Capítulo 6
Dorothy Shealton fue inhumada en el cementerio de su pequeña localidad natal, situada en el estado de Oregon. Mullhouse y Northon acudieron al sepelio acompañados de los tres miembros del equipo policial federal.
Una suave brisa envolvía a la escasa veintena de personas que asistieron al funeral oficiado por el pastor de Woodburn. De entre todas esas personas, sobresalía la figura de una mujer de unos cincuenta años que no dejaba de llorar de forma desconsolada y que era el objeto de atención de todos los presentes.
Esa mujer se llamaba Beth Shealton y era la madre de Dorothy.
Mullhouse y Northon se acercaron a ella al finalizar el responso para darle personalmente el pesame. Mientras tanto, Elmore, Diana y Hastings se dedicaban a observarlo todo y a todos desde la distancia.
Beth Shealton reaccionó de forma inesperada cuando conoció la identidad de Kevin Mullhouse. La mujer que había logrado recuperar la calma, rompió de nuevo a llorar y comenzó a susurrar frases difíciles de comprender al mezclarse con el llanto que no cesaba.
Fue Carl Northon quien logró tranquilizarla cuando sus manos, en el momento de expresar sus condolencias, agarraron las de Beth. El estado más sosegado de la madre de Dorothy no trajo consigo el final de sus lamentos, pero sí que permitió que estos fueran más entendibles.
—Le dije que no lo hiciera. No tenía que haberlo hecho. Se lo advertí varias veces. Siempre he estado temiendo que llegara este momento —repetía una y otra vez de forma desconsolada.
La poca concreción de las frases pronunciadas por Beth Shealton y la carga de misterio que iba encerrada en las mismas, provocaron que Northon hiciera una señal con la mano a Glenn Elmore para que este se acercara.
El jefe del grupo federal acudió a la llamada del consejero de la «NWC». La madre de Dorothy seguía ensimismada sin dejar de expresar repetidamente sus lamentos en voz alta. Eso hizo que Elmore realizara una nueva señal para que Diana y Hastings se unieran al grupo que rodeaba a Beth Shealton.
Patrick Hastings escuchó en silencio y llegó a la conclusión de que había algo de cierto en aquellas frases quejumbrosas. No quiso preguntar nada porque no era el momento de hacerlo delante de extraños a los que no tenía controlados. Su mano cogió el codo izquierdo de Elmore y lo apartó unos metros para poderle hablar a solas con la seguridad de no ser escuchados. Diana observó el movimiento pero permaneció quieta, impidiendo de esta forma que Northon y Mullhouse pudieran moverse.
—Tenemos que volver aquí y hablar con ella —dijo Patrick.
—¿Entiendes que hay algún fundamento más en sus palabras que no sean los producidos por el dolor y la desesperación?
—Eso habrá que averiguarlo. He percibido una señal en la que he identificado unas risas nerviosas. Eran las risas de una adolescente. Las he percibido justo en el momento en que esa pobre mujer ha pronunciado las siguientes frases, «nunca debió ir allí» y «le dije que no fuera porque era peligroso».
—¿Crees que ha podido ser un flashback del pasado?
—No lo sé seguro pero no podemos dejar de comprobarlo. No les digas nada a esos dos. Prefiero que tú y yo volvamos otro día, solos —concluyó Hastings, iniciando su caminar para volver a unirse de nuevo al grupo.
Diana les observó regresar en silencio. Mullhouse no preguntó nada y Northon seguía pendiente de Beth Shealton.
El acto terminó a los pocos minutos, y tanto el grupo de policías federales como el de consejeros de la «NWC» emprendieron el viaje de vuelta a Seattle, en sendos coches.
El tema de conversación en ambos vehículos fue exactamente el mismo. A nadie le habían pasado desapercibidas las preocupantes cargas de premonición que estaban incluidas en las frases de Beth Shealton ¿A qué hecho se había referido exactamente? ¿Por qué había sido tan insistente en ello? Era palpable que estaba muy afectada por su posible influencia.
