Capítulo 13
Eran las dos y media de la tarde cuando Hastings escuchaba con toda atención el relato que Elmore le contaba acerca de su encuentro con el inspector Fowler.
—No hagas ningún trato —dijo Hastings.
—Vendrá a por ti, si no lo hago.
—No lo creo. No va a tener los huevos suficientes para hacerlo. Sabe que si lo hace y se equivoca, alguien va a pedir su dimisión y entonces dirá adiós a su paga de jubilación.
—Ese tío está loco, Patrick.
—Ponte en contacto con Kent. Es sólo su ayudante pero creo que le tiene aprecio. Haz un trato con él. Ofrécele que no vas a actuar contra Fowler por las amenazas que te hizo en presencia de Diana. A cambio de no hacerlo, él debe hacer todo lo posible para disuadir a su jefe de sus propósitos. A menos que…
—¿A menos qué? —preguntó Elmore tras unos segundos de silencio.
—Está claro que esa nota encontrada en el bolsillo de Robertson es real. Eso demuestra que la partida sigue viva. Nuestros contrincantes han realizado una maniobra de ataque apuntando directamente al rey. Su propósito no es otro que el de valorar nuestro grado de respuesta. Sin embargo, la cuestión principal es la siguiente. ¿Cuál es la pieza que ha realizado el movimiento de la amenaza? ¿Ha sido una pieza interna o externa al tablero?
—¿Qué quieres decir?
—¿Habéis notado algún síntoma de los que os expliqué en Fowler? Diana estaba contigo, ¿no es cierto?
—Sí.
—Dile que venga.
—Está algo disgustada conmigo porque cree que te protejo demasiado. No comprende mi comportamiento.
—Llámala, Glenn.
Cuando Diana apareció en la puerta del despacho de Glenn, tenía la cara y la actitud de no saber exactamente adónde mirar. Glenn sin embargo, mucho más sentado y dominador de la situación, la miró directamente a los ojos y le dijo.
—No vamos a hacer ningún trato con Fowler. Hastings ha descartado esta posibilidad. Intentaremos no obstante, obtener la colaboración del ayudante de ese tipo. Por cierto, Patrick quiere preguntarte algo.
Diana miró a Hastings y antes de que este le preguntara nada, le dijo abiertamente.
—No aprecié en Fowler ninguno de los signos que pude identificar en Amos Williamson.
—Buena chica —contestó Hastings—. Estás en todo. Por eso eres la pieza más especial del equipo.
Diana no supo cómo reaccionar al cumplido recibido. Se quedó muy sorprendida por el comentario de Hastings.
Glenn siempre atento y al quite, intervino explicando.
—Esto forma parte de la manera que utiliza Patrick para referirse a lo que está sucediendo. Él lo simboliza todo como si estuviera jugando una imaginaria partida de ajedrez y tú eres una de las piezas de nuestro equipo.
—¿Qué pieza soy? —preguntó rápidamente ella.
—Tú eres la pieza con más libertad de movimientos de todas y eres la pieza en la que confío para asestar el golpe final y definitivo —explicó Hastings—. Tú, Diana, eres nuestro caballo.
Ella hizo una mueca con la cara. Era el reflejo de la sensación de estar contenta por sentirse integrada en el equipo, mezclada con la decepción de no ser considerada como una pieza de más alto rango.
—¿Quiénes formamos nuestro equipo? —preguntó.
—Nosotros tres, Carl Northon y la doctora Gina Hartford.
—¿Solo somos cinco? Las partidas de ajedrez se juegan con dieciséis piezas por cada bando. ¿Cuántos son ellos?
—Ahora también ya son sólo cinco.
—¿Y nosotros con qué color jugamos? ¿Con las blancas o con las negras?
—Con las negras —contestó Hastings—. Pero no te preocupes porque vamos a ganar.
—¿Y el seboso de Fowler con quién juega?
—Con nadie. Sólo está en el entorno del tablero, al igual que Travis Kent. Sin embargo, debemos saber aprovechar toda su posible influencia en nuestro favor.
—¿Y yo que se supone que debo hacer ahora? —preguntó Diana.
—Venir conmigo. Quiero que conozcas a la reina de nuestro equipo.
—¿A Gina Hartford?
—Efectivamente. Así, si Kent no consigue convencer a Fowler, por lo menos contaremos con la ventaja de estar lejos. Vendrás tú sola conmigo. Glenn se quedará aquí y Carl también. A partir de ahora y aunque todos juguemos juntos la misma partida, no quiero que volvamos a coincidir más de tres de nosotros en un mismo sitio. Las reglas de seguridad de la partida han cambiado y no podemos permitirnos ningún error.
