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EL VIAJE DE BERTONE, LA JMJ Y EL CHANTAJE DE GALLARDÓN A ROUCO

El 2 de febrero de 2009 llegó a Madrid Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano y, por tanto, el que manda más en la Iglesia después del papa. En Bertone confiaban las huestes linchadoras para acabar con nosotros y con la COPE si hacía falta. Y aunque el viaje pareció concluir con el triunfo de Rouco y la estrepitosa derrota de Cañizares y Sistach, visto retrospectivamente está bastante claro que fue el momento o el suceso en que todo se decidió.

El verdadero objeto del viaje de Bertone a España era la jornada Mundial de la juventud QMJ), prevista para agosto de 2011 en Madrid, acontecimiento que debía suponer la apoteosis de Benedicto XVI. Y vaya si la supuso. Pero no estaba tan claro entonces, y del éxito o fracaso de la JMJ dependía el crédito del anfitrión Rouco y la prórroga de su futuro al frente de la Conferencia Episcopal. El cardenal, tras volver al poder en 2008, podía ser reelegido —como de hecho lo fue— en 2011, unos meses antes de la visita papal, pero, y este pero era decisivo, debía presentar su renuncia al cumplir los setenta y cinco años, justo durante la visita del papa. A partir de la renuncia, el Vaticano tiene en sus manos la suerte del renunciante: puede admitirla en el acto o puede diferir su aceptación y, con ello, la jubilación— hasta que le parezca. Y eso, en el caso de Rouco, podía llegar hasta las elecciones para la Conferencia Episcopal de 2014, en las que podría decidir sucesor o, si llevaba ya años jubilado, no decidir absolutamente nada.

Rouco había vuelto al poder tras el interregno de Blázquez, con Cañizares de regente, pero necesitaba paz para ser reelegido, recibir luego como anfitrión al papa en Madrid, y, si la JMJ era un éxito, mandar otros tres años más, superando a Tarancón, su precedente y antítesis. Ahora bien, organizar a lo grande una visita del papa precisa de los tres elementos que Napoleón consideraba esenciales para ganar la guerra: dinero, dinero y dinero. Y eso ponía a Rouco en manos del gobierno de ZP, de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento de Gallardón, gran maestre de nuestro Ku-Klux-Klan particular.

Entregados a combatir la intriga nuestra de cada día, no le dimos entonces la importancia debida a la JMJ. Sabíamos del proyecto, claro, pero vivíamos tan de milagro que ni nos planteábamos milagros a cinco años vista. Sin embargo, Rouco y el Vaticano, sí. Y el Gran Capirote de las huestes linchadoras, también.

De hecho, la primera escaramuza de Gallardón utilizando al papa como escudo tuvo lugar el 8 de septiembre, a la vuelta del verano y apenas iniciada la temporada radiofónica.

Tres meses antes, Gallardón había encontrado la sensibilidad que buscaba en la jueza Iglesias y la debilidad que le convenía en sus enemigos del PP. Consiguió que me condenaran en junio de la forma que ya he comentado. Pero, ay, en septiembre ni yo me había rendido ni me había echado la COPE. Y como el alcalde despreciaba la sentencia judicial contra mí como reparación a su delicado honor, y como no había satisfecho su verdadero propósito, que era el de proclamarse emperador mediático del PP, antes de serlo político, volvió a su empeño liberticida. Condenarme por algo de lo que ni siquiera se me acusaba no le parecía suficiente. Buscaba mi destrucción profesional, para solaz de sus odios y bálsamo de su ambición. Y a ello se puso nada más empezar la temporada 2008-2009, con el derroche de recursos —siempre públicos— que le caracteriza.

El 15 de septiembre, en el programa de más audiencia por entonces en TVE, Tengo una pregunta para usted, Gallardón respondía así a Javier, joven empresario turístico de Cáceres:

—¿Qué es más duro, soñar con Esperanza Aguirre o levantarse escuchando a Jiménez Losantos?

—No tengo ninguna de las dos experiencias, pero en todo caso estoy convencido de que (la primera) sería un sueño agradable (risitas) y lo otro, como no lo hago, no puedo opinar.

Y de inmediato, volvió a repetir la monserga de siempre:

—Me sorprende y me duele especialmente que esas injurias y esa difamación se produzcan desde la emisora que pertenece a la Iglesia en España.

O sea, que el «amante del amor», el íntimo de Montserrat Corulla, sentía vulnerada su acreditada sensibilidad moral y religiosa. Pero si había conseguido una condena judicial contra mí y en términos tan lisonjeros, ¿por qué no se daba por satisfecho? ¿Por qué seguía atacando a una emisora y a un señor que, según confiesa, ni siquiera oía? ¿Por qué despreciaba los frutos de la Administración de justicia y retornaba a presionar a la Iglesia por no condenarme a la hoguera?

Lo hacía por algo de lo que entonces no sabíamos pero no tardamos en saber: Gallardón había empezado a chantajear a Rouco para que me echase de la COPE a cambio de apoyar financieramente la jornada Mundial de la juventud. Lo confesó cuando no lo consiguió. Y lo hizo en una entrevista de Esther Esteban en El Mundo del 1 de diciembre de 2008:

Pregunta: Permítame comenzar con una curiosidad. ¿Qué le parece que un juez haya obligado a un colegio público a quitar los crucifijos?

Respuesta: A Enrique Tierno Galván le pidieron una vez que retirara el crucifijo que está en el salón de plenos de la Casa de la Villa, y contestó que al margen de las creencias personales de cualquiera, ese crucifijo era un signo de paz y de concordia. Me quedo con esa reflexión.

P.: Hablando de la Iglesia. Usted tenía prevista una audiencia con el papa próximamente, ¿no?

R.: Efectivamente, el cardenal Rouco me invitó a una audiencia con el papa para ofrecer nuestro apoyo para celebrar en Madrid la Jornada Mundial de la juventud en 2011. Cuando estábamos preparando el encuentro, le dije al cardenal que en la audiencia le trasladaría al Santo Padre mi preocupación por el efecto perverso que está produciendo en la sociedad madrileña, y española, el mensaje permanentemente injurioso y de odio que se transmite desde un programa de la emisora de la Conferencia Episcopal. Le dije que nuestras normas de convivencia y el propio mensaje evangélico se veían profundamente atacados como consecuencia de esa injuria permanente y ese odio reiterado que se produce desde la COPE, y se lo quería manifestar al papa.

P.: ¿Y se lo dirá?

R.: No, porque como consecuencia de ese anuncio Rouco me dijo que no habría audiencia con el Santo Padre, la ha cancelado.

P.: Veo que usted no va a parar hasta silenciar la voz de Jiménez Losantos. ¿No hay una obsesión personal en todo esto?

R.: Todo lo contrario. Yo he tenido el privilegio de conseguir el amparo judicial y Losantos ha sido condenado por un delito por las injurias que cometió contra mí. Son muchos los españoles que no tienen la posibilidad de recurrir a ese amparo judicial. Cualquier voz tiene que ser respetada, y cualquier opinión tiene que tener la oportunidad de ser oída. Lo que le pido a la Iglesia es que asuma su responsabilidad de no hacer suyo el discurso de injuria y de odio que cada mañana se produce en ese programa de la cadena COPE. No pido que se silencie una voz, lo que le pido a la Iglesia española es que diga si esa voz es suya.

Habían transcurrido tres meses desde que torció la justicia en su interés y aproximadamente medio minuto de que, en la primera pregunta de la entrevista, se negara a condenar la retirada de los crucifijos de las aulas promovida por la izquierda, escudándose en una frase de Tierno: «Al margen de las creencias personales de cualquiera, ese crucifijo era un signo de paz y de concordia. Me quedo con esa reflexión». El lector se quedaba, naturalmente, perplejo. En sólo treinta segundos, el adalid del «mensaje evangélico» había olvidado la «paz y concordia» de la cruz. Es más, enarbolando la espada del dinero público estaba dispuesto a castigar a Rouco por su negligencia teológica. ¡Mira que impedir que él —Él— le dijera al papa a la cara que tenía que echarnos de la COPE! El alcalde liberticida citaba como autoridad religiosa a Tierno, gran embaucador y pésimo alcalde, pero al cabo de izquierda, y utilizaba una frasecita piadosa que de inmediato desmentían sus sañudos hechos. ¡Mira que no dejarle montar una jura de Santa Gadea al Romano Pontífice!

En la misma entrevista, con ese estilo suyo estrepitosamente acelerado, Gallardón sugería o confesaba sin querer que la justicia que él había obtenido contra mí era un «privilegio», que no hubieran concedido los jueces a otro. Y es cierto. A nadie le habrían admitido una querella así, de no ser tan poderoso como Gallardón. A nadie le habrían condenado así, de no ser un blanco político y mediático tan claro como yo. Nunca habría llegado a los tribunales un juicio de valor sobre la actuación de un político en la investigación de un atentado terrorista. Nunca se habría producido una condena por «noticias falsas» cuando la noticia —portada de ABC— era tan verdadera que Gallardón nunca la desmintió. En resumen, nunca una campaña de acoso y derribo contra un periodista por parte de un político hubiera gozado de la complicidad de la justicia si el político no hubiera sido Gallardón.

