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(Rasga, ata, corta hombre de trapo)

JUNI0 2045

Paul conectó el terminal y contactó con su viejo yo orgánico. El geniecillo parecía cansado y crispado; todos los favores pedidos y los sobornos necesarios para preparar la última fase del experimento debían de haber pasado factura. Paul se sentía más vivo que nunca, en cualquier encarnación; tenía un nudo en el estómago con algo parecido al miedo, pero el cosquilleo eléctrico en la piel se sentía más como la premonición del triunfo. Su cuerpo estaba a punto de ser mutilado, dividido hasta lo irreconocible, y, sin embargo, sabía que sobreviviría, que no sufriría daño ni dolor.

Chillido.

—Experimento tercero, prueba cero. Datos de base. Todos los cálculos realizados por el cluster de procesadores número cuatro seis dos, Instalaciones Hitachi de Supercomputación, Tokio.

—Uno. Dos. Tres. —Era agradable que le dijesen dónde estaba, al fin; Paul nunca antes había estado en Japón—. Cuatro. Cinco. Seis —y según sus propios términos, todavía no había ido. La vista por la ventana era Sydney, no Tokio; ¿por qué plegarse a la geografía cuando eso no importaba?—. Siete. Ocho. Nueve. Diez.

Chillido.

—Prueba número uno. Modelo dividido en quinientas secciones, ejecutándose en quinientos clusters de procesadores, distribuidos globalmente.

Paul contó. Quinientos clusters. Sólo cinco para el tosco modelo del mundo exterior; el resto estaba dedicado a su cuerpo, la mayoría para el cerebro. Se llevó la mano a los ojos, y el flujo de información que le daba control motor y visión recorrió diez mil kilómetros de cable óptico. No hubo retraso (perceptible); cada parte de él simplemente hibernaba cuando era necesario, esperando la respuesta requerida del otro extremo del mundo.

Era, por supuesto, una locura, tanto computacional como económicamente; Paul suponía que debía de estar costando al menos cien veces más de lo normal —no exactamente quinientas veces, ya que la capacidad de cada cluster sólo se empleaba en parte— y su factor ralentización probablemente había subido de diecisiete a cincuenta o más. En un tiempo, se había esperado que dedicando cientos de ordenadores a cada Copia se podría reducir el problema de la ralentización pero el cuello de botella de tener que mover los datos entre clusters de procesadores impedía que incluso las Copias más ricas redujesen ese factor por debajo de diecisiete. No importaba cuántos superordenadores poseyeras, porque dividirte entre ellos gastaba más tiempo en comunicación de lo que se ganaba en potencia de cálculo.

Chillido.

—Prueba número dos. Mil secciones, mil clusters.

Un cerebro del tamaño de un planeta… y aquí estoy, contando hasta diez. Paul recordó el temor perenne —ingenuo y paranoico— de que todos los ordenadores conectados del mundo podrían algún día dar nacimiento espontáneamente a una hipermente global; pero él era casi con toda certeza, la primera inteligencia del tamaño de un planeta, de la Tierra. Pero no se sentía demasiado como una Gaia digital. Se sentía exactamente como un ser humano normal sentado en una habitación de algunos metros de ancho.

Chillido.

—Prueba número tres. Modelo dividido en cincuenta secciones y veinte conjuntos de tiempo, implementado en mil clusters.

—Uno. Dos. Tres. —Paul luchó por imaginar el mundo exterior según sus propios términos, pero era casi imposible. No sólo estaba esparcido por el globo, sino que máquinas muy separadas calculaban simultáneamente diferentes momentos de su marco temporal subjetivo. ¿Era ahora la distancia de Nueva York a Tokio la longitud de su corpus callosum? ¿Se había encogido el mundo hasta tener el tamaño de su cráneo? ¿Había desaparecido el mundo del tiempo excepto por los cincuenta ordenadores que contribuían en un momento dado a lo que él llamaba «el presente»?

Quizá no… aunque a ojos de algún hipotético viajero espacial, todo el planeta estaba virtualmente congelado en el tiempo, y era tan plano como una torta. La relatividad declaraba que ese punto de vista era perfectamente válido… pero no el de Paul. La relatividad permitía la deformación del continuo, pero no cortar y pegar. ¿Por qué no? Porque debía dejar lugar para causa y efecto. Las influencias debían estar localizadas, viajando de punto a punto a velocidad finita; corta el espacio-tiempo y reordénalo, y la estructura causal se cae a trozos.