Northon y Mullhouse llegaron a la conclusión de que volver para preguntar, no entraba dentro de sus cometidos. En el coche de Elmore, Hastings fijó para el día siguiente la nueva visita a Woodburn, aprovechando que sabía que también para ese día estaba convocada la reunión del Consejo de la «NWC» que se había aplazado con motivo de la muerte de Dorothy.
Elmore había conseguido permiso de Mullhouse para que Diana estuviera presente en ella en calidad de observadora. El acuerdo incluía una cláusula de confidencialidad en todo lo que pudiera hacer referencia a cuestiones científicas.
Diana había recibido instrucciones expresas de Hastings de vigilar principalmente dos cosas. La primera de ellas consistía en que debía procurar estrechar la mano de todos y de cada uno de los consejeros cuando ella se incorporara a la reunión. Su objetivo era descubrir si alguien tenía las manos más frías de lo normal. Hastings le había expresado a Elmore el temor a que el equipo rival estuviera en plena etapa de formación. Eso significaba nuevas incorporaciones y Diana tenía la misión de identificarlas. El segundo de los temas que vigilar estaba encaminado a poder desvelar cadencias extrañas en la pronunciación de las frases y también en un movimiento exagerado de apertura y cierre en las pupilas de los ojos.
Las consignas de Hastings habían sido muy concretas. Diana sólo tenía que identificarlas pero no podía tomar ninguna iniciativa. En eso Hastings había sido extremadamente claro, taxativo e insistente. Le había repetido varias veces que ninguna significaba «ninguna».
Ante tal grado de insistencia, Elmore le había apuntado a Hastings la posibilidad de ser él mismo quien acudiera a la reunión del Consejo de la «NWC», pero Patrick lo había desaconsejado. Sabía que una mujer iba a despertar muchos menos recelos que un hombre.
La reunión del Consejo comenzó a las diez en punto y justo una semana después de lo que había estado previsto.
Mientras Diana trataba de identificar las anomalías indicadas por Hastings, este y Elmore se encontraban a unas treinta millas de la pequeña población de Woodburn. Durante el viaje, Glenn Elmore había permanecido inusualmente callado y Hastings parecía haber enmudecido. Su semblante reflejaba la tensión y la seriedad que suele preceder siempre a los grandes acontecimientos. El jefe del grupo federal intuía algo y decidió romper el silencio.
—¿Preocupado?
—Solo concentrado —respondió Hastings.
—¿En qué piensas?
—En nada. Procuro mantener mi mente en estado de alerta.
—¿Alerta de escucha?
—Reconozco que también podría definirse correctamente de esa manera —asintió Hastings, para sumirse de nuevo en el silencio.
Diana Farrell intentaba procesar la gran cantidad de información que se barajaba en la reunión del Consejo de la «NWC» a la que asistía como invitada. Sin embargo, la sensación de haber descubierto un par de manos extremadamente frías, la mantenía ahora, completamente pendiente de confirmar las otras dos características anunciadas por Hastings. Pero hasta el momento no había podido hacerlo.
El individuo identificado por el contacto manual, había permanecido callado y con la mirada fija en un solo punto sin apenas variación. Tuvo el impulso de mandar un mensaje a Hastings con su nombre pero recordó que su compañero le había recalcado insistentemente que no tomara ninguna iniciativa y por eso se retuvo y no lo hizo. Ella nunca llegaría a saberlo pero esa sencilla y a la vez afortunada decisión, le salvó la vida. En aquel mismo instante y sin que nadie en la Sala de Juntas pudiera sospecharlo, se estableció una privada comunicación extrasensorial entre UtlerZ y MerakB.
—¿Habrá descubierto ya nuestro viejo conocido el jeroglífico pintado en el techo de la casa del viejo gasolinero de Woodburn?