El primer encuentro entre los dos miembros femeninos del equipo, resultó satisfactorio. Diana quedó impresionada por la solidez de la personalidad de Gina Hartford y esta no pasó por alto la enorme versatilidad que Diana ofrecía a la situación. Ellas no se parecían en absoluto pero tenían una infinidad de cosas en común. Ambas tenían en su piel la herencia del azabache y parecían tener unos orígenes muy cercanos aunque la realidad se cuidase de desmentirlo.
Hastings lo celebró interiormente. No dijo nada pero supo que había ganado una batalla muy importante. Ahora, y por primera vez, tenía un equipo cohesionado en sí mismo. Su grupo estaba formado por personas muy heterogéneas, pero era precisamente eso lo que lo hacía más homogéneo y unido.
Patrick pudo ver como Gina y Diana compartían sus secretos e impresiones sentadas en el borde del lecho principal de la segunda cavidad de la cueva. Les vio moverse con soltura y con una elevada profesionalidad cuando ambas bajaron al laboratorio y contrastaron sus opiniones comentando el resultado del análisis de la naturaleza de los enemigos. Las dos mujeres se infundían fortaleza y seguridad la una a la otra, mientras Hastings procuraba permanecer lo más en silencio que podía.
En algún momento se sintió tan abstraído que se vio paseando por los rincones más olvidados que Akhetaton, la ciudad proscrita de aquel Egipto que había decidido rendirse de nuevo, al culto de Amón y del resto de divinidades.
Nefertiti era muy distinta a Gina pero él estaba seguro de que era ella. La situación actual había permitido que fuera realidad un hecho que hubiera sido imposible en el pasado. Por un instante tuvo la sensación de que Diana era la reencarnación de Ankhsenamon y que madre e hija volvían a estar juntas, teniendo casi la misma edad.
—¡Patrick, ven a ver esto! —oyó que le gritaba Diana desde un rincón del laboratorio.
Hastings se acercó a ellas. Diana tenía el ojo pegado al ocular de un microscopio mientras que con la mano izquierda le apremiaba a llegar hasta ella lo más rápido posible.
—¿A qué viene tanta prisa? ¿Acaso estás viendo la final de los cien centímetros lisos de los espermatozoides más veloces del condado? ¿Crees que será necesaria la photo-finish? ¿Aquí no dan la repetición? —iba diciendo él mientras se acercaba a ellas.
—Veo que podemos seguir añadiendo cualidades a tu curriculum personal —dijo Gina—. Habrá que sumar la de graciosillo chistoso a las ya contrastadas de secuestrador, poeta y adivino.
Hastings llegó al lado de Diana y esta se apartó para dejar que mirara por el objetivo. Patrick ya sabía lo que iba a ver pero simuló no saberlo. Aun así, se sorprendió por la velocidad en que se producía la reacción que estaba en el visor del microscopio.
—¿Lo has visto? —incidió de nuevo Diana—. Sí, pero yo no entiendo nada de eso —mintió Hastings de forma intencionada.
Gina le dedicó una mirada de incredulidad pero no dijo nada. Había asumido perfectamente que Hastings era el jefe de la operación y ella no iba a contradecirle en público.
—Pues lo que acabas de ver es el sistema autótrofo de alimentación que Gina ha recogido en uno de esos árboles con actividad.
—Es cierto —siguió explicando Gina—. Los signos que detectamos en algunos de aquellos árboles nos indicaron que en ellos se producía un proceso de características hasta ahora desconocidas. Mi empeño entonces, se centró en conseguir una explicación a lo que estaba sucediendo. Las conclusiones que he podido sacar son sencillamente aterradoras. Los últimos resultados de las pruebas que realicé ayer demuestran que estamos ante algo o alguien que es casi intelecto puro.
La cara de Diana era el reflejo de su estado. Por primera vez, ella estaba comenzando a calibrar el alcance y las dimensiones de lo que tenían delante de las narices. Hasta ese momento no había acabado de entender la actuación de complicidad de Glenn, ni la de subordinación de Carl Northon. Ahora, al ver el respeto que Gina procesaba a Hastings, se había sentido ridícula y mezquina por todos sus comportamientos anteriores.
Patrick Hastings se dio perfecta cuenta de ello y se decidió a intervenir para refrendar un poco más su liderazgo.
—Efectivamente, esos seres a los que nosotros nos estamos enfrentando, viven en el interior de los árboles. Salen y entran de ellos a su completo antojo. Como muy bien les ha calificado Gina, ellos son puro intelecto y sólo necesitan de un pequeño nexo de unión a la materia, tal y como la conocemos y entendemos nosotros, para continuar ligados a este mundo. Sin embargo, esa es también su mayor dependencia y servilismo. Ellos no pueden vivir sin esos árboles que han elegido como morada. Podríamos decir que en ellos recargan sus baterías. Es una recarga absolutamente necesaria para poder mantener vivas y efectivas todas sus portentosas cualidades. A través de esos árboles, también tienen establecida una especie de red de filtros cónicos multidireccionales que les permite controlar todas las comunicaciones.
