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El desembarco en Buda se había fijado a las dos de la madrugada del sábado al domingo, así que bastaba con salir del hotel a medianoche.
Dediqué el resto del día a recuperar horas de sueño, aunque a media tarde Lorelei —había pedido un duplicado de mi llave— me despertó con una película gore de un canal de pago. Las carcajadas de la suiza me provocaron un sobresalto.
—¿Qué diablos haces?
—Hace tiempo que quería ver esta película. ¿No conoces El centrípeto humano?
—Pues no —dije mientras, en la pantalla, dos chicas huían aterrorizadas de un médico—. ¿De qué va?
—Es la historia de un cirujano que ha dedicado toda su carrera a operar siameses hasta que se vuelve loco. Llega a la conclusión de que, tras toda una vida separando, ha llegado el momento de unir. Para cumplir su sueño de crear el centrípeto humano, un nuevo ser ideado por él, se propone unir a tres personas por el aparato digestivo. Es decir, de atrás a adelante, el monstruo está formado por recto, cabeza, recto, cabeza, recto y cabeza. Por supuesto, si te pillan para la operación, mejor ser el de delante.
Metí mi propia cabeza debajo la almohada mientras la que me llevaría hasta el secreto de Picasso seguía riendo a mandíbula partida.
Lorelei me condujo por el puerto de Deltebre hasta el bote que nos llevaría a nuestro destino. Por el mal estado de las tablas, parecía que nadie lo hubiera utilizado durante años, a excepción de ella, que ya había hecho el viaje de ida y vuelta en aquella misma embarcación.
El asunto fue tan fácil como desatar el bote y empezar a remar muy suavemente para no hacer ruido.
Mientras la sombra de Buda se perfilaba en la noche, continué con mi interrogatorio para comprender lo que nos esperaba.
—Vamos a ver —dije en voz baja—. Entiendo que la noche es la única manera de escapar a la mirada del vigilante, pero ¿cómo conseguiste hablar con esas hermanas?
—Llegué hasta ellas por casualidad. Primero estuve vagando por lo que había sido el pueblo de Buda. Está tan bien conservado que da miedo y todo, porque no hay nadie. Además, todas las puertas están cerradas con llave. Di varias vueltas a un complejo de edificios donde está la iglesia, la antigua escuela y varias viviendas, pero estaba todo chapado.
—¿Y qué hiciste entonces?
—Eran ya las seis de la madrugada, pero me apetecía seguir explorando la isla, así que decidí cruzar el límite de la reserva y meterme en la propiedad privada.
—Al más puro estilo Lorelei —dije mientras nuestro bote ya tocaba tierra—. ¿Y qué descubriste?
La protagonista de aquella aventura saltó con agilidad a tierra y buscó un arbusto donde amarrar el bote. Luego me ofreció la mano mientras me decía:
—Vas a verlo con tus propios ojos.