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EL REY SE PONE A LA CABEZA DE LOS
LINCHADORES
El domingo 21 de octubre de 2007, El País estrenaba diseño. Con tan fausto motivo, hizo a sus lectores tres regalos: una tirada de un millón de ejemplares, un reloj bastante feo y una historia política bastante falsa, pero con mucho morbo. El millón de ejemplares estaba lejos de las tiradas de la edad de oro felipista, cuando ataban a los perros de Polanco con longanizas de papel moneda, pero la caída de 2007 aún no anunciaba el barranco por el que se ha despeñado la prensa escrita pocos años después.
El reloj de regalo tenía un aire playero y sesentero, vagamente inspirado en el pop art. Su correa de plástico blanco, que parecía diseñada para guardar el sudor y autodestruirse como las cintas de Misión imposible, llevaba impresas unas letras como las que recortan los asesinos en los periódicos para contar sus crímenes y formaban quince palabras: revista, informa, arte, mano, era, comprender, compromiso, experimentar, propuesta, vi, foro, impulsa, persona, vida, prensa. Los números de las horas estaban sustituidos por doce letras: ELPAISFUTURO, enésima prueba de la obsesión de los publicistas por las mayúsculas. El resultado del diseño era confuso a fuer de profuso. Vamos, que el relojito era feo a conciencia, pero a caballo regalado no le mires el bocado y, total, nadie iba a ponerse a leer con detenimiento la correa del reloj.
En cambio, todos leyeron la historia de portada, diez días pasada de fecha pero adecuadísima para acompañar el cruasán del desayuno o el discreteo a orillas del vermú. Venía con un amplio avance en portada y la firmaba Ernesto Ekaizer, criatura argentina que, como Bacigalupo, perito en prevaricaciones, era pieza destacada de la trituradora de Polanco desde hacía dos décadas. Estos eran los titulares y la información que podían verse, leerse e incluso comprarse en los kioscos; hasta un millón de veces, nada menos:
Aguirre irrita al rey por defender al locutor que pide su abdicación
El monarca, molesto, reclama que la iglesia controle a la COPE
Ernesto Ekaizer. Madrid
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, reclamó el pasado 11 de octubre, en un almuerzo en el Palacio Real con los reyes de España, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero y varios comensales más, un «trato humano» para Federico Jiménez Losantos, el locutor de la cadena COPE, propiedad de la Conferencia Episcopal. Losantos exige desde hace tiempo la abdicación de don Juan Carlos. Las palabras de Aguirre irritaron al rey, que momentos antes había reflexionado sobre la crispación existente en las vísperas de la fiesta nacional. «Es una lástima», señaló. Fue entonces cuando la presidenta salió en defensa de Losantos. «Yo no tengo problema en recibir a la gente. Es a mí a quien tiene que dar un trato humano. ¿Pero esto qué es?», preguntó el rey. «Es intolerable. Le he dicho a Rouco Varela que recen menos por mí y la monarquía y se ocupen más de la Conferencia Episcopal que controla a la COPE», remachó.
Y en la página 18, Ekaizer hacía el relato completo del suceso:
Aguirre pidió al rey «trato humano» al periodista que le exige abdicar.
Tensión entre la presidenta y el monarca por Jiménez Losantos
El pasado día 11 de octubre no fue, decididamente, una jornada apacible para el rey Juan Carlos. ¿Acaso por el vídeo real que acababa de lanzar al mercado político Mariano Rajoy? Frío, frío. ¿Quizá por el impacto de las declaraciones del presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, revelando palabras del monarca? Frío, frío. Lo que realmente fastidió al rey fue lo que ocurrió durante el almuerzo de ese jueves en su propia casa, el Palacio Real. Cinco fuentes consultadas han permitido reconstruir lo que allí ocurrió.
Don Juan Carlos: «Que recen menos por mí y se ocupen más de la COPE»
Tras la reunión del Patronato del Instituto Cervantes, el rey ofrece una comida en la que participan los embajadores latinoamericanos. Don Juan Carlos toma asiento en una mesa redonda. A un lado, el presidente del Gobierno, y al otro, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Frente al rey, al otro extremo, toma asiento la reina, flanqueada por el escritor Francisco Ayala y el ministro Miguel Ángel Moratinos.
El rey, nada más comenzar el primer plato, se lamenta de que al día siguiente se celebre la fiesta nacional en un ambiente de crispación. «Es una lástima», dice. Las palabras provocan un silencio de reflexión.
«No sé si os va a gustar lo que voy a plantear, pero creo que se debe dar un trato humano a [Federico] Jiménez Losantos», apunta Esperanza Aguirre, sentada junto al rey. El periodista radiofónico de la cadena COPE ha solicitado durante los últimos dos años la abdicación del monarca en su hijo, el príncipe Felipe, como parte de una sistemática crítica a la monarquía por diversas razones, entre ellas que se lleve mejor con los socialistas que con el PP y no ejerza papel moderador sobre el PSOE.
«¿Cómo?», preguntó azorado, según los testimonios recogidos, don Juan Carlos. «¿Más trato humano que yo doy a todos? A todos por igual, sin discriminación», subrayó.
«No, no», siguió la presidenta de la Comunidad de Madrid. «Yo entiendo que la Casa Real y La Moncloa deben darle un trato mejor, no discriminarle», insistió.
«Yo no tengo problema en recibir a la gente. Es a mí a quien tiene que dar un trato humano. ¿Pero esto qué es?», preguntó el rey. «Es intolerable», agregó.
Esperanza Aguirre no soltaba la presa. «Yo creo que esto se podría arreglar. Es un problema de tratar mejor a una persona», dijo. Seguía en la mesa el comensal Víctor García de la Concha, director de la Real Academia Española (RAE). Hasta entonces callado, ante la machacona insistencia terció. «La de este señor [Jiménez Losantos] es una actitud inaceptable», protestó.
El monarca prosiguió. «Le he dicho a Rouco Varela que recen menos por mí y la monarquía y se ocupen más de la Conferencia Episcopal que controla a la [cadena de radio] COPE», enfatizó visiblemente molesto, según todas las fuentes. «Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña», cerró enigmáticamente el rey.
