Capítulo XII

La vieja cocina parecía la misma, aunque mi hermano se había marchado llevándose con él las fugaces pero tempestuosas escenas con el señor Collopy. Lamento no poder brindar un informe más interesante acerca de las acciones y palabras en torno a su reciente partida. Había pedido a Annie que le despertase temprano, haciendo hincapié en la gran importancia de esto dado que debía coger a primera hora de la mañana el barco correo de Kingstown a Holyhead. Annie cumplió su encargo pero no encontró a nadie en la cama de mi hermano ni rastros de sus pertenencias empacadas. Sin duda se habría escabullido al abrigo de la noche, dando por finalizado su último sueño irlandés en casa de alguna otra persona, o tal vez celebrando su partida con una juerga de despedida junto a sus compinches. Me sentí ofendido por haber sido excluido, ya que, además de ser su hermano, me consideraba una especie de asociado-conspirador, en tanto que al señor Collopy su misteriosa partida le enfureció. Nunca supe muy bien por qué, pero sospecho que había planeado una despedida magnánima, con deseos de bienandanza y tal vez el obsequio de una de sus apreciadas y afiladas navajas de afeitar. Al señor Collopy le agradaban mucho estas ocasiones y, con un poco de incentivo y la compañía de su tarro, era capaz de alcanzar altas cotas de elocuencia. El animador que encerraba en su interior había sufrido un desaire y se hallaba muy ofendido. De vez en cuando me preguntaba si yo creía que mi hermano vendría de visita para las navidades y yo le respondía sinceramente que no tenía ni idea. Annie no pareció darse ninguna cuenta de estos cambios en la casa, a pesar de que aquello le suponía menos trabajo.

Al cabo de unas tres semanas de la partida de mi hermano, recibí una carta suya. Venía en un lujoso sobre alargado, y en el costado superior izquierdo llevaba entrelazadas las iniciales L.U.A.[10] (más tarde me hizo gracia descubrir en un diccionario irlandés que lua significa «puntapié»). El papel de carta era grueso y del caro y hacía mucho ruido al ser desdoblado. El encabezamiento, con letras negras brillantes, ponía: ACADEMIA UNIVERSITARIA LONDRES, calle Tooley, 120 Londres, S.W.2. A lo largo del margen izquierdo había una lista de las asignaturas que impartía la Academia: Boxeo, Idiomas Extranjeros, Botánica, Cría de Aves de Corral, Periodismo, Ornamentación, Arqueología, Natación, Declamación, Dietética, Tratamiento de la Hipertensión, Jiu-Jitsu, Ciencias Políticas, Hipnotismo, Astronomía, Medicina Doméstica, Carpintería, Acrobacia y Equilibrismo sobre Alambre, Oratoria, Música, Cuidado de los Dientes, Egiptología, Adelgazamiento, Psiquiatría, Búsqueda de Petróleo, Construcción de Líneas Férreas, Cura del Cáncer, Tratamiento de la Calvicie, La Grande Cuisine, Bridge y otros Juegos de Naipes, Atletismo, Prevención y Tratamiento de los Forúnculos, Administración de Lavanderías, Ajedrez, El Huerto de Legumbres, Cría de Ovejas, Grabado y Aguafuerte, Elaboración Casera de Salchichas, Los Clásicos de la Antigüedad, Taumaturgia Aplicada, y muchos otros temas cuyo significado me era imposible descifrar. Por ejemplo, ¿qué conjunto de estudios abarcaba Las Tres Bolas? ¿O en Pampendarismo? ¿O en El Cultivo de Substancias Agrias?

