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El pastor y exsenador por el Partido Republicano, Andrew Chapeltown, roncaba como el motor de un viejo automóvil mientras su compañero de viaje, el abogado y diácono Joshua Kincaid, trataba de ganarle al insomnio leyendo una copia de los documentos que les había traído el hermano Sagredo. El plan del médico para desprestigiar a la Iglesia Católica dentro de la comunidad cristiana local tenía muchos puntos rescatables. Sostenía el chileno que el respeto hacia los valores patrios era el punto que debía de ser atacado, para así quebrar las bases y demostrar que el país, aunque en su origen y moral era cristiano, poco y nada tenía que ver con los preceptos de la curia romana. Habían pagado mucho por las investigaciones, y la lista de historiadores y antropólogos citados al final del documento era larga. Básicamente eran tres los puntos del asalto: Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera, los padres fundadores de la patria y Arturo Prat, el héroe más popular de todos, que se había sacrificado junto a su tripulación en un combate desigual durante la guerra de 1879, que enfrentó a Chile con el Perú y en cuyos detalles, el abogado y religioso de Atlanta, no estaba interesado en profundizar. El trabajo subrayaba que difundir que O’Higgins era masón y contrario a la iglesia; que Carrera se había convertido al evangelismo durante su estadía en Estados Unidos en 1816; y que Prat había abrazado el espiritismo luego de que el arzobispado le diera la espalda tras la muerte de su hija y lo acusara a él y a su mujer de prácticas paganas, era la manera de iniciar una solapada guerra donde, en la gracia de Dios, ellos tenían todas las de ganar. Después de todo, los curas estaban tan desprestigiados que no iban a poder reaccionar rápido a un ataque tan directo a sus cimientos. Y claro, pensó Kincaid, si a eso se sumaba lo de La cuarta carabela, el libro y la verdadera cuarta carabela, Babilonia se iba a derrumbar pronto sobre sus cimientos. Pero al contrario que Chapeltown y de rebote de Sagredo, el abogado de Atlanta no compartía todo el optimismo de sus colegas. Había un factor que nadie parecía tomar en cuenta y ante el cual el Vaticano siempre tendría una ventaja sobre ellos: el de la religiosidad popular. Al atacar el culto mariano, muchos fieles podrían sentirse atacados a sí mismos y la respuesta contra la Iglesia Evangélica podría ser muy desastrosa. Chapeltown decía que si eso sucediera, sería la voluntad del Señor. Si los marianistas atacaban a los verdaderos cristianos, era el precio necesario por alcanzar la gracia del Señor. Kincaid sonrió al recordarlo. Sabía que las palabras del hombre que roncaba en la cama del lado no eran del todo sinceras; las del plan de Leverance tampoco. Si de verdad confiaban en la voluntad del Padre Celestial habrían apuntado a un culto marianista real, como el de la Guadalupe en México. Lo de Chile y Argentina solo era un ensayo y eso todos los involucrados lo sabían.

Existía un documento histórico adjunto, uno que obviamente no iba a ser difundido junto al de los padres de la patria chilena, y que hacía referencia a la primera visita de Chapeltown a Chile en 1982. El viejo se lo había contado durante el vuelo desde Atlanta. En ese entonces tanto él como Leverance ya eran miembros de La Hermandad, aunque no formaban parte de la jerarquía más alta. Claro, eran hermanos que iban aumentando su rango y ambos iniciaban auspiciosas carreras políticas. En el caso de Chapeltown, una ruta que lo llevaría al senado, y en el de Leverance, a altas esferas dentro de los organismos de seguridad e inteligencia de los gobiernos de Reagan, primero, y Bush padre después. Los dos viajaron a Santiago a reunirse con Augusto Pinochet, general y dictador que gobernaba el país desde el golpe de Estado de 1973, con el que había sido derrocado el gobierno socialista de Salvador Allende, gracias, entre otras cosas, a la intervención directa de la CIA y del gobierno de Nixon que buscaba evitar que Chile se convirtiera en una segunda Cuba. Pero la reunión de Leverance y Chapeltown con el gobernante no había sido por motivos políticos. Al menos no evidentemente políticos. «La Hermandad había estado monitoreando las relaciones entre la dictadura militar chilena y la Iglesia Católica desde 1973. En un principio el arzobispado había estado muy de la mano de Pinochet. Temían que con Allende el país se convirtiera en una dictadura comunista y atea en la que la iglesia fuera perseguida. Pero con los años eso fue cambiando. La lealtad con los militares se limitó a grupos católicos de elite relacionados con las clases altas, mientras la Iglesia Católica en sí se fue transformando en una firme detractora de la dictadura, en especial por las denuncias de continuas violaciones a los derechos humanos. El Colegio Cardenalicio de Santiago de Chile se convirtió en la principal institución opositora a Pinochet y el dictador temía al poder popular que ello podía desencadenar. Entonces, apuntó a la Iglesia Evangélica, sabiendo muy bien que en las clases bajas del país nuestra religión crecía como una plaga, una que además era muy fácil de manipular y controlar, ya que es sabido que en el evangelismo lo que menos importa es la posición política, porque es tema de hombres, no de Dios.

