EPÍLOGO
(No remitir la escasez)
NOVIEMBRE 2052
María dejó tres coronas apoyadas contra el mural ilusorio al final del callejón sin salida. No era el aniversario de ninguna muerte, pero ponía flores allí cuando le apetecía. No tenía tumbas que decorar; sus padres habían sido incinerados. Durham también.
Se alejó lentamente de la pared, y miró cómo el jardín crudamente pintado, con sus columnas corintias y sus olivares, casi cobraba vida. Cuando llegó al punto en el que la perspectiva de la avenida imaginaria se fundía con el de la carretera alguien la llamó:
—¿María?
Se dio la vuelta. Era Stephen Chew, otro miembro del equipo de trabajo voluntario, remolcando el martillo neumático en un carrito. María le saludó, y cogió la pala. El tramo principal de alcantarillado en Pyrmont Bridge Road había vuelto a abrirse.
Stephen admiró el mural.
—Es hermoso, ¿no? ¿No desearías poder entrar dentro?
María no contestó. Recorrieron juntos la carretera en silencio. Después de un momento, sus ojos empezaron a humedecerse por el hedor.