31
Peer se volvió y miró a su espalda. Kate se había parado de pronto en medio del pasaje. Parecía haber perdido toda la energía; se puso la cara en las manos y luego cayó de rodillas.
Dijo categórica:
—Se han ido, ¿no? Deben de habernos descubierto… y éste es su castigo. Han dejado la Ciudad ejecutándose… pero la han abandonado.
—Eso no lo sabemos.
Ella agitó la cabeza impaciente.
—Habrán hecho otra versión, purgada de contaminación, para su propio uso. Y no los volveremos a ver.
Se aproximó un trío de muñecos bien vestidos, y se acercaron a ella, sonriendo y hablando entre ellos.
Peer se acercó a ella y se sentó en el suelo a un lado con las piernas cruzadas. Él ya había enviado sondas de software buscando rastros de los elíseos, sin éxito… pero Kate había insistido en recorrer una reconstrucción de la Ciudad, a pie, como si sus propios ojos fuesen a revelar mágicamente algún signo de habitación humana que el software hubiese pasado por alto.
Él dijo suavemente.
—Hay otras mil explicaciones. Puede que alguien haya… no sé… creado un nuevo ambiente tan asombroso que todos han ido a explorarlo. Las modas recorren Elíseo como plagas… pero éste es su lugar de encuentro, su centro de gobierno, su trozo de suelo firme. Volverán.
Kate se cubrió la cara y le dedicó una mirada de pena.
—¿Qué moda tentaría a todos los elíseos a salir de la Ciudad, en cuestión de segundos? ¿Y dónde has oído hablar de esa gran obra de arte que tenían que ver inmediatamente? Yo sigo todas las redes públicas; pero no había nada especial que llevase a un éxodo. Pero si nos han descubierto, si supiesen que estábamos escuchando, no hubiesen usado los canales públicos para anunciarlo, ¿eh?
Peer no sabía decir por qué no; si los elíseos los habían descubierto, también sabrían que él y Kate no tenían poder para influir de ninguna forma en la Ciudad —y menos aún en sus habitantes—. No había razón para organizar una evacuación secreta. Ya le resultaba difícil creer que alguien quisiese castigar a dos polizones inofensivos, pero era aún más difícil aceptar que los hubiesen «exiliado» sin hacerles pasar por el elaborado ritual de la justicia o, al menos, fustigarles públicamente por sus crímenes, antes de dar la sentencia formal. Los elíseos nunca desaprovechaban la oportunidad de hacer un poco de teatro; un castigo silencioso y rápido no sonaba bien.
—Si la conexión de datos con el centro se ha roto, involuntariamente… —dijo Peer.
Kate puso cara de desdén.
—Ya lo hubiesen arreglado.
—Quizás. Eso depende de la naturaleza del problema —vaciló—. Esas cuatro semanas que me faltan… todavía no sabemos si estaba desconectado de ti por un fallo de software a nuestro nivel, o si el problema era más profundo. Si hay fallos en la Ciudad, uno de ellos puede haber cortado la conexión con el resto de Elíseo. Y puede que lleve algo de tiempo localizar el problema; algo que ha tardado siete mil años en manifestarse podría ser muy elusivo.
Kate permaneció en silencio durante un momento, luego dijo:
—Hay una forma muy simple de saber si tienes razón. Aumenta nuestra ralentización, sigue aumentándola, y veamos qué pasa. Programa nuestros exoyós para entrar y ponernos de nuevo al ritmo normal si hay algún rastro de los elíseos… pero si no sucede eso, seguiremos al futuro, hasta que los dos estemos convencidos de haber esperado lo suficiente.
Peer estaba sorprendido; le gustaba la idea… pero había imaginado que Kate hubiese preferido prolongar la incertidumbre. No estaba seguro de si era una buena señal o no. ¿Significaba eso que ella quería separarse por completo de Elíseo? ¿Desterrar lo antes posible cualquier esperanza remanente del retorno de los elíseos? ¿O demostraba lo desesperada que estaba por que volviesen?
—¿Estás segura de querer hacerlo? —preguntó Peer.
—Lo estoy. ¿Me ayudarás a programarlo? Tú eres el experto en este tipo de cosas.
—¿Aquí y ahora?
—¿Por qué no? La idea es ahorrarnos la espera.
Peer creó un panel de control frente a ellos, y juntos prepararon una máquina del tiempo simple.
Kate le dio al botón.
Ralentización cien. Los muñecos que usaban el pasaje aceleraron hasta convertirse en rayas invisibles. Ralentización diez mil. La noche y el día pasaban resoplando, luego destellaban, luego parpadeaban —ralentización un millón— y luego se fundieron. Peer levantó la vista para mirar el arco del camino del sol subiendo y bajando por el cielo con las falsas estaciones de la Ciudad, cada vez más rápidas, hasta que todo se convirtió en una banda reluciente. Ralentización mil millones. Ahora la vista era perfectamente estática. No había ningún ciclo astronómico falso programado a largo plazo en el cielo virtual. No se elevó ningún edificio, ni ninguno se derrumbó. La Ciudad vacía e invulnerable no podía hacer más que repetirse a sí misma: existir, y existir y existir. Ralentización un billón.