»Y encontramos una puerta abierta que decidimos aprovechar. La Hermandad hizo un trato con Pinochet: a cambio de su apoyo al crecimiento de la Iglesia Evangélica en Chile nosotros garantizábamos que las relaciones entre su gobierno y el nuestro iban a ser cada vez mejores, permitiendo que se liberaran los embargos de la enmienda Kennedy para facilitar el acceso a armas de última tecnología, además, por supuesto, de garantizar que el pueblo evangélico jamás intervendría en temas de orden social y político, lo que se aseguró a través de un ordenamiento enviado a los pastores en el que se advertía que el hermano que se involucrara en temas relacionados con el gobierno, a favor o en contra, se expondría a ser disciplinado y expulsado de la congregación. Si hoy viajamos a Chile es gracias a la expansión del pueblo evangélico, logrado por obra y gracia de Pinochet, quien fue un títere muy útil y dócil a la voluntad de Dios. Hace tres años La Hermandad abogó ante el Congreso y el presidente Obama para que a los chilenos les fuera abolida la visa de ingreso a territorio estadounidense. Nada fue por casualidad, nos preparábamos para este evento; para lo que pronto sucederá en Santiago de Chile cuando arribe el Hermano Anciano. Entonces pasaremos esta y otras facturas, y en un plazo no mayor a cinco años, el Estado chileno deberá imponer de manera obligatoria el estudio del creacionismo en los planes de educación primaria, privada y estatal. De no hacerlo, sabemos perfectamente dónde apretar a este gobierno y al que venga después.

Sobre la mesa de noche de la habitación, el teléfono móvil de Kincaid vibró con una llamada entrante. El diácono tomó el aparato y vio que era de un número codificado. Antes de responder echó a correr el desencriptador y solo cuando en la cubierta traslúcida apareció el nombre de Bayó, desbloqueó el celular para responder.

—¿Sí? —contestó en español. El coronel retirado y primo de Javier Salvo-Otazo le hizo un resumen de todo lo ocurrido desde la medianoche, haciendo hincapié en las noticias de lo sucedido en Mendoza.

Cuando Kincaid cortó la llamada, Chapeltown, que había despertado con el ruido del teléfono, preguntó:

—¿Sucede algo, hermano? —tenía la voz lenta, como acababa de despertar.

—Leverance y Miele están vivos. El avión no venía a Chile. Bajó en Mendoza y eso permitió que, a pesar de la explosión, sobrevivieran. Leguizamón confesó estar detrás de todo, que lo hizo para que «la tercera carta» encontrara otra pista, una que lo trajera a Santiago. Según el argentino, su interacción era necesaria para nuestros fines.

—¿Y la bandera?

—Tuvieron que robarla.

—Si esa es la voluntad del Señor… —respiró hondo—. ¿Entonces la hija de Leverance sobrevivió?

—Sí.

—Una lástima, para ella será muy complicado lo que viene. —El abogado de Athens, Georgia, no respondió—. Diácono Kincaid —continuó el anciano—, por favor, ¿sería tan amable de enviarle un mensaje al Hermano Anciano? Infórmele que todo está listo para su llegada.

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