—¿Nos están oyendo ahora? —preguntó Diana.
—Yo apostaría por una respuesta negativa a tu pregunta. Pero eso no debe importarnos. Nosotros sabemos quiénes son ellos y ellos saben quiénes somos nosotros.
—¿Y quiénes somos nosotros exactamente? —volvió a preguntar Diana aprovechando que la ocasión se le presentaba propicia para hacerlo.
—Gina te lo explicará mejor que yo —contestó Hastings.
Los ojos de Diana se posaron en Gina Hartford. La doctora del equipo de investigación científica aceptó el reto que le había enviado Hastings y se preparó para contestar.
—Patrick me valora mucho al dejar que sea yo quien conteste a esa pregunta. Creo que yo le recuerdo a alguien que fue importante para él. Sin embargo, me da la impresión de que tú, Diana, también le debes recordar a otra persona que conoce o conoció. La forma en la que nos miraba a las dos hace algunos minutos, así me lo ha hecho pensar.
—Yo no me he dado cuenta.
—Yo sí y además creo que esas dos personas que él recuerda en nosotras tenían una estrecha relación entre si. ¿Me equivoco con lo que estoy diciendo? —preguntó Gina dirigiendo su mirada a Hastings.
—No has contestado a la pregunta que ha realizado Diana.
—Ni tú a la mía.
—Seamos respetuosos con el orden. Contestale tú primero a Diana.
Gina recogió una vez más el desafío.
—En esta atípica batalla, los equipos contrincantes también lo son. Hemos definido a nuestros enemigos como extraños seres que necesitan retroalimentarse dentro de unos árboles y nosotros somos una especie de selección mundial de científicos y de policías federales. Sin embargo, nosotros formamos un equipo muy compacto y competitivo. Carl aporta entusiasmo y generosidad. El inspector Elmore, al que conozco muy poco, me pareció una persona sensata y ecuánime que esgrime una firme convicción en todas sus decisiones. Tú, Diana, por lo poco que he podido ver, eres el vivo ejemplo de la fuerza y la agresividad. Eres una pura sangre.
Hastings sonrió por la referencia equina que acababa de hacer Gina. A Diana tampoco le pasó inadvertido el hecho de que en escasas horas, la hubieran comparado dos veces con un caballo. Gina continuó explicando.
—No sabría cómo definirme a mí —continuó diciendo la doctora Hartford—. Creo que lo que yo le puedo aportar al equipo es, sobre todo, rigurosidad y trabajo, mucho trabajo. Y para terminar está nuestro jefe. Antes ya le he definido como un secuestrador, un poeta, un adivino y un chistoso. Sin embargo, creo que él es mucho más que todo eso. Si tuviera que definirle con una sola palabra creo que elegiría la de «impredecible».
—¿Por qué impredecible? —preguntó el aludido.
—Eso es una nueva pregunta y debemos respetar el orden. Ahora es tu turno. Debes contestar primero a la mía.
—Es cierto que me recordáis a unas personas que conocí hace mucho tiempo y que estaban relacionadas entre ellas. Sin embargo, eso carece de valor en el presente. Nada conserva su valor si quien debe cuidarse de hacerlo no lo hace o no es consciente de haberlo hecho.
—¿Podéis hablar más claro? Me hacéis sentir como una tonta porque no entiendo nada de lo que decís ni tampoco a lo que os estáis refiriendo —dijo Diana.
El silencio reinó unos segundos en la cueva. Estos no fueron muchos pero sí que fueron los suficientes para que Hastings realizara un nuevo viaje atemporal a Egipto.
Hacía más de tres mil años que Ankhsenamon, aquella inocente criatura de sólo diez años, les había pronunciado la misma pregunta y la misma queja a ellos dos.
Estaban paseando por el jardín de palacio que llegaba hasta la orilla del Nilo. Nefertiti se interesaba por el futuro pero no hacía preguntas directas para evitar que la princesa se preocupase en demasía. Él le contestaba de igual forma, empleando alusiones que la pequeña no comprendía y por eso Ankhsenamon había protestado.
Diana decidió cambiar la pregunta por otra más intrascendente.
—¿Cuántos años tienes, Hastings?
—Cuarenta y siete.
Te felicito porque no los aparentas.
—Eres muy amable, Diana. Creo que deberías aprovechar tu oportunidad para preguntar puesto que no sé si el futuro te deparará una ocasión mejor que esta.
Diana no tardó ni un segundo en volver a preguntar.