—Si aún no lo ha hecho, CodufT no tardará en llevarle hasta allí —respondió MerakB.
—Tuviste una idea excelente al proponer que CodufT tomara el cuerpo de la madre de esa insolente secretaria.
—¿Crees que nuestro viejo conocido lo notará?
—Sabemos que es muy listo, pero si CodufT ha seguido al pie de la letra tus consejos, le va a ser un tanto difícil.
—Y esa agente federal, ¿habrá desenmascarado ya a ZimbaK?
—Estoy seguro de que sí que lo habrá hecho porque habrá recibido las instrucciones precisas de cómo hacerlo. No obstante de momento sólo lo sabe ella. Por el momento no ha mandado ningún mensaje.
—No creo que lo haga. Debe saber que lo detectaríamos.
—Estoy impaciente por saber si CodufT ha podido cumplir con su misión en ese condenado pueblo.
—Eso no tardaremos en conocerlo. De momento nos toca vigilar a Northon. Tarde o temprano tendrá que intentar contactar con su colega, la doctora Hartford.
Patrick Hastings observaba con atención el grafismo del techo de la casa abandonada a la que les había conducido Beth Shealton, mientras que Glenn Elmore no paraba de tomar fotografías.
El dibujo estaba formado por cinco círculos concéntricos. No eran perfectamente regulares en su trazo pero mantenían un más que aceptable rigor concéntrico. Esos cinco círculos formaban cuatro coronas circulares que rodeaban a otro pequeño círculo a modo de medallón central. Dentro de este medallón interior se encontraba perfectamente definido un signo que Hastings reconoció al instante. La primera de las coronas, la más interior, contenía dos signos. La segunda tenía tres signos. La tercera corona cinco signos, y la cuarta, la más exterior de todas, contenía siete signos en su interior.
—¿Tiene todo esto algún sentido? —preguntó Elmore a Beth Shealton—. ¿Por qué cree usted que mataron a su hija? ¿Es ese dibujo al que usted tanto temía? —siguió preguntando Glenn, ignorando la brevedad de las respuestas de Beth, mientras seguía tomando instantáneas desde todos los ángulos posibles.
Patrick Hastings había descifrado gran parte del gráfico que decoraba el techo. El signo del medallón central, le hacía referencia directa a él mismo. Los dos signos de la primera corona representaban un hecho histórico que él también conocía muy bien. Lo mismo sucedía con la segunda y tercera corona. Ambas reflejaban sendos pasajes en los que él había estado involucrado. Sin embargo, los siete signos de la cuarta y última corona tenían un significado muy distinto. Esos signos no definían nada que ya hubiese ocurrido sino todo lo contrario. Lo que hacían esos siete signos era anunciar algo que no había sucedido todavía, aunque también estaba muy claro que el tener que descifrar su significado, le continuaba afectando directamente.
Hastings se había dado perfecta cuenta del cambio sufrido por Beth Shealton con respecto al funeral del día de ayer. Él tenía claro que su cuerpo había sido ocupado con la clara intención de conducirle hasta el sitio donde ahora mismo se encontraba. Se habían tomado muchas molestias para asegurarse de que eso fuera así y ello le tenía un tanto desconcertado porque era del todo evidente que ellos querían que él conociera sus intenciones por anticipado. ¿Qué objeto tenía que le concedieran esa ventaja? Nunca lo habían hecho. ¿Por qué ahora y antes no? Esa era la clave y él tenía que averiguarla. Según estaba explicando el enemigo por la boca de la madre de Dorothy, el grafismo fue descubierto en 1994 tras la desaparición de un matrimonio de edad que vivía en la casa. ¿Qué sentido podría tener esperar más de dieciocho años para llegar hasta el día de hoy? La respuesta le pareció obvia. La respuesta era él mismo.
