de la lógica, la propia Nen Yim no veía ningún motivo especial para darles crédito. El hecho de que ella misma había creado, con su mente y sus manos de cuidadora, cosas que casi todo su pueblo consideraba dones de los dioses, daba a entender que todas las pruebas semejantes de su existencia estaban viciadas del mismo modo. Pero en presencia de Shimrra, su mente no era capaz de tolerar las dudas. Se las arrancaba a la fuerza una presencia tan poderosa, que no era posible que tuviera origen mortal. Su peso la despojaba de sus años de aprendizaje, de cinismo estudiado, de todo lo que pudiera parecerse a la lógica, y la dejaba convertida en un insecto insignificante, en una criatura de criadero aterrorizada por las sombras de sus mayores y por el misterio terrible que era el mundo.

Más tarde, Nen Yim se preguntaba siempre cómo lo conseguía Shimrra. ¿Sería por alguna modificación de la tecnología de los yammosk? ¿Por algo que estaba borrado por completo de los protocolos? ¿O sería una invención de algún predecesor hereje de ella misma?

Shimrra era sombra y temor, era imponente e inalcanzable.

Ella se puso en cuclillas a sus pies, y quedó reducida a nada.

Onimi le dirigió una mirada lasciva, casi delicada, cuando ella se incorporó, temblando, para hablar a su señor.

—¿Has estudiado esa cosa?

—Eso he hecho, Temible —respondió Nen Yim—. No muy a fondo, pues no ha habido tiempo, pero…

—Habrá más tiempo. Dime qué has descubierto de momento.

—Es una nave —respondió Nen Yim—. Como nuestras propias naves, es… un organismo vivo.

—En absoluto —la interrumpió Shimrra—. No tiene dovin basal. Sus motores son como los motores de los infieles, metal muerto.

—Es verdad —asintió Nen Yim—. Y algunas partes de su estructura no están vivas. Pero…

—¡Entonces, es una cosa de infieles! —bramó Shimrra—. No tiene nada que ver con nuestras naves.

La fuerza de esta afirmación llegó a hacer tambalearse a Nen Yim, que se quedó paralizada, incapaz de pensar, durante un momento. Contradecir a Shimrra…

Hizo acopio de fuerza dentro de sí.

—Así es, Temible Señor —reconoció—. Se trata, en efecto, de una abominación. No obstante, en el fondo, la biotecnología es semejante a la nuestra. Los motores enemigos, por ejemplo, podrían retirarse y sustituirse por dovin basal. Se podría hacer crecer una nave como ésta alrededor de la estructura viviente de una de las nuestras. Esta biotecnología es compatible con la nuestra.

—¿Compatible? —gruñó Shimrra—. ¿Me estás diciendo que ésta es una de nuestras naves, transfigurada de alguna manera por los infieles?

—No —respondió Nen Yim—. En su forma externa, esta cosa es muy distinta de nuestros navíos. El casco no es de coral yorik. Las arquitecturas de nuestras naves se desarrollaron a partir de diversas criaturas de nuestro mundo de origen, y estas estructuras todavía se pueden reconocer en su diseño. La tecnología alienígena es diferente. Empieza por unos organismos relativamente no diferenciados, que se van especializando a medida que crece la nave. Sospecho que debe intervenir algún tipo de manipulación en el proceso ontológico para guiar el resultado final. Por eso se sirvieron de un armazón rígido para hacer crecer la nave a su alrededor. En cuanto a su desarrollo, no disponía de un código interno para producir una estructura así por sí misma.

—¿Pero todavía sostienes que es semejante a nuestras naves, entregadas por los dioses?

—Al nivel más básico, lo es. A nivel celular. Molecular. Y éste es el nivel donde el parecido resulta más inesperado.

—Y bien, ¿es posible que los infieles hayan robado nuestra tecnología y lo hayan distorsionado?

—Es posible. Pero, según el qahsa, su planeta de origen es, en sí mismo, un organismo vivo…

—Eso es mentira —dijo Shimrra—. Es mentira, porque es imposible. Ekh’m Val se engañó. Lo engañaron los infieles.

Nen Yim titubeó, pero no podía debatirlo directamente, aun suponiendo que hubiera querido debatirlo.

En vez de ello, abordó la cuestión de otro modo.

—Me alivia oírlo —dijo—. A mí mismo me pareció poco probable esa historia. Con todo —añadió, irguiéndose un poco más—, en los protocolos no se encuentra nada que pudiera explicar una nave como ésta, ni creo que esta tecnología sea resultado de la manipulación de la nuestra. Es alienígena y, a la vez, similar a la nuestra.

