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(No remitir la escasez)
NOVIEMBRE 2050
—Lo que pido son dos millones de euros. Lo que ofrezco es la inmortalidad.
La oficina de Thomas Riemann era compacta pero no estaba abarrotada, amueblada con inteligencia sin ser ostentosa. La única ventana, grande, ofrecía una vista panorámica de Frankfurt —mirando al norte al otro lado del río, como desde Sachsenhausen, hacia las tres torres negras del Centro de Banca Siemens/Deutsche— que Thomas consideraba que era tan honrada como cualquier otra alternativa. La mitad de las oficinas de Frankfurt tenía vistas a grabaciones de selvas tropicales, asombrosos desfiladeros del desierto, placas de hielo antártico, o paisajes completamente sintéticos: rurales idílicos, futuristas, interplanetarios, o simplemente surrealistas. Con la libertad de elegir lo que a uno le gustase, él había seleccionado aquella vista familiar de sus días corpóreos; quizá sentimental, pero al menos no era exageradamente inapropiada.
Thomas se apartó de la ventana y examinó al visitante con bondadoso escepticismo. Le contestó en inglés; el software de la oficina podía haber traducido para él —y hubiese elegido las mismas palabras y sintaxis, al ser un clon de sus propios centros del lenguaje— pero Thomas todavía prefería emplear la versión que «residía dentro» de su propio «cráneo».
—¿Dos millones? ¿Cuál es el plan? Déjeme adivinar. Bajo su hábil administración, mi capital crecerá al ritmo más alto posible consistente con las necesidades de seguridad absoluta. El precio de la computación seguro que volverá a caer, tarde o temprano, el hecho de que se haya incrementado en los últimos quince años no hace sino que sea más probable. Por tanto: podría llevar una década o dos —o tres, o cuatro— pero finalmente, las ganancias de mi modesta inversión serán suficientes para mantenerme en ejecución en el hardware más avanzado, indefinidamente… mientras usted recibe una pequeña comisión, por supuesto —Thomas rió, sin malicia—. No parece haber investigado a su cliente potencial en demasiada profundidad. La gente como usted tiene normalmente conocimientos inmaculados… pero me temo que ha fallado conmigo. No corro peligro de que me desconecten. El hardware que usamos, ahora mismo, no es en préstamo de nadie; es propiedad por completo de una fundación que establecí antes de mi muerte. Mi herencia se administra a mi entera satisfacción. No tengo ningún problema —financiero, legal, de tranquilidad— que pueda usted resolver. Y lo último que necesito en este mundo es un fondo de perpetuidad barato y desagradable. Su oferta me es inútil.
Paul Durham decidió no mostrar ningún signo de decepción. Dijo:
—No me refiero a un fondo de perpetuidad. No ofrezco ningún tipo de servicio financiero. ¿Me dará la oportunidad de explicarme?
Thomas asintió afable.
—Adelante. Le escucho.
Durham se había negado a explicar su oferta por adelantado, pero Thomas había decidido recibirlo igualmente, anticipando una perversa satisfacción al confirmar que la misteriosa reserva del hombre no ocultaba nada fuera de lo común. Thomas casi siempre aceptaba recibir visitantes de fuera; aunque la experiencia le había demostrado que la mayoría se limitaba a pedir dinero, de una forma o de otra. Opinaba que cualquiera dispuesto a reducir la velocidad de su cerebro en un factor de diecisiete, sólo por el privilegio de hablar con él cara a cara, merecía ser escuchado; y no era inmune al halago intrínseco en el proceso, el desigual sacrificio de tiempo.
Sin embargo, había más que halago.
Cuando otras Copias lo llamaban a su oficina, o se sentaban a su lado en una mesa de reunión, todos estaban «presentes» exactamente de la misma forma. Por muy extraño que fuese el fondo algorítmico del encuentro, era una reunión de iguales. No se cruzaba ninguna frontera.
Un visitante, al contrario, que podía levantar y vaciar una taza de café, que podía firmar un documento o darte la mano, pero que, sin embargo, yacía inmóvil sobre un sofá en otro plano metafísico (¿superior?) venía cargado de demasiados recordatorios implícitos sobre la naturaleza de las cosas para ser encarado de la misma forma. Thomas valoraba eso. No quería volverse pagado de sí mismo… o algo peor. Los visitantes le ayudaban a mantener una idea de en qué se había convertido.
Durham dijo:
—Por supuesto que conozco su situación; tiene usted uno de los planes más seguros que he visto. He leído los documentos de la Fundación Solitón, y son casi perfectos. Bajo la legislación actual.
Thomas rió de todo corazón.