¿Pero qué pasaría si fueses un observador sin estructura causal? ¿Una estructura auto consciente que había aparecido por casualidad en los ritmos al azar de una máquina de ruido, con las propias coordenadas temporales cambiando de un lado a otro en un «tiempo real» respetuoso con la causalidad? ¿Por qué habría de declarársete un ser de segunda clase, sin derecho a ver el universo de tu propio modo? Al final, ¿qué diferencia había entre los llamados causa y efecto y cualquier otra estructura internamente consistente?

Chillido.

—Prueba número cuatro. Modelo dividido en cincuenta secciones y veinte conjuntos de tiempo; las secciones y estados distribuidos al azar entre mil clusters.

—Uno. Dos. Tres.

Paul dejó de contar, extendió los brazos y se puso en pie lentamente. Dio una vuelta, para examinar la habitación, para comprobar que todavía estaba intacta, que todavía estaba completa. Luego murmuró:

—Esto es polvo. Todo polvo. Esta habitación, este momento, están dispersos por todo el planeta, dispersos entre quinientos segundos o más… pero todavía se mantiene coherente. ¿No entiendes lo que eso significa?

El geniecillo reapareció, pero Paul no le dio oportunidad de hablar. Las palabras fluían de su interior, sin parar. Comprendía.

—Imagina… un universo carente por completo de estructura, sin forma, sin conexiones. Una nube de sucesos microscópicos, como fragmentos de espaciotiempo… excepto que no hay ni espacio ni tiempo. ¿Qué caracteriza a un punto en el espacio durante un instante? Sólo los valores de los campos de la partícula fundamental, sólo un puñado de números. Ahora, elimina toda noción de posición, orden, disposición, ¿y qué queda? Una nube de números al azar.

»Eso es. Eso es todo lo que hay. El cosmos carece de forma; no existe ni el tiempo ni la distancia, ni las leyes físicas, ni causa y efecto.

»Pero… si la estructura que es yo podía formarse a sí misma a partir de todos los otros sucesos que tienen lugar en este planeta… ¿por qué no podría la estructura que llamamos «el universo» ensamblarse a sí misma, encontrarse a sí misma, exactamente de la misma forma? Si yo puedo formar mi propio espacio y tiempo coherentes a partir de datos tan lejanamente esparcidos que podrían ser parte de una gigantesca nube de números aleatorios… ¿entonces qué te hace pensar que tú no estés haciendo exactamente lo mismo?

La expresión del geniecillo vacilaba entre la alarma y la irritación.

Chillido.

—Paul… ¿qué sentido tiene todo esto? «El espacio-tiempo no es más que un constructo; el universo no es más que un mar de sucesos desconectados…». Afirmaciones como ésas no tienen sentido. Puedes creerlas si quieres… ¿pero qué importan?

¿Qué importan? Percibimos, habitamos, una disposición del, conjunto de sucesos. ¿Pero por qué debería ser única esa disposición? No hay razón para creer que la estructura que hemos encontrado es la única forma coherente de ordenar el polvo. Debe de haber millones de otros universos coexistiendo con el nuestro, hechos exactamente de la misma sustancia, pero dispuesta de forma diferente. Si yo puedo percibir sucesos a miles de kilómetros y separados por cientos de segundos como sucesivos y simultáneos, podría haber mundos, y criaturas, construidos con lo que nosotros consideramos puntos en el espaciotiempo dispersos por toda la galaxia, por todo el universo. Somos una posible solución a un gigantesco anagrama cósmico… pero sería ridículo pensar que somos la única.

Chillido. Durham gruñó.

—¿Un anagrama cósmico? Entonces, ¿dónde están las letras sobrantes? Si algo de eso fuese cierto, y la sopa de letras primordial fuese realmente aleatoria, ¿no crees que sea muy improbable que podamos estructurar todo el conjunto?

Paul lo meditó.

No lo hemos estructurado por completo. El universo es aleatorio, a escala cuántica. Macroscópicamente, la estructura parece ser perfecta; microscópicamente, cae en la incertidumbre. Hemos empujado los residuos del azar a los niveles más bajos.

Chillido. El geniecillo luchaba visiblemente por recuperar la paciencia.

—Paul… nada de eso podría llegar a comprobarse. ¿Cómo podría alguien observar un planeta cuyos elementos constituyentes están repartidos por todo el universo, y menos aún comunicarse con sus hipotéticos habitantes? Lo que dices podría tener cierta validez puramente matemática: tritura el universo hasta convertirlo en un polvo lo suficientemente fino y quizá pudieses reorganizarlo en formas que tuviesen tanto sentido como la original. Pero si esas reorganizaciones son inaccesibles, estamos hablando de ángeles en la cabeza de un alfiler.

—¿Cómo puedes decir eso? ¡Yo he sido reordenado! ¡He visitado otro mundo!

Chillido.

—Si así fue, era un mundo artificial; creado, no descubierto.