Shimrra guardó silencio un momento. Después, volvió a sonar su voz terrible.

—No es superior.

—No, Temible Señor. Sólo es diferente.

—Claro está. Y ¿puedes desarrollar armas contra ella?

—Sí puedo. De hecho, Señor, en los protocolos ya existen armas que resultarían muy eficaces contra tecnología como ésta. Cosa extraña, son armas que no hemos construido nunca ni las hemos necesitado.

—Como si los dioses hubieran previsto esta necesidad.

Nen Yim procuró acallar sus pensamientos.

—Sí —respondió.

—Excelente. Designarás a un equipo para que desarrolle inmediatamente tales armas. Y seguirás estudiando la nave.

—Gran Señor, me resultaría útil contar con otros ejemplos de esa tecnología.

—No existen. El planeta quedó destruido. Tienes todo lo que quedó.

«Entonces, por qué quieres armas contra…», empezó a pensar Nen Yim; pero se interrumpió a sí misma brutalmente.

—Sí, Sumo Señor.

Shimrra la despidió con un gesto de su mano inmensa.

Un ciclo más tarde, Nen Yim se sentó en una hamaca en su huerto privado y contempló a Ahsi Yim. La cuidadora más joven era más estrecha que Nen Yim en todas sus dimensiones, y su carne gris azulada tenía un brillo opalescente. Sus ojos atentos tenían un tono broncíneo poco común.

Su mano de maestra era muy nueva, pero eran compañeras.

—¿Cómo llegaste a la herejía, Ahsi Yim? —le preguntó con suavidad.

La otra maestra reflexionó en silencio un momento. Los finos palpos plateados de los árboles lim se movían débilmente por la estancia en busca de sustento. Era unas plantas procedentes del mundo de origen sin ninguna utilidad visible, pero Nen Yim las había resucitado a partir de las pautas genéticas del Qang qahsa porque le gustaban.

—Trabajé en el cambio de Duro —dijo por fin—. A primera vista, a nivel oficial, trabajamos de manera estricta, ciñéndonos a los protocolos. No obstante, los protocolos no resultaban adecuados en muchos casos. No tenían la flexibilidad suficiente para lo que había que hacer. Algunos de nosotros hicimos… lo que era necesario. Más tarde, me destinaron aquí, a Yuuzhan’tar, donde salieron mal tantas cosas. La extraña plaga de picores… bueno. Con eso, los maestros fueron muy ortodoxos. Yo me di cuenta de los inconvenientes de trabajar así. Al mismo tiempo, vi indicios de la capacidad de los infieles para adaptarse, para modificar su tecnología abominable, no sólo de maneras pequeñas, sino grandes. Llegué a la conclusión de que, con el tiempo, y gracias a esto, vencerían en último extremo si nosotros no hacíamos otro tanto. Por eso practiqué la herejía.

—Y te descubrieron. Te habrían sacrificado a los dioses si yo no te hubiera traído aquí.

—Sirvo a mi pueblo —dijo Ahsi Yim—. Los protocolos, no. Estoy dispuesta a morir por ello.

—Yo también —dijo Nen Yim—. Por eso vuelvo a arriesgar las vidas de las dos. ¿Me entiendes?

—Sí —respondió Ahsi Yim sin pestañear.

—Quizás hayas oído decir que el Sumo Señor me trajo una cosa para que la examinara.

—Sí —dijo Ahsi Yim, con ojos en los que se leía la curiosidad.

—Es una nave —dijo Nen Yim—; una nave basada en una biotecnología muy semejante a la nuestra. El fenotipo es radicalmente distinto, pero el genotipo es similar. Más similar que nada de lo que nos hayamos encontrado hasta ahora en esta galaxia. Y los protocolos contienen ciertas armas que parecen diseñadas especialmente bien para hacerle frente. Shimrra afirma que los dioses han debido de prever nuestra necesidad. ¿Qué te parece?

Un nuevo largo momento de reflexión, pero acompañado esta vez de una agitación excitada de los palpos de su tocado.

—Creo que no es cierto —dijo Ahsi en voz baja—. Los protocolos no han variado en cientos de años, en miles quizá. No habían «previsto» ninguna otra cosa en esta galaxia. ¿Por qué iban a prever esto?

—Es posible que aquí no hubiera otra cosa que precisara de la intervención de los dioses.

Ahsi hizo un gesto de negación.