—¿Pero opina que puede hacerlo mejor? Solitón paga a sus abogados un millón al año; debería de haberse buscado algunas cualificaciones falsas y pedirme que lo contratase. ¡Bajo la legislación actual! Créame, cuando la ley cambia, lo hace para mejorar. Espero que sepa que Solitón gasta una pequeña fortuna en grupos de presión… y no está sola. La tendencia va en una dirección: cada año hay más Copias, y la mayoría de ellas tiene control de hecho sobre toda la fortuna que poseían cuando estaban vivas. Me temo que tiene usted un sentido de la oportunidad atroz si está planeando usar la táctica del miedo; la semana pasada recibí un informe que predecía derechos humanos totales —al menos en Europa— para principios de los años sesenta. Puedo esperar diez años. Me he acostumbrado al factor de reducción actual; incluso si aumenta la velocidad de proceso, fácilmente podría elegir seguir viviendo al ritmo actual, durante otros seis o siete meses subjetivos, en lugar de retrasar las cosas que busco, como la ciudadanía europea.
El muñeco de Durham inclinó la cabeza en un gesto de asentimiento amable; Thomas tuvo la visión de un segundo muñeco —el que Durham sentía que habitaba de verdad— inclinado sobre un panel de control, dándole a los botones de un submenú de etiqueta. ¿Estaba tan paranoico? Pero cualquier visitante pedigüeño razonable hubiese hecho exactamente eso; llevar el encuentro a distancia para no exponer al análisis su lenguaje corporal.
El muñeco visible dijo:
—¿Por qué gastar una fortuna en actualizar el hardware para intentar reducir el progreso? Y estoy de acuerdo con usted en las perspectivas de reformas… a corto plazo. Por supuesto, la gente envidia a las Copias la longevidad, pero las relaciones públicas se han llevado muy bien. Cada año se escanean y resucitan unos pocos niños enfermos terminales cuidadosamente escogidos: mejor que un viaje a Disney World. Se apoya discretamente una comedia de situación sobre Copias de clase trabajadora, lo que hace que la idea sea menos amenazadora. La situación legal de las Copias se ha defendido como un asunto de derechos humanos, especialmente en Europa: las Copias son personas discapacitadas, ni más ni menos, realmente una especie de amputación radical, y cualquiera que hable de ricos inmortales decadentes apropiándose de toda la riqueza es considerado un neonazi.
»Así que podría obtener la ciudadanía en una década. Y si tiene suerte, la situación podría ser estable durante otros veinte o treinta años. Pero… ¿qué son veinte o treinta años para usted? ¿Realmente cree que esa situación se tolerará para siempre?
Thomas dijo:
—Por supuesto que no… pero le diré lo que sí se «tolerará»: instalaciones de escaneado y potencia informática, tan baratas que todos en el planeta podrán ser resucitados. Todo el que quiera. Y cuando digo baratas, me refiero a un coste comparable al de una dosis de vacuna a principios de siglo. Imagínelo. La muerte podría ser erradicada, como la viruela o la malaria. Y no hablo de una pesadilla solipsista; para entonces los robots de tele presencia permitirán que las Copias interactúen con el mundo físico tan bien como si fuesen humanas. La civilización no habría abandonado la realidad… simplemente habría trascendido la biología.
—Eso está muy, muy en el futuro.
—Claro. Pero no me acuse de pensar a corto plazo.
—¿Y mientras tanto? La clase privilegiada de las Copias se hará mayor, más poderosa, y más amenazadora para la vasta mayoría de las personas que todavía no podrán unirse a ella. Los costes se reducirán, pero no drásticamente… sólo lo justo para cubrir parte de la explosión de demanda de los ejecutivos, una vez que se liberen de sus reparos, en masse. Incluso en la laica Europa, hay un prejuicio muy profundo que dice que morir es lo responsable, el acto moral. Hay una Ética de la Muerte, y el primer segmento sustancial de la población en abandonarla producirá una enorme reacción. Una pequeña elite de Copias gigáricas se acepta como un espectáculo de monstruos; los muy ricos pueden hacerlo todo, no se espera que actúen como gente normal. Pero espere a que el número aumente en un factor de diez.
Thomas ya había oído todo eso antes.
—Puede que no seamos populares durante un tiempo. Puedo vivir con ello. Pero sabe, incluso ahora nos vilipendian mucho menos que a la gente que busca la hiperlongevidad orgánica, trasplantes, rejuvenecimiento celular, lo que sea, porque al menos nosotros ya no aumentamos el coste sanitario, compitiendo por el uso de instalaciones médicas sobrecargadas. Ni tampoco consumimos recursos naturales ni de lejos al ritmo en que lo hacíamos cuando estábamos vivos. Si la tecnología mejora lo suficiente, el impacto ambiental de las Copias más ricas podría ser menor que el del humano de vida más ascética. ¿Quién estará en la posición moral más elevada? Seremos las personas más ecológicas del planeta.
Durham sonrió. El muñeco.
—Claro, y podría producir algunas agradables ironías si alguna vez se cumpliese. Pero incluso el impacto ambiental reducido no parecería un gesto tan santo, cuando la misma potencia informática podría ser empleada para salvar decenas de miles de vidas por medio del control climatológico.
—La Operación Mariposa ha causado muy pocos inconvenientes a mis colegas Copias. Y a mí ninguno.
