Capítulo XX
Una mañana aún me encontraba en la cama, ya que había decidido que ese día no iría al colegio y pensaba que quizás nunca volvería a ir. La extraordinaria última carta de mi hermano sobre el Santo Padre y el Padre Fahrt incluía un cheque de veinticinco libras. Para entonces ya había instruido a Annie para que me sirviese el desayuno en la cama y, mientras disfrutaba mi decisión, fumaba y pensaba. Podía oír a los hombres en el camino de sirga gritándoles a los caballos que tiraban de una barcaza. Era asombroso ver lo rápido que cambiaban las cosas en la vida. La herencia de cinco mil libras que había recibido mi hermano era ya de por sí solo un milagro, así como también lo era su proeza de haber fundado en Londres una nueva clase de universidad. Luego los tres se marchan al Vaticano y discuten con el mismísimo Santo Padre. No me sorprendería en lo más mínimo que mi hermano fuese elegido gobernador de Roma o que regresase a casa ataviado con las vestiduras púrpuras de cardenal, ya que sabía que en tiempos pasados era común que los Papas soliesen designar cardenales a simples niños. Pensé que me convendría unirme a Manus en Londres. Aun cuando no me adaptase a su negocio, en aquella ciudad habría muchos trabajos para elegir. De repente Annie entró en la habitación y me entregó un sobre color naranja. Era un cablegrama.
COLLOPY HA MUERTO
Y EL FUNERAL ES
MAÑANA AQUÍ EN ROMA.
TE ESCRIBIRÉ.
Casi me caigo de la cama. Annie se quedó mirándome.
—¿Aparentemente ya están de regreso? —preguntó.
—Eh, sí —tartamudeé—. Es probable que tengan que regresar a Londres antes de lo previsto. Ya sabes, los negocios de mi hermano.
—¿No les hará mal tanto viaje y vagabundeo? —dijo—. Puede llegar a ser muy agotador.
—Puede ser, pero fíjate en el dinero que tienen. ¿Acaso no les va bien?
Cuando Annie salió de la habitación, yo me quedé allí tendido, completamente desolado. Y pensar que hace unos instantes reflexionaba acerca de la asombrosa rapidez con que cambiaban las cosas. Le había mentido a Annie sin pensarlo y sólo ahora me daba cuenta de que el difunto era su padre. Encendí otro cigarrillo y comprendí que no tenía ni idea de lo que debía hacer. ¿Qué podía hacer?
Al cabo de un rato me levanté y anduve desconsolado por la casa durante un buen rato. Annie había salido, presumiblemente a comprar comida. Estaba ante un verdadero dilema sobre cómo transmitirle las malas noticias. ¿Cómo se lo tomaría? Esta pregunta no dejaba de acosarme. Pensé que un par de botellas de buena cerveza no me harían ningún daño. Estaba por ponerme el abrigo cuando algo me detuvo, saqué el cablegrama y me quedé contemplándolo. Después hice algo que supongo fue cobarde por mi parte. Deje el papel sobre la mesa de la cocina y salí apresuradamente de la casa. Crucé el canal por el puente de la calle Baggot y al rato me hallaba sentado en una taberna frente a una botella de cerveza.
En realidad todavía no tenía la costumbre de beber en abundancia pero en aquella oportunidad me pasé muchas horas intentando desesperadamente sacar algo en claro. No tuve mucho éxito. Cuando me marché eran las tres de la tarde y me llevaba a casa debajo del brazo seis botellas de cerveza.
Al llegar no encontré a nadie. El cablegrama había desaparecido y en su lugar había una nota que decía TE HE DEJADO ALGO EN EL HORNO. Descubrí una chuleta y algunas otras cosas por lo que me puse a comer. Annie tenía sus propios amigos y probablemente se había marchado a verles. Daba lo mismo. Me sentía pesado y con mucho sueño. Con cuidado cogí las cervezas, un vaso y un descorchador y me fui a la cama en donde enseguida caí en un profundo sueño. A la mañana siguiente me desperté bien temprano. Abrí una cerveza y me fumé un cigarrillo. Poco a poco comencé a recordar los sucesos del día anterior.
Cuando Annie apareció con el desayuno (el cual no me apetecía nada) tenía los ojos muy irritados. A pesar de haber estado llorando sin parar se la veía tranquila.
—Lo siento mucho, Annie —dije.
—¿Por qué no lo traen aquí para enterrarle junto a mi madre?
—No lo sé. Estoy esperando una carta.
—Ni siquiera se han parado a pensar en mí.
—Estoy seguro de que han hecho todo lo que han podido dentro de sus posibilidades.
—Aparentemente.
Los siguientes tres o cuatro días fueron muy sombríos. En la casa reinaba un completo silencio. A ninguno de los dos se nos ocurría qué decir. Yo volví a salir a beber cerveza, pero no tanta. Por último, recibí la carta de mi hermano. Esto es lo que tenía que contarme:
«Mi cablegrama ha debido de suponer un duro golpe para ti, por no hablar de lo que habrá significado para Annie. Te explicaré lo que sucedió.