—Aquí hay muchas cosas para las que nos habría hecho falta la ayuda de los dioses. Los Jeedai, por ejemplo. Pero en los protocolos no hay nada que apunte a ellos ni por lo más remoto.

Nen Yim asintió con la cabeza.

—Reconozco que creo lo mismo que tú. Entonces, ¿qué explicación propones?

—Nuestros antepasados se encontraron con esta tecnología en el pasado. Nosotros le hicimos la guerra, y las armas de esa batalla quedaron en el Qang qahsa.

—A pesar de lo cual, no queda ningún registro de tal hecho.

Ahsi Yim sonrió levemente.

—Hasta al Qang qahsa se le puede hacer olvidar —dijo—. ¿Has intentado alguna vez consultar los datos sobre el ascenso de Shimrra al puesto de Sumo Señor?

—Sí —respondió Nen Yim.

—Los registros sobre el asunto parecen increíblemente escuetos.

Nen Yim se encogió de hombros.

—Estoy de acuerdo en que es posible borrar los registros. Pero ¿por qué borrar los conocimientos sobre una amenaza?

—¿Crees que esta nave es una amenaza?

—Ah, sí. ¿Quieres que te cuente una cosa?

—Será un honor.

—Tengo en mi poder el qahsa personal de Ekh’m Val, el comandante que llevó esta nave al Señor Shimrra. Lo enviaron hace años a explorar esta galaxia. Se encontró con un planeta llamado Zonama Sekot.

Ahsi Yim entrecerró los ojos.

—¿Cómo? ¿Te dice algo?

—No —dijo Ahsi Yim—. Pero el nombre me inquieta.

Nen Yim indicó su asentimiento con la cabeza.

—Ekh’m Val dijo que el propio planeta estaba vivo, que sus formas de vida eran simbióticas, como si las hubieran dado forma para que vivieran juntas.

—¿Dan forma a la vida como hacemos nosotros?

—Sí; dan forma a la vida. Pero no como nosotros. Y la raza inteligente que vive allí no se parece en nada a los yuuzhan vong. De hecho, en vista de los registros, me parece que deben de ser una raza natural de esta galaxia, los ferroanos.

—Entonces, retiro lo que dije antes. No es posible que nuestros antepasados se hayan encontrado antes con ese mundo.

—Parece poco probable. No obstante, y al mismo tiempo, parece la única solución posible de este misterio.

—¿Qué fue del comandante Val?

—Fue atacado y repelido; pero consiguió capturar la nave antes de marcharse de aquel sistema.

—¿Y el planeta?

—Shimrra asegura que fue destruido.

—¿No le crees?

—No. Me han encargado que cree armas que puedan afectarle. ¿Para qué iba a hacerlo, si ya no existiera el peligro?

—Quizá tema que existan más mundos como aquél.

—Quizás. O quizá, simplemente, tenga miedo.

—¿De qué?

—Si nos hemos encontrado antes con esta raza, y hemos luchado contra ellos… puede que ellos lo recuerden mejor que nosotros. Si nosotros tenemos la clave para atacar su biotecnología, puede que ellos tengan también la clave de la nuestra. Al fin y al cabo, Ekh’m Val quedó derrotado.

—Eran unas pocas naves contra todo un planeta.

Nen Yim sonrió levemente.

—Dime… ¿qué tipo de recuerdo es más probable que hayan eliminado del Qang qahsa nuestros antepasados gloriosos? ¿Una victoria gloriosa, o una derrota ignominiosa?

Ahsi Yim frunció los labios.

—Ah —dijo—. Y crees que Shimrra sabe algo que nosotros no sabemos.

—Creo que sabe muchas cosas que nosotros no sabemos.

Los palpos de Ahsi Yim se enroscaron en señal de asentimiento. Después, clavó su mirada líquida en Nen Yim.

—¿Por qué me estás contando esto?

—Porque creo que tú sabes cosas que yo no sé —respondió Nen Yim—. Que tienes contactos que yo no tengo.

—¿Qué tipo de cosas? —preguntó Ahsi Yim, tensa.

—Para empezar, creo que ya habías oído hablar de Ekh’m Val.

El silencio fue largo esta vez.

—¿Me estás pidiendo algo? —dijo Ahsi Yim, por fin.

—Si existe ese planeta, debo verlo yo misma. La nave no me basta por sí sola. Tengo que saber más.

—¿Por qué?

—Porque creo que, de lo contrario, nuestra especie está condenada a perecer.

Ahsi frunció los labios. Sus palpos se enredaron y se ondularon.

—No puedo prometer nada, pero veré qué se puede hacer —dijo.