Pero lo era. Y su rabieta en la entrevista demostraba que había estado chantajeando a Rouco, con el papa de por medio, para conseguir que me echara. «¡Aquel trueno / vestido de nazareno!», decía Antonio Machado. ¡Aquel falso nazareno seguía siendo trueno! A la vista de lo que luego pasó, me habría convenido que Gallardón se saliera con la suya, pero padezco esa soberbia rural —canonizada en los labradores honrados de Lope— de creer que cualquiera tiene derecho a que se le haga justicia. ¡Iluso! Si algún juez sensible conserva todavía el recuerdo de lo que estudió como «prevaricación», nótese que el alcalde de Madrid estaba prometiendo y comprometiendo una gran suma de dinero público a cambio de satisfacer un odio personal y político, sin relación alguna con el fin público de ese dinero. Vamos, que los impuestos de todos los madrileños se utilizaban para liquidar La mañana de la COPE, que cientos de miles de madrileños escuchaban libremente cada día; y sólo si lograba esa hazaña tan digna de Gallardón lo gastaría en la jornada Mundial de la Juventud.

No debía ni podía hacerlo, pero lo hacía. Y así siguió hasta el final. Por supuesto, con el apoyo entusiasta de los medios izquierdistas que atacaban al PP en la misma medida en que defendían a Gallardón. El más conspicuo, Sopena, recordaba el 2 de diciembre en El Plural el origen de la higiénica campaña para eliminarme de la vida pública, atacaba a Aguirre, ponía verde a Rouco y respaldaba al alcalde madrileño. Y al PP de Rajoy, si era el PP de Gallardón:

Rouco, la COPE y los herederos de la Inquisición

Increpado por Esperanza Aguirre con el fin de favorecer a su amigo Federico Jiménez Losantos —durante un almuerzo oficial, celebrado un día antes del 12 de octubre del año 2007, en el palacio de La Zarzuela—, el rey replicó a la presidenta de la Comunidad de Madrid con estas palabras: «Le he dicho a Rouco Varela que recen menos por mí y la monarquía y se ocupen más de la Conferencia Episcopal que controla a la COPE».

Este significativo episodio fue revelado el 21 de octubre por Ernesto Ekaizer en El País. Se confirmó así que quien ciertamente ordena y manda en la cadena radiofónica episcopal es el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela. También se confirmó que Losantos es el periodista preferido de la lideresa, capaz esta hasta de presionar al rey —delante del presidente del Gobierno y otras personalidades de la llamada sociedad civil— para satisfacer a su amigo.

Interesante entrevista

Ayer, Esther Esteban publicaba en El Mundo una interesante entrevista con el alcalde de la capital de España, Alberto Ruiz-Gallardón. El titular de portada resume, y bien, una información de enorme impacto: «Gallardón acusa a Rouco de impedir que denuncie a la COPE ante el papa». Y es que, una vez más, el cardenal de Madrid se erige en sumo pastor de la cadena de los obispos. Cuidado, debió de pensar con inquietud Rouco, que Gallardón —que no es un político de izquierdas, sino un pata negra moderado del PP— tiene capacidad para convencer a Benedicto XVI. Y, si eso ocurriera, adiós a nuestra force de frapp [fuerza de ataque] de la Iglesia española contra el gobierno.

Habilidad dialéctica conocida

«Lo que le pido a la iglesia —argumenta con brillantez Gallardón— es que asuma su responsabilidad de no hacer suyo el discurso de injuria y de odio que cada mañana se produce en ese programa de la cadena COPE. No pido que se silencie una voz, lo que le pido a la Iglesia española es que diga si esa voz es suya». La habilidad dialéctica de Gallardón es conocida. Pero en este caso, su retórica resulta, a los efectos prácticos, innecesaria. Los máximos responsables de la jerarquía católica española niegan que «esa voz» sea «suya». En el colmo de la hipocresía, se permiten por un lado alimentar «el discurso de injuria y de odio» y, por el otro, eludir su responsabilidad como propietarios de su cadena radiofónica.

El compadreo

El editorial de El Mundo se alinea, por supuesto, con Rouco, defiende a capa y espada a la COPE y pone a caer de un burro al alcalde de Madrid. Las vinculaciones entre los dos medios nadie las puede ignorar. Losantos y Pedro J. Ramírez ejercen el compadreo. Es decir, y de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, forman ambos parte de una «unión para ayudarse mutuamente». De modo que el editorialista no duda en avalar la doctrina eclesiástica de cinismo respecto a los micrófonos píos. Asegura que Gallardón cuestiona a la COPE «de una forma perversa, identificando como posiciones de la Iglesia las que pertenecen exclusivamente a los locutores y colaboradores de la cadena. La Conferencia Episcopal ha reiterado que tiene sus propios portavoces y que las manifestaciones de quienes participan en los programas de la COPE representan exclusivamente a quienes las expresan».

Los calabozos de la Inquisición

Cuenta George Sand en Un invierno en Mallorca —publicado en agosto de 1855— cómo un fraile liberal le dice a un joven mallorquín: «Estos fosos que ves no son pozos, no son siquiera tumbas; son calabozos de la Inquisición: aquí es donde durante muchos siglos han perecido lentamente todos los hombres que (…) han osado pensar de distinta manera que la Inquisición». En la magnífica película El Greco, recién estrenada, la Inquisición enseña sus fauces totalitarias y asesinas. ¿Nos vamos a creer, señor cardenal de Madrid, que tantos herederos de la Inquisición y del nacional-catolicismo franquista son en la COPE adalides de la libertad?

Eso lo sabrá Sopena, que, cuando otros estábamos en la clandestinidad antifranquista, cultivaba su espíritu y su carrera en el Opus Dei. Pero ni como malo es original: la especie de rojo que fue azul mahón con ribetes clericales es abundantísima. Al día siguiente, el pelmazo volvió a la carga gracias a otro colega político, menos pelma y más peligroso: Miguel Ángel Aguilar, al que, según decía, «un amigo hacker» le había conseguido la carta chantajeadora del alcalde al papa. Sopena se extasiaba:

Carta de Gallardón al papa

La «extraña» presencia de Losantos en la COPE no representa, «en absoluto», el mensaje de la Iglesia

(…). Ayer, Gallardón, entrevistado en el diario El Mundo, desveló su intento de hablar con Benedicto XVI para denunciar los excesos del locutor. Una iniciativa torpedeada por el presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, quien, al conocer las intenciones del alcalde, clausuró la audiencia que el alcalde de Madrid tenía acordada con el Pontífice para ofrecerle Madrid como sede de la jornada Mundial de la juventud en 2011.

Hoy, el escándalo sigue desde las páginas de El País. En este medio, el periodista Miguel Ángel Aguilar ha aireado un par de documentos rubricados por Gallardón que, según dice, le fueron facilitados por «un buen amigo hacker». Se trata de cartas dirigidas al presidente de la Conferencia, Rouco Varela, y al Nuncio Manuel Monteiro —que también ha sufrido la ira de Losantos— y de una nota a entregar en Roma al papa.

En los textos, Gallardón se refiere a «los ataques lanzados contra personas y relevantes instituciones y, sobre todo, al tono de injustificada violencia con que se formulan». Concretamente, en la misiva destinada a Rouco, el regidor manifiesta que ha tratado de resolver la cuestión acudiendo al presidente de la cadena, Alfonso Coronel de Palma, quien le reconoció su incapacidad para intervenir. En la misma línea, el alcalde expone que ha contactado también con el nuncio, con idéntico resultado. «Por último, como muy bien conoce, en varias conversaciones y encuentros con Vuestra Eminencia, le he trasladado de primera mano mi preocupación por este asunto, sin que las misivas hayan dado fruto alguno», apunta.

Asimismo, en un nota escrita para el papa, Gallardón explica «cómo ha cundido la indignación y la sorpresa en sectores muy diversos de España, empezando por destacados prelados de la Iglesia, que tampoco escapan a estos excesos como prueba la alusión al nuncio de Vuestra Beatitud, Manuel Monteiro de Castro, a quien se han referido en antena como masón».

En el mismo texto, indica que «la presencia extraña en la emisora de la Conferencia Episcopal de un locutor» (por Losantos) que genera una «improductiva tensión en la vida española» no es «en absoluto representativa del mensaje de amor al que la Iglesia se ha consagrado». Finalmente, el dirigente se muestra deseoso de que esa contradicción entre la doctrina de la Iglesia y lo que se dice en la COPE deje de producirse.