»Después del alboroto en el Vaticano, el Padre Fahrt y Collopy, especialmente Collopy, estuvieron muy deprimidos. Yo estaba preocupado porque deseaba volver a Londres y a mis negocios. El Padre Fahrt pensó que era el momento adecuado para distraerse un poco y hacer algo edificante y reservó dos asientos para un recital de violín en una pequeña sala cercana al hotel. Había reservado los asientos más caros sin cerciorarse de que no estaban en una de las galerías de las plantas superiores. Lo estaban y a ellos se llegaba por una estrecha escalera de madera. El concierto era por la tarde. A medio camino del primer tramo de la escalera había un pequeño rellano. Collopy subió penosamente con la ayuda de su bastón y del pasamanos, mientras el Padre Fahrt le cuidaba desde atrás por si perdía el equilibrio y se caía de espaldas. Cuando Collopy llegó al rellano y se detuvo en el centro, todo el suelo se desplomó con un estrepitoso ruido de madera astillada y el pobre hombre desapareció con un alarido desgarrador por el profundo agujero. Un golpe contundente llegó desde abajo y luego más ruidos de cosas que se rompían. Conmocionado, el pobre Padre Fahrt bajó a toda prisa, avisó al portero, fue en busca del gerente y de otras personas y me envió un mensaje al hotel.
»Cuando llegué el cuadro era grotesco. Por lo visto no se podía acceder de ninguna forma debajo de las escaleras y dos carpinteros estaban rompiendo cuidadosamente, con hachuelas, sierras y escoplos, el entarimado del vestíbulo debajo del rellano. Sobre uno de los escalones habían dejado una docena de velas encendidas que con una luz espectral iluminaban al tembloroso Padre Fahrt, a dos gendarmes, a un hombre con un maletín que evidentemente era el médico y a una numerosa chusma de mirones que obviamente allí no pintaban nada.
»Al final los carpinteros consiguieron sacar varias tablas de madera justo cuando aparecían los enfermeros con una camilla. El doctor y el Padre Fahrt se abrieron paso hasta el boquete. Hallaron a Collopy tendido boca arriba cubierto por trozos de madera y enlucido, con una pierna doblada debajo suyo y sangrando por uno de sus oídos. Estaba semiconsciente y se quejaba lastimeramente. El médico le inyectó una dosis masiva de alguna substancia y luego el Padre Fahrt se arrodilló junto a él y con una voz ronca y susurrante nos dijo que Collopy se estaba confesando. Allí mismo, debajo de la destrozada escalera de aquel vulgar edificio romano, el Padre Fahrt le administró los últimos sacramentos.
»Conseguir colocar al desafortunado hombre en la camilla después de que el médico le hubiese dado otra de aquellas inyecciones fue una ardua tarea para los enfermeros, que tuvieron que pedir ayuda a dos espectadores. Nadie comprendía cómo podía pesar tanto. (Nota Bene: He cambiado la etiqueta de la botella del Agua Grávida para prevenir y evitar cualquier sobredosis). Los cuatro hombres tardaron veinte minutos en sacar a Collopy en camilla de debajo de las escaleras en estado ya inconsciente. Luego se lo llevaron al hospital.
»El Padre Fahrt y yo volvimos caminando al hotel cabizbajos. Me dijo que estaba seguro de que Collopy no sobreviviría a aquella caída. Al cabo de una hora recibió una llamada telefónica del hospital. Un médico le comunicó que Collopy había muerto apenas ingresado a causa de las múltiples lesiones. El médico quería vernos lo más pronto posible y dijo que se pasaría por el hotel alrededor de la seis.
»A su llegada, él y el Padre Fahrt sostuvieron una larga conversación en italiano, de la cual, debo ser sincero, no entendí ni una sola palabra.
»Cuando el médico se marchó, el Padre Fahrt me puso al corriente de los hechos. Collopy tenía el cráneo, una pierna y un brazo fracturados, además de varios desgarros en toda la zona abdominal. Si bien ninguna de estas lesiones era particularmente mortal, a la edad de Collopy era difícil que alguien pudiera haber sobrevivido considerando la magnitud del accidente. Pero lo que les sorprendió al médico y a sus colegas fue el rápido principio y desarrollo de descomposición del cuerpo. El hospital se había puesto en contacto con las autoridades de la secretaría de sanidad, que ordenó que el cuerpo fuese enterrado a la mañana siguiente por temor a alguna extraña enfermedad procedente del extranjero. El hospital había llamado a una empresa funeraria, que contrató a nuestras expensas, para que se presentase a la mañana siguiente a las diez y también habían reservado ya una tumba en el cementerio de Campo Verano.
»Llegamos al hospital bastante temprano. Collopy ya estaba metido en el ataúd y nos esperaba una carroza fúnebre tirada por caballos junto a un único taxi. Fui a ver al Director y le extendí un talón para pagar todos los gastos. Después partimos hacia la iglesia de San Lorenzo Fuori le Mura, cerca del cementerio, en donde el Padre Fahrt dijo una misa de réquiem. El entierro fue sin duda una ceremonia muy simple, debido a que los únicos miembros de la comitiva fúnebre éramos el buen sacerdote y yo, y fue él quien dijo las oraciones junto a la tumba.
»Regresamos al hotel en el taxi sin pronunciar una palabra. El Padre Fahrt me ha dicho que Collopy había hecho un testamento en poder de una firma de abogados de Dublín llamada Sproule, Higgins & Fogarty. Creo que tendré que ir a ver a esa gente. En el taxi me decidí a regresar directamente a Dublín, y luego a Londres, por lo que di algo de dinero al Padre Fahrt para que se las arreglase por su cuenta. Llegaré casi tan pronto como recibas esta carta».
Éste fue el último comunicado de mi hermano desde el Continente. Dos días más tarde le volví a ver.