Decidió que había llegado el momento de hablar con Elmore. No podía contarle su secreto pero tenía que dejarle claro que el asunto trascendía la capacidad operativa que podía tener Glenn. Aunque la investigación iba a continuar bajo la oficialidad más absoluta, Hastings tenía que convencer a su jefe para que confiase en él. El éxito de todo iba a depender de eso ya que los tres fracasos anteriores estaban enmarcados en las tres coronas interiores que rodeaban al signo que le definía en el círculo central del grafismo que tenían sobre sus cabezas.
La cuarta corona anunciaba un final que él no acababa de comprender del todo. Hastings estaba dispuesto a averiguarlo y a que ese final fuera muy distinto a los de las coronas más interiores.
Beth Shealton les despidió sin ofrecerles la mano. Las había mantenido siempre ocultas. O bien escondidas en los bolsillos de su chaqueta, o protegidas dentro de un enorme pañuelo que movía constantemente alrededor de su rostro.
Cuando estuvieron de nuevo a solas en el coche, para enfilar el camino de regreso, Glenn Elmore estaba entusiasmado con el descubrimiento del grafismo.
Hastings se cuidó de rebajarle esa euforia al sugerirle que debían ir a visitar los archivos de la policía local ya que, con toda seguridad, el asunto ocurrido en 1994 debía estar documentado en un expediente.
En poco más de veinte minutos volvían a estar de camino con una copia del informe «94/A123» de la policía local de Woodburn. El dictamen final del mismo concluía con las siguientes frases:
Desaparición de Joss y Marianne Bernstein sin explicación.
Ausencia de señales de violencia.
Dibujo adjunto sin descifrar.
Análisis no concluyente de la pintura.
Glenn Elmore conducía en silencio y con la vista fija en la carretera. Hastings simulaba dormir. Tenía los ojos completamente cerrados pero su mente estaba totalmente despierta. En su interior, se preguntaba si tenía derecho a hacer lo que se disponía a poner en marcha en los próximos minutos. Conocía las consecuencias que ello iba a comportar pero no tenía otra opción. Sus propias leyes así se lo exigían y él siempre había sido respetuoso con ellas. Su responsabilidad estaba por encima de sus deseos.
Sin decidirse a abrir los ojos, volvió la cabeza hacia su jefe y con una voz que presagiaba lo solemne del momento le dijo:
—Glenn, ¿te gustaría conocer algo más de mí de lo que sabes?
—He estado esperando este momento desde el primer día en que te conocí —contestó Elmore sin apartar la vista de la carretera.
—Antes, sin embargo, tengo que hacerte una confesión y una advertencia. Yo sólo puedo sincerarme con una persona y he decidido que esta seas tú. Si tú lo aceptas, será a ti al único que no podré ayudar ni proteger.
—Tanta solemnidad me impone. No obstante no voy a renunciar a la posibilidad de contestarme a muchas incógnitas que tengo acerca de ti. Diana no me lo perdonaría.
—Diana no tiene que saber nada de todo lo que ahora voy a explicarte. Si llegara algún día a conocerlo, tampoco podría ayudarla en el caso hipotético de que se produjera la necesidad de hacerlo, ¿entiendes? Es mucho mejor que no sepa nada.
—De acuerdo —asintió Elmore—. Tenemos casi una hora de camino por delante hasta llegar a Seattle. Te escucho.
—Recuerdo que un día mi padre me sentó a su lado y me contó la siguiente historia —empezó relatando Hastings.
Hace varios miles de años, una raza de seres superiores y muy avanzados intelectualmente, llegaron a este planeta en el que ahora vivimos. Esos seres se trajeron consigo a sus propios esclavos. Los seres superiores fueron llegando a miles y cada uno de ellos tenía derecho a transportar dos esclavos. Vinieron muchos pero estaba previsto que lo hicieran muchos más. Algo debió ocurrir en el punto de origen de donde procedían que impidió que lo siguieran haciendo y la invasión se frenó. Este planeta había sido elegido entre muchos otros porque reunía dos condiciones esenciales. La primera de ellas quedaba fundamentada en el hecho de que este era un planeta joven y que no se tenía que temer por su desaparición y la segunda resultó ser que ya había ciertas formas de vida en él. En definitiva el planeta era joven pero sin embargo, ya había alcanzado el nivel que lo hacía propicio para ser ocupado. En él ya existían varias formas de vida perfectamente consolidadas. Una de ellas, aunque lo hacía de una forma más sencilla y primitiva, funcionaba de la misma manera en la que lo hacían los seres superiores. Y luego, existían otras especies que se comportaban orgánicamente como lo hacían sus esclavos.