Aguilar, el liberticida que no quería dejar huellas

Miguel Ángel Aguilar es el más clásico de los columnistas de El País y tiene conmigo desde hace años una relación semejante a la que mantiene con la pulcritud intelectual: mitad indecorosa, mitad cariñosa, con el humor como bálsamo de la navaja. Lo suyo es hacer el mal pero con paliativos, apuñalar pero con betadine. Es el único progre oficial con el que realmente me río en los debates televisivos y cuando Luis Fernández me ofreció el Fuego cruzado en el telediario de TVE 1, sus candidatos eran Aguilar y Carlos Carnicero, con el que ya había debatido dos años en el telediario de José Ramón Lucas en Tele 5. Luis Fernández, entonces jefe de informativos, prefería ahora a Aguilar para TVE 1, y seguramente es el que, de aceptar el ofertón, hubiera elegido yo. Pero no es una elección fácil, porque, aun siendo camaradas políticos, se parecen entre sí como un huevo a una castaña.

La gran diferencia entre Aguilar y Carnicero es que este sufre, se encrespa, suda, brama y se consume defendiendo lo que fuere, mientras Aguilar se irrita para luego reírse, miente si hace falta pero sin fingir que se cree lo que dice y suele rematar la frase última con una carcajada, para que se le perdone la trola. Carnicero, en cambio, es un duelista cuyo denuedo lo hace vulnerable.

Pero que, dentro de la alcornocal tribu progre, Aguilar me divierta, no significa que se aparte de la vocación liberticida de la izquierda. De hecho, el último párrafo del artículo aguilarino citado por Sopena, que acaso por envidia omite El Plural, es un modelo de la difamación sistemática usada por el gobierno y sus cuates para doblegar a la propiedad de una radio privada:

Ante una situación como la descrita por Ruiz-Gallardón, conviene distinguir como él hace entre la existencia de una voz excesiva para la que en democracia debe haber espacios, sin más límite que el establecido por los jueces cuando se produzcan reclamaciones de afectados, y el hecho de que sean las benditas antenas episcopales las que apuesten por la siembra del odio y la ruptura de la convivencia cívica. Mientras, los spin doctors del presidente Zapatero entienden el beneficio que la barbarie de la COPE proporciona al PSOE y la presidenta Esperanza Aguirre colma al malévolo de concesiones en el espacio radioeléctrico. Que cante Federico, pero desde otros altavoces.

Aguilar me recuerda a esos asesinos en las películas de la mafia que parecen no querer ensañarse con su víctima, pero no vacilan en matarla. El veteranísimo periodista —fue director de Diario 16 antes que Pedro J.— quiere ametrallar a quemarropa pero no mancharse el abrigo de sangre, misión técnicamente imposible. Entrando en el párrafo citado, un londinense de paso por Madrid diría que, en una democracia de verdad, ni Aguilar ni Gallardón tienen la menor autoridad para decir qué voz es «excesiva». Y que una democracia cuya libertad de expresión pretende definirla y decidirla una empresa privada de comunicación —en este caso El País— es una dictadura privatizada, o sea, una mafia. Lo que me parecía y me parece «excesivo» es que el difunto Polanco y sus gallardones, cebrianes y aguilares hayan estado décadas repartiendo carnés de demócrata (todos vienen del azul mahón o de la carcundia más cavernícola) y hayan perseguido y machacado a esas «voces excesivas» cuyo derecho a ser oídas define la existencia o no de una democracia. Y también me parecía «excesivo», si no delictivo, el chantaje de Gallardón con dinero público a un medio privado como la COPE para amordazar una voz que le resulta molesta.

Hay algo peor. Aguilar preside o ha presidido una empresa periodística abundantísimamente subvencionada: la «Asociación de Periodistas Europeos». Sin embargo, hace suyo el discurso liberticida del gobierno del PSOE, de la Esquerra Republicana y de Gallardón. Ojo a la frasecita: «Que sean las benditas antenas episcopales las que apuesten por la siembra del odio y la ruptura de la convivencia cívica». Y lo dice en el imperio multimedia que más ha atizado el odio y ha roto más descaradamente la convivencia cívica, por ejemplo en la jornada de reflexión del 13-M. Lo dice como Gabilondo, el inventor de los «terroristas suicidas» del 11-M, cuando pensando que no grababan las cámaras, le decía a Zapatero que le confiaba su estrategia de «tensionar» la campaña electoral: «Sí, sí, a vosotros os conviene que haya tensión; os conviene muchísimo». Y lo mismo que Gabilondo, Aguilar dice que lo que pide no es que me prohíban hablar, no, sino hablar en la COPE, o sea, donde podía hablar.

Aguilar, que no predica el odio, qué va, habla de «la barbarie de la COPE», prueba de su exquisito respeto a las opiniones ajenas. Y en ese estilo melifluo y artero que aúna lo peor del clericalismo viejo y lo más ruin del chequismo nuevo, pide que me quiten el micrófono pero que me dejen hablar. Vamos, que diga lo que quiera pero que no se me oiga. Y lo hace desde el emporio mediático con más empresas de radio y televisión de España, unas compradas con dinero ajeno, como la SER; otras, como las de Antena 3, robadas y que debía devolver, según sentencia del Supremo que ni Polanco cumplió ni los gobiernos del PSOE y el PP tuvieron redaños para hacerle cumplir. Desde el paraíso de las concesiones legales e ilegales, desde el púlpito del sectarismo, desde la cátedra ambulante del guerracivilismo, Aguilar, perito en jaulas, dice: «Que cante Federico pero desde otros altavoces». Eso sí, antes denuncia que Aguirre «colma al malévolo de concesiones en el espacio radioeléctrico». El malévolo soy yo.

En realidad, de colmar, nada: una concesión en Madrid que resultó tan ruinosa como todas las de televisión, pero que entonces ambicionaba otra de las muchas cadenas de Polanco, Localia, que a los pocos años terminó cerrando. Mientras tanto, la Cuatro —desvergonzada reconversión del gobierno ZP de una concesión para televisión de pago (Canal Plus) en televisión generalista en abierto— acabaron vendiéndosela a su odiado Berlusconi. Pero a lo que aspiran no es a tener mucho —lo han tenido todo—, sino a que nadie tenga nada sin su permiso. Ellos son el ejecutivo, el legislativo y el judicial en medios audiovisuales, que son todos, sin excepción, concesiones político-administrativas. Por otra parte, si unos meses después Aguirre no nos hubiera dado una concesión de radio en Madrid, ¿cómo podría oírme cantar este tragaloritos?

Más argumentos contra el liberticidio prisaico: en la concesión anterior de frecuencias de radio, con Antonio Herrero en La mañana, Gallardón, criatura de Polanco y entonces presidente de la Comunidad de Madrid, le concedió siete emisoras a la SER y ninguna a las «benditas antenas episcopales». Pero, claro, se puede y se debe colmar de concesiones a la empresa de Aguilar. En cambio, no debe otorgárseme a mí ni una, y menos a Pedro J., que le infligió una afrenta inolvidable: heredó de él un Diario 16 que tiraba 20 000 ejemplares y en un año lo colocó en 100 000. Este, en fin, es Aguilar, el chequista sonriente, el polanquismo con rostro humano, el hombre con el que suelo reírme en la tele; pero que sigue siendo un sectario profesional y un liberticida de tomo y lomo.

Vidal y Bastante, o el clericalismo de Caín

Gallardón era y siguió siendo el Capirote Mayor de la Cofradía de Lynch, el más esforzado, el más radical, el mejor dispuesto a quebrantar leyes y utilizar reyes para lograr su letal propósito. Pero no era el único. Había otros capirotes, cada uno con su particular motivo para linchar al negrito. Y los más feroces, junto al padre Bru y al escriba Juliana, de La Vanguardia de Godó y Sistach, fueron dos rebotados de la información religiosa, uno retirado de cura y otro expulsado de ABC, que administran una sección llamada «Religión Digital» en el periódico de Alfonso Rojo, Periodista Digital. Eran y son José Manuel Vidal y Jesús Bastante, que también rinden culto al Baal de papel: Vidal lleva la información contra Rouco en El Mundo y Bastante desarrolla una intensa labor de apostolado en Público, pasquín de Roures y otros amigos de ZP que logra ser todavía más anticatólico que El País. En esos años, su Sopena se llamaba Nacho Escolar, que dirigía un medio tan plural como El Plural.

Vidal y Bastante, aparte de cobrar lo que podían, se dedicaban a diario al popular deporte de alancear la COPE, en su caso para adecuarla, decían, a su ideario y a su función eclesial. Nos tenían verdadera pasión, aunque fuera al modo de Landrú. Vidal escribió docenas de artículos contra mí, pero su pasión desapareció en cuanto salí de la COPE. Después, han pasado los años y no ha dedicado a la cadena de la Conferencia Episcopal más que algún besapiés a Barriocanal; y ello, pese a la permanente y conflictiva actualidad de la COPE. Bastante hace lo mismo que Vidal, pero menos, y ahorro el chiste sobre su apellido. En sus dos blogs en PD, «Rumores de ángeles» (Vidal) y «El barón rampante» (Bastante), amén de sus participaciones en medios de papel, han seguido haciendo campañas, pero pequeñitas, como la de las elecciones en la Asociación Católica de Propagandistas entre Dagnino, sustituto de Coronel de Palma, y otro que le empató y luego le ganó. Pero se les ve desganados, sin padrinos ni proyecto; han perdido aquella fiereza de a euro el post que en nuestros años de la COPE esgrimieron día a día, a veces hora a hora, contra César Vidal, contra mí o, hasta su deserción, contra Nacho Villa. Hacer el seguimiento de su azacanado periplo resultaría mortalmente aburrido, pero tuvieron un papel muy importante en nuestro linchamiento, como enlaces y altavoces de las noticias de Barcelona, vía Juliana; y de Madrid, vía padre Bru; además de recocinar las cogitaciones de El Confidencial Digital de Apezarena y las publicaciones de la izquierda eclesial como Vida Nueva y RS21.