Peer se volvió hacia Kate. Ella estaba sentada en una postura atenta, con la cabeza levantada y los ojos apartados, como escuchando algo. ¿La voz de la hiperinteligencia elísea, el punto final de mil millones de años de mutaciones autodirigidas, abrazando toda la rejilla TVC? ¿Descubriendo el destino de ellos dos? ¿Juzgándolos, perdonándolos y liberándolos?
—Creo que has ganado la apuesta. No van a volver —dijo Peer.
Miró al panel de control, y sintió una punzada de vértigo; habían pasado más de cien billones de años de Tiempo Estándar. Pero si los elíseos habían cortado todos los lazos con ellos, el Tiempo Estándar ya no tenía sentido. Peer alargó la mano para reducir la aceleración, pero Kate le agarró la muñeca.
—¿Por qué molestarse? —dijo con calma—. Que suba por siempre. Ahora es sólo un número.
—Sí —se inclinó y la besó en la frente.
—Una instrucción por siglo. Una instrucción cada milenio. Y no representa ninguna diferencia. Finalmente lo has conseguido.
Acunó a Kate entre los brazos, mientras los eones elíseos pasaban. Le acarició el pelo, y observó cuidadosamente al panel de control. Sólo crecía un número; todo menos la extraña ficción del Tiempo Estándar permanecía exactamente igual.
Ya no sujeta al crecimiento de los elíseos, la Ciudad permanecía inalterada, en todo nivel. Y eso implicaba, a su vez, que la infraestructura que Carter había tejido para ellos en el software también había dejado de crecer. El «ordenador» simulado que los ejecutaba, compuesto por las redundancias dispersas de la Ciudad, era ahora una «máquina» finita, con un número finito de estados posibles.
Volvían a ser mortales.
Era una sensación extraña. Peer miró al pasaje vacío, miró a la mujer en sus brazos, sintiéndose como si hubiese despertado de un largo sueño… pero cuando buscó en sí mismo alguna indicación de despertar para darle sentido, no encontró nada. David Hawthorne era un extraño muerto. La Copia que había recorrido los Clubes Lentos con Kate le era tan distante como el carpintero, el matemático y el libretista.
¿Quién soy?
Sin molestar a Kate, creó una pantalla privada cubierta con cientos de dibujos anatómicos idénticos del cerebro; su menú de parámetros mentales. Pulsó el icono llamado CLARIDAD.
Había generado un millar de razones arbitrarias para vivir. Había llevado su filosofía casi hasta el límite. Pero quedaba un último paso por dar.
—Abandonaremos este lugar —dijo—. Lanzaremos un universo propio. Es lo que deberíamos haber hecho hace mucho tiempo.
Kate lanzó un sonido de angustia.
—¿Cómo viviré sin los elíseos? No puedo sobrevivir como tú: reestructurándome, imponiéndome la felicidad. No puedo hacerlo.
—No tendrás que hacerlo.
—Han pasado siete mil años. Quiero volver a vivir entre personas.
—Entonces vivirás entre personas.
Ella lo miró llena de esperanza.
—¿Los crearemos? ¿Ejecutaremos el software de ontogénesis? ¿Adán y Eva de un mundo nuestro?
—No. Yo me convertiré en ellos —dijo Peer—. Un millar, un millón. Lo que quieras. Me convertiré en la Nación Solipsista.
Kate se apartó de él.
—¿Te convertirás? ¿Qué significa eso? No tienes que convertirte en una nación. Puedes construirla conmigo, luego nos sentaremos a ver cómo se desarrolla.
Peer negó con la cabeza.
—¿En qué me he convertido ya? Una interminable serie de personas; todas felices por sus propias razones privadas. Unidas por el más tenue hilo de la memoria. ¿Por qué mantenerlos extendidos en el tiempo? ¿Por qué seguir fingiendo que hay una persona «real», que permanece a pesar de todos esos cambios arbitrarios?
—Te recuerdas a ti mismo. Crees que eres una persona. ¿Por qué dices que es fingir? Es la verdad.
—Pero ya no la creo. Cada persona que creo viene marcada con la ilusión de seguir siendo esa cosa imaginaria que llamaba «yo». Pero eso no es la parte real de la identidad. Es una distracción, una fuente de confusión. No hay razón para seguir haciéndolo… o para hacer que dos personas diferentes sigan una secuencia en el tiempo. Que vivan juntos, que se conozcan, que se hagan compañía.
Kate le agarró por los hombros y lo miró a los ojos.
—No puedes convertirte en Nación Solipsista. Es un sinsentido. Es retórica de una vieja obra. Sólo significa… morir. La gente que cree el software una vez que te hayas ido no serán tú de ninguna forma.
—Serán felices, ¿no? ¿De vez en cuando? ¿Por sus propias razones personales?
—Sí. Pero…
—Eso es todo lo que yo soy ahora. Eso es lo que me define. Así que cuando ellos sean felices, ellos serán yo.