Siempre tuvimos, ángeles o dioses,

la visión perturbada de que sobre

nosotros, compeliéndonos,

obran otras presencias.

Como sobre las reses de los campos

nuestro esfuerzo, que no comprenden ellas,

las coarta y obliga

y ellas no nos perciben,

son nuestra voluntad y pensamiento

las manos con las que otros nos conducen

hacia donde ellos quieren

y no queremos ir.