No sabría decir, fuera de los intereses personales, de las filias y fobias, a qué sector eclesial, católico, teológico, dogmático o de cualquier otra índole espiritual pertenecen los Sopena y los Bastante-Vidal. Creo que el catalán sociata intenta acercar el simpático «caganer» a la Fura dels Baus, y que los otros dos oscilan entre la herejía pomposa y la mendicidad sacristanesca. Pero esta es una mera opinión personal y entiendo que un tipo de profesión de fe como la suya, tan imprecisa como vehemente, provoque menos animadversión que confusión. Para que el lector se haga una idea de lo que diariamente se nos servía en los resúmenes de prensa de la COPE, he aquí una pieza típica de lo que podríamos llamar pensamiento sopenoso sobre la Iglesia, y otra pieza del género informativo-valorativo típica del Duo Vidaltante. Esta es la de Sopena, publicada en vísperas de la gran reunión de las familias, el 28 de diciembre:

La religión como coartada

Rouco, el padrino de COPE, dice que la concentración católica no será «un acto político»

Afirma el cardenal-arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal Española, que la concentración en defensa de la familia, que se llevará a cabo pasado mañana, 28 de diciembre —festividad por cierto de los Santos Inocentes—, no será un acto político. En ABC, Rouco Varela ha precisado que «no queremos hacer un acto político» puesto que «la Eucaristía es una expresión de lo más específico y propio de la vida de la Iglesia».

Le ocurre a tan alto clérigo, sin embargo, que carece del más mínimo crédito respecto a la no injerencia de la Iglesia en la política. Su mano —la derecha, naturalmente— es la que, durante mucho tiempo viene meciendo la cuna desde donde peroran, mañana, tarde y noche, Federico Jiménez Losantos y sus secuaces. El padrino de esta COPE —cuyo sectarismo ideológico no tiene parangón, el pensamiento único es hegemónico y los insultos que se vierten son cotidianos— se llama Rouco Varela.

Claro que no es el único monseñor que respalda e impulsa el periodismo de caverna o una radio trabucaire. Sus colegas son también culpables de tamaño escándalo, como lo son incluso los obispos más críticos. Ninguno de estos ha dicho basta y ha presentado su dimisión irrevocable como miembro del episcopado, explicando que no se puede ser cómplice de un artefacto mediático que, en nombre de Dios, está orientado a la destrucción masiva de la cultura democrática. El espectáculo que ofrecen a la ciudadanía los jerarcas católicos, tanto los duros, como los hipócritas que juegan a dos cartas a la vez o los timoratos se resume en tres palabras: ¡Es una vergüenza!

Mayor vergüenza provoca la indiferencia cínica de Juan Pablo II y ahora de Benedicto XVI respecto a la COPE. ¿Por qué ni uno ni otro pontífice han obligado a Rouco Varela a cambiar de arriba abajo y de abajo arriba una cadena de emisoras propiedad de la Iglesia católica? La respuesta sólo puede ser una. Porque les parece bien que funcione un medio oficialmente católico cuya misión más relevante sea la de fortificar a la derecha extrema, apostando pues por la política y, más concretamente, por una determinada política, la que encarna la derechona de toda la vida.

Que nadie se asombre ni se rasgue las vestiduras. El mal es más profundo de lo que algunos ingenuamente piensan. Por desgracia, y a pesar de muchas y respetables excepciones, la historia de la Iglesia católica desde el Edicto de Milán —cuando el emperador Constantino transformó el cristianismo en religión oficial del Imperio Romano— no es otra que una sucesión de actuaciones y gestos inequívocos, desde tiempos inmemoriales, en favor del conservadurismo. O en favor de las ideas más reaccionarias. O en favor siempre de la política ultramontana. Y ello con participación directa de papas, cardenales, obispos, párrocos y capellanes en general, mezclados con los gobernantes de derechas y con las gentes principales de cada país y en cada momento, recurriendo a las cruzadas, a la persecución de los disidentes y herejes y utilizando la violencia más abyecta contra los malos.

Puede suceder que pasado mañana toque una cierta contención formal por parte de los predicadores. Pero, desde luego, todos sabemos que a Rouco Varela lo que de verdad le gusta es inmiscuirse en la política y poner a caldo a la izquierda, manejando todos los hilos a su alcance. O sea, la religión como coartada.

Situar los problemas que la COPE generaba en el PSOE al nivel del Edicto de Milán satisfaría al más vanidoso. Temo, sin embargo, que el sopenoso artículo sólo revela con terrible claridad que si en el Opus no aprendió nada, en el PSC no ha conseguido remediar su casi ilimitada ignorancia. Bien es cierto que el sectarismo es la mejor solución de emergencia para la incultura, el talento romo y la sensibilidad discapacitada. Pese a todo, aquella COPE debía de ser importantísima, porque hasta el New York Times se sintió obligado a contar lo que pasaba en España. Lamentablemente, los prejuicios progres, judíos y protestantes del NYT contra el catolicismo y contra nuestra nación se pusieron de manifiesto una vez más. Está claro que en Manhattan, saliendo de toreros y guerrilleros, no saben qué hacer con nosotros. Entre otras cosas, decía:

(…). La Iglesia está inmersa en una guerra abierta con el gobierno. España representa no sólo el pasado de la Iglesia católica en Europa, sino quizás también su futuro: un país cada vez más secularizado, con una fuerte oposición católica, o lo que el papa ha denominado minoría creativa, menor en número pero más ardiente en fe.

Lo que está en juego es la visión del país: ¿se unirá España a la Europa secularizada o permanecerá como último bastión del catolicismo? (…).

«La Iglesia también llena un vacío en la derecha española», aunque el Partido Popular «nunca se ha implicado demasiado en temas religiosos». La relación viene de los tiempos del franquismo, cuando este impuso el catolicismo como religión oficial del Estado. Sin embargo, otras instituciones como el Ejército habrían evolucionado mientras la jerarquía episcopal sigue atascada. «La Iglesia nunca tuvo esa evolución», señalan asociaciones laicas citadas por la periodista.

Losantos y la crispación

Hoy, uno de los oponentes más duros y persuasivos de la derecha es un personaje como Rush Limbaugh: Federico Jiménez Losantos, formado como comunista y reconvertido en ariete de la derecha que se reconoce ateo y trabaja en un programa de radio matutino en la COPE, la segunda cadena más popular del país que pertenece la Conferencia Episcopal Española.

Con sus duras críticas a las políticas de Zapatero, el señor Losantos es visto inevitablemente como el que atiza las llamas de las tensiones entre la Iglesia y el Estado. El señor Losantos ha admitido que su programa «crea problemas» entre los obispos y el gobierno. Pero al mismo tiempo, mucha gente dice que es bueno que esté la COPE, al menos hay alguien en la oposición.

El gobierno español sigue financiando con dinero público escuelas y hospitales católicos. Para muchos, este intenso debate beneficia a ambas partes: la Iglesia hace oír su voz y el gobierno puede hablar de algo que no sea la crisis. Queda por ver cómo se resolverán estos debates. Parece que el divorcio exprés no acaba de arrancar, pero no por la presión de la Iglesia: son momentos complicados y el divorcio es caro.

Bertone oyendo la COPE o el ridículo de la clerigalla linchadora

Si los amables lectores han sobrevivido a la crónica del NYT, mezcla de información desinformada y opinión prestada, volvamos a Vidal. Algunos creen que la propaganda no triunfa si es demasiado tosca, que lo zafio no es eficaz y que no se puede caricaturizar lo criticado sin que pierda efecto la caricatura. Error. Si la repetición es machacona y el terreno está abonado por los prejuicios, cuanto más burda sea la manipulación, más eficaz será. ¿Qué no hay hechos sobre los que sustentar una campaña de degradación del enemigo? Casi mejor. Así se pueden reciclar los que mejor funcionan. Uno podría pensar que en los tiempos de Internet no podrían sostenerse calumnias tan eficaces en el pasado como la crucifixión de niños católicos por los judíos (el Santo Niño de la Guardia) o los caramelos para envenenar infantes que una campaña difamatoria atribuyó a los jesuitas, que no se sabía qué interés tenían en diezmar al alumnado. Sin embargo, ese bulo y otros similares alfombraron su expulsión de toda Europa. «La primera de todas las fuerzas que mueven el mundo es la mentira», dice Revel en la primera línea de El conocimiento inútil. Y es verdad.