—Encontrado, creado… no hay diferencia real.

Chillido.

—¿Qué afirmas? ¿Alguna influencia de ese otro mundo fluyó al interior de los ordenadores, cambió la forma en que se ejecutaba el modelo?

—¡Por supuesto que no! Tu estructura no ha sido violentada; los ordenadores hicieron exactamente lo que se esperaba de ellos. Eso no invalida mi perspectiva. Deja de pensar en explicaciones, causas y efectos; sólo hay estructuras. Los sucesos dispersos que formaban mi experiencia tenían una consistencia interna real como la consistencia en las acciones de los ordenadores. Y quizá no toda venía de los ordenadores…

Chillido.

—¿Qué quieres decir?

—Los intervalos, en el primer experimento. ¿Qué los rellenaba? ¿De qué estaba hecho yo, cuando los ordenadores no me estaban describiendo? Bien… el universo es grande. Hay mucho polvo para ser yo, entre las descripciones. Muchos sucesos, nada que ver con tus ordenadores, nada que ver con tu planeta o tu época, con los que construir diez segundos de experiencias.

Chillido. El geniecillo parecía ahora seriamente preocupado.

—Eres una Copia en un ambiente virtual bajo control de un ordenador. Nada más, nada menos. Esos experimentos demuestran que tu sentido interno del espacio y el tiempo es invariable. Eso es lo que siempre supusimos… ¿recuerdas? Baja a la Tierra. Tus estados son calculados tus recuerdos tienen que ser los que serían si no hubiesen sido manipulados. No has visitado ningún otro mundo, no te has construido a ti mismo a partir de fragmentos de galaxias lejanas.

Paul rió.

—Tu estupidez es… irreal. ¿Para qué me creaste, si no vas a escuchar lo que tengo que decir? He entrevisto la verdad tras… todo: espacio, tiempo, las leyes de la física. No puedes desecharlo diciendo que lo que me ha sucedido era inevitable.

Chillido.

—Sujeto y control son todavía idénticos.

—¡Por supuesto que lo son! ¡Ésa es la cuestión! Como… la gravedad y la aceleración en Relatividad General: todo depende de lo que no puedes distinguir. Éste es un nuevo Principio de Equivalencia, una nueva simetría entre observadores. La Relatividad desechó el tiempo y el espacio absolutos… pero no fue lo suficientemente lejos. ¡Tenemos que desechar la causa y efecto absolutos!

Chillido. El geniecillo murmuró, consternado:

—Elizabeth dijo que esto iba a suceder. Dijo que sólo era cuestión de tiempo que perdieses el contacto.

Paul lo miró, devuelto de golpe a lo mundano.

¿Elizabeth? Dijiste que no se lo habías dicho.

Chillido.

—Bien, ahora lo he hecho. No te lo dije, porque no creía que quisieses saber cuál fue su reacción.

—¿Que fue…?

Chillido.

—Estuve toda la noche discutiendo con ella. Quería que te apagase inmediatamente. Dijo que yo estaba… muy trastornado mentalmente, sólo por pensar en hacer algo como esto.

Paul se sintió herido.

—¿Qué sabe ella? Ignórala.

Chillido. Durham frunció el ceño a modo de disculpa, una expresión que Paul reconoció inmediatamente, y las entrañas se le volvieron de hielo.

—Quizá debería detenerte, mientras me lo pienso. Elizabeth manifestó algunas… dudas éticas válidas. Creo que debería volver a hablarlo con ella.

—¡Que te jodan! No estoy aquí para que me congeles cada vez que cambies de opinión. Y si Elizabeth quiere tener algo que decir de mi vida, puede venir a discutirlo conmigo.

Paul podía ver exactamente lo que iba a suceder. Si le detenía, Durham no volvería a ejecutarlo… volvería al fichero original y empezaría desde el principio, manejando de forma diferente a su prisionero, esperando tener un sujeto más cooperativo. Quizá ni siquiera realizase el primer conjunto de experimentos.

Los que le habían dado su comprensión.

Los que le habían convertido en lo que era.

Chillido.

—Necesito tiempo para pensar. Sólo será temporal. Lo prometo.

¡No! ¡No tienes derecho!

Durham vaciló. Paul se sentía entumecido, incrédulo. Alguna parte de él se negaba a reconocer el peligro…, se negaba a aceptar que pudiese ser tan fácil morir. Ser detenido no iba a matarle, no iba a hacerle daño, no tendría el menor efecto. Lo que le mataría sería no ser ejecutado de nuevo. Sería aniquilado pasivamente, ignorado hasta que no existiera. El destino que sufría su propia mierda.

Durham se movió fuera de la pantalla.