Fue la señal cómplice para cambiar de tema. La reina Sofía comentó que, lástima, el Premio Nobel de Literatura había marginado otra vez a la lengua española. García de la Concha habló de Doris Lessing. Esperanza Aguirre quiso saber más. Y, tras esta cortina de alivio, el presidente Rodríguez Zapatero preguntó al embajador argentino en Madrid, Carlos Bettini, cómo iban los sondeos ante las elecciones presidenciales del 28 de octubre, donde Cristina Kirchner aparece como favorita. Tras la explicación, Zapatero mandó recuerdos al presidente Kirchner. A los postres, Francisco Ayala, de ciento un años, dijo: «Esto es el vicio». El rey le elogió por su apetito.
Fue entonces cuando Esperanza Aguirre volvió a centrar la situación, casi en plan de despedida: «Bueno, vamos a ver qué pasa mañana en el desfile…». Bettini, sentado junto a García de la Concha, saltó: «Esto es una provocación». Don Juan Carlos hizo un gesto de desdén y dijo tres palabras duras.
La gravedad de la actuación del rey
En principio, según esas fuentes de agua argentina que manaron y corrieron por diversos campos informativos, las «tres palabras duras» dedicadas a Esperanza Aguirre por el rey fueron «hija de puta». Pero eso no me consta y bien puede ser una de tantas habladurías apoyadas en el campechanismo borbónico. Vayamos a lo esencial, que es la astuta manipulación política de Ekaizer. El pendolista argentino dice que yo he «exigido», cuando yo no he exigido nada al rey —no tengo forma de hacerlo— sino que he dado mi opinión acerca de la actuación del rey en esos primeros años de Zapatero. Naturalmente, el verbo «exigir» dibuja un monstruo de opereta, «yo», y ridiculiza como algo monstruoso o estúpido algo más serio: la eventual abdicación del rey en el príncipe de Asturias, su heredero legítimo, para que la monarquía no quedara marcada por lo que para muchos era el abandono de su deber constitucional por parte del rey.
Pero hay algo aún más grave en la manipulación prisaica, que es privar a un ciudadano español del derecho a criticar la actuación del jefe del Estado y amputar a un periodista político lo que, más que derecho, es un deber: criticarlo si, a su juicio, acepta la liquidación del régimen constitucional que juró defender. Eso es lo que a mi juicio y al de muchos había sucedido al respaldar la negociación del gobierno Zapatero con la ETA («si sale, sale», dijo el rey antes de elogiar de forma exagerada a Zapatero), sus pactos con los separatistas de Esquerra Republicana («hablando se entiende la gente» dijo a Benach, presidente del Parlamento catalán) y, sobre todo, el empeño del gobierno en sacar adelante un Estatuto de Cataluña embarrancado en el propio Parlamento catalán, que no era de reforma ni de autonomía sino que, en opinión de mucha gente, incluidos no pocos magistrados del TC, arruina la legitimidad de la nación española como base de cualquier forma de legalidad en el Estado. Es decir, que causa un perjuicio irreparable. El País, defensor de todas las negociaciones y claudicaciones de Zapatero ante el nacionalismo y el separatismo, utiliza al rey como escudo supuestamente legal frente a los que se niegan a comulgar con esas ruedas del molino anticonstitucional. Y, de paso, al identificar al rey con los proyectos del gobierno socialista, lo convierte en rehén de la izquierda y protegido del PRISOE, más PRISOE que nunca. Naturalmente, esta operación de entrañamiento e identificación de la corona con la izquierda se hace a costa de la derecha y sobre todo, de la obligación del rey de serlo de todos los españoles, no sólo de los que mandan. Y por eso muchos creen que, a veces, para salvar la monarquía, ha de irse un rey que, por perder la cabeza, suele acabar perdiendo la corona.
Lo que yo había dicho dos años antes, cuando ZP empezó a hacer disparates, en una entrevista en El Mundo, era que, dada la incapacidad del rey para asumir sus obligaciones, sería quizás conveniente para la salud de la institución monárquica que Juan Carlos 1, cumplidas ya tres décadas de ejercicio, abdicara en el príncipe de Asturias, siempre que Felipe VI quisiera hacer lo que su padre había jurado hacer y no hacía. Tras el típico aspaviento zarzuelero con cáterin prisaico —el polanquismo es republicano pancista o accidentalista, y, tal vez por eso, defienden a un rey que se declara «republicano» y que les defiende a su vez— aquella entrevista se olvidó.
Pero la misma semana del banquete real del 12 de octubre, sucedió que en Telemadrid Sánchez Dragó me preguntó en su telediario por aquellas declaraciones y yo las expliqué de nuevo. Resumo: si el rey no cumplía sus obligaciones morales y políticas ante la liquidación del régimen constitucional por Zapatero y sus aliados nacionalistas catalanes, lo mejor para la monarquía sería dejar paso a su hijo, con menos ataduras vitales con el poder que estaba hundiendo a España. Pero —añadí en la tele y repetí en la COPE— «al decirlo quizás pequé de ingenuidad o de confianza excesiva en la institución. Padre e hijo ya son mayores, incluso muy mayores, y si no quieren hacer lo que convendría a todos, allá ellos. Yo he cumplido con mi obligación diciendo lo que debía». Y pasamos a otra cosa.
Naturalmente, cualquiera puede discutir mi opinión. Cualquiera, menos el rey, por tres razones fundamentales: porque es escandalosamente antidemocrático; porque supone violar frontalmente el artículo 20 de la Constitución, que garantiza el derecho de los ciudadanos a opinar y difundir sus ideas por cualquier medio; y porque ante la crisis del orden constitucional, el rey puede hacer apuestas arriesgadas junto a la izquierda y jugarse la corona, pero no tiene derecho a agredir en público a nadie, y todavía menos a quien critica esas apuestas políticas del monarca en términos también políticos. El presidente del Gobierno, presente en la mesa pero más prudente que el jefe del Estado, preguntó entonces al embajador argentino sobre las posibilidades de Cristina Kirchner para suceder a su marido en las inminentes elecciones. Bettini, amigo de los Kirchner (y de Ekaizer), anunció la segura victoria de la exmilitante de los «montoneros», aquellos terroristas de extrema izquierda que, con respaldo castrista, declararon la guerra al gobierno de la viuda de Perón y trajeron la dictadura militar. Pues bien, Zapatero pidió a Bettini que transmitiera a Cristina Kirchner sus deseos de éxito. Prueba de que actuaba como presidente del Gobierno. Y que ante esa agresión del rey, calló. Es decir, otorgó.