El problema de un medio informativo en Internet es que debe parecer que informa de algo para luego dar su opinión sobre lo que cuenta. Y hay muchos que tienen preparada la opinión pero se encuentran ayunos de información. ¿Es este un valladar insuperable para el équido que afronta brioso el obstáculo? Podría serlo en un premio de categoría, pero en la lampancia jineteril todo vale mientras alimente. Y hay que reconocer que la clerigalla linchadora —clérigos, exclérigos y cleriflautas— creó un nuevo género periodístico y una novísima ética al publicar noticias que se presentan a sí mismas como inventadas, pero, ojo, no del todo sino a medias, que es la peor forma de engañar al lector. Si uno lee una ficción que se presenta como tal, sabe a qué atenerse. Si uno lee algo sobre un hecho realmente sucedido, acaba el desayuno con un dato nuevo. Lo que nunca había visto yo en un presunto medio de comunicación era presentar una noticia como «recreación literaria (mezcla de ficción y de la más estricta realidad)». Lo «estricto» de la realidad se compadece poco con lo nada estricto de la ficción; y no puede llamarse ficción a la realidad, sobre todo si es «estricta», es decir, literal en el relato de los hechos. Bueno, al menos eso creía yo hasta que Periodista Digital publicó esta pieza de José Manuel Vidal:

Las «perlas» de Federico con las que se desayunó Bertone

El cardenal secretario de Estado, Tarsicio Bertone, llegó ayer por la tarde a Madrid y se hospedó en la sede de la Nunciatura en la calle Pío XII de Madrid. Sabía que hoy le esperaba una jornada dura y, tras departir con su anfitrión, monseñor Monteiro de Castro, se retiró temprano a sus aposentos. Para poder madrugar, como hace siempre. Esta es la recreación literaria (mezcla de ficción y de la más estricta realidad) de las primeras horas de la mañana de hoy del número dos del Vaticano en Madrid.

El cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone, llegó ayer por la tarde a Madrid y se hospedó en la sede de la Nunciatura en la calle Pío XII de Madrid. Sabía que hoy le esperaba una jornada dura y, tras departir con su anfitrión, monseñor Monteiro de Castro, se retiró temprano a sus aposentos. Para poder madrugar, como hace siempre. Esta es la recreación literaria (mezcla de ficción y de la más estricta realidad) de las primeras horas de la mañana de hoy del número dos de Vaticano en Madrid.

Monseñor Bertone es un trabajador nato y un madrugador empecinado. Y, como hace todos los días, tras su aseo personal, se fue a la capilla de la Nunciatura. A rezar el breviario y a hacer un rato largo de oración. A su lado, monseñor Monteiro, monseñor Blanco, recién nombrado nuncio en Honduras, monseñor Santo Gangemi, consejero de nunciatura, y todo el séquito del secretario de Estado vaticano. Hasta las 6 menos cinco.

A las 6 en punto, Bertone estaba en el comedor de la Nunciatura preparado para desayunar. Pero, lo primero que pidió al nuncio, fue una radio, para escuchar el programa de Federico Jiménez Losantos. Un desayuno con el locutor del que tantas cosas (y tan malas) le habían contado. Iba a tener la oportunidad de escucharlo en vivo y en directo. Y experimentar personalmente sus maneras tan peculiares.

Como si lo supiera (que lo sabía), Federico intentó comenzar suavón. Pero es como es. Y el «torito» de Teruel no tardó en subir el tono y comenzar a repartir estopa. A diestro y a siniestro. Más incluso a la derecha que a la izquierda.

Estas son algunas de sus «perlas» de las seis de la mañana: «Rajoy va por ahí, apuñalando a los de su partido y limpiándole la alfombra a los socialistas… ¡Apuñala a Esperanza Aguirre! ¡Que se te escapa! ¡Que ya puedes darle puñaladas, que te va a enterrar! Mejor, te vas a enterrar tú solo… Coge a tus niños y a tu mujer y vete a tu casa, Mariano…».

Bertone pone cara de circunstancias. Y Federico encadena con su otra obsesión, el alcalde de Madrid: «Gallardón está a punto de hacer la revolución pendiente».

Y, de paso, se mete con Maleni (Bertone pregunta al nuncio quién es): «Maleni es una ofensa a la inteligencia y a la sensibilidad».

Hasta arremete contra las dos agencias de información más importantes del país: «Efe y Europa Press, ya no se sabe quién está más a los pies del gobierno».

Y regresa a Rajoy: «Está empeñado en apuñalar a Esperanza… Pero te queda un mes…». (Bertone comienza a dudar de que lo de los puñales sea una figura meramente retórica).

A continuación y como si supiese que el número dos de Roma le estaba escuchando arremete contra el gobierno y contra la oposición y lanza una frase en italiano:

«El gobierno está idiotizado… Y la oposición está así como eunuca, ovárica, que no tiene ovarios, que no tiene eso, que non a mente, como dicen los italianos». (Bertone descubre, entonces, que Federico sabe que lo está escuchando y que sigue contando con información privilegiada en el seno del episcopado español. ¿Quién será su garganta profunda? Y por su mente pasan dos a tres nombres de altos prelados españoles. Pero, por prudencia, se los calla).

Pero a Federico parece darle todo igual, sabe que sus naves están quemadas desde hace tiempo y sigue con su tralla habitual: «De Paquito el chocolatero a Mariano el horchatero… Mariano, si no te gusta la política, vete a tu casa».

Y regresa a Gallardón: «Que tiene un coche blindado entre Ceaucescu y Touriño». (Bertone se queda in albis, pero el locutor no da tregua, ya no pregunta quién es Touriño).

«Oye, Mariano, si no quieres hacer oposición, para que El País te dore la píldora… vete a tu casa…». (¡Qué cansino!, piensa Bertone, que sabe que, al final del día, tendrá que ver a este Mariano Rajoy, el presidente del Partido Popular, un partido cercano a las tesis de la Iglesia. Al menos más cercano que el Partido Socialista de Zapatero. ¿Así hace amigos la Iglesia española entre los políticos más afines?).

Pero Federico sigue a lo suyo y, ahora, dispara contra Obama: «A Obama se le ha aparecido la Virgen del Tremedal o la de Guadalupe y ha dicho que USA no tiene que mandar mensajes proteccionistas…». Y de pronto se mete con los «titiriteros». (Aquí, Bertone, tiene que pedirle al nuncio que le aclare quiénes son los «titiriteros». Tras la oportuna aclaración, el cardenal comenta: «La radio de la Iglesia no sólo pone a caldo a los políticos, sino también a los actores que tanta influencia tienen en la opinión pública». Alguien añade: «Y eso que hoy está muy moderado. Otros días se mete con el rey y con el señor nuncio». Episodios de los que Bertone ya tiene constancia).

(…).

Y sigue repartiendo estopa. A Miguel Sebastián («uno de los ministros más importantes del gobierno», le explican a Bertone) le llama «luminoso». A don Manuel Fraga le pone a caldo: «Mejor no recordar cuando defendió el fusilamiento de Grimau o cuando decía aquello de “la calle es mía”». Y vuelve a su obsesión: «Lo último que dijo Gallardón fue para chantajear a Rouco y amenazar al papa». Y todavía tuvo tiempo para meterse con Cristina Kirchner, la presidenta de Argentina a la que llamó «bruja Lola».

Y con Bermejo, al que calificó de «chuleta de barra de bar» (a Bertone le sonaba el nombre. Le confirmaron que es el ministro de justicia, del que depende directamente la Dirección General de Confesiones Religiosas…).

El cardenal secretario de Estado no aguantó más y mandó apagar la radio. Era suficiente. «¿Y así todos los días y a todas las horas, todas las mañanas?», preguntó con incredulidad. Y el nuncio asintió con la cabeza y con cara apesadumbrada.

En ese momento, entra en el comedor el secretario personal del cardenal y le anuncia al cardenal que tiene que prepararse para poder cumplir con su apretada agenda. A las 10 tiene que estar en la sede del Ministerio de Exteriores y, después, visitar a Fernández de la Vega, al presidente del Gobierno y a la familia real.

En el coche, de camino hacia el palacio de Santa Cruz, Bertone le sigue dando vueltas al caso Federico. Ya no tenían que contárselo. Lo había escuchado él mismo y en directo. Le había dolido, sobre todo, el trato dado a los políticos. Pero quizás todavía más el tono empleado. Fondo y forma, inaceptables para la radio de la Iglesia. Y Bertone se ratificó en una decisión que, desde hace algún tiempo, tenía tomada: «Este hombre tiene que irse, porque daña a la credibilidad de la Iglesia». En marzo se lo dirán. Y en junio, tendrá que buscar acomodo. Suena Onda Madrid, la radio de Esperanza, para acogerlo. ¿Será capaz Federico de hacer mutis por el foro o morirá matando a la mano eclesial que le dio de comer y lo lanzó al estrellato?