A continuación transcribo la carta:

«Perdona que no haya escrito antes pero estaba terriblemente ocupado no sólo con instalarme en la calle Tooley y la organización del despacho, sino también con reuniones y estableciendo contactos. Supongo que os quedasteis un poco consternados al descubrir aquella mañana que el pájaro había volado, pero me era imposible enfrentarme a una despedida formal con la imagen del lloriqueante señor Collopy vertiendo lágrimas de whisky y el sombrío Padre Fahrt dándome su bendición en solemne latín y quizá Annie enjugándose silenciosamente las lágrimas con su delantal. Ya sabes cuánto me desagradan esa clase de cosas. Me ponen nervioso. Por otra parte, lamento haber sido contigo tan reservado en mis planes pero era fundamental que Collopy no supiera nada de ellos ya que tiene una habilidad tremenda para causar problemas y en donde mete la nariz siempre origina desastres. ¿Sabías que tiene un hermano en la comisaría de Henley, no muy lejos de aquí? Si supiese mi dirección exacta —que bajo ninguna circunstancia debes revelarle al viejo bribón— estoy seguro de que le pediría a su hermano que me vigilase, y por lo que me han contado parece que es peor que el propio Collopy. Huelga decir que no he utilizado ninguna de las direcciones que me dio el reverendo Fahrt, ya que los jesuitas pueden llegar a ser guardianes mucho peores que los propios polis. Cuando las cosas estén un poco más afianzadas, debes venir a echarme una mano porque el negocio en el cual me estoy introduciendo aún se encuentra en pañales y si se lo sabe llevar puede dar dinero en abundancia y para todos. Aquí también se vive mejor. Las tabernas son mejores, la comida es buena y barata y las calles no están repletas de chiflados como en Dublín. Se puede conseguir información y ayuda sobre cualquier asunto o persona a plena luz del día por una libra, y a menudo por tan sólo un par de tragos.