El Mundo contraataca con rapidez, pero con ciertas limitaciones
Pero El País no fue el único periódico que ese domingo llevó a los kioscos este asunto. La edición de Madrid de El Mundo, firmada por John Müller, adjunto al director Pedro J. Ramírez, anunciaba también en portada y corregía dentro esta información:
Aguirre sobre Losantos ante el rey: «Lo peor es quitar el micrófono a un periodista»
La presidenta de la Comunidad de Madrid abogó a favor del derecho a opinar libremente tras un comentario del monarca durante la fiesta nacional
John Müller
Aguirre, que admitió que mantiene una vieja amistad con Jiménez Losantos, pidió «un trato humano» para el periodista ante don Juan Carlos, el presidente del Gobierno y las demás personalidades que se hallaban sentadas a la mesa. Cuando el rey le pidió que precisara a qué se refería con lo de «un trato humano», todas las fuentes consultadas sostienen que Aguirre respondió: «Si le hubiera criticado Iñaki Gabilondo [presentador emblemático del Grupo Prisa], le habría invitado a comer».
Acto seguido, Aguirre insistió en que el periodista de la cadena COPE y colaborador de El Mundo merecía, con respecto a su derecho a opinar, ser tratado como cualquier ciudadano, y dijo que no se debe presionar a sus jefes (los obispos de la Conferencia Episcopal, propietaria de la cadena) para que prescindan de él, «porque Jiménez Losantos se irá a otro lado y dirá las mismas cosas». «Lo peor es que se le quite el micrófono a un periodista», añadió.
Los comentarios del monarca a la presidenta madrileña obedecían al hecho de que Jiménez Losantos había reiterado en la televisión pública regional (Telemadrid) su petición de que el rey abdique durante una entrevista en el programa Diario de la noche que dirige y presenta el escritor Fernando Sánchez Dragó.
Comentarios de Revilla
La presidenta de la Comunidad de Madrid defendió en solitario al director de La mañana de la COPE, mientras Rodríguez Zapatero y los demás comensales, entre los que se encontraban la reina Sofía, el embajador de Argentina en España, Carlos Bettini; el académico Víctor García de la Concha y la exdirectora de RTVE Carmen Caffarel, mantenían silencio. La mesa la completaban el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, y el intelectual Francisco Ayala y su esposa.
Las críticas de Jiménez Losantos al rey en su emisora coincidieron con la quema de retratos del monarca por parte de independentistas radicales en Cataluña. Esto fue aprovechado por sectores del PSOE para especular con la existencia de una supuesta pinza entre Losantos y los independentistas.
El 10 de octubre pasado, el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, aseguró, en una entrevista radiofónica, haber encontrado a don Juan Carlos «indignado» más con algunas personas, que según Revilla se sitúan en la «derecha y extrema derecha», que con los radicales que queman sus fotos, porque estas actitudes, en su opinión, «son previsibles» y responden al sentir de «un porcentaje mínimo de la opinión pública española». En concreto, el presidente cántabro se refirió a «algún personaje de la radio española», en clara alusión a Losantos.
Al día siguiente, lunes, de nuevo John Müller se hacía eco de la opinión oficial de La Zarzuela en un asunto que produjo verdadera conmoción —alborozo o escándalo, según el sesgo ideológico— en la opinión pública. Así lo consignaba:
La atribución literal al rey de palabras sobre Losantos «asombra» en La Zarzuela
Lamenta que se «intentase transcribir» una conversación con Esperanza Aguirre
John Müller
La Casa del Rey hizo constar ayer su «sorpresa y asombro» por la atribución literal al monarca de unas palabras pronunciadas en el transcurso de una conversación privada mantenida con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, en la que estaban presentes otras ocho personas.
Un portavoz de La Zarzuela lamentó que se haya «intentado transcribir» el diálogo que mantuvieron ambos en un almuerzo en el que no había «ni cámaras ni grabadoras».
La Casa del Rey reaccionó de este modo a la publicación, ayer, por El Mundo y El País de sendas informaciones en las que se reflejaba el malestar de don Juan Carlos por la labor del periodista de la cadena COPE y colaborador de El Mundo, Federico Jiménez Losantos, quien pidió en varias ocasiones que el monarca abdicara en el príncipe y posteriormente retiró esta iniciativa.
La Zarzuela evitó confirmar o desmentir la noticia y se limitó a insistir en que «como es habitual en la Casa del Rey, por razones obvias nunca se hacen comentarios sobre conversaciones de carácter privado».
Según publicó ayer El Mundo, el rey reprochó a la presidenta madrileña que Losantos reiterara sus ideas en un espacio de la televisión pública regional (Telemadrid) en el curso de un almuerzo celebrado el 11 de octubre pasado en el marco de las celebraciones de la fiesta nacional. Aguirre repuso que «lo peor que puede ocurrir es que se le quite el micrófono a un periodista».
Palabras textuales
Y aunque El Mundo recogía detalladamente la defensa que la presidenta madrileña hizo del derecho a la libertad de expresión de Jiménez Losantos, con quien confesó tener amistad, en ningún caso se reprodujeron expresiones literales del rey de las que no tenía constancia.
El País, sin embargo, sugiere que Aguirre reclamó espontáneamente «un trato humano» para Losantos después de que el monarca se refiriera en términos generales a la crispación de la situación política. En la versión del diario de Prisa, el monarca se mostró irritado con Aguirre. «Yo no tengo problemas en recibir a la gente. Es a mí a quien tiene que dar un trato humano. ¿Pero esto qué es?», habría dicho el rey. «Es intolerable», añadió, según El País.
Acto seguido, según el mismo diario, don Juan Carlos reveló que se había puesto en contacto con la Conferencia Episcopal, que controla la cadena COPE. «Le he dicho a Rouco Varela que recen menos por mí y la monarquía y se ocupen más de la Conferencia Episcopal que controla a la COPE». Y enigmáticamente añadió: «Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña».
En la conversación estaban presentes la reina, el presidente del Gobierno, el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos; el escritor Francisco Ayala y su esposa, el embajador argentino Carlos Bettini, la presidenta del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel, y el director de la Real Academia Española (RAE), Víctor García de la Concha.