La invención del exposcura Vidal sólo tiene un precedente en lo que no sabría decir si es periodismo fingido, ficción barata, camelancia o engañabobos: la primera frase de una hagiografía de Baltasar Garzón, El hombre que veía amanecer, obra de Pilar Urbano. La conocí por los Diarios escritos por Arcadi Espada y cuenta cómo Garzón, sentado en el lecho conyugal, se quita primero el calcetín del pie izquierdo y luego el otro. El dato no se presenta como «mezcla de ficción y la más estricta realidad», sino como la realidad misma, lo que permite a Espada deducir que en el tálamo conyugal del juez había, al menos, tres personas: Garzón, su mujer y Pilar Urbano. Sólo si se encontraba allí, compartiendo la intimidad del matrimonio, podía la famosa periodista del Opus Dei asegurar que fue un calcetín y no otro el que antes pudo abandonar el contacto con la piel de la entonces estrella de los estrados, y ahora, ay, bulto de los banquillos por orden del Tribunal Supremo, a cuenta de sus presuntas prevaricaciones.

A Vidal le falta la audacia de Urbano para inventarle a Bertone detalles no fáciles de refutar: por ejemplo, si se rasca alguna parte de su anatomía, por encima o al borde la sotana; si ha dormido bien; si lee el periódico o no cuando escucha la radio; y, naturalmente, en qué academia aprendió español para seguir la rapidez coloquial de la radio y la referencia satírica a políticos de actualidad. Vidal trata de remediar tan evidente laguna con una ingeniosidad de tontito. Una y otra vez presenta al cardenal y al nuncio apesadumbrados ante lo que oyen, pero luego dice que ya habían tomado la decisión de liquidar a los liquidables. ¿Qué falta le hacía a Bertone oír lo que no podía entender?

¿Y qué es ficción y «estricta realidad» en esta fantasmada del posclérigo Vidal? Difícil establecerlo. Si fuera el relato de Bertone levantándose a las seis de la mañana para escuchar la COPE —que, según Vidal, conocía bien porque ya había decidido purgarla, pero que, sin embargo, no conocía porque le sorprende— el desprestigio del Vaticano sería total. Es difícil concebir una escena más ridícula que la de un italiano oyendo a un español que no entiende y le traduce un nuncio portugués. Parece un bromazo de Buñuel o del Grupo Risa, pero sólo es una de las muchas invenciones de Vidal, que no vacila en utilizar testimonios que se desmienten a sí mismos, ni en hacer propios artículos ajenos que son cataratas de injurias. Esta es una de tantas piadosas opiniones repetidas y suscritas en «Religión Digital»:

La «excomunión» de Losantos

Cuenta Marcello (pseudónimo de Pablo Sebastián) en la Estrella Digital que los días de Federico Jiménez Losantos en la COPE están contados, y que en junio no renovará contrato, siendo sustituido por Cristina López Schlichting. Con este movimiento, la COPE busca firmar la paz con el PP, el gobierno, los medios de comunicación y todas las personas e instituciones que han sido atacadas, insultadas y descalificadas por el locutor.

En su artículo, incide que sobre Losantos habrá oído numerosas quejas, a su paso, por Madrid, el cardenal Tarcisio Bertone, el secretario de Estado del Vaticano, a quien le habrán atronado los oídos por todo lo que ocurre en la radio de la Conferencia Episcopal a su paso por los palacios de Moncloa, Zarzuela y la propia embajada del Vaticano en Madrid, donde Bertone se entrevistó con el presidente del PP, Rajoy, al que el mandril llamó ayer «ovárico», con la misma soltura que meses atrás calificó al nuncio del papa de «masón».

Los días de Losantos están contados, pero antes de que se acaben vamos a asistir a una nueva querella contra él, y puede que contra la COPE, del Partido Socialista. Y más concretamente del vicesecretario general del PSOE, José Blanco, cansados como están ya en este partido de los insultos y maledicencias de todo orden. Las que, en un principio, tanto gustaban en el palacio de La Moncloa porque vestían al PP con el manto de la extrema derecha y la conspiración del 11-M; y alimentaban la crisis interna en este partido, por los demenciales ataques de la COPE a Rajoy y Gallardón, en beneficio de Esperanza Aguirre.

La misma Aguirre que muy pronto perderá el apoyo radiofónico nacional de su amigo e ideólogo «liberal». Otro fracaso que suma en su mala racha la presidenta madrileña, a la que le crecen los enanos, entre el repudio de su partido y las enormes sospechas de espionaje y de corrupción que arrecian sobre el núcleo duro de su gobierno, diga lo que diga.

El PSOE ya no necesita de la extrema derecha y ahora considera que ese discurso de la COPE es desestabilizador de instituciones y cuerpo social. Lo que les permite un intercambio de quejas con el Vaticano, donde están ya cansados del cúmulo de denuncias y también de condenas en tribunales que está acumulando la emisora y el citado insultador. Y suponemos que habrá podido comprobar el cardenal Bertone, en Madrid, que la queja es unánime en la derecha y la izquierda, y nada tiene que ver con la libertad de expresión sino con la de insultar, manipular y hacer negocios privados, que es lo que ha hecho el mandril Losantos. Ahí están, como ejemplo, sus concesiones de televisión digital en Madrid, entre otras muchas dádivas de Aguirre al personaje que no cesa de agredir a sus compañeros de partido.

En realidad, no había que esperar a Bertone, ni a que el cardenal Cañizares llegara a Roma a ocupar sus nuevas funciones en el gobierno vaticano, para adivinar que el mandril está en las últimas. El primero en darle una patada en el trasero ha sido Pedro J. Ramírez, quien le ha quitado a Federico la que era su columna diaria en la página 4 de El Mundo, para aparcarlo en la página 18 tres días a la semana, uno de ellos para poner pies de fotos como Anson los sábados.

Y que nadie se llame a engaño. La caída del mandril supone el gran fracaso del cardenal Rouco Varela, quien ha sido su valedor y protector todos estos años, a pesar de que sus discursos mañaneros iban en contra de la caridad, la verdad, la moralidad y las más elementales formas de la cortesía y la buena educación, y siempre al servicio de oscuros intereses políticos: como los de la presidenta Aguirre, otra que quedará bonita una vez que se consume esta «excomunión» radiofónica.

No es que Bertone haya venido a Madrid para quemar en la hoguera de la Santa Inquisición al insultador de la COPE, que es lo que dirá el mandril en cuanto lo cesen, vociferando en arameo desde el pescante de uno de esos autobuses donde se proclama «Dios no existe». No, lo del mandril ya estaba cantado. Bertone, a pesar de la obsequiosa acogida del gobierno, ha venido a leerle la cartilla a Zapatero y, de paso y de manera inevitable, a escuchar de viva voz a las víctimas del bicho copero, y a echar unos responsos por la salvación de su alma, aunque no faltará quien relacione esta visita con la ya anunciada caída del gran insultador.

Reconózcase que llamar «el mandril» al «gran insultador» no parece muy coherente, Pero seguramente la caridad cristiana de Vidal, su apego al ideario de la COPE, su moderación política y teológica le llevan a admitir en su seno este testimonio como una forma más de «predicar con el ejemplo». Como la suya, sin ir más lejos. O, ya puestos, como la de Juliana en La Vanguardia. Así lo reciclaba El Plural:

Bertone regresó al Vaticano con un dossier sobre «el problemático asunto» de la COPE

La Vanguardia informa en su edición de hoy de que el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Bertone, ha regresado a Roma tras su estancia en España portando un dossier sobre la COPE que podría resumirse como «asunto muy problemático y todavía no cerrado». Federico Jiménez Losantos ha arremetido contra el periodista que firma la información, Enric Juliana, y ha apuntando que en el Vaticano mandarán el dossier «al archivo». En cualquier caso, el locutor mandó varios mensaje al cardenal arzobispo Antonio Cañizares —que no es partidario, al contrario de Rouco, de la continuidad de Losantos en la cadena de los obispos— indicando que «lo han metido en un comboluto [sic] los chicos de Rajoy». También le ha recordado al cardenal arzobispo las comidas compartidas junto a César Vidal en Toledo y cómo en el pasado usó la tribuna de la COPE para denunciar «lo malísimo que es el gobierno».

En una crónica sobre la visita a España del secretario de Estado vaticano, el periodista Enric Juliana explica en La Vanguardia que Bertone «regresa a Roma con un amplio dossier sobre la COPE», y que «podría afirmarse» que la carpeta tiene como rótulo: «Asunto muy problemático y todavía no cerrado».

El diario añade en su editorial que «es muy buena noticia que Bertone regrese a Roma con una completa información sobre el pulso español, incluida alguna alocada palpitación que conviene corregir» y que «con toda probabilidad, el cardenal Rouco sabrá dirigir las rectificaciones oportunas».