No obstante —continuó explicando Hastings—. La elección de este planeta les deparó algunas consecuencias que ellos no habían previsto del todo. Hoy en día, en términos mucho más científicos que entonces, podríamos hacer algunas hipótesis sobre lo que realmente les sucedió. Una de las causas pudo ser el constante aumento de la temperatura de la superficie terrestre. Otra, la disminución de la concentración de oxígeno en el aire. Se calcula que cuando ellos llegaron, este porcentaje debía oscilar alrededor del 35% contra el 21% actual. Lo cierto es que la atmósfera y el clima favorecieron mucho más a los esclavos que a los llamados seres superiores. Estos últimos vieron como su vida se alargaba pero a su vez descubrieron que les era muy difícil la reproducción de su especie. Vivían más tiempo, es cierto, pero como no lograban reproducirse con facilidad, cada vez eran menos. Lo contrario sucedió con la raza de esclavos y estos crecieron mucho en número y también en otra cualidad que tampoco había sido prevista por sus dueños, ya que los esclavos iban aumentando también de forma paulatina pero progresiva, su propia capacidad de intelecto. Se podría decir que cada día eran más en cantidad y también que cada día que pasaba eran más inteligentes. Eso hizo que la correlación de fuerzas entre las dos especies cambiara y que los seres superiores tuvieran que inventar nuevas fórmulas para seguir en su posición dominante. Los seres superiores analizaron las causas que habían propiciado el crecimiento intelectual de la raza que había llegado como esclava y llegaron a la conclusión de que la clave para mantener su control, estaba en explotar y aprovecharse de la propia evolución positiva del intelecto de los esclavos. A más inteligencia, más preguntas. Y a más preguntas, más necesidad de respuestas. Fue precisamente entonces, cuando decidieron que ellos serían quienes les darían ambas cosas y por ello les crearon los dioses. La solución les deparó mejores resultados que los esperados en un principio. La cultura de los dioses arraigó de una forma que se mantenía intrínsecamente ligada a la propia existencia y evolución de la raza que había llegado como esclava pero que a través de los siglos se había convertido, poco a poco, en los verdaderos dueños y dominadores del planeta. Los seres superiores les crearon a los dioses mayores, pero algún tiempo después todas y cada una de las distintas civilizaciones que conocemos y las que no hemos llegado a conocer nunca, crearon a sus digamos, dioses menores.
—¿Puedo interrumpir? —dijo Elmore, levantando un dedo como si fuera un colegial.
—Ya lo has hecho. Dime, ¿qué quieres?
—¿La raza o especie esclava somos los humanos?
—Es una buena deducción. Permíteme que siga. La historia es larga —contestó Hastings para continuar inmediatamente, sin dar opción a que Glenn le interrumpiera de nuevo.
La historia se ha ido repitiendo hasta los días actuales y los dioses menores nos han acompañado siempre desde entonces. No nos han abandonado nunca. Conocemos las hazañas de muchos de ellos pero ignoramos un hecho esencial. Esos dioses que hemos convenido en llamar menores, han sido siempre los mismos. Hoy en día nos costaría aceptar que Ulises, el héroe de Ítaca que logró vencer la resistencia de Troya con la famosa estratagema del caballo, siglos después se llamó Ricardo Corazón de León y fundó la orden de caballería más afamada de todos los tiempos.
—No puedo creerlo.