Precisamente a García de la Concha El País le atribuye un comentario crítico con Losantos durante ese almuerzo. Contactado anoche por El Mundo, el académico manifestó: «Me quedé muy sorprendido de que se haya filtrado esa conversación… Nadie puede poner en mi boca las palabras que (El País) me atribuye porque a mí no me ha llamado nadie. No soy una de las cinco fuentes que dicen haber consultado. Algunas cosas que he leído son surrealistas».
Fuentes consultadas por este diario niegan que existiese ningún tipo de tensión en el ambiente. Sostienen que, incluso, cuando don Juan Carlos preguntó a qué se refería con darle «un trato humano» al periodista de la COPE, la presidenta tuvo oportunidad de responderle: «Si le hubiera criticado Iñaki Gabilondo (presentador emblemático del Grupo Prisa), usted le habría invitado a comer». Aguirre también señaló que una eventual presión sobre la Conferencia Episcopal era inútil «porque si es así, Jiménez Losantos se irá a otro lado y seguirá diciendo las mismas cosas». Aguirre insistió en que cualquier desacuerdo con el comunicador se podía subsanar mediante un diálogo franco y abierto.
Este episodio provocó ayer la reacción de representantes del PP y del PSOE. El senador popular Pío García Escudero censuró al autor de la filtración y subrayó que el PP es «clarísimo en la defensa de la monarquía». El secretario general del Partido Socialista de Madrid, Tomás Gómez, pidió a la presidenta de la Comunidad que «deje de confrontar… hasta con la corona de España».
Hasta aquí la segunda entrega de Müller, que es minuciosa y detallada, con citas que cabe pensar que vengan de Aguirre. Lo que llama la atención es que ni La Zarzuela ni el director de la RAE desmienten lo publicado por El País. Por supuesto, en La Zarzuela suelen escudarse en que no comentan las declaraciones que les atribuyen. Salvo cuando les conviene, claro. De la Concha, el cura que ahorcó los hábitos porque no iba a ser obispo, es otro que tal baila.
Lo interesante en esta batalla de madrugada entre El País y El Mundo, de la que yo me enteré al día siguiente, fue su carácter vertiginoso —mediaron apenas dos horas entre lo publicado por el diario polanquista en su edición nacional y lo precisado en la edición madrileña de su principal competidor—. También, que recentraba el asunto en la defensa de Aguirre, víctima una vez más de las campañas de Prisa. El Mundo aclaraba lo que el diario de Prisa presentaba como una agresión de Aguirre al rey y daba al suceso su sentido esencial: atacar o defender la libertad de expresión. Como El Mundo considera innegociable la libertad de opinión, su respaldo a Aguirre resultaba oportuno, coherente y, además, respondía a hechos rigurosamente ciertos.
Sin embargo, en Libertad Digital y en la parte de la COPE identificada con nosotros, la nocturna «operación relámpago» de Pedro J. tuvo una lectura muy diferente de la mía, que era de alivio por tener aún un aliado, aunque el comando informativo hubiera actuado para defender a Aguirre y sólo me beneficiara de rebote. Lo que la gente de LD reprochaba a El Mundo era precisamente eso: que no sacara la consecuencia lógica del suceso y no censurase al rey por atacar la libertad de expresión de forma tan grosera. Pedro J. —interpretaban— trataba de defender a Aguirre y, de paso, a mí, pero sin atacar al rey. ¿Y eso por qué? ¿Para no reconocer que el rey jugaba en el equipo de Prisa? ¿Para que Prisa no fuera el único equipo en el que jugara el rey?
Reconozco que, una vez más, me quedé solo defendiendo a Pedro J. Pero es que la relación de la Casa del Rey con los medios arrastraba tormentas muy antiguas. Cuando yo hacía los viajes largos del rey para Antonio Herrero, tuve ocasión de tratar bastante y apreciar mucho a Sabino Fernández Campo, jefe de la Casa; y también a mi viejo amigo y primer lector Paco Fernández Ordóñez, su mejor aliado. Por eso creo entender bastante bien el delicado equilibrio que, con la súbita caída de Sabino, borboneado al clásico modo, precipitó al rey en brazos de Prisa, que era donde se sentía mejor.
El problema esencial para Sabino en aquellos años en que yo tenía excelente relación con La Zarzuela (recuerdo un viaje maravilloso al Nepal, que según me dijeron los propios don Juan Carlos y doña Sofía era el mejor que habían hecho nunca) era doble: cómo controlar al rey en sus peligrosas relaciones —que eran tentaciones— personales y financieras; y cómo evitar o limitar la publicación de datos íntimos y comprometedores sobre un hombre que, desde el golpe del 23-F, se sentía redimido y absuelto de la sombría y lampante infancia portuguesa, de las dos décadas ansiosas a la sombra de Franco y de los años azarosos de la Transición, en la que, con guionistas como Torcuato Fernández Miranda, hizo un gran papel. Durante la larga estadía de González en La Moncloa el rey fue sintiéndose, quizás por primera vez, cómodo, hiperlegitimado y archiprotegido por Polanco para hacer su Real Gana. Sin embargo, como veían Sabino y Paco Ordóñez, lo que hacía feliz a la Real Persona podía poner en peligro a la institución, que, por culpa de los medios y desde el 23-F, disfrutaba de un secretismo propio de una monarquía absoluta marroquí y no de una jefatura del Estado europea y constitucional.
Para conseguir su propósito, Sabino manejaba con maestría dos técnicas: la «filtración controlada» y el «reconocimiento mitigado». La primera tenía por objeto desactivar con una noticia pequeña un escándalo mayor; el segundo era más sutil: corroboraba un escándalo publicado por un medio pero con una serie de datos añadidos, lo «contextualizaba» tanto que lo nadificaba. Cuando algún medio había conseguido testimonios fidedignos de ciertos secretos a voces, como, por ejemplo, su relación con Marta Gayá, aireada por Época y recogida en El Mundo, Sabino podía refrendar el elemento noticioso, pero añadiendo datos que desvirtuaban su factor corrosivo. Sin embargo, la distancia entre Sabino y el rey se fue haciendo cada vez mayor y tras la seudobiografia de Vilallonga, hecha por el rey a espaldas de Sabino para que el aristócrata caradura no hiciera un libro sobre Marta Gayá (esta es información del propio Sabino), no soportó más su muda y justificada censura; y lo echó.