Los contactos con el gobierno protagonizados por Bertone han sido interpretados por diversos medios como una distensión en las relaciones iglesia-Zapatero, una reducción en el clima de confrontación que caracterizó la última legislatura con la que estaría de acuerdo el prefecto papal Antonio Cañizares, pero no Rouco Varela, distanciados ambos en los últimos meses en cuestiones como la continuidad de Losantos. El locutor ha aprovechado su programa para lanzarle varios mensajes al prefecto, «que en estos años de rebelión cívica ha sido uno de los puntales, de los que más han hablado aquí [en la COPE], y anda que no he comido en Toledo, frugal pero muy agradablemente, con César Vidal y yo, mucho, contándonos lo que le dolía España, lo que le preocupaba la situación nacional y lo malísimo, lo redobladamente malo que es este gobierno». «Ahora lo han metido los chicos de Rajoy en un comboluto (Sopena dixit) que no puede más que hacerle daño que es lo que está pasando», lamentó, apuntando que «la patulea rajoyana está a ver si cierra la COPE».

La verdadera importancia del viaje de Bertone a España

Lo importante del viaje de Bertone, invitado formalmente por Rouco y el gobierno, no fue su encuentro con el rey, Zapatero y Rajoy, ni su conferencia en defensa de los derechos humanos, que se mantuvo en la línea más ortodoxa, es decir, menos molesta para el cardenal de Madrid. En principio, el balance de sus cuatro días en España fue el de un triunfo de Rouco, incluso en los medios que habían dicho que venía del brazo de Cañizares, devenido purpurado azafato, para humillar a su antiguo aliado y ahora rival. En realidad, cualquiera con un mínimo de sentido común —tan poco común en el ámbito eclesial como en los demás— podía suponer que el número dos del Vaticano no vendría nunca a Madrid para desautorizar al número uno de la Iglesia española. Tal vez eso hubiera podido pasar hace siglos y con un cisma en marcha; e incluso así hubiera resultado bastante difícil. La primera y última vez que tuvimos un cisma en España fue con el papa Luna, cuyo cráneo robaron hace poco del castillo de Peñíscola. Pero desde la odisea de aquel Benedicto XIII, hace bastantes siglos, hasta los espíritus más fervorosos y rompedores del catolicismo español han querido ser fieles a Roma. No en balde Trento, la capital de la teología católica tras la Reforma, fue obra de españoles.

Bertone debía tratar con los políticos un asunto muy serio y muy caro: el viaje del papa a Madrid en 2011 para celebrar la jornada Mundial de la juventud. Había otros asuntos más graves, como la permanente ofensiva anticatólica del gobierno, pero no más serios para el Vaticano. Tanto en el gobierno como en la oposición pudo comprobar lo que estaba harto de escuchar en Roma desde que lo nombraron secretario de Estado: que el PSOE y el PP querían cargarse a los principales comunicadores de la COPE. Nada nuevo, salvo dos cosas: la visita papal sería en 2011, pocos meses después de las elecciones a la Conferencia Episcopal Española, en las que volvía a presentarse Rouco, y que coincidía con la fecha de renuncia obligada del cardenal al cumplir los setenta y cinco años el 20 de agosto. Como ya hemos explicado, a partir de ese día, si Rouco ganaba en marzo y la JMJ salía bien, era probable que el papa le dejara terminar su último mandato en la Conferencia Episcopal Española, dos años y medio aún. Y, de paso, colocar al sucesor.

Creo que esos dos hechos concatenados, inseparables —su reelección y el aplazamiento de su jubilación— llevaron a Rouco a permitir, si no a facilitar, nuestra salida. Es lo que nos contaron desde el bando de sus enemigos y es, como diría Felipe González, lo «rasonablemente rasonable». Rouco no se había rendido antes a las presiones y seguramente no quería hacerlo ahora por tres razones: amor propio, principio de autoridad —tan fáciles de confundir y porque estaba convencido de que la COPE sin nosotros podía irse al guano. ¿Y cómo intentó Rouco dar su brazo a torcer sin que le rompieran el brazo o le asomase el hueso roto? Esencialmente, con dos maniobras: alargar más de un mes la decisión de la COPE hasta que pasara la reunión del Ejecutivo de la CEE, el 12 de marzo de 2009. Y, después, dilatando nuestra respuesta hasta después de la reunión de la plenaria de la Conferencia Episcopal, donde se proveía la vacante de Cañizares, y Rouco podía recuperar la mayoría en el ejecutivo si le aceptaban a su candidato, Braulio Rodríguez, sucesor en Toledo del «rifiutato» Cañizares.

Pero no se lo aceptaron, sino todo lo contrario: los enemigos de la COPE triunfaron de forma aplastante y colocaron a Del Río, arzobispo castrense —o sea, criatura de La Zarzuela— y responsable de medios de comunicación, donde no perdía ocasión de atacarnos. Y para sustituirlo en medios nombraron a otro peor: Piris, obispo de Lérida, significado escolta del Klan Sistach y que, siervo del nacionalismo más que del crucificado, se negaba a devolver las obras de arte robadas a la diócesis de Huesca, pese a las órdenes del Vaticano. La salida de Rouco tras esa dura derrota fue disfrazar nuestro desalojo con una solución a medias típicamente clerical, mezcla de agua tibia y agua bendita, de las que no satisfacen a nadie pero que, en última instancia, permiten apañarse a casi todos. De ser humanamente soportable, podíamos habernos quedado en la COPE.

La sucesión de acontecimientos tras el viaje de Bertone fue vertiginosa. Las elecciones en el ejecutivo de la Conferencia Episcopal, la oferta oficial de COPE, la plenaria, la oferta oficiosa de Rouco y nuestro adiós se produjeron en tres meses, durante los cuales la campaña contra nosotros dentro de la casa fue tan salvaje que parecía un homenaje a Sam Peckinpah. El ELH (Equipo Linchador Habitual) echó el resto con Bertone, pero nunca quedó satisfecho ni convencido. Por eso anunció nuestra liquidación en el ejecutivo de marzo. El escudero del creativo Vidal, o sea, Bastante, lo anunciaba así el 13, día de autos:

Rouco decide hoy el futuro de Losantos

Este jueves se ha reunido —acaban de terminar— el comité ejecutivo de la Conferencia Episcopal, el máximo órgano decisorio de la Iglesia española. En su orden del día, un asunto que destacaba sobre el resto: la renovación de Federico Jiménez Losantos. El polémico locutor de la COPE finaliza su contrato en la emisora episcopal este mes de junio, y a diferencia de lo que sucediera el pasado año son pocos los que, en el entorno episcopal, apuestan por su continuidad.

De hecho, en el seno del comité ejecutivo sólo uno de sus siete miembros todavía defiende la continuidad de Losantos, si bien se trata del más significativo: nada más y nada menos que el cardenal de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela.

El resto de miembros (los cardenales de Toledo, Sevilla y Barcelona, el arzobispo de Oviedo y el obispo de Bilbao) se han posicionado en contra de su permanencia, esgrimiendo la agresividad de Losantos y la «estrategia de división social» que postula. El secretario general del episcopado, Juan Antonio Martínez Camino, que hasta la fecha apoyaba la presencia del locutor en la COPE, se ha desmarcado de esta tesis.

Sin embargo, en el caso de la jerarquía eclesiástica la aritmética no funciona, de modo que el peso de Rouco Varela se antoja decisivo a la hora de tomar una u otra decisión. Sí resulta significativo que, desde hace meses, no aparezca por La mañana ningún obispo, ni siquiera Rouco. La «voz» de la Iglesia en el programa de Losantos está representada por la secretaria de la provincia eclesiástica de Madrid, María Rosa de la Cierva.

En la reunión de hoy también ha participado el presidente de COPE, Alfonso Coronel de Palma, otrora defensor de Losantos y que ahora maneja varias opciones para sustituirle. Hace pocas semanas, la mayoría de los directores regionales de la cadena votó en contra de la renovación del locutor. En su lugar, Coronel de Palma propondría colocar a Nacho Villa —en la actualidad director de informativos— en la «zona dura» de la mañana (de seis a diez), y a Adolfo Arjona —director de COPE Málaga— o Cristina López, de diez a 12.30.

En los últimos tiempos, Nacho Villa se ha ido separando paulatinamente de Losantos, acercándose al entorno del cardenal Cañizares, principal impulsor del cese del locutor. La marcha de Cañizares a Roma, paradójicamente, no le ha alejado de algunos asuntos internos.

De hecho, el «problema Losantos» ya ha trascendido nuestras fronteras, y su continuidad fue uno de los temas que abordó, durante su visita a España, el secretario de Estado vaticano, Tarcisio Bertone. El cardenal habló del asunto tanto con De la Vega como con el propio Rouco.

Pues bien, una vez más, mentían. Lo nuestro, ni se trató. El antiguo clérigo y su monago me echaron de la COPE un mes sí y otro también, rescindieron mi contrato varias veces por temporada, me declararon cadáver —sepulto o insepulto, según su humor— cada semana, no sólo explicaron por qué debían echarme los obispos, sino por qué me habían echado. Y nunca me echaban. Algún año tenían que acertar. Después no han escrito una palabra sobre el devenir de una empresa que, según decían, les preocupaba tanto.