—Lo ves. Yo no te digo que ese ejemplo sea rigurosamente cierto ni tampoco te digo que no lo sea. Como este podría darte otros muchos que te sorprenderían aún más.
—¿Quién eres tú en realidad, Hastings?
—No puedo decírtelo. Me está prohibido revelar mi nombre.
—Está bien, cuéntame más de esa historia de los seres superiores y de sus esclavos. ¿Cómo acabó?
—Como tú muy bien podrás suponer esa historia no ha acabado todavía. Aún dura y los dos estamos metidos en ella. Te decía que los llamados seres superiores fueron perdiendo efectivos y por lo tanto su poder se debilitó. Entonces trataron de buscar nuevos métodos y estrategias para seguir con el dominio del planeta.
—¿Qué hicieron?
—Desarrollaron un sistema por el que podían anular la voluntad de un cuerpo esclavo y poseerlo para vivir en él y a través de él. Eso lo hacían primero, motivados por el hecho de que también habían visto mermar paulatinamente su propia capacidad de movimiento y de esta forma la aumentaban.
—¿Estás hablando de abducciones?
—Sí, pero en aquel entonces el sistema tenía una clara limitación. El sistema desarrollado por los seres superiores sólo era efectivo si se entraba en el cuerpo esclavo cuando este estaba a punto de fallecer. Aprovechaba el conocido último suspiro de exhalación para colarse dentro. Acto seguido se procedían a revitalizar y a reparar los diferentes circuitos que el cuerpo esclavo necesitaba para seguir funcionando. El sistema les otorgaba muchas ventajas porque se confundían y podían pasar totalmente desapercibidos y camuflados entre los esclavos. De esta forma les controlaban más disimulada pero también más efectivamente. Además ellos, al ocupar el cuerpo esclavo, conservan casi todas sus funciones superiores y continúan siendo autótrofos aunque comen para disimular sin que tengan ninguna necesidad de hacerlo. Pueden inmaterializarse y traspasar objetos o paredes aunque no suelen dar espectáculos gratuitos si no lo precisan realmente.
—¿Eso es lo que pasó en la gasolinera de ese viejo?
—Casi con toda seguridad podría decirte que sí. Ellos juegan con mucha ventaja porque continúan siendo puro intelecto. El cuerpo que ocupan es utilizado sólo como un envoltorio que desechan cuando lo creen conveniente. Son asexuados y por esa razón no pudieron seguir con el ritmo de reproducción hermafrodita, tal y como estaban ellos acostumbrados. Es por eso que una de las cosas que todos quieren probar cuando ocupan un cuerpo esclavo es el sexo. Siempre se han resistido a perder su posición de privilegio dominante y también a aceptar que sus seres semejantes no volverán a venir. Aunque creo que lo saben, ellos continúan preparando y esperando esa nueva llegada que les permita salir de su escondite para dominarlo todo, otra vez, de una forma totalmente clara e inapelable.
—¿Eso explicaría la existencia de la Atlántida? ¿Es allí dónde se esconden los seres superiores?
—Ese es un lugar que también ha recibido muchos nombres a través de la historia.
—¿Qué quieres decir?
—Veo que tú recuerdas fácilmente a la Atlántida, ¿verdad?
—Sí.
—Y estoy seguro de que también habrás oído hablar alguna vez de Shangri-La o del mismísimo Edén, ¿no es cierto? Lo que ya pongo más en duda es que conozcas la existencia de otro lugar mítico y fantástico llamado Mu, que por cierto, también recibió a veces el nombre de Lemuria.
—Tienes razón, nunca he oído hablar de Mu ¿Cuántos años tienes en realidad, Patrick?
—Ahora sólo tengo un par más que tú.
—¿Y cuántos nombres distintos has tenido?
—Tampoco puedo decírtelos aunque ya te adelanto que más de uno te sorprendería.
—¿Te consideras afortunado al poder vivir tanto, o mejor dicho, tantas veces?