Mimado por Mario Conde y Polanco, poderes fácticos de los primeros años noventa, el rey le tomó gusto al sistema expeditivo, ligeramente más sutil que el siciliano. Entre el CESID, Prisa con su enjambre de satélites y Conde con sus conexiones en medios y logias, el interés del PSOE en utilizar políticamente al rey para vadear aquellos años de la corrupción socialista, descubierta y aireada por El Mundo y la COPE, con el GAL en el horizonte, creció en la misma medida que la oposición temerosa, acomplejada y perfilera del PP lo permitía. O sea, sin medida. El rey tomó entonces algunas iniciativas desaconsejables y no tomó las que, por higiene nacional, acaso debería haber tomado. Como lo fácil es culpar al mensajero y no al mensaje, le tomó ojeriza a Pedro J. y se cuenta que llamó a Giovanni Agnelli, dueño de la FIAT y gran referente empresarial italiano, para que echaran a Pedro J. de la dirección de El Mundo. Entre la primera protección de Conde y un encuentro a tumba abierta en Zarzuela con el rey, pedido por el periodista e historiador, esa crisis pasó. Y la llegada de Carmen Iglesias a la presidencia de Unedisa acabó de calmar las aguas. Nunca del todo, porque el rey no ha dejado de provocar titulares y, tras la boda de los príncipes de Asturias, se abrió la veda para publicarlos. No sé si en Zarzuela, jubilado Aza y llegado Spottorno, han asumido de verdad la obligación de aguantarlos. En 2007, como hemos visto, eran totalmente incapaces de hacerlo.
Curiosamente, la excelente relación personal y profesional de Pedro J. con Zapatero desde que este llegó a Moncloa, ambos unidos en el odio a Prisa, mejoró la relación de El Mundo con La Zarzuela, voluntario rehén prisaico. Siempre se habla de los buenos oficios de Carmen Iglesias para lograr ese milagro, pero lo cierto es que ella se ha mostrado implacablemente crítica con la deriva anticonstitucional y antinacional de Zapatero, tanto en los ensayos de su libro No siempre lo peor es cierto (Galaxia Gutenberg) como en el mismísimo discurso ante el rey en el XX aniversario de El Mundo, educada pero firme apelación a la responsabilidad institucional ante la crisis nacional. La relación personal de Iglesias no habrá estorbado, pero dudo de que haya cambiado nada sustancial. En mi opinión, lo decisivo es la voluntad del rey de llevarse bien con los gobiernos del PSOE, incluso alejados de Prisa; y tengo la impresión de que en el paquete de respeto a Zapatero iba Pedro J.
Opiniones aparte, el hecho es que en el rifirrafe del rey y Aguirre El Mundo frenó la manipulación de Prisa pero no quiso atacar al rey por su limitado respeto a las libertades cívicas proclamadas por la Constitución. En Libertad Digital lo atribuían a la tortuosa habilidad de Pedro J. Yo lo vi lógico en la estrategia defensiva de Aguirre, que se sentía —y con razón— apuñalada por sus enemigos de El País. Y ella fue la clave de la Blitzkrieg de El Mundo contra el diario prisaico.
Que la medida y cautelosa respuesta tuvo éxito lo demostró Ekaizer en sus posteriores explicaciones sobre el sentido de la intervención de Aguirre. Al principio, la historia cursó en El País al consuetudinario modo reptiliano, es decir, que viboreó y culebreó; pero, de pronto, cambió de camisa, que es también costumbre vípera. Ekaizer, tal vez por aliviar de responsabilidades a Bettini, señalado por todos como su fuente informativa, empezó a matizar su información y dijo que las palabras de Aguirre tenían dos objetivos: el primero, que el Borbón dejara de presionar a Rouco para «quitarme el micrófono»; y el segundo objetivo, llevarme a Telemadrid para dirigir un informativo. Evidentemente, si Ekaizer no mentía, Aguirre estaba loca: ¿por qué armar tanto lío para que siguiera en la COPE si lo que realmente quería era sacarme de ella? O bien, el loco era Ekaizer. ¿Lo estaba tanto, en realidad? ¿Fabulaba, especulaba y más tarde reculaba?
No. Nadie se pondría a escribir en El País sobre algo tan delicado como una discusión del rey sin que Polanco y Cebrián se lo hubieran pedido o asumido como conveniente para la empresa. Es imposible que un domingo, y nada menos que en el estreno del nuevo diseño del periódico, el diario de Prisa lleve en portada la historia del rey, noticia vieja, sin el «plácet» superior. En rigor, más que «plácet», lo de Polanco y Cebrián fue «fiat», el «hágase» del Génesis, cuando Jehová «separó la luz de las tinieblas y llamó a la luz día y a las tinieblas noche». Con la perspectiva del tiempo que todo lo aclara, hasta las sombras, lo que empezó con esa portada manipuladora, luego rectificada y hasta ridiculizada, fue la enésima campaña de aniquilación contra la COPE. Pero esta vez, tras casi dos años de encarnizada campaña, y sólo gracias a la traición de algunos defensores de la plaza, finalmente triunfó.
Dejando aparte El País, cuya pulsión liberticida está más que acreditada, una pregunta se impone: ¿era consciente el rey de tomar parte en una operación contra un medio de comunicación tan significativo políticamente como la cadena COPE? ¿O fue un desahogo verbal, una salida imprevista, la típica «borbonada» espontánea como el «Por qué no te callas» a Chávez? Me gustaría decir lo contrario, pero creo que el rey era perfectamente consciente de lo que hacía. Y lo creo por varias razones. La primera, la cuento en mi libro De la noche a la mañana. El milagro de la COPE, cuando digo que el rey es el peor enemigo que he tenido en los años que llevo haciendo La mañana. Antes de que yo dijera nada de la abdicación, ya andaba el arzobispo castrense (el 007 le llamábamos) tratando de quitarme del micro. Pero el elemento político decisivo fueron las elecciones del 14-M, fruto y eco del 11-M.