Mas su maldad fue castigada. Al poco de salir nosotros de la COPE, salió de «Religión Digital» camino de La Gaceta de Intereconomía el blog «La cigüeña de la torre», de Francisco Fernández de la Cigoña, el más leído en su género y gran defensor nuestro mientras hubo guerra. Sin Cigoña como anzuelo y sin la COPE como cebo, la sección se ha quedado en casi nada. Su programa podría resumirse así: «Rouco, no; Vaticano, menos; y sobre lo de Jesucristo hijo de Dios, hay opiniones». No es de extrañar su falta de fuentes y de influencia en la Iglesia. Entre los fariseos y publicanos del Evangelio, los vidaltantes han creado algo así como el fariseísmo publicano y publicado. El resultado es… nada. Hay vacíos sepulcros blanqueados que están muchísimo más llenos.

Lo importante es el análisis del movimiento eclesial interno que maniató a Rouco e hizo imposible su triunfo, siquiera parcial, en la crisis de la COPE. Como sucedió entre la oferta definitiva de la cadena y nuestro rechazo, los sucesos se precipitaron y la fascinación del puñal y el veneno se apoderarán del relato, debemos resumirlos. Luis Fernando Pérez Bustamante, en su blog Infocatólica, describió así el final del «rouquismo» y vaticinó el nuestro:

Concluyó la XCIII Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. Sin la menor duda no ha sido una plenaria más. Aunque habrá quien pueda pensar que todavía es un poco pronto para afirmarlo, creo que estamos ante el fin de una etapa marcada por la presidencia del cardenal Rouco Varela. Por supuesto, el cardenal arzobispo de Madrid sigue siendo el presidente de la CEE, pero nunca antes su influencia en las decisiones y votaciones de la conferencia había sido menor. Ni siquiera en el trienio de monseñor Blázquez ocurrió lo que ahora hemos visto.

La elección de monseñor Juan del Río Martín como nuevo miembro del comité ejecutivo de la CEE, en sustitución del cardenal Cañizares, no entraba en los planes del cardenal Rouco, quien esperaba que el elegido fuera monseñor Braulio Rodríguez, arzobispo electo de Toledo y, por tanto, futuro primado de España. Si a eso se le une que para sustituir a monseñor Del Río en la Comisión de Medios, la mayoría de los obispos españoles han elegido a monseñor Piris, obispo de Lérida, nos encontramos con que el arzobispo que será primado de España en un par de meses no estará siquiera en la Permanente de la CEE.

(…).

Además, es bien conocida la voluntad del cardenal Rouco de que la COPE siguiera el camino por el que había transitado en los últimos años. Hoy ya puedo decir que hace unas pocas semanas el cardenal participó en una cena en la que, preguntado por el tema COPE y la continuidad de Losantos, dijo que «a quién se le puede pasar por la cabeza que hay que echar ahora a Federico de la COPE». Pues ya tiene usted la respuesta, don Antonio María. Todos sabemos que, por mucho que nos quieran vender la moto de que es una decisión «empresarial», las razones para que Coronel de Palma y cía hayan puesto fin a la era Losantos-Vidal en COPE tienen poco que ver con asuntos económicos y sí mucho que ver con presiones políticas, eclesiales y mediáticas. Pueden cantar victoria los que querían una COPE sin Losantos. En septiembre el locutor turolense, junto con su buen amigo César Vidal, empezará una nueva aventura radiofónica, sin duda apasionante, lejos de la que durante casi veinte años ha sido su casa.

(…).

Se quiera o no, y teniendo en cuenta los niveles de audiencia, el futuro de la emisora de los obispos está hoy en el aire, pero esa ha sido la elección tanto de la dirección de la empresa como de los obispos que han reiterado su apoyo a la misma. Sólo espero que toda esa patulea de eclesiásticos puristas que pedían que no se marcara la X de la Renta como forma de presión para que se echara a Losantos de la COPE, mañana mismo hagan campaña para que dicha casilla sea elegida por su legión de fieles (…). De hecho, el propio Federico, en un gesto que le honra, así lo pidió desde su programa (…). Si la actual apuesta empresarial falla, que cada palo aguante su vela. Se vende la emisora al mejor postor y listos.

(…).

En definitiva, hemos entrado en la etapa de transición del «rouquismo» hacia una nueva era en la Conferencia Episcopal de nuestro país. No parece que haya una figura emergente que pueda tomar el relevo y de hecho todavía quedan dos años para que el mismo se produzca. El cardenal arzobispo de Madrid sigue siendo miembro del dicasterio vaticano que se encarga de presentar al papa los candidatos para ocupar las vacantes en las diócesis españolas, así que se equivoca quien piense que su influencia en el futuro de la Iglesia española ha acabado. Y la JMJ de Madrid 2011 será un magnífico broche a su pontificado en la archidiócesis más importante de nuestra nación. Pero, por ley de vida y por decisión de una mayoría exigua de obispos españoles, su estrella al frente de la CEE ya ha empezado a menguar. Si eso es para bien o para mal, sólo Dios lo sabe. Dependerá en buena medida de quién sea su sucesor.

La sucesión de Rouco no había comenzado cuando la nuestra ya se estaba decidiendo en la propia COPE. La campaña contra nuestra continuidad fue encabezada por el responsable del área de religión, Manuel María Bru, con el beneplácito de Coronel de Palma y el respaldo de los comités sindicados con la dirección, amén de los grupos religiosos que aspiraban a heredar. Si dentro de la emisora hubiera habido resistencia a nuestra salida, por el más que evidente riesgo laboral que acarreaba, tal vez nosotros nos hubiéramos ido, pero los obispos nunca nos habrían echado. En primer lugar, porque —a diferencia del Ejecutivo de la CEE— la mayoría estaba con nosotros, aunque la minoría intrigara y los mandamases no quisieran líos. Y en segundo lugar, porque si hay algo que horrorice más a los obispos que una campaña de prensa adversa, es un conflicto laboral. El ERE en la crisis que precedió a nuestra llegada resultó tan traumático que don Bernardo aseguraba que antes de pasar por lo mismo prefería vender la cadena. Luego pudo hacerlo y no quiso; pero ante el lío y el escándalo —y nos lo habían montado tremebundo— el alto clero suele ser inequívocamente retráctil.

Ya expliqué al comienzo del capítulo anterior que nosotros no estorbábamos a los grupos religiosos que se disputan el poder dentro de la Iglesia y, por tanto, de la COPE; porque no pertenecíamos a ninguno, ni siquiera a la Iglesia. Eso, aparte de la prueba de respeto a la libertad que suponía la presencia en una empresa propiedad de la Conferencia Episcopal de un ateo y un hereje —o agnóstico y evangélico; para el caso daba igual— al frente de los principales programas. Al mantenernos por razones puramente profesionales se evitaba el torneo de ambiciones eclesiales. En cada grupo, como sucede donde hay humanos, y más si están seguros de conocer el designio divino, las luchas por el poder, los personalismos, los celos, las intrigas encubiertas y las ambiciones desbocadas son inevitables. Por eso, molestábamos menos que otros hermanos en la fe. Hermanos eran Caín y Abel.

Pero al estallar la guerra clerical acaudillada por Bru no hubo un grupo fuerte que nos defendiese. No todos estaban en contra. Los más importantes, los «kikos», son de Rouco y si Rouco se lo hubiera pedido, nos habrían defendido, pero Rouco no se lo pidió. Sin embargo, el clero de base estaba con nosotros. Nunca como en esos meses he recibido tantas cartas de apoyo de curas y monjas, tantas estampas y hasta un crucifijo precioso que, según me dijo Barriocanal, es el símbolo más preciado de una gran orden contemplativa. Si se hubiera hecho una votación entre el clero sobre nuestra permanencia habríamos arrasado. Vidal y Bastante se atrevieron a hacerlo en Periodista Digital y perdieron por goleada. Pero el afecto es una cosa; la guerra, otra; y para esa guerra no tuvimos tropas.

Por eso mismo la jornada Mundial de la juventud, cuyo embajador fue Bertone, resultó decisiva: para llegar a ella Rouco sólo tenía un obstáculo, la COPE. Pero si el responsable de religión de la COPE encabezaba nuestro linchamiento, Coronel estaba de acuerdo y a él no le convenía, ¿qué iba a hacer Rouco? Pese a todo, en el linchamiento, cosa rara, la base blanca de Alabama estuvo contra el Ku-Klux-Klan. Los feroces debates de abril y mayo en el blog de Bru prueban que, a cuenta de nuestra presencia en la COPE, se dilucidaban asuntos internos de la Iglesia de enorme importancia. Los fieles combatieron a Bru hasta el final, pero la jerarquía prefirió esperar al papa. Y el papa llegó, vio, venció y Rouco triunfó. Pero el precio del triunfo fue el sacrificio de la COPE.