»No le prestes demasiada atención a la lista de asignaturas detalladas. No veo por qué no se ha de abordar éstas y muchas otras, como por ejemplo Vocaciones Religiosas, pero aún no he hecho oficial este documento. Puedes considerar esta lista como un manifiesto, una declaración de lo que pensamos hacer. Nuestro objetivo es una dispersión masiva del saber, perfección humana y civilización. Estamos planeando el mundo del futuro, un mundo con personas geniales y sofisticadas, todas prósperas, intolerantes con los quejicas, los vagos y los políticos arribistas. No me refiero necesariamente a una Utopía sino a una sociedad en donde los errores innecesarios, los fallos y el comportamiento impropio han sido erradicados. La manera más simple de abordar este problema es cortando de raíz sus causas, que son la ignorancia y la falta de educación, o una educación equivocada. Todos los días te encuentras con personas que van por la vida completamente perdidas, para las que la existencia es un enigma, les desconcierta prácticamente casi todo y sólo están seguras de una única cosa: que se van a morir. No voy a ser yo quien les contradiga en este aspecto, pero creo que puedo sugerirles unas cuantas ideas provechosas con las que rellenar su paso por este mundo. La semana pasada conocí en una taberna de la calle Tower Bridge a un negro de trato agradable que por lo visto es marinero. Al principio se le veía un poco abatido, pero al cabo de tres sesiones le he enseñado a jugar al ajedrez. Ahora está encantado consigo mismo y se cree un hechicero. También he tenido oportunidad de tomar unas copas con una de las miles de damas que hacen aquí la calle. Quería que me fuese con ella, pero descuida; por su acento me di cuenta de que era irlandesa, y no me había equivocado, ya que resultó ser de Castleconnell, cerca del Shannon. La misma historia de siempre. Vino a trabajar de criada para una señora tiránica y el señorito la tomó por sorpresa mientras estaba haciendo las camas, con lo que llegó a la conclusión de que si esta clase de cosas eran una costumbre del país, no había razón para no cobrar por practicarlas. Si bien hay algo de lógica en su razonamiento, tiene una visión comercial claramente penosa. Le hablé de su madre y de las verdes colinas de Erin y al poco rato ya la tenía lloriqueando, aunque bien podría haber sido a causa de la ginebra. A estas chicas les encanta esa clase de conversación. Pero no pienses que me he convertido en un predicador que cada noche salva las almas de aquellos que frecuentan las tabernas. En raras ocasiones hago esto y siempre que no vaya acompañado. Estoy demasiado ocupado para esta clase de galanteos. Por ahora el personal de nuestras oficinas se compone de cuatro personas: una mecanógrafa, un oficinista y el Otro. El Otro es mi socio, que ha puesto en la empresa buena parte del capital. Con su dinero y mi cerebro no veo que haya nada que pueda detenernos. Pero aún hay más, su madre es una mujer pudiente que tiene una enorme mansión en Hampstead. Él no vive con ella, de hecho su relación no es muy buena, porque al parecer de joven su madre le obligó a estudiar dos años en Óxford. Cuenta que lo pasó horrendamente en aquel sitio. Como firma M. B. Barnes, al preguntarle por su nombre de pila —no se puede emprender una empresa exitosa sin conocer el nombre de pila del socio, aunque no sea más que para insultarle o recriminarle— descubrí que su nombre completo era Milton Byron Barnes. Quizá haya sido ésta la causa por la cual le trataron con desprecio y le amargaron la vida esos ignorantes de Óxford. Tiene un carácter melancólico pero sabe lo que es trabajar y también sabe cómo hablarle a la gente. No es un poeta, por supuesto, pero está convencido de que su padre, que en paz descanse, había creído serlo y que, al sentirse en deuda con los maestros del pasado, en homenaje a su genialidad bautizó a su pobre hijo con sus nombres. Existen entre nosotros algunas discrepancias, ya que a él le parece que deberíamos cubrir el área de la publicidad, en periódicos, revistas y demás. Está convencido de que ese campo tiene mucho porvenir y no deja de citar aquello de «arrimarse al sol que más calienta». Es verdad que allí se puede hacer pasta gansa pero por ahora no tenemos capital suficiente para invertir. Yo le digo que se puede conseguir mayor satisfacción y felicidad enseñando a diez mil ingleses a jugar correctamente al billar en cuatro lecciones y por cuatro guineas que metiéndose en el abyecto y encarnizado submundo de la publicidad, pero él me contesta que su intención no es hacer feliz a nadie y que él tampoco aspira a serlo; simplemente desea hacer dinero. Encuentro esta manera de pensar un poco cínica, pero estoy seguro de que en poco tiempo le haré ver lo acertado de mis puntos de vista. Hemos cenado con su madre en dos ocasiones y me pareció una dama muy inteligente. Tengo el presentimiento de que pronto se convertirá en benefactora de nuestra Academia y a su debido tiempo nos ayudará con transfusiones de L.S.D.[11]. Ésa es la razón por la cual existen los ricos y por la que jamás debemos envidiarles o insultarles. Son personas que han venido al mundo trayendo consigo armas con las que ayudar a otros congéneres. Compáralos con Collopy, que se pasa todo el tiempo molestando y obstruyendo a los demás, husmeando para ver si encuentra algo malo para poder transformarlo en algo peor, interfiriendo, discutiendo por una insignificancia y fomentando cizaña y peleas entre amigos. Más de una vez he pensado en publicar un curso titulado Cómo no Meterse en los Asuntos Ajenos. Luego le mandaría un ejemplar a Collopy sin cargo alguno. Comparto el alojamiento con un hombre soltero bastante mayor que es propietario de un estanco y en sus ratos libres lee en griego. ¿Que si me agrada semejante compañía? Pues bien, por una parte no tengo que gastar en cigarrillos y la casera es tan vieja que de vez en cuando se olvida de cobrarme el alquiler.

»Que no se te vaya a escapar nada de lo que te escribo en esta carta o en cualquier otra, y no le des a nadie de Dublín la dirección de la academia. Pronto volveré a escribirte. Infórmame de todas las novedades que sucedan. Dale a Annie el billete de una libra que te adjunto y mis saludos. La mejor de las suertes».

Lanzando un suspiro me guardé la carta en el bolsillo. En realidad no decía gran cosa.