—No. Eso es un auténtico castigo.
—Amigo, ¿qué es lo que hiciste para tener que merecerlo? Ya que no puedes decir el nombre del pecador, dime por lo menos cuál fue su pecado.
—Desobedecí las órdenes de un dios mayor. Eso fue todo.
—¿Por qué lo hiciste?
—Creí que era mi deber.
—¿Volverías a hacerlo?
—No puedo ni es el momento de contestar a esa pregunta.
—¿Y te condenaron a vivir para siempre? ¿Tu castigo fue que no ibas a morir nunca?
—No, no fue eso sino todo lo contrario. Lo que perdí con el castigo fue mi condición de inmortalidad.
—No entiendo nada —dijo Elmore.
—Te explicaré hasta donde pueda. Como te he dicho, perdí mi condición de inmortal porque mi castigo consiste en que cuando muero, vuelvo a nacer una y otra vez. Todo terminará el día en que yo logre reparar mi error.
—¿Cómo sabrás que ha llegado el momento?
—Lo sabré —contestó Hastings.
—En ese caso te deseo mucha suerte porque presiento que es lo único que yo puedo hacer.
—Y yo te lo agradezco.
—Si logras terminar con todo esta vez, ¿me lo dirás?
—Si lo consigo te enterarás, estoy seguro.
—¿Qué has descubierto hoy? ¿Puedes tú entonces descifrar o comprender el extraño signo de los círculos?
—Hoy he descubierto varias cosas. La primera y más preocupante es que han desarrollado una nueva forma de ocupación de un cuerpo esclavo. La Beth Shealton que hoy nos ha recibido, no era la de ayer en el funeral. Su cuerpo era el mismo, pero ella no era ella.
—Yo no he notado nada especial. Tan sólo he observado que hoy estaba más serena, eso sí, pero he considerado que era normal que así fuera.
—Pues tendremos que estar atentos a las necrológicas que aparezcan mañana en los periódicos de Woodburn. Si todo se desarrolla como lo ha hecho hasta ahora, esta misma noche, si es que no lo ha hecho ya, el ocupante abandonará el cuerpo de Beth Shealton y esta morirá. Creo que no hay ninguna razón para que tengan que seguir utilizando ese cuerpo. La misión que tenían que realizar con él, ya la han hecho.
—¿Y si Beth no muere? ¿No podría darse el caso de que te estuvieses equivocando?
—Si mañana por la mañana la madre de Dorothy sigue todavía viva, mis enemigos me habrán vuelto a sorprender por partida doble. Por una parte, será cierto que han mejorado y que no necesitan entrar en un cuerpo esclavo con el último suspiro, sino que lo pueden hacer cuándo y cómo quieran, anulando primero su voluntad y luego restituyéndosela cuando han finalizado su misión. Y por otra parte habrán dejado claro que ellos querían que yo lo supiese. Esto último es lo que me tiene muy pensativo y desconcertado.
—Es posible que ellos quieran jugar limpio.
—Yo creo que ellos habrán perdido alguna más de sus facultades e intentan despistarme mostrándome su nuevo juguete para que yo no descubra el que se les acaba de romper.
—Hastings —dijo Elmore con la voz impregnada de una gran preocupación—. ¿Qué me puedes explicar del dibujo del techo?
—Por ahora poca cosa —contestó Patrick intentando retener y no desvelar todas sus preocupaciones de golpe—. Te diré tan sólo que el signo del medallón central identifica a una constelación llamada Ofiuco. Esta constelación, cuyo nombre significa ‘el portador de la serpiente’, es una de las cuarenta y ocho constelaciones principales que ya identificó Ptolomeo hace más de tres mil años. Ofiuco, sin embargo, no llegó a figurar entre las doce elegidas por la Astrología convencional para formar parte de los doce signos del Zodíaco. Casi con toda seguridad la razón de ello se basa en que, en aquel tiempo, la posición de las estrella en la bóveda celeste era muy distinta a la que es hoy en día. De hecho, todo ha cambiado respecto a entonces porque incluso los equinoccios que se producen por el corte del plano ecuatorial terrestre con la eclíptica del sol lo hacen con el astro rey situado en signos distintos a los de los que reciben su nombre. El equinoccio vernal se produce hoy en día en Piscis en lugar de Aries y el otoñal en Virgo en lugar de Libra. Todo esto se lo debemos a la precesión o cambio de inclinación del eje terrestre.