Dos días después de la enlutada jornada electoral, la consejera de Gobernación catalana Montserrat Tura dijo que el rey había impedido un golpe de Estado de Aznar. Aparentemente, era una memez: Aznar ni siquiera se presentaba y el candidato del PP reconoció el mismo día 14 a las 10 de la noche la victoria de Zapatero. ¿Para qué, cómo y por qué iba Aznar a dar un golpe de Estado? Sin embargo, la mentira había pasado a ser algo más que un truco de deslegitimación de la derecha, como la bajada de las pensiones. Con el 11-M habíamos entrado en una nueva era política. Lo de Tura no era el típico número progre para deslegitimar al PP. Por de pronto, porque Pedro Almodóvar, en una rueda de prensa ante cuatrocientos periodistas extranjeros para hablar de su última película, denunció ese supuesto golpe de Aznar. Algo que, de paso, reforzaba las tesis socialistas sobre el 11-M.
Al día siguiente de las declaraciones golpistas de Tura y Almodóvar, yo dije en la COPE que La Zarzuela debía desmentir de inmediato esa patraña. Y como no lo hacía, seguí insistiendo día tras día, durante dos semanas, al estilo Antonio Herrero. Al final, la Casa del Rey evacuó una nota en la que decía que una cosa tan absurda no merecía comentario. ¿Para qué, pues, sacaban la notita? La consejera de Interior catalana puede actuar de forma benéfica o criminal, pero no absurda, porque la importancia del cargo impide la intrascendencia. La verdad fue que mientras el PP, más sonado y acobardado que nunca, era incapaz de exigir que el PSOE no utilizara al rey para atacar al gobierno Aznar y que el rey no se dejara utilizar por el PSOE, yo mantenía tozudamente el pulso. Y el rey tuvo que explicarse. A su manera, manseando, pero lo hizo. Y nunca me lo perdonó. El famoso dicho «los Borbones, ni aprenden ni olvidan» demostró su implacable vigencia.
Otro motivo de fricción con el rey fue su activísima defensa de Alberto Alcocer, su gran amigo y compañero de cacerías, condenado junto a su primo Alberto Cortina por estafar cuatro mil millones de pesetas a sus socios de Urbanor. Los «Albertos» lograron evitar la cárcel pese a haber sido condenados en firme por el TSJ de Madrid. Y hurtaron el bulto a las rejas merced a una de esas hazañas del Constitucional que han ido labrando la desconfianza de los españoles ante la justicia. Como no había forma de que los volvieran a juzgar y los absolvieran, se sacaron de la manga una supuesta prescripción del delito, más falsa que una moneda de cartón. Y los pocos medios que no guardaban ominosa omertá ante todos los atropellos y desafueros del rey, criticamos que sus amigos tuvieran tan escandaloso trato de favor.
No son pocos los amigos del rey condenados por apropiarse de lo ajeno, ora cultivando el fraude, ora la estafa. Pero lo que diferencia el caso de «los Albertos» de los de Conde, De la Rosa o Prado y Colón de Carvajal es que el rey echó el resto por Alcocer sin disimulo. Y se salió con la suya. En esos años de forcejeo albertosino con la justicia, sin juez que se atreviera a ordenar su ingreso en prisión, yo recibí discretas amenazas por pedir algo tan elemental como la igualdad de los ciudadanos ante la ley. A veces venían del entorno de Alcocer. Otras, de su amigo el Cazador. La animadversión del rey en el banquete del 12 de Octubre no podía, pues, sorprenderme. Lo que no entendía es que las presiones del rey, transmitidas por el arzobispo castrense, Juan del Río, hicieran mella en Rouco, tan firme frente al gobierno y la oposición. ¿Nostalgia litúrgica del Antiguo Régimen? ¿Agobiante responsabilidad institucional? ¡A saber!
Le he dado muchas vueltas al asunto con el que empezaba el capítulo y el libro. Y he llegado a la conclusión de que el rey no actuó frente a Esperanza Aguirre y ante Zapatero siguiendo un impulso epidérmico sino obedeciendo a un acuerdo de fondo con el gobierno del PSOE y sus aliados para liquidar la COPE. La prueba la da el propio John Müller en El Mundo cuando informa sobre las palabras del rey al pintoresco presidente cántabro Revilla, la víspera misma del proceloso banquete del 12 de Octubre. Según el locuaz viajante de anchoas, al rey no le preocupaban las «previsibles» manifestaciones de los republicanos y separatistas, sino las opiniones de «algunos comentaristas de radio de derecha o de extrema derecha», que es como dio en llamar el PSOE a la derecha incómoda. Ahora parece de chiste que el sucesor de Franco a título de rey, atacara a la «extrema derecha» por defender la Constitución. Pero en esos años no tenía ninguna gracia ver al jefe del Estado faltar a sus obligaciones y negar a los liberales la comprensión que brindaba a los separatistas. El rey, evidentemente, quería que se supiese que en el cambio de régimen, estaba con el gobierno. Y para ello lo más rápido era decírselo a Revilla, que era como poner un anuncio en La noria, donde participaba y donde no importa lo que se dice pero todo el mundo se entera. Y en este caso, al rey sí le importaba.
La campaña de descrédito de la derecha puesta en marcha por la izquierda en los años del zapaterismo tiene dos precedentes históricos. Uno es el «Maura no» (asumido finalmente por Alfonso XIII, que lo «borboneó», o sea, que lo echó del gobierno, privando a la derecha democrática de su líder), y la campaña electoral de febrero del 36 sobre supuestas torturas generalizadas de presos tras el golpe de Estado socialista y catalanista de 1934. El Frente Popular pretendió aparecer tras su golpe como víctima, cuando había sido despiadado verdugo: más de mil muertos en toda España. Pero triunfó, porque la derecha, tan acomplejada ayer como hoy, arrugada ante el izquierdismo mediático, dio por buena la propaganda enemiga —nunca adversaria— y se puso a la defensiva en vez de pasar al ataque.
¿Y por qué recordar esas históricas campañas de propaganda de la izquierda y la incapacidad de la derecha para desbaratarlas? Pues porque la liquidación de la COPE y el linchamiento de sus comunicadores ha sido una campaña típica y tópica de la izquierda totalitaria, con el respaldo incondicional de los nacionalistas catalanes. Y, lo más importante y, a la larga, decisivo: con la activa complicidad de ciertos personajes y sectores de la derecha que buscaban el indulto de la izquierda traicionando a «los suyos». Alfonso XIII traicionó a Maura; Alcalá-Zamora traicionó a Gil-Robles; Juan Carlos 1, Gallardón y, tras su derrota en 2008, Mariano Rajoy, abandonaron —si desechamos por impreciso el verbo traicionar— uno de los grandes movimientos de masas del último siglo; la llamada «rebelión cívica» que tomó pacíficamente la calle, puso contra las cuerdas a Zapatero por negociar con la ETA y casi llevó al poder al PP, pese a hacer una oposición tan nula como en las jornadas del 12 al 14 de marzo de 2004.