—La Operación Mariposa es sólo el comienzo. El control de una crisis en una pequeña zona del planeta. Imagine la potencia necesaria para hacer que el África subsahariana quede libre de inundaciones.
—¿Por qué debería imaginarlo, cuando los planes más modestos no se han demostrado todavía? E incluso si el control climático resulta viable, se pueden construir más superordenadores. No tiene por qué ser una cuestión de Copias contra víctimas de inundaciones.
—Ahora mismo hay una oferta limitada de potencia informática, ¿no? Claro que crecerá, pero la demanda, de las Copias y el control del clima, crecerá aún más rápidamente. Mucho antes de llegar a la utopía sin muerte, es casi seguro que llegaremos a un cuello de botella… y creo que esa situación acabará haciendo que las Copias sean declaradas ilegales. En todo el mundo. Si se les han concedido derechos humanos, esos derechos serán revocados. Se confiscarán los fondos de patronatos y fundaciones. Se controlarán los superordenadores. Los escáneres, y los ficheros de escán, serán destruidos. Puede que pasen cuarenta años antes de que suceda… puede ser antes. En cualquier caso, tiene que estar preparado.
Thomas dijo suavemente:
—Si busca trabajo como asesor futurólogo, me temo que ya tengo a varias personas, muy cualificadas, que no hacen otra cosa sino investigar esas tendencias. Ahora mismo, todo lo que me dicen me da razones para ser optimista, e incluso si se equivocan, Solitón está preparada para un amplio rango de contingencias.
—Si se elimina toda su fundación, ¿cree de verdad que serán capaces de asegurar que una copia de su mente esté escondida con seguridad… y que será resucitada después de cien años o más de agitación social? Una bóveda acorazada llena de chips de ROM en lo más profundo de una mina, podría ser realmente un viaje de ida a las eras geológicas.
Thomas rió.
—Y mañana un meteoro podría golpear el planeta, destruyendo este ordenador, todas mis copias de seguridad, su cuerpo orgánico… cualquier cosa y todo. Sí, podría haber una revolución que desenchufase mi mundo. Es improbable, pero no imposible. O podría haber una plaga, o un desastre ecológico, que matase a miles de millones de humanos orgánicos pero que dejase a las Copias intactas. No hay certidumbres para nadie.
—Pero las Copias tienen más que perder.
Thomas fue enfático; aquello era parte de su letanía personal.
—Nunca he confundido lo que tengo, una buena posibilidad de existencia prolongada, por una garantía de inmortalidad.
Durham fue claro.
—Exacto. No tiene nada así. Por eso se la estoy ofreciendo.
Thomas le miró incómodo. Aunque había hecho que eliminasen todos los rastros de cirugía de su fichero de escán, había conservado una cicatriz en el antebrazo, un pequeño recuerdo de una desgracia juvenil. Se la acarició, no del todo distraído; consciente del hábito; consciente de los recuerdos que codificaba la cicatriz, pero tenía práctica en evitar que esos recuerdos captasen su atención.
Finalmente dijo:
—¿Ofreciéndola cómo? ¿Qué podría hacer usted por dos millones de euros que Solitón no pudiese hacer mil veces mejor?
—Puedo ejecutar una segunda versión de usted, completamente a salvo.
Puedo darle una especie de seguridad; contra una reacción anti Copias… o un impacto de meteorito… o cualquier otra cosa que pudiese ir mal.
Thomas se quedó momentáneamente sin habla. El tema no era del todo tabú, pero no podía recordar que nadie antes lo expresase tan abiertamente. Se recuperó con gracia.
—No tengo deseos de ejecutar una segunda versión, gracias. Y… ¿qué quiere decir con «completamente a salvo»? ¿Dónde van a estar sus ordenadores invulnerables? ¿En órbita? ¿Allá arriba, donde sólo será necesario un guijarro para destruirlos en lugar de una piedra?
—No, en órbita no. Y si no quiere una segunda versión, no importa. Puede mudarse.
—¿Mudarme adónde? ¿Bajo tierra? ¿Al fondo del océano? Ni siquiera sabe dónde está implementada esta oficina, ¿no? ¿Qué le hace pensar que puede ofrecer algo mejor, por un precio tan ridículo, cuando no tiene ni la más mínima idea de mi seguridad actual? —Thomas se estaba desilusionando y se estaba poniendo irritable, lo que no era propio de él—. Deje de hacer esas afirmaciones infladas y vaya al grano. ¿Qué vende?
Durham agitó la cabeza disculpándose.
—No puedo decírselo. Todavía no. Si intentase explicárselo, por las buenas, no tendría sentido. Tiene que hacer primero una cosa. Algo muy simple.
—¿Sí? ¿El qué?
—Tiene que realizar un pequeño experimento.
Thomas frunció el ceño.
—¿Qué tipo de experimento? ¿Por qué?
Y Durham —el muñeco de software, la concha sin vida animada por un ser de otro plano— le miró a los ojos y dijo:
—Tiene que dejar que le muestre qué es usted exactamente.