—Me da cierto reparo confesarte que no estoy entendiendo mucho de lo que me estás contando —reconoció Glenn Elmore.
—No te preocupes demasiado por ello porque lo que realmente nos importa es que la variación de la posición de la bóveda celeste permite en estos momentos que Ofiuco se vea unida a otras dos constelaciones que le son afines y que las tres juntas puedan verse como una sola y única constelación, con un resultado altamente significativo.
—Explícate un poco más si puedes. Sigo sin enterarme de gran cosa.
—Esas tres constelaciones que ahora se pueden ver como una sola son Serpens Caput (cabeza de serpiente), Ofiuco (el portador de la serpiente) y Serpens Cauda (cola de serpiente). El aspecto que presentan ahora las tres juntas simula a un hombre enrollado por una serpiente completa con la cabeza apuntando a Libra.
—¿Y?
—Pues que eso conlleva consigo la lectura de que el momento que tanto esperaban los seres superiores, ha llegado.
—¿Y tú que opinas? ¿Es eso cierto?
—Yo también opino lo mismo. Sin embargo, espero y deseo que mi interpretación sea la correcta y la suya esté equivocada.
—¿Qué diferencia hay entre ambas? —Ellos lo interpretan como que el momento de la victoria les ha llegado ya que el signo indica claramente el total dominio de los esclavos rebeldes.
—¿Y cuál es tu interpretación?
—Yo lo interpreto de otra forma. Creo que por fin, todas las piezas se unen y permiten que los esclavos se liberen de sus limitaciones al comprobar que ellos, los dioses y todas sus consecuencias históricas, forman parte de la misma cosa. Deseo que de una vez por todas la especie esclava se decida a ejercer el mando que por su propia evolución le corresponde.
—¿Y tú que pintas en todo esto? ¿Y cuál es mi papel en todo este embrollo metafísico y astral? Y esa pobre secretaria, ¿qué tenía ella que ver con todas esas serpientes reconstruidas en la bóveda celeste?
—Eso está claro. Ella ha sido el mensaje que confirma que todo ha comenzado. Su muerte ha sido como el pitido inicial del partido que hemos de jugar.
—Y tú, ¿quién o qué eres? —preguntó Elmore a Hastings.
—Yo soy el contrincante y tú, antes de que me lo preguntes, acabas de convertirte en mi compañero, en mi masajista y en mi entrenador. Ellos saben que yo en buena manera dependo de ti y que te necesito. Van a ir a por ti para llegar a mí.
—Me asustas, Patrick. ¿Qué puedo hacer yo frente a esa pandilla incontrolada de encantadores de serpientes?
—No te lo tomes a broma. El asunto es muy serio. Lo primero que hemos de hacer al llegar, es reunirnos con Northon y con Diana. Quiero saberlo todo de esas investigaciones y también quiero ver su reacción cuando les cuente la verdad de lo sucedido a Ben Carraguer.
—¿Debe asistir Mullhouse a esa reunión?
—No, por el momento prefiero dejarle al margen.
—¿Sospechas de él?
—Si se confirma la nueva forma de abducción que yo imagino, todos sin excepción entraran a formar parte de la cofradía de los sospechosos.
—¿Cómo vas a evitar que se nos cuele alguien que no deseamos, en nuestras propias filas?
—Tengo mis métodos. Por eso no debes preocuparte. ¿Ya has olvidado que llevo algunos miles de años haciéndolo?