Cuatro años de rebelión cívica y las intrigas para desmantelarla
La importancia de la COPE sólo puede entenderse si se recuerda lo que ese mismo año 2007 en que el rey jugaba al liberticidio radiofónico tenía lugar en España. Nunca en su historia la derecha había tomado masivamente la calle como lo hizo entonces. Y nunca los poderes fácticos, de izquierda o de derecha, se sintieron más amenazados por esa pérdida de miedo a los enemigos y de respeto a los que debían sujetarlos. El 24 de febrero de ese año, Libertad Digital publicó un resumen de la rebelión popular contra el terrorismo, el separatismo y los pactos del gobierno con ambos. Visto ahora, parece imposible que en dos años se produjera semejante fenómeno. Pero se entiende que los poderes fácticos hicieran todo lo posible para que nunca jamás pudiera repetirse.
Estos fueron sus hitos más significativos:
22 de enero de 2005: la agresión fantasma de Bono
La primera manifestación que la AVT celebró el 22 de enero de 2005 fue la única que contó con la presencia del gobierno y del PSOE, aunque los manifestantes echaron en falta, y no silenciosamente, al presidente Zapatero y al comisionado para las víctimas, Peces Barba. Aquel día, el ministro de Defensa, José Bono, denunció haber sido objeto de una agresión física por la que fueron detenidos ilegalmente dos militantes del PP de Las Rozas. Posteriormente, un juez declaró totalmente injustificada la acción policial, imputando a varios agentes por detención ilegal, entre ellos el comisario Ruiz. Al final, se demostró que nunca hubo agresión a Bono. El lema de la concentración, que reunió a unas 25 000 personas, fue el que se haría clásico: «Memoria, dignidad y justicia». Su detonante fue la prevista excarcelación del sanguinario etarra De Juana Chaos. Tras la manifestación, un millar de personas se dirigió desde la Puerta del Sol a la sede de la SER, en la Gran Vía. Allí gritaron lemas como «Polanco, cabrón somos un montón» y «Grupo Prisa, España no se pisa».
4 de junio de 2005: la primera gran manifestación
Fue en Madrid y contra la negociación del gobierno con la banda terrorista ETA. Se gritó «Constitución, no negociación», «Zapatero, acércate al PP» y se pidió la dimisión de Peces Barba. La AVT cifró en cerca de un millón el número de participantes, pero la Delegación del Gobierno de Constantino Méndez lo rebajó a 240 000 y consideró de «alto riesgo» la marcha, en la que, como ya no fue Bono, no hubo ningún incidente. Sólo Telemadrid la retransmitió.
25 de febrero de 2006: un millón de personas bajo el frío y la lluvia
La respuesta a la tercera convocatoria de la AVT superó todas las expectativas. La Comunidad de Madrid cifró en 1 400 000 las personas que secundaron la manifestación mientras que la Delegación del Gobierno de Constantino Méndez rebajó esa cifra hasta los 110 000 asistentes. Por su manipulación de datos, el ejecutivo de Esperanza Aguirre pidió la dimisión de Méndez.
La manifestación, que discurrió por la calle de Serrano hasta la plaza de Colón, contó con dos cabeceras. La primera de ellas con los dirigentes de la AVT y su presidente, Francisco José Alcaraz, portaba una gran pancarta con el lema de la marcha: «Por ellos, por todos. En mi nombre no». Delante de esta cabecera principal, varias víctimas del terrorismo en sillas de ruedas fueron recibidas al grito de «No estáis solos». Se corearon también lemas contra los etarras —«No son presos, son asesinos»— y el presidente del Gobierno: «Zapatero, embustero». Tras la segunda cabecera desfilaron políticos del PP como Esperanza Aguirre, Gallardón, Mariano Rajoy o Ángel Acebes.
10 de junio de 2006: la revelación de Teresa Jiménez-Becerril
De nuevo un millón de personas colapsó la plaza de Colón y sus alrededores, a pesar del sofocante calor veraniego. Teresa Jiménez-Becerril resumió así la razón de la protesta: «Enviaré a mis sobrinos a La Moncloa para que les explique por qué está siendo tan complaciente con quienes ordenaron la muerte de sus padres». Todo el PP se unió a la manifestación, proclamando a las víctimas como referente fundamental en la lucha contra el terrorismo.
1 de octubre de 2006: contra los decibelios del PSOE y junto al Guadalquivir
200 000 personas, según los organizadores, pidieron en Sevilla a Zapatero que no negociase con ETA y que se investigase hasta dar con todos los culpables del 11-M. Fue la primera vez que se exigió en la calle la investigación de la masacre. Mientras, en Alcorcón, el jefe del Gobierno ignoraba a las víctimas e insistía en denominar a la oposición «extrema derecha». El presidente andaluz Chaves y el alcalde Monteseirín no fueron a la manifestación. Teresa Jiménez Becerril deseó para sus sobrinos, huérfanos por culpa de ETA, un «presidente del Gobierno en quien puedan confiar, y no uno que siga insistiendo en que pegar tiros es un buen comienzo». Francisco José Alcaraz aseguró tras la protesta que «el gobierno ha sido miserable, cobarde y traidor» desde que los terroristas declararan el «alto el fuego».
25 de noviembre de 2006: una rebelión cívica que parecía imparable
Más de un millón de personas —1 300 000, según la Comunidad de Madrid, reducidos a 129 715 por la Delegación del Gobierno— marcharon otra vez, pacíficamente, bajo la lluvia y el frío por el centro de la capital, en protesta por la política de cesión del gobierno a ETA. Más banderas de España que nunca y gritos de «Zapatero, dimisión». Mariano Rajoy proclamó: «Me siento orgulloso de ser español». El columnista de Libertad Digital Agapito Maestre abrió los discursos finales y dio las gracias a la AVT por «darnos la oportunidad de canalizar nuestro sentimiento de indignación».