—¿Explicadme cómo es posible que esos seres tan poderosos e inteligentes no puedan llegar hasta nosotros y destruirnos?
—Poco a poco han ido perdiendo movilidad y eso condiciona sus recursos. La edad no perdona a nadie y a ellos tampoco. Todo ser vivo sin excepción tiene un ciclo vital que se resume con aquello de ‘nace, crece, reproduce y muere’. Pues bien, nuestro progreso, el progreso actual de la raza esclava, les está matando. Por un lado, el nacimiento de la cibernética como fruto de la unión casi incestuosa de la mecánica y la informática, les han hecho ver que sus poderes no son ya tan extraordinarios como lo eran antes. Y por otro lado, este planeta que eligieron entre muchos miles, ya no les regenera como lo hacía cuando llegaron —explicó Hastings.
—No es sólo eso —continuó Gina recogiendo el testigo en una imaginaria carrera de relevos con Patrick—. Seguramente fueron esos seres los que nos enseñaron a cultivar la tierra y lo hicieron porque era de su interés que lo aprendiésemos.
—¿Por qué era todo eso de su interés?
—Cuantos más árboles y plantas existieran sobre la faz de la tierra, era mucho mejor para ellos porque se enriquecía el ciclo vital que ellos precisan —explicó de nuevo Hastings—. Piensa que en la actualidad nada funciona como antes. Ahora se hacen continúas trampas a la naturaleza. El esclavo cultiva la tierra en espacios cerrados y con luz artificial sin descanso. Los invernaderos son como burbujas que roban ese intercambio enriquecedor a la atmósfera y además empobrecen a la tierra porque se sacan más recursos de ella de los que se reponen por ciclo natural. Los productos transgénicos son otro fraude que inhibe y secuestra la libre capacidad de desarrollo que diferencia, por ejemplo, a un tomate de otro tomate.
—¿El resumen final podría ser algo así como que estamos continuamente rompiendo la cadena natural? —preguntó Diana.
—Sí, y ellos necesitan hacer algo para que esta dinámica cambie de dirección o se detenga por completo —asintió Hastings.
—Es normal que lo hagan —añadió Gina—. De ello depende su propia existencia. No van a poder subsistir si todo continúa igual o todo va a peor. Nuestro progreso les está aniquilando.
—¿Y qué es lo que pretenden? —volvió a preguntar Diana.
—Hasta ahora siempre se han aprovechado de los conflictos que nosotros, los esclavos, nos hemos ido creando entre nosotros mismos pero ahora eso ya no les es suficiente. Ahora necesitan provocar una situación excepcional que nos destruya y nos debilite casi por completo. Algo que desencadene nuestra aniquilación hasta el nivel que ellos precisan, para volver a coger el mando y el timón de la situación.
—¿Otra guerra mundial? —preguntó Diana.
—No. Eso ya no les va a resultar suficiente —contestó Hastings.
—Y todo está explicado en ese misterioso grafismo que descubristeis, ¿no es cierto Patrick? —preguntó Gina.
—Sí.
—¿Lo has descifrado todo por completo?
—Casi. Sólo me falta un signo del último anillo.
—¿Y? —preguntaron las dos mujeres al unísono.
—Pues que sin saber a qué se refiere ese séptimo símbolo, los otros seis pierden importancia y desconozco el tipo de relación que tienen entre sí. Necesito averiguarlo para poder preparar adecuadamente nuestra defensa.
Gina desapareció unos segundos y volvió con la fotografía del grafismo que Patrick había incluido en la documentación que le había dejado en el laboratorio.
—¿Es este el grafismo, verdad? —dijo colocando la foto encima de una pequeña mesa.
—¿Qué has podido descifrar tú sola? —se atrevió a preguntar Hastings muy temeroso de la respuesta que iba a obtener de Gina.
—He de confesarte que no le he prestado mucha atención. Ahora veo que tenía que haberlo hecho. Lo siento.
—¿No has identificado nada? —volvió a preguntar Hastings ante la mirada expectante de Diana.
—Tan sólo signos inconexos que no sé qué explicación les tengo que atribuir.
—¿Cómo cuál? —insistió de nuevo Hastings para comprobar si le daba la respuesta que él esperaba.
—¿No es esa la cruz que definía a los Caballeros de la Orden del Temple? —dijo al fin Gina señalando uno de los cinco signos del tercer anillo circular.
—¿Te refieres a los Templarios? —preguntó Diana totalmente entusiasmada.
—Sí, esa es la cruz de la Orden del Temple —admitió Patrick, un tanto decepcionado.
—¿Cuál es el signo que no has logrado descifrar? —preguntó Gina totalmente ajena a todo lo que sentía su compañero.
—Ese —dijo él, señalando con el dedo índice de su mano izquierda a un signo que parecían ser cuatro «w» seguidas.