3 de febrero de 2007: revive el espíritu de Ermua en Madrid
Un millón y medio de personas, según la Comunidad de Madrid —181 201 según la Delegación del Gobierno— acudió a la convocatoria del Foro de Ermua para exigir la derrota de ETA. Estéticamente marcó un cambio fundamental. Decenas de miles de banderas de España escoltaban la pancarta: «Por la libertad. Derrotemos juntos a ETA. No a la negociación». Teresa Jiménez-Becerril recordó que «ETA dialoga y mata, habla y mata, se manifiesta y mata, escribe y mata». El presidente del Foro, Mikel Buesa, mostró su rechazo a la negociación: «Porque conocemos el rostro de ETA, decimos que no es ni moral ni políticamente aceptable entablar negociaciones con esta organización terrorista para tratar acerca de sus pretensiones independentistas en el País Vasco, o para hablar de la impunidad de quienes han cometido todo tipo de crímenes».
Cuando, por primera vez, el himno nacional cerró la manifestación entre un oleaje de banderas españolas, muchos lloraban de emoción. La derecha había acabado con los complejos.
24 de febrero de 2007: en Colón, recordando a las víctimas de De Juana Chaos
Las 25 víctimas del sanguinario etarra José Ignacio de Juana Chaos fueron el argumento de la octava manifestación de la «rebelión cívica». La plaza de Colón congregó a cientos de miles de personas reclamando de nuevo «memoria, dignidad y justicia». En la tribuna intervinieron dos víctimas del etarra. Manuel González Bermúdez, exguardia civil herido en el atentado de ETA en la plaza de la República Dominicana de Madrid en 1986, expresó su «tristeza y malestar» por la ausencia de miembros del gobierno en la concentración. Otra víctima de De Juana, Gerardo Puente, delegado de la AVT en Granada, recordó el atentado en que el terrorista le dejó herido y acabó con la vida de su compañero, desactivador de explosivos. Se encendió un pebetero memorial y los presentes corearon el himno militar de homenaje a los caídos La muerte no es el final. Tras una breve intervención de Alcaraz, sonó solemnemente, como si no fuera costumbre reciente, el himno nacional.
10 de marzo de 2007: dos millones de personas convocadas por el PP
Dos millones de personas rompieron la «soledad» a que el gobierno, sus aliados y la prensa pro-gubernamental condenaban al PP. Siempre apoyándose en la defensa de la nación contra el terrorismo, el partido de Rajoy reunió posiblemente la mayor multitud de la historia española en un acto de esas características. La estimación de la Comunidad de Madrid —2 125 000 personas— se reforzaba con datos como la ocupación física de 400 000 metros cuadrados o la llegada de 1000 autobuses a la capital, 300 más que en la visita de Juan Pablo II en 2003. Más banderas nacionales que nunca, ambiente festivo, una tarde de sol invernal y el himno nacional como broche simbólico y emotivo marcaron una jornada extraordinaria.
La pancarta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, que iba detrás de la que portaba la dirección del PP, decía: «Rendición, en mi nombre no». La madre de Diego Armando Estacio y familiares de Carlos Alonso Palate, asesinados por ETA el 30 de diciembre en la voladura de la T4 en Barajas, estuvieron entre los asistentes.
Antes de que Rajoy subiese al escenario, la organización hizo sonar por los potentes altavoces el «Libertad sin ira» de jarcha, que enloqueció a las Nuevas Generaciones del PP. Al éxito de la Transición le siguió otro, «Saber que se puede», de Diego Torres. Después, se proyectó un vídeo en homenaje a las víctimas del terrorismo en el que se incluían unas declaraciones del funcionario de prisiones secuestrado por ETA José Antonio Ortega Lara, presente en la manifestación, en las que aseguraba entender que en su día el gobierno de Aznar no hubiese negociado con los terroristas para lograr su liberación. Rajoy pidió «recuperar la España que no se rendía», retrató al gobierno «cogido en una trampa» y «asustado» y dijo que el caso De Juana «ha desenmascarado todos los disimulos» y es «el peaje que paga el gobierno para negociar». «Necesitamos recuperar el consenso. Si no es posible alcanzarlo con el gobierno, yo quiero establecerlo con los españoles», añadió en su intervención, que alcanzó su momento más emotivo cuando Rajoy mencionó a Miguel Ángel Blanco y se volvió a abrazar a su hermana y a su padre. Junto a Rajoy, la presidenta del PP vasco, María San Gil; Pilar Elías, viuda de Ramón Baglietto, numerosos cargos populares electos en el País Vasco y José Antonio Ortega Lara. San Gil y Ortega Lara flanqueaban al presidente del PP. Ha sido la mayor demostración pacífica que haya protagonizado nunca cualquier fuerza política española. La apuesta moral y el éxito organizativo propiciaron un clima de euforia moral. Y electoral, claro.
El papel de la COPE en la «rebelión cívica»
¿Qué tenían en común estas gigantescas manifestaciones? ¿Cuál fue el cordón umbilical que las unía, el que les permitió crecer hasta alcanzar la apoteosis de marzo? La COPE. Todas ellas, sobre todo las de respaldo a las víctimas del terrorismo, pero también las que se oponían a los cambios de ZP en materia familiar y escolar, tuvieron el altavoz de la radio de los obispos. Desde la primera de 2006 hasta la última de 2007, la voz de todos los que se sentían maltratados o traicionados por el gobierno fuimos los comunicadores de la COPE, que en esos años alcanzamos el mayor honor a que puede aspirar el periodismo: ayudar a que se expresen libremente las víctimas del poder, aunque padeciéramos el odio de los liberticidas.
Historiadores como Stanley G. Payne han presentado a la COPE como la única oposición real a Zapatero en su primera legislatura. Cabe discutir su representatividad, pero su peso político y moral fue indiscutible. Asumimos conscientemente el reto y pechamos con la honrosa tarea de unir en torno a unos valores básicos a una parte esencial de la nación española. Y lo logramos. Tal vez sin la COPE hubieran sido igualmente posibles las grandes movilizaciones y acaso mayor su fruto político. Tal vez. Pero si no cejaron hasta liquidarla fue porque fuimos nosotros los que día tras día, manifestación tras manifestación, estuvimos ahí. Ese es el hecho indiscutible, cívicamente meritorio pero políticamente imperdonable. Como se verá en las siguientes páginas, ni los que tuvimos enfrente dejaron de recordarlo ni los que tuvimos al lado dejaron de arrepentirse.